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By comfortingsounds

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Allison y Harry, cuya amistad fue destruida años atrás, volverán a unirse para intentar resolver un misterios... More

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Nota de la autora

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By comfortingsounds

La nieve cruje bajo mis pies cuando los hundo en ella, dejando una sucia huella en la fría superficie. Observo con detenimiento mi alrededor. Los tejados de las casas están cubiertos por un manto blanco inmaculado, las ramas de los árboles desnudos parecen realizar un gran esfuerzo por soportar el peso de la nieve, y los pequeños copos, que caen del cielo con movimientos irregulares, chocan contra mis mejillas, enfriándolas.

—Vaya, sí que ha nevado.

Miro a Tyler, que llega hasta mí cargado con su mochila azul, y asiento lentamente. Se coloca su gorro de lana y me observa, expectante.

—¿Te importa que entremos ya en el coche? —pregunta, impaciente—. Estoy congelándome aquí fuera.

Parpadeo varias veces, volviendo a la realidad, y pulso el botón del mando para quitar el seguro. Nos apresuramos a refugiarnos en el interior del Jeep, y no es hasta entonces cuando me doy cuenta de lo entumecidas que tengo las manos y la cara. Tras soltar un estornudo, arranco el motor, pongo la calefacción y nos ponemos en marcha.

El aparcamiento del instituto es un auténtico caos. Un gran número de estudiantes se encuentran entre los coches, lanzándose bolas de nieve entre ellos y utilizando los vehículos como escudo. Me veo obligada a reducir la velocidad y a avanzar con cuidado, mientras escucho un enredo de voces y risas a través del cristal. Es en ese momento cuando una de las bolas impacta contra la luna delantera del Jeep, convirtiendo mi campo de visión en una diseminación de nieve blanca. Freno de golpe.

—¡Gol! —ríe Tyler.

—¡Joder! —exclamo. Enciendo los parabrisas, que intentan apartar el estropicio sin éxito, así que vuelvo a apagarlos. Suelto un gruñido y abro la puerta, saliendo al exterior. Sacudo la nieve de los parabrisas con ambas manos, mientras siento cómo el frío me quema la piel.

—¡Ally!

Erick se acerca corriendo, con la nariz colorada y los labios agrietados.

—Lo siento, ha sido culpa mía —se disculpa con voz entrecortada y mirándome con un atisbo de culpa.

—No importa —respondo secamente. Termino de apartar de nieve y me sacudo las manos, en las cuales he perdido completamente la sensibilidad.

—Estás enfadada —asiente Erick.

—No lo estoy.

—Sí que lo estás.

Me giro hacia él y me cruzo de brazos.

—Lo terminaré estando si sigues insistiendo —digo, antes de darme la vuelta y entrar en el coche de nuevo.

Aprende a ser grosero con Allison Cooper. —Tyler suelta una risa, sacudiendo la cabeza.

—Idiota —murmuro, mientras arranco el motor de nuevo.

Durante las tres primeras horas de clase, Harry no parece dar señales de vida. La última vez que supe de él fue hace dos días, cuando me dejó en casa tras haber vuelto de la comisaría. Estoy segura de que su ausencia está relacionada con la muerte de Logan.

Aún sigo sin saber cómo tomarme sus palabras acerca de encontrar al culpable por su cuenta, y mucho menos, cómo afrontar el hecho de que le dije que le ayudaría en ello. En aquel momento no podía negárselo, pero ahora, tras haber tenido suficiente tiempo para pensar, no puedo dejar de verlo como una auténtica locura. Ambos tenemos diecisiete años; no podemos meternos en este asunto. Y por mucho que crea que Logan se merece que encuentren a su asesino, no estoy dispuesta a arriesgar mi vida por ello. No le debo nada.

Cuando suena el timbre, recojo rápidamente mis cosas y salgo al pasillo. Tras dejar los libros en mi taquilla, sigo al tumulto de gente que se dirige a la cafetería. Encuentro a Paige en el mismo sitio de siempre, ocupada desenvolviendo su habitual sándwich vegetal.

