MIENTRAS BUSCABA PERDERME

By Gastohn

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Si tuvieras que optar entre poner a salvo tu vida y vivir tu más grande amor, ¿qué elegirías? Han pasado 20 a... More

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RUCA CURÁ
TODO HA CAMBIADO
UN ENCUENTRO
EN EL CAMINO
LA LLEGADA
LA PRIMERA NOCHE
UNA CABAÑA A ORILLAS DEL LAGO
UN CABALLO
EL CAMPO
OVEJA DESCARRIADA
SENTIMIENTOS ENCONTRADOS
ROCA Y EL ZURDO
EL SUEGRO
ANDRÉS
DE VUELTA AL PUEBLO
UNA CHICA DESCARADA
TODOS LOS FANTASMAS
DESEO
EL CUMPLEAÑOS DE ISABELLA
UNA NOCHE DE TORMENTA
LA CASITA ROJA
UN PAÍS MALHERIDO
OSCURIDAD
UN CIELO VACÍO
VERDADES CALLADAS
DUELE EL CORAZÓN
DÍAS Y NOCHES
DESILUSIONES
AZUL COLOR DEL CIELO

SIN DORMIR

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By Gastohn


Se acostó con la ropa puesta en el lado izquierdo de la cama. Yo me quedé levantado un rato más. El único dormitorio de la cabaña no tenía puerta, de modo que desde el lugar de la mesa en donde me encontraba podía ver la parte superior de su cuerpo. Parecía tranquilo, ya se había dormido. Intenté escribir algo en mi cuaderno, pero nada vino a mi mente. Me era más fácil hacerlo cuando me sentía triste y esa noche estaba lejos de eso. Me lavé los dientes, miré por el ventanal que da al lago. Pensé que lo correcto sería acostarme en el sofá. Lo sopesé varias veces. Decidí vestirme con una remera y un pantalón deportivo que él me había regalado y me acosté a su lado. No había abierto las sábanas, apenas se había recostado sobre el acolchado. Yacía tendido sobre su costado izquierdo, de frente hacia el resto del colchón vacío. Yo hice lo mismo e imité su posición, de modo que quedamos enfrentados. Su respiración era leve y la expresión de su rostro serena. Se lo veía cómodo, distendido. Tenía ambas manos aprisionadas entre sus rodillas flexionadas, por lo que se me ocurrió que podía tener frío. Busqué una manta en el ropero y lo cubrí. No se movió mientras tendía el pesado tejido sobre él, supuse que dormía profundamente. Volví a mi posición anterior fascinado por su expresión aniñada. Dormía con la boca entreabierta, casi podía adivinarle una sonrisa. Siempre sonreía. Dos pequeñas arrugas perpendiculares a la comisura de sus labios lo evidenciaban. Conté las pecas que tenía en el rostro, me pregunté si las tendría desde pequeño, debió de haber sido hermoso; aún lo era y conservaba mucho de aquel chico. Me pregunté con qué estaría soñando. ¿Lo habría hecho alguna vez conmigo? Quería ser importante para él; no pedía que sintiera por mí las cosas que yo sentía, me bastaba tener cierta relevancia para que cuando llegase el momento de marcharme, pudiera hacerlo con la seguridad de que no me olvidaría. Alguien dijo alguna vez que recordaremos a aquellos que nos hicieron reír, nosotros nos reíamos mucho.

Me sentía tan feliz por el simple hecho de tenerlo allí, a mi lado. Ese rostro se había convertido en un motivo para levantarme cada mañana lleno de esperanza. Quería quedarme así, observándolo toda la noche; guardando cada mínimo detalle para cuando ya no lo tuviera cerca. Sentí un hueco en el estómago; ya no quería marcharme. Deseaba quedarme en Escondido, que los ferris no volvieran a circular y que los caminos nunca fueran arreglados. Mis propios pensamientos me sorprendieron. Ya no me importaba poner en riesgo mi vida. Era feliz allí; por primera vez, feliz. Hizo un movimiento y se acercó un poco más a mí. Recordé su abrazo de más temprano. Quería acariciar su cabello oscuro, susurrarle: "gracias por todo". Sabía que pasaría toda esa noche en vela. Nuestros rostros enfrentados, nuestras respiraciones fundiéndose en una sola. Las gotas de agua golpeaban con monotonía las tejas y los leños de la chimenea chasqueaban a un ritmo sereno y adormilante. Aquella noche era una de las más lindas que había vivido, no quería que acabara. Cada minuto era precioso.


