La Ciudad: Secuestro

By Yan022

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Si vas por ahí diciendo que puedes ver lo que ocurrirá en el futuro, probablemente te encierren por loca. Per... More

La Ciudad: Secuestro
Capítulo 2
Capítulo 3

Capítulo 1

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By Yan022

Escuché la alarma de mi teléfono sonar y me di la vuelta en la cama. Sabía que había tenido una buena razón por la cual ponerla a las siete treinta de la mañana, pero en ese momento no podía recordar cuál era.

El aparato continuó sonando sin piedad hasta que decidí desenredarme de las mantas, levantarme y apagarlo.

—Algún día... —le juré dejando la imaginación volar. Cada mañana me imaginaba haciendo volar por los aires al aparato, y cada mañana me recordaba que no podía comprarme otro si lo rompía—. Asco de desempleo...

Le eché una última (y anhelante) mirada a la cama y frotándome los ojos me dirigí hacia la cocina, con mis rulos apuntando a millones de lados diferentes y el culote rosa que me había regalado mi abuela. Sí, no era la prenda de algodón la cosa más sexy del mundo, pero nadie puede decir que no abrigara.

Descorrí la cortina de mi recámara y encendí la radio.

—...ain't got no money in my pocket, but I'm already here... 1

—Amen chica —murmuré subiendo el volumen. Me había quedado sin trabajo recientemente y mi heladera contaba con el abastecimiento suficiente para dos semanas, si le añadía las latas de conserva y no gastaba mi dinero en otra cosa que no fuera leche y fruta.

Tener trabajo era importante por algo. Debí recordar por qué antes de gritarle a mi último encargado que le olían los pies pero que yo no había sido la que le había llenado el casillero con talco (aunque internamente le aplaudía al de la idea, el olor a pies mezclado con colonia barata era nauseabundo a niveles insospechados).

Después de tomar mi humilde desayuno, consistente en cuatro naranjas, una banana, dos kiwis, un vaso de leche tibio, pollo, espinacas y puré de verduras (el dulce de membrillo que le untaba al pollo se me había acabado), me fui al gimnasio. Era eso o sentarme en un rincón a chuparme el dedo mientras pensaba que no tenía trabajo, ni dinero y que además me estaba yendo fatal en la Universidad. Un panorama deprimente, así que sep, mejor salir a tomar aire fresco.

Casi tres horas más tarde, estaba volviendo a mi casa con dolor en el cuerpo pero llevando además la satisfacción del trabajo realizado. Había decidido caminar las veinte cuadras para continuar con el ejercicio (y por qué no decirlo, para ahorrarme el dinero del boleto de autobús). Sonreía sin ningún motivo y daba gracias por haber pagado por adelantado seis meses de gimnasio mientras mis pies barrían distancias.

Un camionero me tocó bocina y al ver lo bonito que era a través de mis Ray-Ban imitación, sonreí más abiertamente antes de agachar la cabeza para mostrarme apenada. Sip, escoger las calzas violetas por encima de las demás había sido una buena idea. Por más sudada que estuviera mi camiseta, me daba ese toque sexy que toda mujer debe llevar siempre.

Bueno, en realidad y para ser honesta, yo solía llamar la atención de los hombres independientemente de que tipo de pantalón utilizara. En parte se debía a mi buen metro ochenta, que no me dejaba pasar desapercibida en ningún sitio, y en parte se debía a mis grandes caderas, herencia familiar. Había sabido odiar esa herencia cuando era niña y la ropa para las chicas de mi edad no me quedaba, pero ya a mis veinticuatro años, aprendí a enorgullecerme de ello. Además, aquel día en particular, me sentía especialmente linda.

Estaba decidiendo mentalmente que hacer cuando llegara a mi casa (podría limpiarla, acostarme a dormir ya que los sueños intermitentes me habían despertado cuatro veces la última noche, o ponerme a terminar las historietas sátiras y rogar por que alguna revista las comprara) cuando un gato negro cruzó por delante mio como una flecha y bajó a la calle.

Yo ya había visto ocurrir aquello. Había sido parte de uno de los tantos sueños de la otra noche.

Hice memoria, intentando acordarme de algo más y me vino a la cabeza la imagen de una camioneta plateada. Una camioneta que iba a chocar contra un árbol cuando intentara no arrollar al gato.

Horrorizada por la imagen, me detuve en plena acera y llevé una de mis manos a la boca. El gato negro se detuvo en mitad de la calle para asearse a si mismo y una camioneta dio vuelta en la esquina, rápida como un rayo, justo en ese momento.

—No —susurré sin ser capaz de gritar siquiera.

En la escena que recordé, no había podido distinguir bien a la camioneta porque se movía borrosamente pero ahora no tenía dudas de que era aquella. La camioneta Ranger plateada iba a maniobrar y el chofer iba a perder el control del volante. Esquivaría al gato, pero no al árbol de la esquina, lo atropellaría sin piedad. El motor de la camioneta quedaría inservible, una rama floja del árbol octogenario finalmente caería. La vecina del 2-C saldría con sus ruleros a buscar leche a la almacén como cada día y sería alcanzada por una rueda que se desprendería de la camioneta, su pierna se quebraría en tres partes, su marido tendría un ataque al corazón cuando le dijeran la noticia. El chofer de la Ranger no sobreviviría para contar la historia. El gato negro miraría desde un alfeizar todo lo que ocurría.

