Amando la Muerte ✓

By gabbycrys

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Cuando sus mundos colisionan, la rareza de un ángel con alas negras y una humana que ve a los muertos se vuel... More

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Seduciendo la Rebelión

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By gabbycrys


RAISA

Despierto desorientada. Mi cuerpo inmerso en una sensación de dolor extraña. Además, me siento increíblemente agotada, como si hubiera ido al gimnasio y hecho ejercicio hasta perder el conocimiento.

Apenas consigo dar la vuelta sobre la cama y contemplar al gato negro que respira profundamente sobre mi almohada. No sé por qué, pero me siento aliviada de verlo ahí, durmiendo tranquilamente y a escasos centímetros de mí.

El pelaje de su cabeza casi roza mi nariz. Cuando abre los ojos y me ve, durante un instante pienso que va a rasguñarme, pero a cambio se estira, y deja caer su pata sobre mi mejilla. Luego lame mi nariz, trayendo consigo un millar de recuerdos confusos.

Prince estaba a punto de desaparecer, por el contrario, Drac y River de pronto estuvieron aquí. No, ellos tres siempre estuvieron conmigo. Desde el infierno. Y Samael es mi padre.

Me incorporo sobre el colchón.

¿Pero todo sucedió realmente? Es decir, estoy de regreso en mi habitación en el hotel. ¿Cómo es eso posible?

Seguramente Scott me ha traído de vuelta.

Volteo a ver a Prince, quien ha pasado a contemplarme sin interrupción alguna. Jamás podré descifrar su mirada de gato, mucho menos sus pensamientos. Por lo general es la fría representación de un polo.

También recuerdo aquel beso, y se hace un vacío en mi estómago. Pero no estoy nerviosa de que nos encontremos a solas, estaría muy inquieta si luciera más bien como un humano.

Y si acaso fue todo un sueño...

Lanzo una mirada alrededor. Scott tampoco está presente, y Prince no ha hecho de las suyas todavía. No me ha rasguñado, gruñido, ni tampoco salido por la ventana poco después de hacer una escena.

Una idea cruza mi cabeza.

Quizá si consigo acariciarlo, podré salir de dudas.

Si todo lo ocurrido entre él y yo fue cierto, presiento que me dejará tocarlo como cuando lo hice mientras se encontraba moribundo.

Mi vida te ha pertenecido y te pertenecerá por siempre. El recuerdo de su voz sirve para llenarme de valor.

—¿Eso que dijiste, era cierto? —pregunto y pestañea lánguidamente. No deja de mirarme, y eso me hace pensar que quizá me he vuelto loca—. ¿La muerte mi leal sirviente? —ironizo en voz baja.

Fui yo quien lo creó. Recuerdo el dibujo que hice de él, el momento exacto. Fue el primero de todos los demás, y por lo mismo, le tenía un cariño especial. Pero también a los tres muñecos: Drac, River y... Calev. ¿En dónde estará ahora?

Aun así, como una completa demente estiro el brazo hacia su cabeza. Que sea lo que tenga que pasar. Si va a rasguñarme y salir corriendo, estoy dispuesta a correr el riesgo.

Él sigue sin moverse. Sus ojos amarillos son un enigma profundo e impenetrable. Me hacen dudar puesto que continúa contemplándome con ese mismo disgusto tan característico de su inquietante mirada.

—¿Vas a morderme o algo? —Vuelvo a preguntar cuando apenas existen unos centímetros de distancia entre mis dedos y su cabeza, pero él continúa sin moverse. Lo único diferente es que ahora contempla mi mano como si fuera una completa intrusa—. Qué estúpida.

Estoy a punto de apartarla, cuando inesperadamente da un paso hacia adelante y deja caer su frente en la palma de mi mano. Sus orejas puntiagudas me producen cosquillas.

No puedo hacer más que permanecer inmóvil y absurdamente sorprendida.

Prince, el gato más arisco del mundo, aquel que siempre me ha rasguñado cada que intentaba tocarlo, ahora de repente hace algo como esto.

La puerta de mi habitación se abre, Prince da un salto y con sigilo corre a refugiarse bajo mi escritorio, algo que jamás ha hecho antes, y eso es, ser cauteloso.

Extrañada contemplo a Scott mientras hace su entrada y regañadientes me dice:

—Estás loca.

—¿De qué hablas? —De repente ha empezado un dolor agudo en las sienes, por lo cual hago uso de mis dedos para masajearlas.

—Le salvaste la vida. —No se ve contento en lo absoluto. De hecho, casi podría jurar que está dolido—. Casi mueres por un demonio.

Me tomo una pausa para aclarar mis pensamientos.

—Así que no fue un sueño...

Niega con la cabeza mientras pone en evidencia una sonrisa mortífera, a la cual no le encuentro ningún significado.

—¿Estás aliviada porque no fue un sueño? —pregunta, contemplándome con absoluta frialdad.

¿Pero qué le pasa el día de hoy?

—Tú no lo entiendes.

Su expresión se vuelve aún más espeluznante que antes.

—Eres tú la que no entiende.

—¿Cuál es tu problema?