—Hola —me saluda, sonriendo ampliamente.

—Hola —respondo. Observo a mi alrededor—. ¿Has visto a Harry por aquí?

—La verdad es que no. ¿Ocurre algo?

Niego con la cabeza.

—Nada importante.

—¿Estás segura?

—Sí, ¿por qué lo dices? —pregunto, frunciendo el ceño. Paige se encoge de hombros.

—Pasáis mucho rato juntos, teniendo en cuenta que hasta hace nada le odiabas.

Resoplo, volviendo a sacudir la cabeza. Le quito el tapón a mi bote de zumo de naranja y le doy un sorbo. No obstante, aunque intento hacerle ver con mi comportamiento que no quiero seguir hablando del tema, Paige me continúa observando intensamente, con unos ojos llenos de curiosidad.

—¿No vas a contarme nada? —pregunta, esta vez algo molesta.

Suelto un suspiro.

—Paige —digo—, es complicado, ¿vale?

—Somos mejores amigas. ¡Se supone que nos lo contamos todo!

Aprieto la mandíbula de forma involuntaria. ¿Por qué debería ser sincera con ella cuando estoy completamente segura de que esconde algo que no quiere que yo sepa?

Suelto un suspiro.

—No quiero meterte en líos —respondo.

—Por favor —insiste, y comienza a hacer pucheros.

Pongo los ojos en blancos.

—Está bien.

Cojo aire y miro a mi alrededor. Después, me inclino hacia mi amiga, a sabiendas de que no tardaré en arrepentirme de haberle contado lo que está a punto de salir de mi boca.

 —Harry quiere investigar la muerte de Logan por su cuenta, y me ha pedido que le ayude.

—¿Qué? —exclama Paige, provocando que algunas miradas se vuelvan hacia nosotras.

—¡No grites! —le susurro entre dientes—. La policía ha cerrado el caso, y Harry no está dispuesto a que las cosas queden así.

—Dime que no has aceptado a ayudarle.

La miro, guardando silencio. Paige abre mucho los ojos y sacude la cabeza, apoyándose en el respaldo de su silla.

—Estás loca —murmura.

—¿Qué quieres? —digo, intentando defenderme—. No podía decirle que no. Estaba destrozado, Paige. Si le hubieses visto...

—Vale, vale —me interrumpe. Se vuelve a inclinar hacia mí—. ¿Y cuál es vuestro plan?

—Pues...

—Déjame adivinar. No tenéis ninguno.

—Se nos ocurrirá algo —afirmo, pero por la expresión de mi amiga, sé que no ha sonado convincente.

—Hola, chicas.

La conversación se ve interrumpida por Erick, que ha aparecido mágicamente a nuestro lado sin darnos cuenta. Lleva la capucha de su sudadera roja colocada sobre su pelo castaño, ligeramente húmedo debido, posiblemente, a otra batalla de bolas de nieve reciente.

—¿Puedo sentarme? —pregunta.

Le lanzo una mirada a Paige, que se encoge de hombros casi imperceptiblemente.

—Sí, claro —respondo. Erick sonríe y ocupa la silla libre que está a mi derecha.

—Te he traído esto —dice, poniendo sobre la mesa una bolsa de cartón. Le lanzo una mirada llena de suspicacia mientras abro el paquete, en cuyo interior encuentro un donut con glaseado rosa que parece reunir todas las calorías existentes en el mundo.

—Vaya, gracias.

Escucho a Paige intentando contener la risa. Le doy un golpe con la rodilla bajo la mesa para hacerle callar.

—Tómatelo como una disculpa por haberte llenado el coche de nieve —sonríe—. Aunque quizás no sea suficiente.

—Está bien, Erick. No estoy enfadada.

—Aún así, ¿qué tal si vamos mañana por la tarde a algún lado?

—Yo... —empiezo a decir, pero la alta figura de Harry entrando por la puerta de la cafetería me impide seguir hablando.