Así como suena, parece una locura pero me temblaron las piernas cuando el chirrido de la camioneta le indicó a todo el que estuviera cerca que algo estaba mal. En lo que se tarda suspirar, giró de forma abrupta y chocó contra el árbol de mis sueños. El ruido explosivo hizo volar a los pájaros que estaban en los alrededores. Escuché a la señora gritar de dolor y a las alarmas de los autos sonar.

¿Qué hago?

Antes de formar la idea en mi mente siquiera, corrí hacia la camioneta. El hombre no podía morir así como si nada. No frente a mi.

—Señor, ¿puede escucharme? —grité cuando llegué a la puerta del conductor. No recibí respuesta. Él realmente se veía mal. El airbag no se había abierto y el cinturón le había hecho un corte a la altura de la garganta. El volante estaba doblado y de la frente le corría un hilo de sangre que iba a parar a su regazo. Parpadeé varias veces intentando enfocarme en la situación y no en la sangre que me haría desmayar.

Intenté abrir la puerta, pero no cedió así que corrí a la del acompañante que ya estaba abierta. No tenía en mente otra cosa más que sacarlo de allí. Me trepé al vehículo inservible y tironeé del cinturón de seguridad hasta que cedió cuando el broche se rompió.

No estoy muy segura de como hice para sacar de la camioneta a aquel sujeto que pesaba veinte kilos más que yo, pero lo hice. Lo arrastré hasta acostarlo en la calle. Una hazaña de la que no me habría creído capaz dado que había sido un peso muerto todo el trayecto. Porque él estaba muerto. Unas personas se nos acercaron cuando terminaba de bajarlo.

Alguien le tomó el pulso, alguien intentó reanimarlo... yo trastabillé y caí al suelo. Solo podía pensar que no había llegado a tiempo.

—Entonces, ¿podría decir que la camioneta iba rápido o muy rápido?

Ajenos a como podría sentirme, en la seccional de policías nº2 me hicieron repetir mi declaración cuatro veces a cuatro personas distintas, antes de darse por satisfechos. Cuando me dejaron ir, lo hicieron recomendándome un buen psicólogo y deseándome un buen día. No sé cómo el oficial podía pensar que iba a tener un buen día después de presenciar aquello, pero no me quedé para preguntarle.

Pensé en tomar un autobús o un taxi que me llevara directamente a mi casa. Pero necesitaba despejarme. Así que arranqué a caminar otra vez, apresurada, huyendo. No sabía tampoco de que huía, pero caminaba como si mi vida dependiera de ello. Logré llegar a mi solitario cuarto sin derrumbarme y entonces perdí el control.

Cuando tenía ocho años, vivía con mi abuela materna y mis padres. Recuerdo la noche de verano en la que me desperté llorando como si hubiera sido ayer. Soñé que mis padres morían en un accidente de tránsito similar al del hombre y el gato negro, y me desperté gritando. Corrí hacia el cuarto de mis padres, les relaté lo que había visto y les rogué que no fueran a trabajar aquel día. Mi abuela, que se había despertado con mis chillidos nocturnos, me dio un vaso de leche tibio y al igual que mis padres, me aseguró que aquello había sido solo un sueño y que nada malo iba a ocurrir. Ellos murieron seis horas después, yendo al trabajo luego de dejarme en el colegio.

Mi abuela siempre dijo que solo podía haber presentido la tragedia por mi espíritu noble de niña y nunca volvimos a mencionar el tema. Siempre pensé que había sido una casualidad y que ella tenía razón, aunque cuando era adolescente y leía historias paranormales no podía no preguntarme si quizás, solo quizás...

Más tarde, un día después de mi cumpleaños número dieciocho, mi abuela también falleció. Ella tuvo por meses una enfermedad en los huesos pero esperó hasta que yo cumpliera la mayoría de edad, así no tendría que ir a un orfanato. Aquello sí fue obra de su espíritu. Se mantuvo con vida por pura voluntad, los médicos no entendieron como aguantó tanto.

Ahora, que yo viera lo que iba a ocurrir en un futuro cercano, no estaba segura de que fuera obra de mi espíritu. Primero, porque las muertes tempranas en mi familia me habían hecho apartarme de cualquier creencia religiosa o de otro tipo. Y segundo, porque cuando tuve veinte años evité quedar en medio de una balacera donde murieron once personas inocentes. Soñé con el kiosko que había cerca de mi Universidad al que era asidua. Vi el tiroteo que se iba a producir entre unos prófugos y la policía justo a la hora en que solía parar allí, y decidí no ir aquel día. No porque creyera que iba a ocurrir justamente aquello, sino porque el sueño me había dado mala espina. Me salvé ese día sin proponérmelo.

Y ahora volvía a suceder lo mismo.

Vi al sol cambiar de posición desde mi cama por horas. Me había recostado contra la pared y podría decirse que no me había movido si no contamos los estremecimientos producidos por el llanto. Luego de tres horas había dejado de derramar lágrimas, aunque tenía los ojos rojos e hinchados y no paraba de preguntarme que significaba lo que estaba ocurriendo conmigo mientras miraba un punto fijo en la pared.

Pero entonces tuve otro déjà vu o lo que fuera que eran esas visiones y qué era yo, dejó de importarme.

Una niña iba a ser secuestrada cuando saliera del colegio a las cinco de la tarde y eran las cuatro y cincuenta.

¡Espero les gustara! ¡Muchas gracias por leer!

El sábado o domingo próximo subiré la continuación. Tanto aquí como en FictionPress.

XOXO

Yan

La historia esta siendo registrada en Safe Creative, Código del Capítulo: 1210132503563

1En la radio suena Tik Tok de Kesha.

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