B/N

By quikedb

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¿Cómo sería tu vida si un día empezaras a ver en blanco y negro? More

Capítulo 1
Capítulo 3

Capítulo 2

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By quikedb

Sangraba en negro. Era una curioso pensar en ello. Estaba sangrando y mi sangre era negra. Bueno, estaba claro que en realidad no era negra, pero yo la veía negra.

-¡Te has cortado! -exclamó Julie a mi lado-. Pero corre, ¡mete el dedo bajo el agua en el fregadero!

Me quedé mirando un instante mi dedo sangrante antes de hacerle caso. Estaba cortando unos tomates para la ensalada que íbamos a comer. Julie se encargaba de cortar las cebollas, nunca le habían hecho llorar. Yo, sinceramente, odiaba cortar cebollas. Todo era diferente en blanco y negro. No me parecía real. Parecía demasiado real, tal vez. Es difícil explicarlo. Estaba cortando unos tomates grises y me hice un corte en el dedo y sangré negro. Podrían escribirse muchas teorías acerca del color, pero era mejor escribirlas sobre la escala de grises. Por el momento, pensaba que iba a costarme acostumbrarme. Ya me lo había dicho el doctor esa mañana. Era todo muy raro, como cuando estás mareado y todo lo que sucede a tu alrededor te parece que va a cámara lenta. Solo que no se trataba de velocidad.

Julie vino con una tirita gris y me ayudó a curarme el corte. No era muy profundo, pero no sé qué tienen los dedos, que sangran tanto. Son como fuentes eternas de sangre. La verdad es que no me dolía mucho. No, no había sido nada grave, aunque sangrara tanto. Julie me echó un poco de alcohol y he de admitir que eso sí que dolió, aunque luego ella sopló suavemente hacia la herida y eso alivió el dolor por completo. Cuando tuve la tirita protegiendo la herida, seguí cortando tomates como si nada. La ensalada estaba tan rica como siempre, a pesar de ser gris. Porque la lechuga no sabe verde y el tomate no sabe rojo. Porque el sabor es un sentido del que nos podemos fiar. No es como la vista, a la que los colores engañan.

El primer plato fue la ensalada, sin colores pero llena de sabor. De segundo plato tomamos unos pimientos verdes y unos espárragos trigueros a la plancha. Sí, era todo verde, pero todo gris. Todo lleno de sabor. De postre, dos kiwis. Sí, Julie y yo somos vegetarianos, así que no comemos carne. Ni carne roja ni carne blanca. Ni carne en blanco y negro. Yo sí tomo huevos y leche, aunque Julie es vegana, no los toma. Hay quien piensa que no es sano alimentarse sin carne, pero la verdad es que tanto Julie como yo gozamos de una salud estupenda. Y ninguno de los dos echamos de menos la carne. Olvidarnos de ella fue una decisión que hicimos juntos y de la que nos sentimos muy orgullosos. Sentimos que con este pequeño gesto ayudamos a hacer de este mundo un lugar mejor, un lugar en el que no hace falta quitarle la vida a otro para alimentarse.

-Vamos a jugar a un juego -dijo Julie.

Ya habíamos terminado de comer y estábamos sentados en el sofá del salón. Me miró con un gesto sonriente, con esa sonrisa suya que tanto me enamora.

-Tu dirás.

-Está bien. Te voy a ir señalando cosas y me tienes que decir de qué color son, ¿vale?

-Está bien -dije-. Adelante.

Se señaló la camiseta que llevaba puesta.

-A ver, esta camiseta. ¿De qué color es?

-Verde -dije sin dudarlo.

Ella pareció decepcionada.

-No vale, ya sabías que era verde -dijo, forzando la voz como si fuera una niña enfadada.

-Es que esa camiseta te gusta mucho. Prueba con algo que no sepa de qué color es.

-Mmm... vale -dijo, y se levantó para salir del salón.

Un momento después apareció con cuatro zapatillas. Eran unas Converse All Star, unas zapatillas que nos gustan bastante a los dos. Entre los dos tenemos unos quince pares distintos. Esas cuatro zapatillas eran suyas, según podía deducir por el tamaño. Aunque los colores no los tenía nada claros. Para mí eran todos grises, aunque una era de un gris bastante más claro que las otras tres. Colocó las zapatillas en el suelo y me dio una.

-A ver, ¿de qué color es? -dijo con una sonrisa. Parecía que la situación le gustaba.

Yo, la verdad, no tenía ni idea del color de la zapatilla. Sabía que Julie tenía unas Converse azules, otras rojas, otras verdes, unas amarillas, unas negras... Se había comprado unas moradas hacía poco y esa zapatilla parecía nueva. Comparé la tonalidad de gris con las otras zapatillas y no lo tuve muy claro. No era de las amarillas, eso estaba claro. La más clara de las otras tres debía ser una amarilla. Pero... me la jugué, y tuve la suerte del principiante.

