Atado a ti (2022)

By Lucy_Valiente_W

40.3K 2.8K 145

Irene Muñoz era una niña cuando conoció a Lucas Castro, el hermano mayor de su mejor amiga, y se quedó impres... More

0
1
2
3
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25

4

2K 166 11
By Lucy_Valiente_W

Intenté estar con Marina y los demás, sin embargo, cada día me resultaba más difícil apartarme de Lucas. El último se lo dediqué a él de principio a fin. Y

Aquella semana la guardaría para siempre en mi corazón. Sería la prueba de que, al menos fugazmente, sí que podía ser tal y como era. Podía ser libre con alguien.

Había llegado el momento de despertar del sueño y regresar a la realidad. Lo sabía, sabía que debía hacerlo, por mi bien y también por el de Lucas. No obstante, fui incapaz de negarme cuando él me propuso que me quedara en la casa otra semana. Aunque lo intenté: le dije que tendría que bañarse conmigo en la piscina y tomar el sol.

Superada la primera vez, en la que parecía darle vergüenza que yo le viera meterse sentado en el agua, fue allí donde pasamos todas las tardes siguientes, alternando el baño con uno de los asientos del quiosco. Y pese a que en ningún momento quiso conversar sobre nada relacionado con su empresa o su difunta esposa, me reveló numerosos episodios de su infancia y juventud, que, aunque reprochables, no me decepcionaron en absoluto.

Desde muy pequeño empezó a gastar bromas pesadas a todo aquel que le contrariaba de algún modo, exceptuando a su familia (que incluía a sus amigos). Objetivos suyos habían sido especialmente los miembros del servicio, sobre todo su guardaespaldas ―al que daba esquinazo siempre que podía―, así como aquellos profesores que le resultaban aburridos o crueles.

―Eras muy travieso ―dije, sonriendo.

―Mi madre te diría que era malo. ¿Tú eras una niña buena?

―En teoría. Si mi madre supiera...

Ronroneó.

―A ver, cuéntame.

Compartí toda mi vida con él, incluso los años en los que había penado por su culpa, mientras me preguntaba si no estaba cometiendo un error terrible. Atisbaba el momento en el que se me partiría el corazón, pero separarnos me resultaba demasiado difícil. Y más aún cuando terminé de hablar y no me pareció en ningún momento que me rechazase de alguna forma.

―¿Te recuerdo a ese chico? ―replicó extrañado.

―Él me recuerda a ti, más bien.

―Yo nunca he sido mujeriego.

Me sentí demasiado complacida.

―Sois hombres fuertes y eso me gusta ―dije.

―No sé cómo puedo parecerte fuerte.

―Lo eres, lo sé.

El orgullo salpicó sus ojos. Sus manos me treparon los brazos, apretaron mis hombros, y los dos nos dimos un largo beso.

―¿Esa es tu única objeción? ―susurré.

―¿Te refieres a que robases tonterías? Todos lo hemos hecho siendo niños, es divertido.

―Pero yo no me detuve hasta hará un año, cuando me vieron por una cámara. Por suerte, bastó con comprar lo que había cogido. Aunque, en realidad, no me gustaba. Me sudaban las manos y se me ponía a mil el corazón y luego solía tirar lo robado.

―¿Por qué lo hacías, entonces?

―Pues... Mi madre se habría disgustado de haberlo sabido. Me habría castigado y eso, pero quizás se habría dado cuenta de que no soy tan buena y me dejaría un poco en paz.

―Pero no se lo contaste.

―No. Una parte de mí quiere ser esa chica buena que ella desea como hija.

―Sí, te entiendo. También me habría gustado estar a la altura de las expectativas de mi madre. Pero crecemos y cada uno es como es, y los demás deberían aceptarlo si quieren seguir a tu lado. No te escondas, Irene, porque mostrarte es la única forma de que la gente adecuada te vea.

―Mmm... Eso me suena.

―También te lo ha dicho Marina ―dedujo.

―¿Y qué hay de lo que hice con ella? ¿Eso tampoco lo desapruebas?

―¿Que la protegieras de su acosadora?

―Bueno, a veces lo pienso y... Solo éramos niñas.

―Con catorce ya no se es tan niño, y el daño que pueden hacerte es para toda la vida. No, merecía ser expulsada, que no se le permitiera seguir maltratando ni a Marina ni a nadie. Además, yo hice algo parecido. Bueno, peor.

