Y todo por una noche

By GinLestrange

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Una noche de pasión significó un cambio radical en la vida de la afamada diseñadora de alta costura, Herms G... More

Y todo por una noche.
Una noche basta.
Semana 22
Ayer
Por ella
Hagamos un trato
Reglas cardinales
Cuídala
Verdaderas Intenciones
Son Errores del Pasado
Dos Brujas
Volver en el Tiempo
Sí o Sí
Después de...
Vogue
El Tigre y el Dragón
De Armani y Grennett
Celos
Contrato Prenupcial
Sortilegios para Weasley
¿El Sí?
Recién Casados
Frente a Frente
El Día «P»
Sacrificio
Tú y él... siempre
Una Noche que Cambiar
Luna de Miel en Rapa Nui

Un Sabueso y Dos Amigas

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By GinLestrange

Draco se quedó toda la noche junto a ella, dormitando a su lado. La conversación, casi en tono de discusión, que había sostenido con Harry Potter lo había dejado de mal carácter. Lo bueno era que no se lo había transferido a Hermione y ésta al final había terminado interesada en su patronus más que en lo que él pudo haber hablado con Potter. Se notaba el poco interés de ella por su ex y eso lo dejaba tranquilo.

En la mañana, a eso de las nueve, otro medimago revisó a Hermione. Este era un hombre joven y se le notaba que trabajaba feliz, porque en ningún momento se le borraba la sonrisa de la cara. Aunque Draco podría asegurar que el hombre estaba embelesado con la belleza de Hermione o su fama. Pero eso era mejor que tener al resentido social del medimago que la atendió a su llegada.

—Ambos están bien —informó el hombre—. Se puede llevar a la señora Malfoy a casa.

Draco sonrió, no le iba a corregir que Hermione era todavía su novia. Tampoco ella lo iba a hacer, sonaba lindo ser la señora Malfoy.

Una vez que el medimago se retiró de la habitación, Hermione intentó levantarse pero Draco de inmediato se lo impidió.

—¿Qué ocurre? Me acaban de dar el alta.

—Lo que pasa es que ya viene mi madre con ropa para ti, ¿o pensabas lucirte con pijama nuevamente? —Hermione sonrió y se volvió a acomodar en la cama.

—Draco, antes de irnos quiero pedirte que por favor no le digas a mis padres lo que ocurrió. Se preocuparían más de la cuenta. Total, ya estoy bien.

—¿Por qué? Ellos deben estar al tanto de lo que te ocurre.

—Lo sé, pero sucede que ellos no aceptan todo lo que viene del mundo de la magia... nos ven como personas extrañas. Tal vez quieran que me vaya con ellos o llevarme lejos si se enteran de que sufrí ese ataque.

—O sea que nos ven como bichos raros.

—«Fenómenos», esa es la palabra. ¿Me entiendes ahora?

—Está bien. No les diré nada.

—Además aún no entienden bien eso de la guerra y lo que les hice... ya sabes cuando les borré la memoria —él asintió recordando el momento en que ella, en medio de interminables conversaciones durante las noches, le contó lo que había tenido que hacer para proteger la vida de ellos—. Además, hay otra cosa que quiero comentarte —Draco arqueó una ceja y se sentó en el sofá que estaba a un costado de la cama—. Anoche, cuando estaba en la biblioteca, antes del ataque del dementor, vi un libro que me llamó mucho la atención y que estaba abierto en el escritorio...

—¿Sí? ¿Qué libro? —preguntó Draco interesado.

—No recuerdo bien el título, pero hablaba de un pueblo americano, los Capacocha, que mataban infantes para volver a la vida.

—¡Qué extraño! No recuerdo haber visto un libro de ese tipo. Bueno, hace mucho que no me acerco a la biblioteca... Y, ¿dices que estaba abierto, así como si alguien lo hubiese estado leyendo?

—Sí, abierto y con la luz de lámpara del escritorio encendida. Me dio miedo... ¡ese pueblo mataba a niños!

Draco se puso de pie, no quería alarmar a Hermione, pero era muy extraño que un libro con esas características estuviese en casa, y abierto, como si alguien lo leyera, ¿sabría de eso su padre?