—Eres tú. Así es. No comprendo por qué infernos me enviaron para ser guardián de...

—¿La hija del diablo? Créeme, yo tampoco sé qué haces aquí. ¿Por qué diablos sigues aquí, Scott?

Mira hacia el suelo y contesta:

—No lo sé.

Sus palabras lastiman, y mucho. Me sientan todavía peor que el malestar que oprime cada uno de mis músculos cuando me levanto de la cama.

—Perfecto. Tienes el camino libre para largarte cuando quieras. —Paso junto a él—. Siempre tuviste el camino libre.

No tengo idea de lo que digo, tan solo escupo palabras que hagan menos agraviante el dolor que siento por su culpa, pero aun cuando abandono mi habitación, dejándolo atrás, el hacerme sentir mejor no funciona en lo absoluto. De hecho, se vuelve todavía peor. Mis ojos arden por la rabia que siento.

Y es que no lo entiendo. ¿Por qué está tan molesto precisamente? Le he explicado la misma razón una y otra vez, pero él no lo comprende.

Cruzo el corto pasillo hasta la pequeña salita con el par de muebles, cuando inesperadamente la voz de Nil me frena.

—¿Todavía no has ido a clases?

Sorprendida, suelto un improperio a la vez que lo veo ocultar un objeto largo y afilado bajo una toalla manchada de negro.

—Eso ¿es sangre? —le indico e intenta cubrir aquel objeto de mejor manera.

Eso que oculta sobre la mesa es su espada. Lo sé porque ya vi la de Leire aquella noche en la fiesta. Esta es muy similar.

Tan solo espero que no sea lo que de pronto pienso. Pero entonces recuerdo cuando Prince corrió a esconderse cuando la puerta de mi habitación se abrió, y de repente me siento terriblemente enfadada y decepcionada. Admiraba mucho a Nill, le quería. Y una parte de mí espera que no sea verdad lo que empiezo a creer.

—Es una mancha de barro nada más —se excusa.

—No soy estúpida —contesto con tal frialdad, que hasta yo me sorprendo—. Sé lo que soy, sé quiénes son ustedes, y sé que eso es la sangre de un demonio. ¿A quién heriste?

—¿Te preocupa a quién herí, o a qué cosa?

—¿Qué cosa? —pregunto indignada.

—Lo acabas de decir. Son demonios, la maldad encarnada.

Aquella insensibilidad en su mirada no solo me resulta desconocida, sino también aterradora. Este no es el Nil que recuerdo conocer, del que creí haberme enamorado.

—Pero no todos son malos.

—Estás... —De pronto parece dar con un por menor que no mejora su estado anímico—. ¿Te han lavado el cerebro?

—No. ¡Diablos, no! Por qué piensan que... Ellos no perturban los recuerdos de los demás como lo hacen los ángeles.

—¿Cómo estás tan segura? —Voltea hacia mí y se acerca peligrosamente.

Retrocedo un paso seguido de otro más.

—¿Por qué quieren hacerme dudar? ¿Por qué su empeño en hacer que les tema? Porque es eso, ¿cierto? La guerra entre demonios y ángeles. Quieren que esté de su lado porque soy la luz de Dios.

—Eres la hermana de Leire.

—¿Cuándo dejarán de mentirme? —grito. Un silencio abismal se abre paso—. Me voy a clases.

Avanzo hasta la puerta, la abro, y doy un primer paso sobre el pasillo, pero entonces noto que estoy descalza y en pijama. De inmediato, alguien me toma del brazo y me jala de regreso.

La puerta se cierra con la misma violencia con la que Nil estampa mi espalda contra la pared.

—Es un poco tarde para ir a clases —dice—. ¿Acaso recuerdas algo?

—¿Qué es lo que no puedo recordar? —Lo contemplo con ojos nublados cuando sus manos aprietan mis hombros—. Ustedes hicieron que lo olvidara. En realidad resultan ser los malos y se hacen llamar ángeles.

—¿Raisa? —Scott acaba de salir de mi habitación, encontrándose con una escena que, aparentemente, no se la esperaba.

—Mírame —me ordena Nil. Pero tengo miedo de hacerlo.

—¿Qué cojones le haces? —increpa Scott mientras se acerca.

—¡Que me mires! —Nil vuelve a aporrearme contra la pared y suelto un gemido ahogado.

—Suéltala. —Scott toma a Nil por el hombro y lo voltea, ensamblándole un puñetazo en la cara, pero que no es suficiente para detenerlo pues, con tan solo un movimiento de su mano, le basta para mandar a volar a Scott, quien golpea con el sofá con violencia.

Mi preocupación se expande hasta el preciso instante en el que, inevitablemente, mis ojos encuentran los de Nil. De repente tengo su voz rebotando en cada pared de mi mente y pierdo el control completo de mi cuerpo.


SCOTT

Nil se acaba de meter en su cabeza. Los ángeles hacen eso cada que desean manipular la memoria de los humanos.

Me levanto, planeando de qué manera podré interrumpir, pues no sé de qué manera pueda afectarle esto a Raisa.

—Escarbar en su cabeza de ese modo...

