NHEREOS: Nacer para Sobrevivi...

By Gabrielaeolmedo

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- CIENCIA FICCIÓN - VERSIÓN EXTENDIDA 2020 Se acercan tiempos oscuros... Jugar a ser Dios puede afectar el fu... More

· DEDICATORIA ·
BOOKTEASER
Prólogo a la eugenesia
Prefacio
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
EPÍLOGO

Capítulo 1

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By Gabrielaeolmedo

AÑO 2060

Las personas corrían de un lado al otro en las calles de Rusia central, intentando huir, esconderse donde pudieran... No había escapatoria. Caían como moscas en las manos de hombres —y mujeres— que bien podrían haberse hecho pasar por hijos del propio y olvidado Goliat; de contexturas anchas, altos, fornidos. Llevaban sus bocas cubiertas con una especie de mascarilla negra que les llegaba hasta la nuca, uniéndose con los pesados trajes cargados de armas, explosivos y circuitos para el paso de oxígeno purificado. Llevaban pecheras de metal sobre un uniforme negro, sin mangas. Las gruesas botas con hebillas de metal hacían crujir los cristales y todo aquello que pudiera pasar debajo de sus pies.
Incluyendo cadáveres.

Los ejércitos rusos de las tres Fuerzas —Armada, Naval y Aérea— se unían con países aliados, enemigos, quienes fueran para combatir a la raza superior que los aventajaba en número, eran treinta de ellos contra diez soldados ordinarios.
Los denominaron Nhereos: superhombres.
Sencilla definición para aquellos.

Millones de personas habían perdido la vida en mares, en el aire, en tierra. Cientos de naves, armamento, navíos —creados únicamente para este evento mundial que llevaba casi un año— y más cayeron doblegados por los superhombres. Diezmaban a los normales de forma brutal. No había alma en ellos, no había más que oscuridad.

El humo inundaba los cielos en el atardecer, las naves hipersónicas llenaban el aire con sus agudas pasadas, rompiendo algunos tímpanos y removiendo arenilla, cenizas de lo que alguna vez tuvo vida.

A lo lejos, criaturas mecánicas se alzaban en dos piernas del mismo maquinaje que salían de una suerte de semi esfera ferrosa; y tal como si una tortuga asomara su cabeza fuera del caparazón, de ella asomaban dos pistolas de municiones finas pero realmente certeras. Los llamaron Valkiryas; así como las antiguas civilizaciones escandinavas llamaban a dichas divinidades que escogían a sus héroes para morir, esta maquinaria asesinaba a cada uno de ellos... a cada hombre que por propia voluntad entregara la vida a fin de defender su suelo.
Los pesados pasos de éstos gigantes tiraban abajo todo frente a ellos.

El enemigo los rodeaba, pelear ya no era suficiente. Sólo quedaba esperar que cayera la muralla de la última resistencia en pie.

—¡Fuego! —rugió el Comandante señalando a las naves hipersónicas que sobrevolaban sus cabezas. Un cañón antiaéreo finés disparó contra una, la nave perdió el control y cayó en picada envuelta en llamas—. ¿De dónde salen? ¡¡Ubicación del teniente Santino!!

—¡Nadie lo sabe, señor! —contestaron los soldados escondidos en las trincheras armadas entre las ruinas.

—¿Qué demo...? —balbuceó el hombre. Sus ojos brillaron llenos de terror, sus subordinados lo imitaron: quienes abordaron la nave, salieron caminando entre las llamas que los cubría—. Dios nos ampare... y perdone nuestras faltas —murmuró activando el radio de su hombro—. ¿General Vassarov?

Lo escucho, comandante Dubrik —respondieron al otro lado.

—Ha sido un honor pelear con usted —sollozó viendo a los enemigos acercarse y cazar a tiros a sus hombres—. El perímetro Este cayó... el Norte y el Oeste... Lamento no haber podido hacer más.

¿Dubrik? ¿Qué está pasando? ¡Enviaremos refuer...!

Dubrik se quitó la gorra al acercarse una mujer alta, de largos cabellos negros, ojos oscuros sin vida. El labio inferior del Comandante temblaba de emoción, de terror y enorme tristeza.
Ella ignoró todo posible sentimiento y alzó su rifle, apuntándole.
El hombre la reconoció, sus ojos se inundaron en lágrimas y sonrió breve.