-Esta es morada, está claro.

Julie se quedó asombrada. No esperaba que acertase con tanta facilidad.

-Sí. Qué tío. ¿De verdad diferencias los colores después de la operación? ¿En serio lo ves todo en blanco y negro?

Yo sonreí. No pude evitarlo. Julie estaba tan preciosa cuando ponía esa cara de asombro...

-Bueno... -empecé-. También es verdad que he hecho un poco de trampa. En realidad no es tan fácil diferenciarlas. Pero esta es muy nueva, así que pensé que sería de las moradas. Sin embargo... -miré a las otras zapatillas ntes de continuar- Esta es amarilla, ¿no?

-Sí. ¿La ves blanca? -preguntó curiosa.

-Casi.

-¿Y las otras dos? ¿Sabrías decir de qué color son?

Las contemplé durante unos segundos. Eran grises las dos, aunque una de un gris más oscuro. No sé por qué supuse que era roja. Bingo.

-¡Es impresionante! -exclamó-. ¿Y la otra? Si lo aciertas te llevo a cenar esta noche fuera.

No tenía ni idea. Podía ser azul. Tenía pinta de ser azul. ¿Qué más daban los colores?

-Azul -dije.

La cara de Julie se puso seria.

-¿Estás seguro?

-No -dije sonriendo-. Me la he jugado.

-Si quieres puedes cambiar tu respuesta. O plantarte -se calló un momento, aunque no dije nada-. ¿Es tu respuesta final?

-Sí, supongo.

-¡Pues te quedas sin cena! -dijo, y se abalanzó sobre mí para darme un abrazo.

La estreché contra mí y besé sus labios. La miré a los ojos, esos ojos grises que en realidad eran verdes. Sonreí.

-¿De qué color es? -susurré.

-Adivínalo.

-¿Verde?

Ahora la que sonrió fue ella, antes de besarme.

-¿Ves cómo no es tan difícil? Aunque la cena sigues sin ganártela -dijo.

-No pasa nada. Hoy debería acostarme pronto.

-Ya me buscaré a otro para cenar conmigo esta noche -bromeó. Y me pareció una broma de lo más adecuada, así que le di una pequeña palmada en el culo. Me pareció lo más adecuado.

-¡Oye! ¡Que era broma! -dijo ella, haciendo como que estaba ofendida.

-Lo sé -dije, y volví a besarla.

De pronto, sonó su móvil. Lo cogió.

-¿Sí? Sí, muy bien. Vale. ¿En qué calle? Perfecto, enseguida voy para allá. Hasta luego.

La miré. Seguía abrazándola.

-¿Quién era? -pregunté.

-Mi jefa. Ha habido un incendio en el Banco de España. Quiere que vaya a cubrir la noticia.

Julie es periodista. Reportera, concretamente. Es de esas chicas que salen en los lugares donde ocurren las cosas que salen en las noticias contando lo que ha ocurrido con un enorme y vergonzoso micrófono.

-Te acompaño -dije.

-Ha dicho el médico que guardes reposo.

-Sabes que voy a acompañarte, así que no piedras el tiempo.

Se dio por vencida. Sabía que con esas cosas no podía hacerme cambiar de opinión. Salimos de casa y rápidamente nos metimos en su coche. En diez minutos a estábamos en la plaza de Cibeles. Tuvimos que aparcar un poco lejos, pero no tardamos en llegar. La plaza de Cibeles estaba llena de gente. Había tres ambulancias, un camión de los bomberos y varios coches de la policía. Julie llamó por teléfono.

-Vamos a esa esquina -me dijo después de hablar a través del aparato-. He quedado ahí con Rober y Fran.

Rober era el cámara, Fran era operario. Los tres formaban un perfecto equipo de retransmisión en directo. Mientras Fran y Rober preparaban la cámara, Julie se fue a hablar con un policía que había por allí. Era su fase de investigación. Yo me acerqué a la fachada que había sido pasto de las llamas. Era toda una fachada. Estaba completamente negra (aunque para mí no era difícil verla negra) y seguía echando humo, pero los bomberos habían detenido el fuego. Saqué algunas fotos con mi cámara, aunque desde ese lugar y con ese ángulo nada merecía la pena.

Me dirigí a una zona más separada y saqué un par de fotos. Esas estaban mejor. Si me colocaba más a la derecha podría hacer algunas fotos mejores. Me dirigí hacia la derecha y encontré el lugar idóneo. Sin embargo, un furgón de la Guardia Civil tapaba parte de la visión, haciendo que la foto desde ahí... en fin, que no valiera nada. A mi lado había un árbol con ramas bajas. Si me subía podría hacer alguna foto sin que se viera el furgón. Me agarré a una rama y me impulsé de un salto, cuidando de no golpear la cámara contra el tronco. Me senté en una rama con cuidado de no caerme y miré por la mirilla de mi cámara. Desde ahí la foto era perfecta. Hice una foto. Luego otra.

