Y ahora, aquí, en el sur lejano, me acuerdo del campo que conozco, del campo cafetero. Antes de poder haber sido un soldado harapiento, fui un hijo del monte. Mi padre no hablaría del Ejército, creo yo, porque los únicos que pasan bueno son los generales políticos que hay. Nos contaban que no hace mucho tiempo, se trataban de Generales Caballeros los conservadores, nacionalistas y liberales en esa Guerra de los Mil Días.
Un teniente nos decía que esa guerra fue la que nos dejó tan inestables que perdimos Panamá, y ahora esto, el riesgo de perder Leticia. Como si los hitos de la historia de Colombia se basaran en sus pérdidas: pérdida contra el Brasil de selva amazónica, pérdida de Panamá por influencia gringa, pérdida de Ecuador y Venezuela por el fracaso de la Convención de Ocaña, pérdida de las vías por matarnos. Una cosa berraca debe ser estudiar historia para un colombiano. Hasta quizá por eso no se estudia tanto.
Pero mi historia no es como la de mi patria. Mis hitos son mis ganancias. Vieron lo que me marcó aprender a escribir. Pero antes que todo eso, aprendí fue a caminar. Saber caminar, si se ponen a pensar, es algo fundamental. Sobre todo si va a terminar uno en el Ejército, o si uno se queda siendo arriero. Sobre todo si uno iba a ser arriero con mi señor padre. Porque qué berraco para aguantar al sol y al agua trabajando en los cultivos. Y uno tenía que seguirle el paso.
Me dicen mis tías, ¿no? Porque pues yo no me acuerdo, yo era muy chiquito. Me decían que yo aprendí a caminar gracias a una marrana brava que había. Me decían que yo me iba a la canoa donde le echaban el sancocho o agua masa para los marranos. Porque a pesar de que pagábamos el diezmo, nos alcanzaba para comprar el embrión de ternera para echarle a la comida de las bestias; de los marranos. Y eso tendría que saber muy bueno, porque yo me iba a comer con ellos. Y pues los marranos no son agresivos, ni nada. ¿Pero sí ven? Yo sí les había dicho que en la finca nosotros lo que teníamos eran marranos y no vacas.
Cuando tenía 14 o 15, póngale que en 1926, en la finca había un cuento. Cuando uno estaba estorbando en la cocina, a uno le decían: "sí estorba más que un marrano en la cocina". Y es que claro, esos marranos son gordos, y ocupan espacio. Apenas podíamos jugar Fermín y yo en la cocina, porque sí era grande, pero con cuatro marranos cualquier cocina se llena. Y mi señora madre ahí bregando para poder cocinar con los marranos y nosotros en la cocina, hasta que nos sacaba.
Y entonces yo más chiquito, me iba a comer allá, con los marranitos. Puede que Fermín, que me llevaba dos años, no me siguiera la "idea" de ir a comer con las bestias. Claro, era el mayor, y ya sabía que en La Bella habían tres tipos de comida: la de las bestias, la de nosotros y la de las visitas.
Y cuentan que un día, una marrana dio a luz. Es decir, tuvo marranos más chiquitos. Y yo no sabía que las marranas cuando tienen crías, se ponen muy violentas. Entonces un día yo estaba yendo a comer en la canoa. Mientras estaba la marrana con sus crías comiendo. Apenas veo (o eso me dicen mis tías) y esa marrana que se me echa encima. Llegué gateando a la canoa, y me fui corriendo. Creo que ahí aprendí a caminar y a comer la comida que era para nosotros, y no para las bestias. Porque no lo volví a hacer.
Y eso me salvó, yo creo. En el pueblo había algo llamado colerín, y le daba a los niños que comían algo malo. Y casi siempre se moría al que le daba eso. Era una indigestión muy brava. Y demás que a mí no me dio porque dejé de comer comida para bestias. Aunque mis tías me decían que por eso de haber comido en la canoa, había cogido defensas. Pero pues yo de eso no sé. Eso es tema para los doctores. Y pues yo no creo que mis tías me hayan mentido, ¿porque para qué me mentirían con eso?