—Draco, ¿y si alguien quiere dañar a nuestro bebé?

—Si alguien le quisiera hacernos daño, no dejaría pistas tan evidentes a tu alcance —dijo intentando que ella no le diera mayor importancia al asunto, aunque él bien sabía que eso había que investigar—. Anda, no pienses más. Ha de ser una coincidencia. Hace unos días le solicité a una elfa de la casa que ordenara la biblioteca, posiblemente dejó ese libro olvidado —no mentía con lo de la elfa, ya que, conociendo a Hermione tarde o temprano quería buscar un libro allí, y quiso que estuviera ordenado para cuando ella quisiera buscar un libro. Aunque de igual forma, el tema le extrañaba bastante. Quizá su padre tuviera que explicar más de una cosa—. Así que no le des más vueltas al asunto y tranquila, ¿sí?

—Como digas.

En ese instante alguien tocó a la puerta y Draco abrió. Se trataba de su madre que llegaba cargando un par de bolsas de alguna tienda mágica con ropa para Hermione. Saludó alegremente y le entregó lo que llevaba.

Era obvio que ella no había ido hasta el clóset de Hermione. Simplemente el vestuario era nuevo, pues estaba con etiqueta. Ropa de bruja, no ropa Grennett, pero no iba a ser desagradecida. El gesto de la gran Narcisa Malfoy la dejaba completamente sorprendida entonces, ¿realmente ella le interesaba como nuera? Si seguía con esas muestras de afecto, terminaría creyendo que sí.

—Hija, afuera hay dos amigas tuyas que te quieren ver —dijo Narcisa mientras Hermione revisaba lo que su futura suegra le había traído. Draco la miró interesado, pues sabía que ella no quería ver a Ginny o que eludía a ese encuentro.

—Si no quieres verlas, yo les diré. Aunque por lo demás, estoy seguro que la Weasley no tocará ningún tema que te haga sentir mal.

—¿Qué ocurre? Ellas son tus amigas, ¿no?

—Hay problemas de antaño, Narcisa —explicó Hermione— Y algunos errores que cuesta asumir —esto último lo dijo con algo de tristeza.

—Si eso te hace mal... Draco, diles que tu novia no se encuentra en condiciones de recibirlas.

—Luna trabaja conmigo, Narcisa. Con ella no tendría problemas, pero es a Ginny Weasley a quien no veo desde hace años y es a ella a quien le debo explicaciones.

—Tú decides, Hermione. Por mí, que no veas a ninguna. Pero tarde o temprano deberás enfrentar a Ginny Weasley. Ya te he dicho que el pasado, es pasado. Eso a mí no me importa. Lo importante es que tú y mi hijo estén bien. Lo demás queda en segundo plano.

Narcisa llegó abrió la boca de lo sorprendida que estaba de las palabras de su hijo. ¿Hermione se lo habría cambiado? Era tan distinto. Tan maduro. Tan preocupado, que se sentía orgullosa en lo que se había convertido.

—Sí, Draco, las veré —determinó segura.

Draco salió de la habitación y en el pasillo, en donde había un par de aurores vigilando, se hallaba Ginny Potter y Luna Lovegood. La primera lo miró extrañada ya que para ella era totalmente fuera de este mundo ver a Draco cerca de Hermione o comprobando que efectivamente él era la pareja de ella y que entre ambos traerían un hijo al mundo.

En cambio Luna saludó a Draco amablemente y con una sonrisa.

—Pueden pasar, pero de antemano les digo que no quiero que Hermione se canse. Su embarazo no ha estado exento de problemas, ¿me explico?

—Veo que lo simpático nunca se te va a pasar, ¿no, Malfoy? —si Draco era sarcástico, ella lo era el doble. Ginny sabía lidiar con hombres así, mal que mal, soportó diecisiete años a su hermano Percy que, por su endemoniado carácter, no tenía mucho que envidarle a Malfoy—. No te preocupes, he sido mamá tres veces. Sé de qué se trata.

