Opuestos Positivos

By teguisedcg

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Etham y Agatha son dos desconocidos que, sin saberlo, comparten un pasado en común. *** Porque, a pesar de e... More

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By teguisedcg




AGATHA

-3-

Arrogante. Idiota. Capullo. Egocéntrico. Ególatra. Gilipollas. Media neurona. Pretencioso. Prepotente.

Demasiados adjetivos, pero aun así todavía ni me he acercado a una definición correcta sobre él. No sé en qué momento me pareció buena idea. Pero me arrepiento. Lo único bueno que he sacado de tener que estar al lado de aquel individuo durante estos días, —que estaba todo el tiempo siendo babeado por las chicas de clase— ha sido conocer a Serena.

Ella y yo estamos andando por uno de los tantos pasillos de la universidad, mientras nos seguimos riendo por la ocurrencia que tuvo antes en clase.

— El baja bragas Sander. Infalible. Disponible para toda chica que se preste —comienza a decir Serena imitando la voz de un comerciante de teletienda. No puedo aguantar la risa por mucho tiempo cerca de ella.

—No hagas más eso en clase, que me cuesta mucho concentrarme —le pido, intentando calmar la risa que no deja de escaparse de mis labios.

Serena me ofrece una sonrisa ladeada mientras se recoge su pelo verde en una alta coleta. El color de pelo es de un tono turquesa que conjunta a la perfección con el color de iris que tiene.

—Acostúmbrate si vas a seguir sentándote conmigo, y él va a estar a tu lado — advierte divertida.

Señala con la cabeza al chico que me ha incordiado toda la hora que ha durado la clase. Ahora se encuentra montándose en su Mercedes 4x4, con su cotidiana actitud altiva. Ugh. La gente de esa clase siempre tiene la misma actitud. Como si fuesen los reyes de algo. A veces —la mayoría—, son mucho más mierdas que los simples mortales como yo. Espero que con lo poco simpática que había sido con él no quisiese sentarse más conmigo.

—¿Vas a ir a su fiesta? —pregunta Serena.

Aparto la vista de su coche. La miro confundida por su pregunta.

«¿Eh? ¿fiesta?» 

—Etham ha organizado una fiesta, ¿vas a ir? —aclara, aunque yo sigo igual de perdida que antes.

«Si no me ha invitado, ¿cómo iba a ir?»

—No estoy invitada —contesto.

Ella me mira sorprendida. Luego, rompe a reír. Al ver que yo sigo igual de pasmada que antes es cuando cae en la cuenta de que estaba hablando en serio. Deja de reírse y se acerca a mí.

—Tengo muchas que enseñarte, Agatha.

Rodea mi brazo con el suyo, volviendo a andar en dirección a la cafetería. Observo a Serena por el rabillo del ojo. Ni se molesta en disimular que la situación le divierte. Aunque tiene los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Si dijese que no temo lo que está tramando, estaría mintiendo.

* * *

Es viernes por la noche. Me encuentro, una vez más, en una situación de nerviosismo extrema. Sé que Jairo está a punto de llegar. Sin embargo, todavía no tengo todas conmigo para asistir a la fiesta de aquel engreído. Además, no tiene mucho sentido. Si lo soporto poco, por no decir nada, ¿para que ir?

No obstante, aquí me encuentro buscando que ponerme.

Escucho el timbre de casa. Salgo del cuarto con una calma pasmosa.

«Si no le abro, no podré ir a la fiesta. Una pena la verdad»

Pero mi mejor amigo es persistente y vuelve a tocar el dichoso timbre. Pero es Joan, mi hermano pequeño quién se encarga de abrirle. Al llegar a la entrada, me encuentro con Joan esperando expectante en el marco de la puerta. Sus ojos miel se posan en mí con un brillo de diversión en ellos.

—Tu novio está subiendo, tata —dice, riéndose al terminar.

Pienso, sin duda alguna, que le hace más ilusión a él que a mí la aparición de Jairo por casa. Niego con la cabeza divertida. Me acerco a él para revolverle su corto pelo. Él suspira desesperado. Comienza a golpear con poca suavidad mis manos para que deje de hacerlo. Me detengo.

Entonces me centro en las puertas del ascensor al escuchar el ruido metálico que hacen las puertas al abrirse. Saliendo de ellas se encuentra Jairo. Va vestido con un polo de marca de color blanco junto a unos pantalones desteñidos. En una de sus muñecas se encuentra un reloj que es de todo menos barato, junto a sus gafas inservibles. Le echo una mirada de arriba a abajo mientras él hace lo propio. Aunque yo todavía sigo con unos leggins y una sudadera ancha.

—No irás así, ¿no? —cuestiona con la diversión tiñendo su voz.

Lo miro desafiante. En realidad, podría poderme lo que quisiese para ir a una fiesta y no tendría que dar explicaciones de ningún tipo. Cruzo mis brazos sobre mi pecho. Vuelvo a echarle una mirada, aunque esta vez es enfadada.

—¿Qué pasa si quiero ir así? —pregunto, molesta.

En estos últimos días he acabado un poco harta de los comentarios de los tíos hacia mi persona.

—Ag, no pasaría nada. Pero esta fiesta no es a las que estas acostumbrada —dice, mientras deja un beso en mi mejilla y me sonríe de forma inocente.

Frunzo más el ceño. «¿Qué quiere decir con eso?». Él se percata de que en lugar de arreglarlo con su comentario ha conseguido todo lo contrario. Carraspea antes de decir:

—Estará llena de pijiolos, venenosos y criticones. Como te gustan a ti —termina de añadir, mientras se levanta las gafas y me guiña un ojo.