Avanza con paso decidido hacia nuestra mesa, envuelto en su habitual gabardina negra. Por su expresión seria sé que tiene algo importante que contarme, y aunque sé que es difícil encontrar puntos positivos en todo este tema sobre la muerte de Logan, solo espero que traiga buenas noticias.

—¿Ally? —Erick me observa con el ceño fruncido, y me doy cuenta de que aún no le he dado una respuesta a su pregunta.

—Me encantaría, Erick, pero...

De nuevo, me veo interrumpida por la llegada de Harry, que agarra a Erick por la capucha y lo levanta de la silla.

—Aparta —le ordena impasible, ocupando su lugar. Erick tropieza y cae al suelo, aunque se levanta rápidamente.

—¡Tío! —exclama, con el rostro colorado por la rabia y la vergüenza. Harry lo ignora. Le lanzo una mirada de disculpa, pero él sacude la cabeza con indignación y se aleja.

—Eres la hostia —murmuro enfada, cruzándome de brazos.

—Oh, venga ya. Como si no te hubiese hecho un favor —se burla Harry—. Tendrías que haber visto la cara de aburrimiento que tenías.

Pongo los ojos en blanco y me obligo a mantener la calma.

—¿Qué ocurre?

—Esto... —Le lanza una mirada reticente a Paige.

—Puedes contarlo delante de ella. Le he puesto al tanto de todo.

Mi amiga frunce los labios en una sonrisa y agita la mano como saludo.

—¿Por qué las chicas tenéis que contároslo todo? —refunfuña Harry.

—Tranquilo, no dirá nada —le aseguro—. Y bien, ¿has descubierto algo durante tu desaparición?

—Nada de nada —admite, desanimado—. Ayer vine por la tarde al instituto y estuve rebuscando en la taquilla de Logan, y lo único interesante que encontré fue la clave de su correo electrónico apuntada en un envoltorio de chicle.

—¿Y? ¿Has entrado?

Harry asiente.

—Solo había correos sobre facturas de la luz y el agua sin pagar. Llamé a las empresas por si me podían facilitar la dirección de la casa de Logan, pero todas se negaron. Maldita ley de protección de datos —gruñe.

—Espera, ¿no sabes dónde vivía Logan? —pregunto, sorprendida.

Él niega con la cabeza.

—Ya te dije que siempre había sido muy reservado respecto a su vida privada —explica—. Incluso aunque fuésemos sus mejores amigos, no quería que supiésemos nada acerca de él.

—¿Y nunca os preguntasteis por qué? —interviene Paige.

—Alguna vez, pero era Logan. No era un santo precisamente, así que supusimos que se debía a que estaba metido en asuntos de los que era mejor no estar al tanto.

—Aun así, me sigue pareciendo extraño —murmuro, pensativa.

—Lo sé. —Harry suelta un largo suspiro y se pasa una mano por el pelo, apesadumbrado—. Ni siquiera sé por dónde empezar a buscar, ¿cómo voy a averiguar quién lo mató? Si alguien supiera algo, algún pequeño detalle...

Trago saliva, inquieta. Miro a mi alrededor, intentando que Harry no se percarte del nerviosismo que esconden mis ojos. Sé que debería saber lo que vi en los vestuarios, pero no puedo contárselo. Simplemente no puedo.

—Será mejor que me vaya —dice, poniéndose en pie—. Nos vemos en clase de Física.

—Sí, vale.

Lo observo desaparecer a lo lejos, ignorando los comentarios de sus amigos al pasar por su lado. Respiro con fuerza y dejo caer la espalda sobre el respaldo, repentinamente agotada.

 —Qué es lo que sabes y no le has contado —dice Paige.

La miro con los ojos muy abiertos, incapaz de disimular mi asombro.

—No sé de qué hablas —respondo, intentando sonar sincera.

—Lo sabes —atestigua—. Has hecho lo que sueles hacer cuando ocultas algo.

—¿El qué?

—Mirar a todos lados excepto a la persona con la que estás hablando.