—Pero ese es problema tuyo. Yo solo me preocupo de lo mío. Cinco minutos, nada más. Luna, tú sabes —sabía que contaba con Luna como aliada pues la rubia secretaria de su novia tenía otra mentalidad y entendía, mejor que la pelirroja Weasley, el grado de importancia que ahora él ostentaba en la vida de Hermione.

—Sí, Malfoy. No te preocupes —Draco salió por el pasillo, en busca de algo para desayunar. Sin embargo, estaría atento. Había dicho cinco minutos y no les pensaba regalar ni un segundo más.

—¿Y ese? ¿Por qué te habló así? —preguntó Ginny a Luna, un tanto sorprendida.

—Ya te dije que trabajo con Hermione desde hace unos días... y he hablado con Malfoy...

—Pero esa no es forma de tratar a una empleada, ¿qué se ha creído el hurón cretino?

—Estás muy sensible, Ginny... Draco es como es. Todos conocemos su carácter. A veces creo que a la gente hay que quererla solamente, sin intentar comprenderla. Además, si me habló en ese tono es porque está preocupado. O dime si tú no lo estarías, si un día atacan a tu marido unos dementores, sin saber por qué —Ginny miró boquiabierta a su amiga, sin saber qué responder. Era casi imposible discutir con Luna. Siempre tenía respuesta para todo y era costumbre dejarla callada.

—Bien, mejor entremos. Se nos van a acabar los cinco minutos conversando entre nosotras.

Ambas ingresaron a la habitación en donde Narcisa Malfoy acaba de ayudar a Hermione a ponerse una blusa blanca de encajes, algo totalmente al estilo de la madre de Draco. Aunque a decir verdad, en Hermione se veía totalmente adorable. Parecía una princesa salida de cuentos de hadas.

Al verla, Luna la abrazó y Ginny se quedó un par de pasos más atrás.

—Ginny... Luna, ¡qué gusto verlas! —dijo Hermione.

Narcisa se acomodó en el sofá cercano, ya que solo con la mirada saludó a las recién llegadas. Soportaba e incluso podía decir que quería a Hermione, primero porque iba a darle un nieto, luego porque estaba segura que su hijo al fin se había enamorado, pero de ahí a aceptar a esa gentuza que eran los Weasley o fuera de este mundo que podría resultar la hija Xenophilius Lovegood, pues había cientos kilómetros. Además entendía que Hermione no podía exaltarse demasiado y si su hijo había dicho cinco minutos pues ella se encargaría de que eso se cumpliera.

Ginny avanzó sonriente y abrazó a su amiga. También el volver a verla, hacía revivir en ella viejos recuerdos. Sabía que muchos de los dolores del pasado de Hermione, tenían su génesis en ella, pues cuando estaban en quinto año y su amiga le había confesado que amaba a Harry, ella adrede, sin siquiera quererlo, se le había insinuado y había terminado en la cama de él. Ahora, con el paso del tiempo, comprendía que esa acción, tan egoísta y desleal, había sido el detonante que obligó a Hermione a casarse con su hermano y llevar, inevitablemente ese matrimonio al quiebre. Pero a pesar de ello, jamás perdonaría a Ron por haberle jugado sucio, ni ella se perdonaba todavía aquella mala jugada de adolescente.

—Hermi, ¿qué te ha pasado? Harry me avisó apenas se enteró de lo ocurrido, ¿un ataque de dementores? ¿Y en un barrio muggle?

—Así es, Ginny. Pero al parecer el ataque no estaba dirigido a mí. Posiblemente fueran tras el padre de Draco —Ginny miró a Luna y ambas se sentaron en la cama, una a cada lado.

—Es necesario que me digas la verdad —dijo Ginny y Hermione la miró casi aterrada, ¿qué le iba a preguntar?—. ¿Estás por voluntad propia con Malfoy? ¿Seguro que no te ha hecho ningún imperius o algo parecido? —Hermione sonrió, el alma le regresaba al cuerpo... Narcisa dio un pequeño carraspeo y miró con antipatía a Ginny.

—Perdón, señora Malfoy, pero queremos lo mejor para Hermione.