—Qué bueno que estás a salvo —susurró cerrándolos.

La mujer fue certera al darle en medio del pecho.
Dubrik cayó de espaldas, con los ojos abiertos y los brazos extendidos a los lados. Ella mantuvo la mirada en él unos momentos; lo examinó curiosa y la levantó, parpadeó ligero y abandonó el cuerpo de su padre para seguir a sus compañeros a través del derrocado paisaje en tinieblas de muerte y condena.

Al otro lado de la línea radial, Vassarov dejó caer el comunicador tras oírse el fin de la transmisión. Miró a sus compañeros de cuartel; siquiera respiraban por la impresión del disparo tras el silencio.
Giró en sí, viendo la enorme pantalla que le mostraban gran parte de los países en rojo. Sólo unos mínimos rincones seguían en brillante azul: la zona Sur —no mencionada por Dubrik antes de morir—, seguía brillando dado que esa zona seguía inmune e intacto a la invasión. Ellos eran unos números, unos cuantos que vislumbraban el panorama destructivo a través de pantallas, hologramas; cual espectador que observaba una película de terror: sugestionado y lleno de temor.
Todo había caído: Rusia, Estados Unidos, Reino Unido... las grandes potencias como China, Australia... cedieron terreno. Sólo quedaban ellos y no podían hacer nada para detenerlos.

Vassarov tenía el recuerdo fresco del primer enfrentamiento en Gales; la base de la Armada Real recibió el impacto de un proyectil que hizo volar hasta la última viga del edificio y sus armamentos. Las alarmas en Irlanda llegaron a oírse hasta España. Irlanda dio aviso de lo ocurrido y las Armadas europeas se prepararon para enfrentarlos. Vassarov recordaba la velocidad con la que las industrias bélicas desarrollaron nuevas armas, transportes livianos pero feroces en batalla; sin duda, fue un momento épico cuando reaparecieron los antiguos Lockheed Blackbird creados por EE.UU. durante la Guerra Fría con el fin de espiar a los rusos.
Los portaaviones regresaron a los mares, los cruceros de guerra, acorazados, destructores. Todo servía para el nuevo cruce. No había aliados, no había enemigos ni tratos bajo el agua ni a traición. El objetivo: descubrir al embaucador y destruirlo de raíz.

No lograban saber quién era el detonante de tal evento, sí que el ataque a la Armada Real Galesa apenas fue la punta del iceberg que avecinó la tragedia; ellos salieron de las instalaciones de Hiringger TechnoGen alrededor en cada país de cada continente. Nadie conocía de dichas criaturas, ni siquiera quienes en algún momento fueron sus más antiguos inversores o socios.
Y más tarde supieron a quienes se enfrentaban en realidad.
No pudieron detenerlo.
Por mucho que unieron fuerzas y se esforzaron, no pudieron contra ellos.

Acabaron ejércitos completos, devastaron tierras y se hicieron de rehenes. Ahí iba una víctima más: el comandante Dubrik, perteneciente a la Armada Real de Holanda.
Llegaron tarde para detener a John Adrien Hiringger.

—Señor —llamó un subordinado, sacándolo del shock y los pensamientos—, Finlandia logró concretar el Plan Cigüeña, lo mismo con la RFA de Inglaterra y España.

—Bien —suspiró sin dejar de ver la pantalla—. Que los soldados resistan cuanto puedan; que luchen por lo poco que nos queda. La libertad será nuestra recompensa. Debí... detenerlo cuando lo tuve en frente —murmuró, el subordinado a su lado lo miró con sorpresa—. Debí hacerlo, ese era mi deber.

—No diga eso, señor —calmó—. Usted hizo todo lo que pudo y tuvo a su...

—¡Señor! —exclamó otro. Ambos voltearon a verlo—. ¡Enemigos en el radar!

Vassarov no daba crédito a lo que sus ojos captaban en otra pantalla: una docena de naves con la insignia de la RFA británica y alemana volaban sobre la superficie de la base militar, destruyendo los cañones antiaéreos.

—Nos encontraron —murmuró tragando saliva—. ¡A los refugios! ¡Rápido!

