Jerónimo sin cabeza [COMPLETA]

Door JorgeUgaldeG

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En la ciudad de San Romeo nadie es tan valiente como para ingresar en el bosque. La leyenda local cuenta que... Meer

Sinopsis
1. El niño del pelotazo en el hocico - parte I
2. El niño del pelotazo en el hocico - parte II
3. El niño del pelotazo en el hocico - parte III
4. El niño del pelotazo en el hocico - parte IV
5. De la noche a la mañana - parte I
6. De la noche a la mañana - parte II
7. De la noche a la mañana - parte III
8. De la noche a la mañana - parte IV
9. De la noche a la mañana - parte V
10. El bosque de la bruja Tenanye - parte I
11. El bosque de la bruja Tenanye - parte II
12. El bosque de la bruja Tenanye - parte III
13. El bosque de la bruja Tenanye - parte IV
14. El bosque de la bruja Tenanye - parte V
15. Doctor Cupido - parte I
16. Doctor Cupido - parte II
17. Doctor Cupido - parte III
18. Doctor Cupido - parte IV
19. El hada de la alegría - parte I
20. El hada de la alegría - parte II
22. El hada de la alegría - parte IV
23. En el Palacio de los Elementales - parte I
24. En el Palacio de los Elementales - parte II
25. En el Palacio de los Elementales - parte III
26. En el Palacio de los Elementales - parte IV
27. En el Palacio de los Elementales - parte V
28. Los Jacinto de Ercilla - parte I
29. Los Jacinto de Ercilla - parte II
30. Los Jacinto de Ercilla - parte III
31. Los Jacinto de Ercilla - parte IV
32. Los Jacinto de Ercilla - parte V
Agradecimientos

21. El hada de la alegría - parte III

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Door JorgeUgaldeG

—No me dirijas la palabra. Por tu cara, supongo que ahora son muy buenos amigos —dijo Jerónimo con mirada reptil, apenas vio que Cristóbal entraba al salón. Las hadas liliputienses retomaron sus labores y ya habían salido del lugar.

—¿No tuviste el valor de confesarle que la amabas y te pones celoso?

—¡Traición! ¡Un buen amigo no se junta con la ex de su amigo! Es básico entre hombres.

—Tenanye tiene razón: de veras que eres tonto. Ella aún te ama, idiota. Aunque no me lo dijo exactamente de esa forma. Es más, no quiere saber nada de ti.

—Era obvio —intervino Cupido—. Te pasó por decirle fea, Jerónimo. Pero tranquilo, no te lo digo con el fin de... torturarte.

—Doctor, mejor termine el rodeo y me explica el motivo de ponerle una cabeza de chimpancé a mi cuerpecito. En este rato no ha hecho más que irse en evasivas y me deja en nada, como si yo tuviera que resolver un misterio. No le creo eso de que usted sí hizo algo en mí o que sus bromas tienen un sentido. ¡Y por favor dígale al simio que deje de hacer el ridículo! ¡Intenta hacerme reír y me desespera!

El Doctor se acercó al chimpancé y le dio una carantoña en la nuca. Luego lo llevó al segundo ventanal. Una brillante puesta de sol sería el espectáculo necesario para cautivarle los sentidos y de ese modo mantenerlo distraído. Cris de inmediato se acercó a Jerónimo, lo tomó de las orejas, lo volteó y dejó la zona del cuello mirando hacia el techo. «¡No hagas eso, Cristóbal! Oye, si estoy enojado contigo», reclamó el fantasma. «Respeta a tus mayores. ¡No me toque, no haga eso! Eso no, eso caca. ¡Me mareo!» Después de examinarlo por unos segundos el pequeño volvió a dejarlo sobre la camilla, tal como estaba.

—Claro que el Doctor hizo algo en ti —dijo—. La inscripción ya no dice Tenanye, sino que aparece tu nombre.

—Oh, entendí —Jerónimo echó un sarcasmo—. Qué sabias son las bromas del Doctor: ya tengo mi nombre puesto. De acuerdo, ahora contacten al dueño que de seguro está buscándome con desesperación. Y por favor díganle que me porté bien, que no me deje sin mi huesito.

—Oye, tonto, mejor preocúpate de Turion que se encargó de separarlos.

—¡Ese farsante! —exclamó el Doctor— Veo que Tenanye te habló de él.

—Esperen, ¿de qué me perdí? —preguntó Jerónimo.

El Doctor no se tragaba el cuento de Turion. Lo encontraba el ser más charlatán, tramposo y para colmo, cizañero. Un engañador de tomo y lomo con una verborrea espiritualmente iluminada. La luz y el universo eran sus palabras favoritas con las que emperifollaba sus frases que parecían estar escritas por los mismos ángeles. De ser un poeta, Cupido ya le habría comprado la obra completa. Es que nadie hablaba tan hermoso del amor como aquel apuesto y espigado elfo de cabellos plateados, hipnóticos ojos verdes y orejas puntiagudas. Y nadie podía igualar su sabiduría que daba un sentido existencial a las elfas que estaban aburridas de la inmortalidad. Nadie como Turion hablaba tan lindo y cuidaba tanto a las féminas del bosque.

Ahora, la pregunta que Jerónimo y Cristóbal se hacían sobre este personaje, era por qué, siendo él un elfo de admirable labia, y más al hablar del amor, estaría también impidiendo que en el bosque existieran las parejas de enamorados.