Sacudo la cabeza.

—Eso es absurdo —río con nerviosismo, observando al grupo de chicas sentado a nuestro lado.

—¡Otra vez lo estás haciendo! —exclama, apuntándome con una uña roja descascarillada.

Hundo el rostro en una de mis manos, sofocada. Mierda, mierda, mierda. Es lo único que puedo pensar en este momento.

—De acuerdo —suspiro, mientras me regaño por ser tan manejable. Paige arrima su silla a la mía—. El día del partido, justo la noche en la que murió Logan, vi a Douglas peleándose con él en los vestuarios. Lo tenía aprisionado contra la pared y le gritaba que le había destrozado la vida. Parecía fuera de sí.

Paige me mira con el rostro pálido.

—¿Insinúas que...?

—No lo sé —respondo, desesperada—. No lo sé.

—Tienes que contárselo a Harry —declara, segura de sus palabras.

—No —respondo inmediatamente—. No puedo. No me creería. Es su mejor amigo, jamás lo aceptaría.

—¿Y si fue él, Allison?

—¿Y si simplemente fue una pelea sin importancia? Estaría culpando a Douglas de matar a su amigo. Ni siquiera debería haber visto aquello, Paige. Esto no me pertenece a mí.

Ella sacude la cabeza, claramente molesta.

—Haz lo que quieras —dice, mientras recoge sus cosas y se levanta.

Maldita sea, pienso, poniéndome en pie también y siguiéndola hacia la puerta de la cafetería.

A la hora de la salida, descubro que ha comenzado a nevar con más fuerza que esta mañana. Me quedo varios minutos parada a pocos metros de la puerta, quizás porque la idea de abandonar el calor del instituto y precipitarme al frío de la nieve me resulta poco atractiva. Finalmente, tras haber presenciado la salida de la mayoría de estudiantes, suelto un suspiro, me cierro el abrigo hasta el cuello y salgo al exterior.

Al principio, consigo avanzar una distancia considerable andando a un ritmo normal. No obstante, el frío no tarda en hacerse insoportable, así que comienzo a correr hacia el aparcamiento, intentando no resbalarme con el asfalto mojado y cubierto de nieve.

—¡Allison, espera!

Me detengo, no sin dar un pequeño traspiés, y me giro hacia la voz. Justo en ese momento, una bola de nieve impacta contra mi rostro, llenándome los ojos, la nariz y la boca. Ahogo un grito y me apresuro a limpiarme la cara, sintiendo cómo, irónicamente, la frialdad me quema la piel.

Cuando mis ojos se ven limpios —o casi limpios— de nieve, logro divisar a Harry a pocos metros, desternillándose de risa. Siento cómo el calor me inunda las mejillas y avanzo hacia él con grandes zancadas, furiosa.

—¡Eres un imbécil! —grito, intentando golpearle. Él me agarra las manos, aunque eso no me detiene de seguir luchando—. ¡Mira cómo me has puesto! ¡Te odio!

—¡Para, para! —ríe, y me detengo, agotada—. Era una broma.

—Pues no le veo la gracia —gruño, sacudiéndome la nieve del pelo.

—No te limpies, estás guapa así. Quizás empiece a llamarte miss Groenlandia.

—Serás...

—Vale, ya lo dejo. En realidad, iba a decirte si querrías venir esta tarde a mi casa a continuar con el trabajo de Biología. No estarán mis padres, así que estaremos más cómodos —me explica, apartando restos de nieve de mi mejilla con uno de sus fríos dedos—. Además, no nos queda mucho para la fecha de entrega, así que deberíamos acabarlo ya.

—Sí, tienes razón —respondo, aún algo molesta.

—A las cinco, ¿te parece bien?

Asiento. Harry sonríe ampliamente.

—Genial. Nos vemos después entonces, miss Groenlandia —añade, guiñándome un ojo.

No puedo evitar soltar una risa, que suena más bien como un bufido. Sacudo la cabeza y retomo mi camino, aún con una ligera sonrisa formada en mis labios.