―¿Ah, sí?

―Con mi mejor amigo de ese entonces. Uno de nuestros profesores abusaba de él y acabó con suficiente droga entre sus cosas como para ir a la cárcel.

―Pobre muchacho. ¿De dónde sacaste la droga?

―¿No había ningún camello en tu clase?

―Sí, pero ¿eso no te implicó? O podrían haberte pillado. No estamos hablando de un simple móvil.

―Irene, yo no hice nada. Solo pagué para que se hiciera. Es algo que aprendí por las malas, porque realmente prefiero encargarme de los problemas yo solo.

―¿Cómo lo aprendiste?

―¿No lo desapruebas?

―Me gustan las personas resolutivas y encargárselo a otro es la manera más inteligente de proceder, en mi opinión. Pero ¿cómo estás seguro de que no te delatarán? Y contéstame.

―Lo aprendí a los doce años, cuando mi padre se hartó de mis travesuras. Bueno, reconozco que esa vez me pasé: le dije a alguien de clase que le conseguiría una cita con una chica que le gustaba si dejaba una bolsa en uno de los asientos del autobús escolar. La bolsa tenía un reloj que sonaba como si hubiera una bomba dentro. Muchos se asustaron y la monitora incluso se desmayó. Le pillaron, claro, eso era lo que yo pretendía; la chica me había pedido ayuda porque él la estaba acosando. Fue mi palabra contra la suya y ella me apoyó, pero mi padre sabía quién era el verdadero responsable y habló con el juez. Pasé todo el verano recogiendo basura.

Torció el gesto como si estuviera oliendo algo apestoso y deduje que se había sentido muy humillado. Que alguno de sus compañeros le había visto. Que probablemente le guardaba rencor a su padre, a pesar de que este llevaba varios años muerto.

―¿Qué querías tú de la chica? ―pregunté sin muchas ganas de saberlo.

―Era mi amiga.

Sonreí.

―Así que eras un pequeño mafioso ―dije juguetonamente, acariciándole una oreja―. Una especie de padrino que cuida de los suyos.

Sus ojos negros se fijaron en mis labios. Tuve que interponer un dedo para que no me besara.

―No me has contestado del todo ―le recordé.

―Para conseguir lo que quiero de alguien, primero debo saber lo que ese alguien quiere y asegurarme de que tiene claro que me lo debe. Que me necesita de alguna forma y de que lo seguirá haciendo en un futuro. ¿Ves por dónde voy?

―Lo manipulas ―deduje―. Aunque es un beneficio mutuo.

―Es más mío. Porque si algo saliera mal, la responsabilidad sería solo suya. Darle lo que quiere no basta, también he de tener algo importante en su contra. Además, los jueces ahora me escuchan a mí.

La idea de que él estaba implicado de algún modo en el final de su padre cruzó mi mente como una estrella fugaz. Pero yo sabía que había sido por un infarto mientras tenía sexo con una de esas novias, Marina me lo había contado entre lágrimas de vergüenza, y, además, por malo que hubiera podido ser con él, su padre formaba parte de su familia.

Se me acercó de nuevo y esta vez no me opuse a su beso. Fue largo y profundo, tanto, que pensé que intimaríamos del todo allí mismo.

―¿Y qué hay del futuro? ―susurró―. ¿Siempre has querido estudiar Administración?

―Bueno, nunca he tenido claro a qué dedicarme. Me gustan muchas cosas y los estudios se me dan bien. Pero Marina me animó y... Es una carrera con bastantes posibilidades. Ya veremos. ¿Te puedo hacer la misma pregunta?

Su mano alcanzó mi cuello y sus labios, mi mejilla derecha.

―Quiero verlo también ―me dijo al oído.

Me estremecí ante tal posibilidad. Luego mi lógica me recordó que aquello era, básicamente, imposible. Y no solo con él, tampoco veía muchas posibilidades de éxito con cualquier otro hombre. Lucas no concretó, su plan continuaba siendo terminar la maqueta del barco.

Los días siguieron sucediéndose, uno tras otro, y acepté quedarme allí otra semana. Y otra más. Y lo único que cambió entre nosotros dos fue que se acercaba el comienzo de las clases.

Entonces, a falta de un par de días para las primeras presentaciones de las asignaturas, me regaló el ordenador que en algún momento le había comentado que quería tener para estudiar. Me encantó que se hubiera acordado, pero lo rechacé porque intuía que estaba agradeciendo mi compañía, y él se enfadó.