—¡Porque las quiere a todas a sus pies! ¡Dríadas, elfas, duendecillas... todas! —contestó Cupido—. A él no le importa esta dictadura del bosque; aunque en estos momentos le conviene. El plan de Turion es lograr que Tenanye le dé su alegría por completo, que es lo único que nunca pudo trasmitir superlativamente a los crédulos que le seguían o siguen. Una vez que lo consiga le romperá el corazón, dejará que se marchite y tomará el reino. Después se encargará del regreso de las féminas desterradas, salvo del hada Titania porque ella le significa una amenaza. Mezclará su conocimiento y falsa sabiduría con la alegría obtenida, lanzará un hechizo que las hará caer a todas, junto con las solteras que ya están y... —su voz se llenó de tinieblas— convertirá cada rincón del bosque en un harén.

—Me huele a envidia —dijo Jerónimo—. Mal que mal usted es Cupido. Hace cosas en nombre del amor y supongo que no le gusta la competencia.

—Sí, hago cosas en nombre del amor, pero lo mío no es la competencia. No me beneficio en nada con lo que hago. Es por eso que recibo más odio que gratitud por parte de quienes son blanco de mis flechas encantadas. Y no, no es envidia: es la rabia de ver cómo muchos se dejan engañar con palabras bonitas.

—De acuerdo, por lo visto este bosque tenía una inmejorable oportunidad al estar Tenanye y yo en un mismo salón. Pero la embarré, ¿cierto? Por otro lado, usted me dejó con una cabeza de chimpancé. En este momento la brujita me odia más que nunca y... y no se me ocurre nada. No hay solución para mi problema.

—¡Tu problema se soluciona nada más que pidiéndole perdón, y te tiene que salir bien de adentro! —Cristóbal exclamó, sorprendiéndose de él mismo; pero no para bien.

El silenció llegó de golpe. De pronto el niño sintió que no era el mejor indicado para hablar sobre cómo tratar bien a una mujer. Irónicamente estaba parado en un pedestal que le había quedado grande, como cualquiera de los que a veces nos subimos, olvidando que todos, incluyendo todas, tenemos nuestro tejado de vidrio. Nuestras sombras.

—¿Tan fácil resulta ver la solución en otros y no en uno, Cristóbal? —preguntó el Doctor Cupido— ¿En tu corazón hay una niña que se llama Camila?

—¿Cómo es que lo sabe?

—Puedo sentirme preso en este bosque, pero eso no me impide ver lo que ocurre en San Romeo —y lo miró con la ternura de un padre que observa a su hijo actuar con madurez—. No me equivoqué al buscar atraerte con el imán de poliuretano. Es más, había olvidado decirte que tengo algo que en la mañana estabas buscando y...

—...A Camilita le dije que era fea. La traté pésimo —Cris pensó en voz alta.

—¿Le dijiste fea a una mujer? —preguntó Jerónimo cual patudo, como pidiéndole una explicación— ¡Eso es de muy poco hombre, Cristóbal! ¡Mal hecho, muy mal!

—¿Cómo podría acercarme a ella y decirle cuánto lo siento? Jamás he sido un niño que sepa expresarse con ellas. Puedo tener muchos miedos, pero no hay mayor terror que pueda sentir que el de estar cerca de la niña que me gusta. Es que siempre he sido un chico que se apasiona con el fútbol, que disfruta con los juegos online y también de estar con sus amigos. Pero decirle a Camila que me gusta mucho, que es la niña más linda que he conocido en mi vida... no se me ocurre nada. Pensaba que entrando al bosque para recuperar la pelota de mi amigo comenzaría a corregir las cosas, pero... no hay solución para mi problema.

—Supongo que los hombres, por amor, perdemos la cabeza —agregó el fantasma. Lanzó un suspiro y continuó—: Creo que pensé mal de ti. No debí haberme enojado contigo. Lo sé, estuve mal. ¿Me disculpas? —Cristóbal asintió con su cabeza—. Ahora nos quedamos en este salón. Tristes, solos... sin nuestras novias... y no se nos ocurre nada. No hay plan. No quiero que Tenanye se marchite y muera; eso también me mataría. ¿Pero qué puedo hacer yo contra Turion, si ni siquiera tengo un cuerpo como pa' pegarle un combo? Mi hada amada no va a volver.

—Camila no me va a mirar más.

—...La perdí.

—...También yo.

El Doctor Cupido no podía creer lo que tenía frente a sus ojos. Eran dos amigotes que empezaban a «lamentarse» patéticamente.

—...La echo de menos —a Jerónimo comenzó a temblarle la pera.

—...Yo también —y la del chico tiritaba el doble.

Cupido apretó los dientes y cerró los ojos. No lo quería escuchar, sin embargo, el alarido se venía. Se venía...

—¡Traiga lo más fuerte que tenga, Doctor! —el idiota descabezado rompió en llanto.

—¡Bombones de licor para mí! —Cris también explotó en lágrimas.

—¡Serán ambos unos cabeza de mono! —el Doctor pareció haber perdido los estribos— ¡¿Cómo es posible que se echen a morir de esta forma?! De acuerdo, se dejó escapar una oportunidad de oro que ni yo me la esperaba, ¡pero no... estamos... acabados!

—¿De qué habla? —preguntó Jerónimo sin esperanza alguna— Tenanye me odia el doble, el triple. Turion va a lograr su objetivo y me la va a quitar. Acéptelo: este bosque está perdido.

—Parece que lo que te dijo Cristóbal no te bastó. Ella te ama, pajarón. Nada más está furiosa y herida. Y sí, aún existe una esperanza para nosotros.

—Entonces tiene que ser una muy buena porque a mi parecer estamos fritos.

—Es Sadronniel, la dama de compañía de Tenanye.   


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DICCIONARIO CHILENO

- Combo: puñetazo.

- Pajarón: despistado. No atento. Ligeramente tonto.

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