Me desperté con un ruido proveniente de la cocina. Andrés se había levantado y preparaba el desayuno.

—¿Qué hora es? —le pregunté desde la cama, todavía dormido.

—Son las seis y cuarto.

—Es de madrugada... —me quejé.

—Sí, ya sé, volvé a dormirte. Es la mala costumbre de levantarme siempre a esta hora —se justificó.

Me levanté como un sonámbulo; despeinado, atontado y sin poder coordinar mis pasos. Él ya había tomado un baño, se lo veía espléndido. Me hizo acordar a la gente en las películas que se despierta perfectamente arreglada y maquillada.

—Te queda un poco grande la ropa —se burló.

—No me molestes —protesté, metiéndome en el baño.

Odiaba la gente que se levantaba de buen humor, yo nunca lo conseguía. Me iba a esforzar para no hacerlo evidente.

—Huele rico —dije al volver a la sala.

—Hice tostadas y sé que desayunás con café, así que preparé un poco.

—Gracias. ¿Cómo dormiste?

—Increíble —respondió, mientras servía la mesa—. Gracias por taparme.

—De nada...

—Vos dormiste arriba de las sábanas, ¿por qué?

—No quise hacer mucho movimiento. No quería despertarte.

Lo reprobó con un gesto.

En algún momento de la madrugada, la lluvia había cesado.

Noté la escasa luz, supuse que seguiría nublado; aunque no estaba seguro de que el sol ya debiera aparecer a esa hora. Sobre la mesa había colocado dos tazas de café, azúcar, una canasta con tostadas de galleta, manteca y dulce de leche caseros, un par de platos y algunos cubiertos.

—¡Qué servicio! —bromeé.

—¿Viste? No te podés quejar —hizo su gesto típico.

Me gustaba ese despertar casi tanto como me había gustado la noche previa.

Mientras desayunábamos, dijo que debíamos ir a ver si los caballos estaban bien y, si era el caso, soltarlos. Estuve de acuerdo. Mientras tomaba un sorbo de café, miré por la ventana hacia al lago, el paisaje se me antojó algo invernal.

—Hoy el agua debe estar más helada que de costumbre.

—Sí —respondió—. Después vemos si hacemos la clase de natación o te perdonamos por una vez.

—Me falta poco, eh. Por lo menos, ya no me voy a ahogar.

—Es verdad —sonrió cómplice—. Bueno, espero que te acuerdes de quién te enseñó cuando ya no estés acá y vayas a una pileta.

Me entristeció pensar en esa posibilidad.

—Sigo preguntándome cómo es que no sabías nadar —se burló.

—No sé... No tuve la oportunidad, ya te dije.

—Sí, ya sé; no tenías dónde. Pero ¿nunca fuiste a la playa de vacaciones?

—No, Andrés, nunca me pude ir de vacaciones. Era pobre, te lo dije. Ni siquiera conozco el mar.

Me miró extrañado, casi con pena, aunque su expresión se modificó en seguida.

—Ya lo vas a conocer —dijo guiñándome un ojo.

—Eso espero. Es uno de mis sueños.

Los caballos estaban bien y, a pesar de la lluvia torrencial, no había ningún daño en la propiedad, solo mucho barro por todos lados. Cerca del mediodía el sol volvió con fuerza, él lo agradeció suponiendo que eso aceleraría el secado de los caminos. Estaba preocupado por Enrica e Isabella, había que ir a buscarlas al pueblo. Después de almorzar se comunicó por radio con ellas, su esposa le avisó que su padre las llevaría por la tarde en uno de los camiones del ejército. Me sentí tremendamente egoísta al descubrirme un poco molesto con la noticia. Supongo que deseaba tener a Andrés otra noche para mí. No iba a ser posible.

Cerca de las cuatro, mientras limpiaba el establo escuché al camión llegar. Evité salir. Después de terminar lo que estaba haciendo me quedé un rato sentado sobre un fardo de heno en compañía de Trasto y de Copo de Nieve. Me confundían mis emociones. Me pregunté si ya no me bastaba con tenerlo cerca, aunque estar separados dolería más. Recordé que había leído en una novela que uno nunca debe quedarse esperando a que algo ocurra, porque esa es la fuente de la mayoría de las frustraciones. Quizá debía ponerlo en práctica, no esperar nada. No esperarlo. No vivir con anticipación las cosas que aún no habían ocurrido. Acaso la vida sea como un río en el que debemos dejarnos llevar para no ahogarnos, confiar en la sabiduría de la corriente y permitir que el destino nos sorprenda.

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