-¡Eh, usted! -gritó alguien debajo del árbol.

Me eché un poco hacia adelante para hacer una foto mejor. Ajusté el zoom y enfoqué la cámara.

-¡Oiga, baje del árbol!

Tenía la foto perfecta. Sólo tenía que presionar con el dedo y... de pronto el árbol se tambaleó y perdí el equilibrio. Estuve a punto de precipitarme al suelo. En un acto reflejo solté la cámara y me agarré con fuerza a una rama cercana. La cámara se golpeó contra la rama en la que me había apoyado y se rompió el soporte que sujetaba la correa que llevaba colgada al cuello. El golpe de la cámara contra el suelo me dolió más que si me hubiera caído de cabeza. Se partió en varios trozos.

-¡No! ¡Joder! -grité.

Bajé del árbol con un par de saltos. Un policía estaba ahí abajo, a mi lado. Era de unos cuarenta años, con cara de pocos amigos.

-Venga conmigo -dijo; miró la cámara-. Y lo siento por la cámara.

-¿Qué cojones? ¿Que lo sientes? Casi me matas, casi haces que me caiga desde ahí arriba. Te has cargado mi cámara, joder. Joder.

Me acerqué a la cámara y recogí los trozos en los que se había convertido. El objetivo estaba completamente roto, la batería se había salido y otra pieza estaba suelta, colgando. No tenía arreglo. Esperé al menos que la tarjeta de memoria estuviera bien.

-Le he dicho que venga conmigo. No se resista -dijo el policía.

-Espera un momento, por favor. Por favor -dije mientras guardaba los trozos de mi difunta cámara en la funda que llevaba colgando a un lado-. ¿Esto me lo vas a pagar tú?

No me hizo caso. Me llevó a un furgón y me pidió el DNI. Después de que un compañero suyo hiciera unas comprobaciones en un ordenador, me devolvió el DNI y me pidió que dejara todo lo que llevara encima en el suelo del vehículo. Dejé mi cartera, mis llaves, mi móvil y la funda de la cámara que, por su culpa, estaba rota. Abrió la cartera y miró por encima lo que tenía. La dejó con desprecio en el suelo del furgón. Luego hizo lo mismo con la funda de la cámara, parándose más detenidamente en cada uno de los compartimentos.

-Vale, coja sus cosas. No vuelva a subirse a los árboles, o le caerá una multa de hasta seiscientos euros. Que tenga una buena tarde.

Le miré con seriedad. Era un hombre con aspecto anticuado, aunque igual era que le veía en blanco y negro, como todo lo que había a mi alrededor.

-Me has destrozado la cámara -le dije, mirándole fijamente a los ojos.

-Lo siento mucho -dijo él-, pero si no se hubiera subido a ese árbol, no le habría ocurrido esa desgracia. Ahora, váyase de aquí.

Le miré con desprecio y me fui hacia donde estaba Julie, que estaba ya preparada ante la cámara a punto de dar la noticia en directo. Su pelo brillaba de maravilla en blanco y negro con la blanca luz del sol, su sonrisa perfecta, sus ojos centelleaban grises.

-Entramos en tres, dos, uno...

-Así es, dos personas han resultado heridas graves y una leve en un incendio ocurrido aquí, en el Banco de España. Las víctimas estaban trabajando en la azotea del edificio soldando en unas obras cuando una deflagración ha producido el incendio. El edificio ha sido desalojado y el tráfico del Paseo del Prado y la Calle de los Madrazo ha sido cortado. Los bomberos ya han extinguido el fuego y las víctimas han sido trasladadas al hospital La Paz, donde están siendo atendidos.

-Y... estamos fuera -dijo Fran.

-¿Qué tal?

-Muy bien, como siempre -respondió el operario.

-Sí, genial -añadió Rober.

Yo aplaudí, un poco separado de ellos.

-Me encanta verte trabajar -dije, y acercándome a ella añadí-: Y más en blanco y negro.

Rober y Fran estaban recogiendo la cámara y guardando todo en la furgoneta en la que habían llegado. Julie fue con ellos y les ayudó a guardarlo todo.

-Nosotros volvemos a la redacción -dijo el cámara-, tú tenías la tarde libre, ¿no?

-Sí -respondió Julie-. Ya nos vemos mañana.

-Hasta mañana -dijo Fran mientras cerraba la puerta trasera de la furgoneta-. ¡Y bonita calva! -añadió dirigiéndose a mí.

-¡Yo también me alegro de verte! -le respondí.