—Lo mejor es no molestarla —respondió Narcisa pero Ginny se encogió de hombros, como no dando importancia.

—No, Ginny —respondió Hermione sonriente—. Él y yo estamos juntos en esto. Él es el padre de mi hijo —y se tocó el vientre—. Nos casaremos pronto y nos amamos —lo último lo dijo segura a lo que Narcisa respondió con una sonrisa triunfante.

—Eso es extraño... no explico cómo...

—La gente cambia, Ginny. Y Draco tuvo la oportunidad de cambiar. Incluso su trabajo es en medio de los muggles. Muy poca relación tiene con el mundo de la magia.

—Veo que tienes un discurso muy bien armado, Hermione. Ha de ser porque estás vigilada por tu suegra —sin tapujos ni anestesia, Ginny había largado el veneno. Simplemente no soportaba nada que viniera de esa familia de magos oscuros y de tan sangre pura.

—Mira niñita: soy una dama y por lo mismo no te respondo con una grosería, que merecido te lo tienes —dijo Narcisa levantándose del sofá bastante ofendida dirigiéndose a Ginny—. Hermione, te dejo tres minutos con tus amigas para que vean que no te tenemos obligada y puedas hablar con total tranquilidad —Narcisa miró de pies a cabeza a Ginny, luego salió de la habitación.

Hermione no quiso retenerla ya que esa era una buena decisión, así sus amigas se asegurarían de que su relación con Draco era real.

—Ginny, estoy bien. Feliz junto a Draco... No lo dudes. Nadie me tiene en contra de mi voluntad, ni estoy bajo un hechizo. Las cosas se dieron y ahora vamos a ser padres. Eso es todo.

—A mí me consta que Malfoy ha cambiado. Conmigo se ha portado muy bien. Incluso se ha preocupado por mí —dijo recordando el día que se vieron en la oficina.

—Entonces están enamorados.

—¡Pues claro, Ginny! ¡Es verdad que estamos enamorados! —sabía que por su parte era cierto, mas por el lado de Draco era solo un trato, pero eso no se lo iba a decir a sus amigas.

—Y muy enamorados, Weasley —Draco había entrado en la habitación, secundado por su madre que traía mala cara. De seguro esta le había informado el interrogatorio al cual la chica Weasley tenía sometida a Hermione, quien al verlo de inmediato se puso de pie y se cruzó de brazos. Sus ojos indicaban un total rechazo hacia Malfoy aunque entendía que todo el mundo tenía derecho a una nueva oportunidad.

Draco se acercó a Hermione, le tomó la mano y la besó en los labios. Lo hizo adrede para que a sus amigas no les quedara duda de que entre ellos había amor.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó.

—Sí.

—Entonces vayámonos a casa. No quiero que te esfuerces demasiado.

—Draco, eres tan preocupado por Hermione. Se nota que ustedes dos se aman.... y yo creo que se aman desde el colegio, por eso peleaban tanto.

Luna y sus breves pero certeros discursos, hizo que tanto Draco como Hermione quedaran sorprendidos. A ambos esas palabras hicieron eco en sus recuerdos. Tanto que en el pálido rostro de Draco apareció un pequeño y casi indetectable rubor. En cambio Hermione sentía que su cara ardía, cual si estuviese expuesta a rayos UV en un día de playa sin bloqueador solar.

—Bien, bueno... nosotros nos retiramos...

Ginny acababa de comprobar que Hermione estaba totalmente embobada por Malfoy. No sabía si había hechizo o no. Lo cierto era que el hurón albino demostraba demasiado interés y a ambos les brillaban los ojos cuando se miraban. Definitivamente entre ellos había algún tipo de sentimiento. Dudaba que lo estuvieran fingiendo... Si Ron creía que Hermione estaba obligada al lado de Malfoy, pues estaba muy equivocado. Su ex, tal vez había encontrado el amor verdadero. Y aunque tanto Harry como Ron se dieran de golpes de pecho, Hermione Granger se iba a casar y... casar enamorada nada menos que de Draco Malfoy, su enemigo declarado (aunque a estas alturas, con los años transcurridos y con una guerra que solo ocupaba espacio en los libros de historia, resultaba ilógico llamarlo así).