Los presentes abandonaron sus puestos, corriendo por los pasillos hacia una misma dirección. Vassarov escuchaba golpes sordos que provenían de la superficie; las luces titilaban, amenazando con dejarlos a oscuras total. Siguió a los demás una vez que el último joven pasó frente a él, bajaron cerca de cinco pisos.

Una compuerta de metal negro los aguardaba, el hombre posó la mano sobre una placa digital y el obstáculo se hizo a un lado.

—¡Adentro! —ordenó quedándose en un costado. Al entrar todos, los observó con suma pena—. Lamento no haber podido hacer más por ustedes —sollozó saludando respetuoso. Ellos lo imitaron—. Buena suerte —apoyó la mano en la placa y las compuertas se sellaron.

Dio un golpe certero al artefacto, quebrándolo en el centro.

Salió de aquel lugar con paso ligero, sin mirar atrás. Las luces seguían fallando, él ya no temía, ya no pensaba en mas nada; ni en su familia, ni en los recuerdos que eran inútiles en ese momento. Acordarse de cómo los Nhereos destruyeron lo que conocía y asesinaron a quienes amaba le daba coraje, podía sumirlo en dolor, hundirlo. Y él necesitaba mantenerse a flote todavía. Recordar que halló muerta a su familia en las calles tras la invasión de los Nhereos en Rusia; incluyendo a su pequeña de tres años y al bebé que iba a ver la luz en febrero, el mes siguiente al presente.
Enterró a su familia donde pudo y prometió darles un mejor lugar cuando la guerra acabara; pero esa guerra no acababa. Parecía eterna, la condena perfecta para los mortales.

Regresó al mando operativo, esperando a que lo encontrara el destino cruel mientras tecleaba aquí y allá en las pantallas de holograma. Las cerró de inmediato cuando las puertas y la sala tembló cual impacto de misil; espió por sobre el hombro. Veinte enemigos ingresaron armados y en perfecta fila.
Uno de ellos echó un vistazo al entorno, el general se mantenía firme, sin verlo completamente.

—¡Vassarov! —exclamó una voz masculina de tono medio y rasposa. Esa maldita voz que reconoció de antes de la guerra—. Nos volvemos a ver. Creí que ibas a detenerme... Es un poco decepcionante debo admitir.

—Yo sabía que estabas detrás de esto, John. Sabía que no te detendrías después de eso; no pudiste contra tu mal genio.

—¿Mal genio? Yo quise ayudarlos y se negaron. ¡Yo quise compartir con ustedes mis conocimientos!

—¡Jugar a ser Dios no es conocimiento, es arrogancia! Joanne lo vio antes que todos nosotros y te quitó los proyectos.

—Se robó mucho más que mis proyectos, ¡la vida de mi madre se fue por ella y su estupidez de niña! ¡Dime donde está!

—Escúchame bien, maldito hijo de puta. Puedes escarbar hasta el último centímetro de tierra en este planeta... pero no la encontrarás. Nunca jamás.

John Hiringger había reaparecido ante él, mucho tiempo después de haberlo perdido de vista tras ser expulsado del ejército por insubordinación contra el general Umir Coleman; padre de su compañero Dominic Coleman. Él, Dominic y John fueron compañeros en el Batallón Primero de Infantería de la Armada Nacional Rusa, división Sombras. Mucho antes de iniciarse la guerra presente.
John se negó a formar equipo con gente no nacionalista, es decir, extranjeros. Los mismos que no hacían absolutamente nada durante las horas de trabajo, los mismos que se ausentaban a sus tareas por irse con mujeres de por ahí y no volvían hasta la hora de irse. Se negó a trabajar con ellos acusándolos de vagos y estúpidos. De hecho, John Hiringger le aconsejó al general Coleman buscar soldados de su propia nación dado que ellos eran más fuertes; y se ofreció a crearlos él mismo si le permitía y otorgaba sujetos de prueba.
El General no reaccionó de la mejor forma y le ordenó disculparse, John se negó durante semanas incluso metido en castigo. Coleman dictó que tal hombre no podía estar entre sus tropas y fue expulsado.

Años más tarde, Vassarov supo que John se había egresado con título en Biotécnico Genético. Supo de la terrible enfermedad de su madre, y su posterior muerte. Supo que su hermana menor se robó los proyectos que llevaba perfeccionando por años; ella le pidió protección y se la concedieron.