―Esto es muy caro ―insistí―. Devuélvelo.

―No voy a hacerlo. Si no lo quieres, tíralo a la basura.

Me puse delante de él para impedir que saliera del comedor.

―No es necesario que me hagas regalos ―dije muy seria―. Y menos algo así.

―Hago lo que quiero con mi dinero. ¿Qué demonios tiene de malo?

Contestarle supondría reconocerle, y reconocerme, que me había enamorado de él como una idiota. Así que me senté en su regazo, besé sus labios y le di las gracias, mientras en mi interior sabía que solo estaba retrasando, una vez más, lo inevitable.

Esa misma noche, durante la cena, me preguntó de repente qué pensaba hacer.

―¿A qué te refieres exactamente? ―repuse sin corresponderle la mirada.

―Sabes a qué me refiero.

Negué con la cabeza mientras sentía acelerarse mi corazón.

―Irene.

―¿Qué?

Con los ojos clavados en mí, dejó sus cubiertos en el plato y se reclinó en la silla. Necesité suspirar.

―¿No crees que esto está un poco lejos? ―pregunté.

―No tanto. Alguien te llevará en coche a la estación de metro de Blas Infante. Lo haría hasta la misma puerta de la facultad, pero hay demasiado tráfico a esas horas.

―¿Hablas en serio?

―¿He hecho alguna broma en todo este tiempo?

Suspiré de nuevo. Aunque aquello era lo que yo deseaba, ¿qué sentido tenía? ¿Qué éramos? Si seguíamos viviendo juntos, ¿eso significaba que estábamos juntos?

―¿Y bien? ―insistió.

―Creo que antes de contestar necesito aclarar esto.

―¿El qué?

Nos señalé a ambos, pero él se mostró confuso y tuve que decirlo en voz alta:

―¿Qué somos?

―¿Qué quieres ser?

―¿Qué quieres tú?

―Irene, lo que tú quieras. Solo dime que te quedarás aquí.

Aquello no me convenció: parecía como si se estuviera agarrando a un salvavidas. Me gustaba la idea de poder ayudarle de cualquier modo, me gustaba mucho más de lo debido, pero eso no era lo único que quería hacer con él.

―Ha sido mi mejor verano ―dije, todavía esquivando sus ojos―. Y te lo agradezco. Pero creo que ha llegado el momento de que cada uno siga con su vida. Es lo mejor, Lucas.

Él dio un golpe en la mesa con una mano. Los platos y cubiertos rebotaron conmigo y el agua de nuestros vasos tembló.

―¿Lo mejor? Podrías ser sincera por una vez.

―He sido sincera en todo momento ―me defendí.

―Mentira. Pero la culpa es mía, por ignorar lo que sabía desde un principio.

―¿El qué? ¿De qué hablas?

―Me tenías pendiente.

―¿Qué? No, eso...

―Y ya te has hartado. Has visto que no es suficiente. No importa lo que...

La frustración se apoderó de su gesto y se dispuso a marcharse del comedor, pero me levanté para impedírselo. Él, entonces, agarró mis brazos y los apretó con una fuerza que no pretendía dañar, sino expresar lo que a él le costaba decir.

―Nada de eso es cierto ―aseguré.

―¿Y por qué quieres irte?

―No quiero irme, Lucas.

―¿Ah, no?

Negué con la cabeza, rozando su nariz con la mía. Él deslizó su mano derecha hasta mi cuello y unió nuestros labios.

―Pues quédate ―susurró.

―¿Por qué?

―¿Por qué?

―Necesito saber la razón. ¿Quieres que esté contigo? ¿Por qué?

Buscó besarme de nuevo, pero aparté la cara y le miré a los ojos.

―¿Por qué? ―insistí.

―Porque te necesito.

Sentí cómo algo se resquebrajaba en mi pecho y las lágrimas se me saltaron.

―Por eso tenemos que dejarlo, Lucas.

Me impidió alejarme e incluso me acercó más a él, sentándome en su regazo y rodeándome con sus brazos. Deseé con fuerza poder dejarle que me mantuviera allí para siempre.

―Irene, por favor.

―No soy una medicina, Lucas. Soy una persona. No puedo solucionar tus problemas.