—Ginny, antes que te vayas, sigue en pie nuestra conversación. Yo te avisaré cuando esté mejor para que podamos hablar, ¿sí? —sonrió a su amiga y esta asintió.

—Espero tu lechuza, entonces —respondió mientras ambas abrazaban a Hermione.

—Felicidades por tu hijo —le dijo Ginny al fin.

—Gracias, Gin.

—Nos vemos luego —Luna se despidió de Draco y de Hermione, sonriéndole a ambos. En cambio Ginny solo volteó y salió—. Hasta pronto señora Malfoy.

—Hasta pronto —respondió Narcisa seria.

—Supongo que la esposa del subsecretario, sigue creyendo que te tengo obligada a mi lado.

—¡No me tienes obligada, Malfoy! ¡Me tienes raptada! —dijo sonriendo. Draco se sentó en la cama y se puso casi sobre ella...

—Sí claro... te tengo muy a la fuerza —la besó en los labios. Hermione lo rodeó con sus brazos y enredó los dedos en el cabello de él. Draco comenzó a profundizar en el beso, hurgando con su boca cada espacio de ella. En un momento Narcisa dio un notorio carraspeo, al ver que el beso parecía no tener fin.

—Niños, no se olviden que yo estoy aquí. En unos minutos estaremos en casa y podrán hacer... bueno... podrán estar solos.

Hermione había olvidado a su suegra, dejándose llevar por esas famosas hormonas que otra vez se habían revolucionado. Y sabía que a Draco le pasaba lo mismo. Narcisa se puso de pie, y miró la entrepierna de su hijo, negando con la cabeza.

—Los espero a fuera. Y tú Draco, trata de relajarte, ¿sí? —apuntó la parte abultada de la entrepierna de su hijo.

—¡Mamá! —Hermione rió sonoramente, mientras Narcisa salía de la habitación con la nariz hacia el techo.

—Si no estuviéramos en la cama del hospital, te juro que te hago el amor de inmediato.

—Pues te tendrás que aguantar... aquí no.

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Ginny y Luna se dirigieron por el pasillo hasta una sala en donde las esperaban Harry, Ronald y Bruno. Este último sin su disfraz, se veía como cualquier ejecutivo muggle: de traje oscuro, alto, afeitado, con sus facciones totalmente agradables y quien, al ver que Luna llegaba, sin disimulo alguno, le sonrió luciendo su perfecta y blanca dentadura.

—¿Cómo está? —preguntó Ron de inmediato. Ginny miró tanto a su marido como a su hermano.

—A ver chicos... Hermione está bien. Al parecer el ataque no iba en contra ella, sino de Lucius.

—Eso lo sabemos.

—¡Déjame terminar, Harry! —dio una de sus miradas aturdidoras a su marido y continuó—: Bueno, como decía, y ha sido el mismo Draco quien la trajo al hospital. Pero lo más importante y quiero que a ambos les quede claro, es que Hermione y Draco están enamorados. Se les nota... él está preocupado por ella y por su hijo. Y Hermione tiene un rostro alegre que no veía desde el colegio —Cuando me dijo que te amaba, Harry— pensó con tristeza Ginny, pero eso no lo podía decir delante de todos.

—Yo insisto en que hay algo extraño. Astoria habló de un hechizo que hizo Bellatrix a Lucius y que para deshacerlo él necesitaba al hijo de Draco. Entonces si el hurón ama a Hermione de verdad, es porque no sabe de ese hechizo.

—Ron, no seas ingenuo. Malfoy es... Malfoy... ambos fuimos testigos cuando estábamos en el colegio que él le deseaba la muerte a Hermione.

—¡Eso fue cuando teníamos doce o trece años! Harry, por favor, todos maduramos... crecimos... ¡por Dios, todos tenemos más de treinta! Yo creo que este plan fue urdido por Lucius y que tanto Hermione como Malfoy son víctimas, pero ni siquiera de Lucius, sino que de ese hechizo que hizo Bellatrix.

