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Caminamos por los alrededores en silencio, con el frío filtrándose por nuestros abrigos y bufandas. Apenas hay gente en la calle; todos parecen haber abandonado la ciudad a su suerte.

Decidimos resguardarnos en una pequeña cafetería cerca del centro comercial para recuperar un poco el calor. Nos sentamos en la primera mesa libre que encontramos y esperamos a que el camarero nos sirva dos tazas de chocolate caliente. Enseguida nos vemos invadidos por una extraña tranquilidad, en ocasiones interrumpida por el silbido de la máquina de café y el murmullo de los únicos clientes que se encuentran en el local a parte de nosotros, un matrimonio de jubilados que parece discutir sobre algo carente de importancia. A lo lejos, el sonido impaciente de una ambulancia termina desvaneciéndose.

Bebo varios sorbos de mi taza, ignorando la temperatura casi abrasadora del chocolate. Harry, sin embargo, decide no tocar la suya. Desde que hemos llegado, no ha dejado de observar el papel que sostiene entre sus dedos y que contiene la dirección de los padres de Logan. Aun así, por la ausencia que denota su mirada, sé que no es eso lo que realmente le preocupa. Vuelvo a dejar la taza sobre la mesa y lo miro de soslayo.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunto, jugueteando con un sobre de azúcar. Harry tarda en contestar. Tanto, que comienzo a dudar de si ha oído mi pregunta. Entonces, cuando estoy a punto de volver a hablar, dobla el papel y lo guarda en el bolsillo de su abrigo. Tras ello, agarra la taza por el asa y examina el líquido oscuro que esta contiene durante unos instantes.

—Ir a casa, supongo —dice, antes de beber del recipiente.

Yo asiento, algo desconcertada. Harry apura el resto de la taza y, acto seguido, pide la cuenta al camarero. Aunque hago ademán de sacar mi cartera, él se adelanta y paga con un billete de cinco dólares. No por cuestiones de galantería, sino, simplemente, porque quiere marcharse de aquí lo antes posible.

Sin esperar el cambio, se levanta de su asiento y se dirige hacia la entrada. Coloca una mano en la puerta de cristal y la mantiene ahí mientras me observa acercarme hasta él. Murmuro un tímido adiós que nadie en la cafetería parece oír y, tras ello, salimos al exterior.

Me dedico a observar las nubes mientas caminamos de vuelta al coche. El viento que sopla con fuerza hace que pasen de largo por encima de la ciudad con gran rapidez, impidiendo que los últimos rayos de sol resulten visibles. A mi lado, Harry camina en silencio.

Apenas he conseguido mirarlo a los ojos en todo el día. Quizás una vez, no más. Es como si él también evitara cruzarse con mi mirada. Es extraño, porque he dejado de sentir la tranquilidad que antes me otorgaba su compañía. Ahora parece que solo somos capaces de encontrarnos incómodos el uno con el otro, como si hubiésemos vuelto atrás en el tiempo y fuésemos de nuevo aquel Harry y aquella Allison que casi no podían compartir el mismo oxígeno. Aunque, esta vez, sea por un motivo completamente diferente.

Giramos la esquina que da a la avenida principal, donde, varios metros más allá, distingo el capó negro de mi Jeep. Aminoro el paso, mientras busco en los bolsillos de mi chaqueta las llaves del vehículo. Harry también se detiene. Alzo la mirada y lo observo examinar la pantalla de su móvil con el ceño fruncido.

—¿Qué sucede?

—Es la detective McCarthy —responde, confuso. El corazón me da un salto. Harry parece tragar saliva antes de descolgar y llevarse el teléfono a la oreja—. ¿Dígame?... Sí, soy yo... No, estoy en Inner Harbor. ¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?

Espera la respuesta sin realizar ni un solo movimiento. Yo ni siquiera parpadeo. McCarthy nunca se ha puesto en contacto con nosotros, al menos no personalmente, y si esta vez lo ha hecho, es porque algo importante ha debido de suceder.

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