Cuando se fueron, le conté a Julie que se me había roto la cámara.

-¿Cómo ha sido? ¿Qué ha pasado? -me preguntó.

-Me subí a un árbol para hacer una foto y se me soltó la correa -dije. No era mentira, aunque no era del todo verdad. Prefería no decirle nada del policía-. De todas formas, a era hora de que me comprara una nueva. ¿Te acuerdas de esa que estuve mirando por Amazon?

-Sí, pero era muy cara -refutó Julie.

-Podré pagarla en cuanto venda alguna de las fotos de hoy. A la tarjeta de memoria no parece que le haya pasado nada.

Noté un picor en la cabeza y fui a rascarme. Me topé con la gasa que cubría los puntos que tenía en la cabeza.

-¿Te duele? No deberías haber salido de casa -dijo Julie-. Venga, vamos al coche.

-No, no -dije yo-. ¿Por qué no vamos a tomar una cerveza? Para celebrar que la operación ha ido bien.

-Mmm... no sé si deberías -dudó-, pero bueno, creo que te lo mereces. ¿Dónde vamos?

Miré a mi alrededor. Había un pequeño bar a unos cien metros de donde nos encontrábamos. Le di la mano a Julie y señalé hacia el bar con la cabeza.

-¿Qué te parece ese bar de ahí?

-Me parece perfecto -dijo ella-. Por cierto -añadió mientras nos dirigíamos al bar-, ¿qué tal lo ves todo? Es decir... ¿cómo es eso de verlo todo... en blanco y negro?

No sabía cómo responder a eso. Todo era serio, ordenado y perfecto. Miré al cielo, gris, vacío de nubes. Miré adelante; todo era bonito, inmaculado, puro. ¿Cómo explicarlo?

-Pues... la verdad es que lo veo todo muy bien. Quiero decir... me encanta verlo todo así, parece más bonito. De todas formas, aún tengo que acostumbrarme. Sólo han pasado unas horas después de la operación.

La miré a la cara y apreté su mano contra la mía.

-A ti te veo preciosa -dije-. Como siempre -añadí antes de que protestara.

Ella pareció pararse a pensar. Nos detuvimos ante un semáforo con el muñeco rojo encendido. Paré por inercia sin darme cuenta de que, en realidad, no lo estaba viendo en rojo, sino en gris. Sonreí.

-¿Y no echarás de menos los colores?

¿Era una pregunta trampa?

-Sabes lo que opino de los colores -dije.

El muñeco verde (podría jurar que lo veía verde aunque lo viera gris, podría ser que ya estuviera empezando a diferenciar las tonalidades del gris) se iluminó y caminamos hacia el bar.

-A lo mejor un día cambias de idea. No sé, sabes que yo te apoyo y esto lo hemos hablado mucho antes de que te decidieras a cometer esta locura pero... Es difícil comprenderte, ¿sabes? Mira que lo intento, pero hay cosas que no llego a entender -me miró-. No te lo tomes a mal -añadió-, que te quiero igual, me veas con el color que me veas.

Entramos en el bar y nos sentamos en una mesa al fondo. Pedimos un par de cervezas. Julie se fue un momento al baño y me quedé contemplando el lugar. Estaba todo muy oscuro y era muy extraño. Todo en tonalidades negras y grises oscuras. Supuse que todos verían el interior del bar diferente, con los marrones de la madera, los ocres y dorados de los adornos que había en las paredes. Yo, sin embargo, lo veía todo con una pureza impresionante. Estaba maravillado. Todo era oscuro, pero sin embargo la nitidez con la que diferenciaba cada forma, cada esquina, me maravillaba.

Di un trago a mi cerveza. Era gris, de un gris intenso. Había pedido una cerveza negra, una belga. El sabor era fuerte, intenso, con un toque a café al final. En cambio, la cerveza de Julie era una rubia, de un gris claro, aunque no transparente. La espuma blanca resaltaba de una forma especial sobre el gris. Todo era diferente si te fijabas. En cambio, si no le dabas importancia, era como si no hubiera ningún cambio con respecto al día anterior. Sólo cuando lo pensaba me daba cuenta de que veía en blanco y negro.

Julie se sentó en su asiento vacío y dio un trago a su cerveza.

-Que sepas que me he tomado la tarde libre para cuidar de ti -dijo.

-Y me estás cuidando de maravilla. Te pongo un diez -dije sonriendo.

Ella también sonrió.

-Qué morro tienes.

Estuvimos tomando las cervezas y charlando de nuestras cosas. Todo era genial, a pesar de que no tuviera pelo. Pronto me crecería. Además, me venía bien un cambio de imagen. Sentí en ese momento que era feliz. Estaba con mi chica tomando una cerveza después de haberme operado para dejar de ver los colores. Estaba encantado.

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