Vassarov supo de inmediato que John no se detendría. Vio nacer al monstruo, lo vio crecer y apoderarse de la Tierra.
Y él no había hecho más que observarlo, creyendo que se trataba de un nuevo berrinche inmaduro.

—Bueno —rió Hiringger—, supongo que debería firmar mi rendición, ¿cierto? Digo, ya que dices que no la encontraré.

—Da igual... acabaste con todos nosotros como humanos...

—¡Muy buen punto! Entonces... yo gano. Admítelo, fui terrible. ¿Crees que vayan a mencionarme en algún libro de Historia en el futuro?

—No vales la pena ni para una nota al pie...

—¡Uh! Eso hirió mis sentimientos —dijo sarcástico—. Por favor, sólo dime donde están, no finjas que no sabes de lo que hablo. Los necesito con suma urgencia. Tengo mucho trabajo para...

—Muerto antes que decírtelo.

John bufó, metiendo las manos en los bolsillos. Hizo señas con la cabeza a uno de sus cómplices; se acercó y amenazó con un rifle al General.

—Vassarov —dijo—, aún te tengo afecto. No lo hagas más difícil.

—Claro que no lo tienes —gruñó apretando los dientes—. Mataste a mi familia... a mi esposa... a mis hijos. ¿Cómo te atreves a decir que me tienes afecto cuando me quitaste todo lo que yo amaba? Cínico.

—Los sacrificios son necesarios para hacer de ésta, una mejor raza. Te ofrezco un trato si gustas.

—Dije que no. No intentes más. De mi parte no diré nada —insistió firme—, y es mi última palabra.

—De acuerdo —suspiró agachando un poco la mirada—. Uno más, uno menos a la cuenta no me hace daño. Mátalo. —Ordenó al Nhereo dándole la espalda y saliendo de allí seguido del grupo.

El verdugo apoyó el cañón en su frente, el General miró fijo a su ejecutor; un joven de alta estatura, trabajado, ojos celestes grisáceos y tez clara. Los ojos del Nhereo se centraron él. Respiraba nervioso.

Vassarov enderezó el arma; dio un golpecito en su mano a modo de juego y sonrió; suspiró tranquilo.

—La libertad no tiene dueño —decía—, es sólo de Dios y de uno mismo. Todos tenemos nuestra parte, la tuya no es menos importante. Cumple y sigue la cadena.

Disparó. La bala le perforó el cráneo al hombre, su asesino lo contempló un segundo y se retiró para seguir a los demás.

Cinco pisos más abajo, los otros enemigos se detuvieron frente a las compuertas que Vassarov se encargó de cerrar con sus soldados más jóvenes en el interior. Ninguno respiraba en la enorme sala redonda, de paredes blancas con asientos que se adecuaban a la forma. Uno de ellos, era Dominic Coleman, el único hombre mayor de treinta entre los más jóvenes. Una mujer lo acompañaba a su lado.
Dominic era alto, delgado de ojos verdes oliva, tez clara y llevaba lentes debido a su miopía. La mujer tenía su largo cabello rubio rojizo recogido en un rodete, era de estatura baja —le daba por encima del codo al hombre—; tez clara y enormes ojos azules profundos como diamante en bruto.

—Dominic —llamó con voz delicada, él la miró—. Tengo un mal presentimiento...

—Noomi —susurró tomando su mano y apretándola al tiempo que los golpes en la compuerta se hicieron oír—, estaremos bien, ¿de acuerdo?

—¿Y los niños?

—Ellos lo estarán también —sollozó besando su frente al tiempo que la abrazaba fuerte—. Están en buenas manos...

Las compuertas volaron con el disparo de un cañón que se extendía por el brazo de uno de los cazadores. John les ordenó entrar y luego él por detrás.
Su rostro endureció al ver a Noomi, esta agrandó los ojos.

—Sigues viva.

—Para tu desgracia y la mía —desafió firme.

—¿Qué hiciste con él? ¡¿Donde está mi hijo?!

Noomi no dijo nada. Mantuvo la boca cerrada.

—No mereces llamarlo así después de lo que le hiciste —quebró—. Para él siempre serás un monstruo. Acéptalo, porque no volverás a verlo nunca más. Yo me encargué de que así fuera.