—¿Y de dónde aprendiste a sacar tantas conclusiones, Ronald? —le preguntó Harry con un dejo de sarcasmo.

—Estuve casado dos años con la mejor bruja del mundo, hasta que mi mejor... —quiso morderse la lengua. Por poco y habla de más. ¡Demonios! Casi larga la verdad en frente de todos.

Ginny lo miró sin entender, ¿por qué se había quedado a medias en lo que estaba diciendo? ¿Qué iba a decir su hermano que se contuvo?

Luna intuyó que algo ocurría e inmediatamente cortó el ambiente silente que se formó en medio de los examigos, porque por más que se hubiesen reunido para proteger a Hermione, la amistad no había regresado.

—Amigos, creo que nos estamos ahogando en un vaso de agua. Debemos seguir como hasta ahora: cuidando a Hermione. Nosotros en el día y en la noche tiene a su novio, que probó que está dispuesto a todo por ella y por el bebé... A quien debemos vigilar es a Lucius.

—Sí, Luna, tienes razón —agregó Bruno.

—Bassi, tú debes seguir protegiéndola más que nunca y cuidado que no te vayan a descubrir. Malfoy es astuto y un excelente mago... —le recordó Ronald.

—Yo creo que lo mejor sería hablar con la verdad, Bruno. Hermione debe saber que eres mago. Peor sería que se enterara por otras fuentes. Además podría asegurar que Draco duda de ti —opinó Luna.

—Duda... y mucho.... voy a ver qué hago. Creo que en algún momento le diré la verdad. Claro que no diré que tú me contrataste antes para que la cuidara —añadió Bruno mirando a Ron.

—No, eso no. Quizá más adelante yo mismo lo haga.

—¿Crees que Hermione querrá hablar contigo? —nuevamente el tono sarcástico de Harry que sorprendió a todos. Al parecer, el poder y el cargo que detentaba en el ministerio, le tenía el ego por las nubes.

—Yo creo que sí, además ella no me ha dicho por qué se fue lejos —respondió Ron con sinceridad.

—¡Porque tú la engañaste! ¡Por eso se fue! —su hermana odiaba que Ron se hiciera el desentendido. Ella sabía que Hermione se había marchado porque su hermano le había sido infiel.

—¿Sí? ¿Segura que se fue por eso? Bueno «amigos» me debo ir. Tengo cosas que hacer en la oficina... —ahora era Ron quien hablaba con doble intencionalidad, incluso sembrando la duda en su propia hermana, a quien tanto había protegido de esa verdad.

—Como ver a tu secretaria, supongo...

—Supones, bien. Bruno. Que tengan buen día.

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Luna, luego de despedirse de sus amigos, se dirigió nuevamente por el pasillo hacia el sector de las chimeneas, para poder tomar una y regresar a casa. Aprovecharía ese día sábado para hacer algo de aseo y ordenar el jardín, además quería ver las tareas escolares de sus hijos. Sabía de Rolf, su esposo, poco y nada la ayudaba en esos quehaceres. Pero antes de abordar una y utilizar la red flu, se encontró con quien menos esperaba:

—Al fin te dignas a aparecer... Te vine a buscar, pero no sabía en dónde te habías metido. Mi madre no puede seguir lidiando con esos diablillos que son tus hijos —un hombre de unos treinta y tantos años, enjuto, alto de cabello ondeado y desordenado, de cara delgada y con una barba de días la esperaba. Ese era su marido, cuyo rostro mostraba el fastidio de siempre, el desapego constante y por sobretodo la recriminación hacia su esposa por haber dado a luz gemelos.

—¡También son tus hijos, Rolf!

—Pero han heredado todo de ti. Son unas verdaderas bestias lunáticas —dijo escupiendo odio.

—¡No insultes a mis niños! Si no los quieres, ya te dije, te puedes ir. Yo estoy trabajando bien y con lo que gano, me alcanza. No necesitamos que estés vegetando en casa, sin hacer nada. Dedicándote solo a maldecir, a insultarnos y a odiarnos.

—¿Trabajando? ¿Vas seguir con eso? ¿Crees que me siento bien que todos me apunten porque mi mujer trabaja? ¡Te ordené que renunciaras a ese puto trabajo!