—¿Qué? ¿No es legal? Los demonios, pudieron insertar basura en su mente porque tú no hiciste tu trabajo. Por lo mismo, ella está confundida.

—No, no lo está. —Me acerco a la mesa cuidadosamente y aparto la toalla debajo de la que sobresale el mango de una espada celestial—. Tú y quien finge ser su hermana, la han moldeado durante todo este tiempo. Hicieron que olvide de donde proviene en realidad.

Nil emite un ruido de disgusto.

—Y entonces ¿qué? ¿Piensas que lo mejor es dejarla saber que su padre es Samael? Eso la pondrá del lado de los demonios.

Y me parece que tiene miedo de que algo así suceda. Pero tampoco parece tener menor idea sobre los cuatro que aparentemente surgieron con ella desde las profundidades del infierno para cuidarla. Los ángeles no tienen idea de que, la Raisa de tan solo siete años, creó sus propios demonios, sus propios guardianes, como un sistema de defensa.

—¿Pero sí es mejor tenerla a la fuerza de nuestro lado? —ironizo. Algo así jamás sucederá. Esos cuatro, no lo van a permitir.

—De nuestro lado —repite—.No olvides de qué lado te encuentras, Scott. Ahora ayúdame y...

—¿Quieres mi ayuda? —sonrío.

—Si lo que quieres conservar tus alas.

—¿Conservarlas? —Esta vez no puedo contener la carcajada que consigue escapar—. No sé si te has dado cuenta, pero conservarlas es lo que menos me preocupa.

Me arrojo sobre él con su espada entre mis manos. Contrario a la mía, esta pesa casi el triple. Se resiste, dándole tiempo suficiente para dejar caer a Raisa y voltear.

El filo de la espada rosa su cuello. No consigo moverla a voluntad.

—No podrás blandirla. No te pertenece. —Sonríe.

—¿Quieres apostar?

—Te juegas la vida.

El objeto entre mis manos empieza a temblar. Me es difícil manipularlo.

—Tan solo si es divertido —confieso.

—Caerás. —Su sonrisa es despectiva e insensible.

—Prefiero convertirme en un caído, que en un lame culos. —Muevo los brazos, desplazando la filosa hoja sobre su pecho, obligándolo a desplazarse hacia un lado para esquivarla.

—Piensa rápido. —Arrojo la espada al otro lado de la habitación, hacia la ventana abierta. Luego salto para levantar a Raisa del suelo, abrir la puerta, y correr a través del pasillo. Pero no puedo salir por la puerta principal, nada me asegura que Leire se encuentre en el Lobby.

Regreso la mirada hacia atrás, y descubro que Nil viene justo detrás, portando la espada celestial. No he ganado mucho tiempo, después de todo.

De repente una sombra cruza por mis pies y, veloz, la bola de pelos negra avanza a toda velocidad. La pierdo de vista cuando gira una esquina. Poco antes de alcanzar ese mismo vértice, escucho una explosión. Persigo su recorrido, y encuentro al gato al final del todo, esperando junto a un gran muro destrozado, del que todavía se desprenden piedras y polvo.

—¿Quieres que salte por ahí? —Extiendo mis alas, las mismas que arañan las paredes y puertas de las habitaciones que se encuentran a mis costados—. Eso será pan comido.

Salto y me elevo lo que más puedo, alcanzando los más alto del cielo.

Al volver la mirada, ya no encuentro al gato por ningún lado, sin embargo Nil todavía persiste. Luego contemplo a Raisa, quien todavía tiene la mirada perdida. Está completamente fuera de servicio.

—¿Estás bien? —le pregunto, pero no contesta.

Un minuto después me cuesta cargar con todo su peso. Y es al pasar junto al inmenso ventanal de un edificio, que comprendo la razón. Mis alas se están deshaciendo cual carbón encendido.

—Te revelaste, Scott. —Nil ya se encuentra muy cerca de atraparnos, y pronto empezamos a descender.

Agitar las alas no sirve de nada, de hecho, lo empeora todo. Incluso empiezo a sentir que arden, como si estuvieran siendo bañadas por fuego incandescente.

Estamos próximos a estamparnos contra el suelo en frente de tantos ojos humanos que seguramente nuestro recuerdo perdurará durante toda la eternidad. Pero tras un inminente trueno que esparce relámpagos a través de todo el cielo, cegándome por completo, una sacudida y, en el aire, a escasos metros del suelo, Raisa y yo nos detenemos.

Levanto la cabeza e intento mirar a través de la persistente luminiscencia.

—¿Neron?

—Guarda el secreto —me dice.

Raisa y yo salimos impulsados hacia un callejón, cayendo sobre una pila de cartones, dentro de un basurero.

Neron.

Regreso a ver hacia el cielo. El resplandor se ha ido, tan solo hay oscuridad. Luego comprendo que la tapa del contenedor se ha cerrado sobre nosotros y me permito descansar tan solo durante un breve instante.

¿Quién diría que el ángel más debilucho de todos, se la jugaría tanto para ayudarnos a escapar?

Le debo una, y bastante grande.

Bajó en el momento preciso. 


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