Sin dejarme decir nada más, entra a casa y se dirige a la cocina. Me quedo parada más rato en la puerta ensimismada. Las dudas sobre asistir a aquella fiesta incrementan. Me alejo de la puerta, adentrándome en la cocina. Aunque me quedo en el marco, admirando el panorama.

Jairo tiene montado a Joan en caballito. El pequeño intenta alcanzar un paquete de galletas de uno de los armarios superiores. Comienzo a reírme por el desastre que están montando. Jairo se gira en mi dirección y Joan se tambalea en sus hombros. Me acerco a ellos y ayudo a mi hermano a bajar. Luego arrastro uno de los taburetes que rodean la isla, me subo a él y le hago entrega de la dichosa caja de galletas. Joan me sonríe agradecido y se marcha pegando saltitos hacia el salón.

Vuelvo a colocar el taburete en su sitio. Me giro, encontrándome con la mirada azulada de Jairo. Le sonrío antes de sacarle la lengua, en burla. Entonces le arrebato la lata que tiene en la mano y le doy un sorbo. Él intenta quitármela y yo hago todo lo posible para que no la alcance. Las risas no tardan en llegar. Vuelve a hacer el amago, rodeándome con uno de sus brazos la cintura y moviendo la otra. Yo intento zafarme de su agarre y el desastre se desata.

Su polo blanco acaba manchado. Aunque me sigo riendo. La culpabilidad comienza a correr por mi cuerpo. Le miro arrepentida mientras le ofrezco la lata de refresco en son de paz.

—Ah, no, no, Ag. Para compensarme tendrás que ir a la fiesta sin rechistar.

Se quita el polo, permitiéndome ver todo su torso musculado y sus brazos trabajados. Me quedo más rato de la cuenta observándolo. Sé que él también se ha percatado de ello por su ceja enarcada y la diversión encendida en su mirada.

Lo miro de malas formas. Sin dirigirle la palabra comienzo a subir las escaleras con un humor de perros. Escucho pasos pesados detrás mía y sé que son de él. Bufo antes de entrar a mi cuarto y cerrar la puerta en sus narices.

«¡Estoy rodeada de estúpidos arrogantes!»

* * *

La noche a pesar de ser cálida, sopla una ligera brisa que se agradece. Me recoloco por décima vez el vestido negro ajustado que he decidido ponerme por callarle la boca a Jairo cuando me ha hecho el comentario de: «Puedes ir en vaqueros si quieres». También decidí perfilar mis ojos poco llamativos y le he dado un toque carmín a mis labios. Aunque la molestia todavía no se ha marchado.

—No puedes ir así de bonita y llevar la cara de culo que llevas —me regaña, con un deje divertido. Vuelvo a bufar en contestación.

Jairo le ha pedido prestada a mi padre una de sus camisa, eligiendo una de color azul cielo. Lo único que consigue es resaltar su azulada mirada y su pálida tez. Hago caso omiso a su comentario y enciendo la radio para distraerme en lo que queda de trayecto. Esta funciona fatal y no encuentra señal en la zona en la que nos encontramos.

«Otra cosa que no funciona, ¡genial!»

Me percato por el rabillo del ojo como Jairo intenta no sonreír. Está haciendo una mueca bastante rara para intentar ocultarlo. Para en un semáforo en rojo y se gira para encararme.

—Toma mi móvil, pon la música que quieras y mejora ese humor de perros.

Sin dejar que pueda oponerme, me ofrece el teléfono y yo lo miro dudosa, aunque acabo accediendo. En menos de dos segundos, el coche está sumido en una de mis tantas canciones favoritas mientras que la canto a todo pulmón.

—No tiene gracia, si solo canto yo —le recrimino. Jairo asiente comenzando a cantarla conmigo.

Agradezco internamente no tener las ventanillas bajadas porque me daría demasiada vergüenza. Pero con Jairo me da igual, sé que no me va a juzgar y lo hace todo más sencillo.

Estoy sonriendo cuando nos bajamos del coche. Veo como Jairo enciende un cigarrillo y espera por mí para comenzar a andar hacia la inmensa casa que se abre paso frente a nosotros. Vuelvo a recolocarme el vestido e intento peinar mi rebelde pelo. Aunque queda en un intento fallido.

Me ofrece una mano y entrelazo la mía con la suya. Nos abrimos paso en el camino hacia la casa. Esta se encuentra rodeada por unas altas vallas, que solo te dejan entrever las plantas superiores que se componen de unas amplias ventanas y balcones repletos de columnas. La puerta por donde entran los coches está abierta y puedo ver todos los distintos vehículo que hay aparcados de los ricachones que estarán en la fiesta. Aunque me sorprendo —para mal— al ver unas motos que me resultan demasiado familiares. Se me eriza el vello solo de pensar que ellos pueden estar ahí dentro. No puedo evitar tensarme ante el pensamiento.

Una chica de cabellera larga y verdosa vestida con una minifalda negra y un crop-top verde neón aparece en mi campo de visión. Serena me abraza como si llevásemos años sin vernos y no dudo en corresponderle el gesto. Luego le presento a mi mejor amigo. Seguimos andando los tres juntos hasta la entrada. En ella se encuentran dos chicos más o menos de nuestra edad pero que imponen cómo si se tratasen de personas mucho más adultas. Al lado del más bajito de los dos se encuentra el arrogante que tengo como compañero.

De repente, nuestras miradas se cruzan y una sonrisa ladeada aparece en su rostro.

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