—Rolf, alguien debe trabajar... si no lo haces tú, pues yo lo haré. No podemos seguir viviendo de lo que nos den nuestros padres.

—Con lo que tiene mi madre y el negocio de tu padre, nos alcanza de sobra para vivir. Y anda, vámonos, que no quiero seguir hablando en este lugar.

Había tomado fuertemente a Luna del brazo, apretándolo de tal manera que ella dio un gemido de dolor. Sin embargo, no se había percatado que un par de ojos oscuros lo miraban con unas ganas enormes de marcar un buen puñetazo en ese rostro con forma de cuchillo. Ese era Bruno Bassi que también había llegado al sector de chimeneas para regresar al trabajo.

Odiaba a esos hombres que maltrataban a las mujeres, quienes eran los verdaderos «maricones» y eso no lo iba a aceptar. Sobre todo tratándose de Luna. Él la conocía desde hacía años y siempre la admiró. Pero cuando se casó con ese extraño «busca - plimpies» nunca más supo de ella, hasta hacía poco en donde lo contactó por trabajo.

No podía negarlo. Le gustaba la rubia de ojos saltones. Era simpática, transparente, leal, fiable y no se merecía a un zángano maltratador como esposo. Si estaba en sus manos, la iba a ayudar, sin ninguna otra intención. Claro, que si las cosas se daban bien, estaba dispuesto a formar algo serio con ella, abandonar su vida de mujeriego y terminar de criar a esos pequeños con los cuales había jugado en un par de oportunidades.

—¿No te han enseñado, pedazo de charqui humano, que a las mujeres no se les maltrata?

—¿Y tú quién eres?

—Soy amigo de Luna.

—Ya veo que sigues siendo una zorra...

Rolf no alcanzó a terminar todo lo que pensaba decir, cuando una sombra rápida y certera, con forma de puño aterrizó fuerte justo en su boca, haciendo que de inmediato se le soltaran un par de dientes y que estallara en sangre. Cayendo en forma humillante, sentado en el piso.

—¡Me las pagarás, lunática! En casa nos veremos —el hombre gateó y se tambaleó a rastras por el suelo hasta llegar a una chimenea desde donde desapareció.

Luna ya no soportaba más, eran muchos los malos tratos que recibía de parte de su marido y lo único que quería era que éste se fuera para siempre de su vida. El amor hacía años se había acabado. Ahora solo quedaba rencor y sufrimiento. Más que el dolor físico, por los maltratos recibidos, era el dolor del alma. De ver que con la persona que se casó, no era con la misma con quien estuvo de novia y de la cual se enamoró.

Rolf Scamander era un hombre apagado y totalmente depresivo. Aquel que no soportaba una derrota y no toleraba la frustración. Todas esas características, típicas de un maniaco depresivo, se traducían en sesiones de maltrato tanto físico como psicológico, hacia ella. Pero ya no lo seguiría aguantando.

—Sé de un lugar en donde tú y tus hijos estarán bien —le dijo Bruno tomándole ambos brazos, haciendo que lo mirara.

—No, Bruno. Gracias. No quiero molestar. Además si Rolf se entera...

—Estarás bien, tranquila. Mi madre te recibirá feliz. Allí no podrá hacerte daño.

—¿Quieres que me vaya a Italia?

—Luna Bella... —dijo sonriente—. Mi familia vive en el callejón Diagon desde hace un par de años. Anda vayamos... tú la conoces y sabes lo querendona que es.

—No sé... debo pensarlo.

—No hay nada que pensar, Luna Bella. Vamos a tu casa por tus hijos, antes que el neandertal de tu marido llegue. Y te quedas con mi madre, ¿sí? Es peligroso si llegas a casa sola. No es bueno que los niños vean este tipo de escenas. Además con lo furioso que estaba, puede agredirte nuevamente.

—¿Me acompañarás?

—Para eso somos los amigos. Soy un perro viejo y conozco a los de su calaña, así que tú debes estar tranquila. Esa cosa que era tu marido, no te volverá a tocar.

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