Por la tarde, tras terminar de estudiar, me doy una ducha, me visto y preparo las cosas para ir a casa de Harry. Mi madre parece no tener inconvenientes en que pase varias horas en casa de un chico a solas, pero teniendo en cuenta que está desesperada por que recuperemos nuestra amistad, no me sorprende que le parezca una magnífica idea.

Miro el reloj: solo quedan treinta segundos para que sean las cinco en punto. Salgo al exterior, donde sigue nevando con fuerza, y cruzo la calle. Llamo a la puerta un par de veces y espero. Apenan trascurren cinco segundos cuando la puerta se abre y Harry aparece al otro lado, con un bonito jersey blanco.

—Asquerosamente puntual —sonríe. Sonrío—. Pasa.

Entro en el interior de la casa. Me invade una extraña sensación de nostalgia que no sé cómo interpretar.

—Hace siete años que no piso este lugar —digo, observando mi alrededor. Todo sigue igual que antes, excepto algunos muebles nuevos y otros que han debido cambiar de lugar.

—Puedes venir cuando quieras —sugiere, lanzándome una mirada seductora. Pongo los ojos en blanco y él suelta una risa.

Subimos las escaleras hasta llegar a la planta de arriba. Harry se dirige hacia la primera puerta a la izquierda, la abre y entra.

—Mi habitación —dice, abarcando el dormitorio con ambos brazos.

Examino la estancia detenidamente. La distribución es la misma que años atrás, excepto la cama, que ahora está situada junto a la ventana. En la pared izquierda hay una estantería atestada de libros, y en la derecha, un escritorio con un portátil, una botella de agua y varios cuadernos. Está más ordenada de lo que pensaba que estaría, e incluso resulta acogedora.

Mientras Harry saca los materiales del trabajo, me acerco a la pared del escritorio, en la cual hay colgado un mapa del mundo. Hay varias chinchetas clavadas sobre cinco zonas de Estados Unidos: Nueva Jersey, Pensilvania, Virginia, Washington D.C y Nueva York. La única que está fuera de América es una chincheta azul clavada en París.

—¿Has estado en París? —pregunto, sorprendida.

—Cuando tenía once años —asiente—. Fui a Disneyland.

—¿Disneyland? —reitero, riendo.

—¿Qué? —dice, molesto.

—Oh, nada. Solo me sorprende que a un niño con tu personalidad le interesase ir a semejante sitio.

Se encoge de hombros, dejándose caer en la cama junto al resto de materiales.

—Fue divertido.

Me aparto del mapa y me siento en la silla del escritorio, observando a Harry quitar las gomillas que sujetan las cartulinas.

—Puedes sentarte en la cama si quieres —dice.

—Prefiero esta silla. No confío en cuántas chicas han pasado por ahí y en qué circunstancias.

—¿Y quién te dice que no prefiero las sillas antes que las camas?

Me levanto de un salto, asqueada. Harry suelta una carcajada y sacude la cabeza.

—Era broma, Allison. Puedes volver a sentarte.

Le lanzo una mirada de desconfianza a la silla y vuelvo a sentarme en ella, aunque ya no me resulta tan cómoda y segura como antes.

Nos pasamos la siguiente hora dibujando y escribiendo la información de la que disponemos en la cartulina. Ninguno de los dos poseemos grandes dotes artísticos, pero conseguimos que los dibujos queden relativamente aceptables. Mientras Harry se encarga de imprimir algunas imágenes en el despacho de su padre, voy coloreando las letras, que rezan Microbiología e Inmunología.

—He imprimido cuatro fotos —comenta, entrando en la habitación con varios folios en las mano—. Son las únicas que me han convencido lo suficiente.

Cierra la puerta, que hasta entonces ha permanecido abierta. Descubro entonces la funda de una guitarra en la pared y levanto las cejas en señal de asombro.

—¿Tocas la guitarra? —pregunto.

Harry se gira hacia ella, y la observa durante un par de segundos antes de asentir.