―No quiero que soluciones nada. Solo que sigas haciendo que todo no me parezca una mierda. Porque lo es, Irene, pero estar contigo hace que se me olvide. Por favor, mi pequeña. Te daré todo lo que quieras. Lo que quieras. Solo pídemelo. Pídemelo y será tuyo. Lo único que quiero a cambio es que sigas siendo como eres. Por favor.

Besó todo mi rostro y luego me abrazó, apretándome contra sí como si lo último que haría en la vida fuese dejar que me moviese un solo centímetro. Ojalá.

―¿Estás seguro?

―Sí ―contestó enseguida.

―¿Lo que quiera?

―Sí.

―Pues quiero que veas a un psicólogo. No te pediré que hables de nada, no quieres hacerlo y yo no sabría cómo ayudarte, pero un profesional sí que podría.

―Irene, ya he ido a todo tipo de médicos. Nadie me va a convencer de que aprecie la suerte que tengo porque sigo vivo, conservo los brazos o no me duele la espalda.

―Pero podría hacerte ver que tienes mucho más que ofrecer que tu dinero.

―¿Ah, sí? ¿Qué más?

―Dos manos y una boca, por ejemplo.

Noté el aire de una sonrisa en el cuello y cómo él me apretaba más.

―Y también podría decirte que no tienes por qué conformarte ―añadí.

―¿Conformarme?

―Si lo permitieras, cualquier mujer estaría encantada de...

―No digas tonterías ―me cortó.

―No es una tontería.

―Lo es. Una tontería doble. La única que se conforma aquí eres tú.

―No.

―Sí.

Suspiré. Solo había una forma de intentar sacarle de aquel horrible error.

―Te quiero, Lucas. No me conformo ni nada parecido. Si te digo que dejemos de vernos, es porque creo que es lo mejor para los dos: tú podrías rehacer tu vida y yo, intentar superarte de una vez. Si seguimos...

Me calló con su boca. Y no me dejó apartarme en un buen rato, pero yo tampoco lo intenté.

―Quédate y seremos lo que tú quieras, Irene, el tiempo que quieras que lo seamos. No hay ninguna razón para separarnos, mi pequeña. No la hay.

Deseaba tanto aceptar que enterré el rostro en su pecho. Si decía algo, debía ser para insistir; debía protegerme y debía dejar de alimentar una relación que él únicamente quería mantener porque se sentía solo. No hay otra razón, no me mentiré a mí misma.

―Si no fueras tan joven, te propondría que te casases conmigo ―agregó―. Hasta podemos formar una familia propia algún día. Solo necesitamos un poco de ayuda. ¿Ves? No estoy tan mal si me haces decir estas cosas.

Sentí que se me agarrotaba la garganta.

―Eso solo me da la razón, mi amor.

―¿Por qué?

―¿No ves que estás desesperado? Y que eso me hace daño.

Intenté apartarme. Él me lo impidió y besó mis mejillas, enjugándolas con sus labios.

―Si quieres que te crea, tendrás que hacerlo tú conmigo ―dijo―. Aunque fuera cierto que otra mujer quisiera estar de verdad conmigo, no me interesa en absoluto. Nunca se me ha dado muy bien expresar mis sentimientos, así que es normal que no me hayas entendido, pero a estas alturas deberías saber que yo siempre hablo en serio, Irene. Y claro que estoy desesperado, si me estás diciendo que quieres dejarme.

―Lucas, yo no he dicho eso.

―Entonces no hay más que hablar.

Me besó en la frente y volvió a pedirme que siguiera viviendo allí con él. Las pocas resistencias que me quedaban no lograron impedir que acabase aceptando. Algo me decía que no tardaría en arrepentirme, pero lo ignoré como llevaba haciendo desde el principio, porque marcharme estaba lejos de lo que quería en realidad.

Continue Reading

You'll Also Like

52K 4.2K 58
La chica nueva. Ciudad nueva. Colegio nuevo. Personas nuevas. Amigos nuevos. Un amor y una traición. Siempre es difícil ser la chica nueva, mucho má...
61.1K 4.5K 31
_____, es una jóven que aspira ser fuerte y diferente al resto, ella busca más de Mitsuya, quién conoció en su pre adolescencia. Le es fiel al manga...
1.5M 110K 83
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
12.2K 698 36
Lana Prescott es una decoradora de interiores recién graduada. Ama el arte, es dulce y tierna aun cuando lo único que tiene en su vida es a Scott Ari...