John le quitó el arma a uno de sus guardias y disparó contra ella, la mujer cayó muerta. Dominic puso el grito en el cielo, se agachó y la cargó, recostándola sobre sus piernas.

—Te hice un favor, deberías agradecerme —gruñó en voz baja—. ¿Dónde está? —amenazó quebrado y apuntándole—. Dime donde está, y los dejaré vivir a todos.

Dominic tragaba saliva y lágrimas, los soldados lo miraban fijo. La mayoría cerró sus ojos, haciendo un leve asentimiento con la cabeza.
Coleman se irguió, dejando a su difunta esposa en el suelo para ponerse frente a John.

—Nos dejarás vivir —rió, obligándolo a bajar el arma—. ¿Para qué? ¿Para ser uno más de tus Nhereos? Un soldado digno y honrado elige la muerte, antes que la humillación. Lo olvidaste muy rápido, yo no.

—¡Dime dónde está!

—No. Si morimos, seremos libres. Será libre, estará en paz consigo, crecerá tranquilo. En el paraíso tú no mandas, Hiringger —apretaba la mandíbula. Se acercó más al invasor, llegando a su oído—. Sé lo que hiciste —Hiringger desvió la mirada a sus Nhereos—, tarde o temprano, esto caerá... y ellos pedirán tu cabeza.

—¡Suficiente! —estalló dándole un golpe en el rostro, Dominic cayó de rodillas. John lo cazó de los cabellos de la nuca—. ¿Crees que están a salvo tú y tus subordinados que juraste proteger? Los mataré uno por uno... y lo verás sin poder hacer nada desde tu paraíso de mierda. ¡Tú me robaste todo lo que amaba! ¡Él era mi hijo! ¡No el tuyo!

—¿Y dónde estabas que... no lo buscaste? ¿Dónde estabas cuando... te necesitó? ¡Sólo te preocupabas por tus ideas estúpidas para ponernos de rodillas! Nunca quisiste su bienestar, para que fuera tu ratita de laboratorio.

—¡Mátenlos! —rugió soltándolo y pasando entre los Nhereos que preparaban sus armas para fusilarlos.

—¡Tú lo abandonaste, John! ¡Tú creaste este mundo! ¡Y él será quien te condene por esto antes que todos los que sobrevivan! ¡Será testigo de todo!

—¡Quiero la cabeza de todos! ¡Sin sobrevivientes!

¡Morirás siendo el monstruo que niegas!

La voz pregonera de Coleman cesó en el primer disparo e Hiringger tragó saliva, temblando de rabia e impotencia.
El Nhereo que asesinó a Vassarov llegó donde ellos, Hiringger escondió la mirada al acercarse y secó las lágrimas con el dorso de su mano tatuada. Vio con seriedad al otro.

—El general Galo Vassarov está muerto —dijo el Nhereo casi de forma robótica—. ¿Qué más puedo hacer por usted?

Los gritos espeluznantes de las víctimas resonaron en la base militar, acompañado de balazos. El tiroteo acabó a los pocos minutos de empezado. Al líder no se le movió ni un pelo al escucharlos, mucho menos sintió compasión; no era esa clase de persona, ya no. Bastante había llorado antes, no lo volvería a hacer en mucho, mucho tiempo.

Porque ahora, John Hiringger tenía el control del mundo justo entre sus manos y eso era más importante que derramar lágrimas por quienes no valían ni una mísera lástima.

—Busquen a Joanne —gruñó acomodándose mejor el sobretodo gris—. Búsquenla hasta en las alcantarillas, cualquier pozo para ella está bien. Tráiganla, y traigan a mis niños de regreso. Busquen a mi hijo...

—Así será, señor.

Siguió la figura de Hiringger marchándose por el pasillo, los demás de su grupo iban tras él. Escuchó su comunicador chistar y abrió línea en cuanto tuvo seguridad para hacerlo.

—¿Lamán? —habló bajo sin perder la seriedad.

Lemuel —dijo una voz similar—. ¿Algo para entregar?

—Está buscándola.

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la historia va a ser divertida y habrá lemon🍋😉 ⚠️perdón por mis faltas de ortografía ⚠️