—Un poco, sí —afirma—. Era de... era de Logan.

Se hace un silencio sepulcral en la habitación. Entonces, Harry tira los papeles al suelo, le da una patada a uno de sus zapatos, que choca contra la estantería, y se lleva las manos a la cabeza.

—No puedo —murmura—. No puedo intentar recuperar mi vida y fingir que esto no me importa. Necesito encontrar al maldito culpable. Necesito una pista. Necesito...

—Harry —le interrumpo, con un nudo en la garganta—. Yo sé algo.

Ya está. Lo he dicho. Ya no hay vuelta atrás.

Me mira. Veo el pánico en sus ojos, casi tangible. Sus labios tiemblan, intentando decir algo, pero ningún sonido sale de sus cuerdas vocales.

—¿Qué? —es lo único que logra vocalizar.

—Harry... —empiezo a decir. Intento encontrar las palabras exactas para contarle los hechos, pero los nervios hacen que todas me parezcan absurdas y carentes de sentido—. La noche en la que murió Logan, en el partido, pasé por los vestuarios y vi a Logan y Douglas peleándose. Douglas no dejaba de gritarle y...

—Allison, espero que tu intención no sea culpar a Douglas de la muerte de Logan —dice, más calmado de lo que pensaba. Por su expresión, sé que lo último que es capaz de pensar es lo que todo el mundo pensaría en su lugar.

—No quiero culpar a nadie, Harry —le explico—. Pero, ¿no necesitabas una pista? Esto puede ser una.

—¡Douglas no mató a Logan, Allison! —exclama—. ¿Cómo se te ha podido pasar por la cabeza siquiera?

—Escúchame, ¿vale? Le oí gritar que le había destrozado la vida. ¿Y si eso hubiese sido razón para que Douglas...?

—¡No! —vuelve a gritar—. Es absurdo. No tiene sentido, no...

—En el partido no sabías dónde estaba, ¿no es cierto? —le recuerdo—. ¿Lo encontraste después?

—No.

—¿Fue a la fiesta?

Cierra los ojos.

—No... —murmura, sentándose de nuevo en la cama. Hunde el rostro entre las manos y niega repetidas veces con la cabeza—. Maldita sea, esto no puede estar pasando.

—Harry, quizás esté equivocada y Douglas no sea quién lo mató. Pero necesitabas empezar por algún lado, y esta es tu oportunidad. Habla con él. Si tan bien dices conocerle, sabrás reconocer si te está mintiendo o no.

—¿Y si no es él? No volverá a mirarme a la cara.

—Solo lo sabrás si le preguntas. 

 Asiente lentamente, con los ojos ligeramente húmedos. Entonces, se incorpora rápidamente, abre su mochila y rebusca en ella hasta encontrar su móvil. Marca un número con dedos temblorosos y se lleva el teléfono a la oreja.

—¿Douglas? Sí, soy yo. Escucha, necesito que vengas a mi casa. —Me lanza una mirada llena de cautela antes de apretar la mandíbula y coger aire—. Tengo que hablar contigo.

Nota: Creo que no hay palabras suficientes para expresar cuánto lo siento por haber tardado tantísimo tiempo en subir capítulo. Sé que tenéis que estar hartas de esperar, y que habré perdido muchas lectoras, pero os aseguro que no he tenido nada de tiempo hasta ahora para escribir. He tenido en total veinticinco exámenes (contados), y el tiempo lo he empleado en estudiar y amargarme. No sabéis cuántas ganas tenías de seguir con la historia y lo mucho que la echaba de menos. Pero bueno, aquí estoy de nuevo dispuesta a volver a coger el ritmo. Sé que este capítulo no es muy largo, pero quería subir lo antes posible para no haceros esperar más. Aún así, espero que os haya gustado y que dejéis vuestros votos y comentarios, yayyyy.

De nuevo, lo siento por la espera y muchísimas gracias a las que habéis sido pacientes. ¡Os quiero!

-M.

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