Amando la Muerte ✓

By gabbycrys

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Cuando sus mundos colisionan, la rareza de un ángel con alas negras y una humana que ve a los muertos se vuel... More

Advertencia
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Seduciendo la Rebelión

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By gabbycrys


RAISA

La caricia en el cuello despierta un extraño deseo en mi interior, sin embargo, el lapso somnoliento es incluso tan poderoso que, sin esfuerzo alguno, se antepone a la posibilidad de abrir los ojos.

Aquel contacto, deliciosamente se desplaza hasta mi mandíbula, sorbiendo suavemente mi piel. Arde y quema al mismo tiempo, pero no es para nada una sensación desagradable.

Poco después muerde mi oreja con suavidad, y su lengua áspera es el impulso que me hace abrir los ojos.

Al principio no veo a quien creí encontrar. Esta vez se trata de Scott, y se encuentra sobre mí, bajo las mismas sábanas. Creo que está desnudo, al igual que yo. Puedo sentir su calor corporal, sin embargo me niego a bajar la mirada y comprobar.

¿Qué está pasando?

Mi mente es incapaz de elaborar un solo pensamiento con lógica, pero no puedo hacer nada más que mirarle y luego a sus espaldas. Las llamas que parecen haber germinado del suelo, ahora se desplazan por las paredes, trepando hasta alcanzar el candelabro que cuelga del techo. Mi habitación se transforma en un horno, y el pánico me asedia.

—Te lo devolveré —me dice Scott, acercándose igual que aquella vez en la piscina—. Raisa. —Su rostro se nubla, y me arrastro fuera de la pesadilla con gran dificultad.

Todavía me encuentro en mi habitación. El fuego ha desaparecido, Scott mantiene su rostro a una distancia prudente del mío, y sobre mis piernas encuentro a Prince gato, quien me contempla con somnolencia. Pesa bastante, y mi pecho todavía palpita a gran velocidad.

Un sueño. Nada más fue un sueño.

—¿Qué ha sido eso? —Scott mantiene distancia de la cama.

—Qué ha sido ¿el qué? —pregunto. Siento la garganta seca. Por un segundo pienso que Scott ha sido capaz de meterse en mi sueño y vernos a nosotros en una situación sugerente.

—Tienes el sueño pesado, me costó trabajo despertarte —indica. Luego miro hacia la ventana. Ya es de mañana—. Parecías estar sufriendo.

Es al intentar acercarse, que Prince se pone de pie y su lomo se encrespa. Scott lo mira con la mandíbula apretada. Creo entender a lo que se refería con que le costó trabajo despertarme.

—Tan solo fue una pesadilla —le digo. Prince da dos pasos sobre el colchón mientras estira su alargado cuerpo y luego lame su pata. Para ser un demonio, sabe bien cómo actuar como un animal—. ¿Permitiste que durmiera a mi lado?

—Lo arrojé fuera de la cama, incluso del edificio, sin embargo siempre regresa. Tampoco ha querido mostrarse en su forma humana.

Estoy a punto de preguntarle cómo fue que lo levantó sin que lo mordiera o rasguñara, pero me ahorro la pregunta estúpida al recordar que los ángeles, a más de permitir que los vivos puedan verlos cuando ocultan sus alas, poseen la habilidad de mover objetos sin la necesidad de tocarlos.

—¿Y cómo hacen los ángeles para regresar a un demonio al infierno? —le pregunto. Solo entonces Prince me mira. Por fin algo de lo que digo parece llamar su atención.

—Atravesándolos con nuestras armas basta. Pero por más que lo desee, no puedo llamar a la mía.

—No tienes poderes —intuyo la respuesta mientras salgo de la cama—. Me daré una ducha.

—¿Tan solo lo ignoras? —Scott señala al gato.

Admito que me origina cierto pavor, pero al mismo tiempo su presencia tampoco me alarma. Me he acostumbrado a su presencia durante muchos años.

—¿Lograste alejarlo del colchón? —ironizo y él finge sonreír, pero sé lo irritado que está. Prince ha conseguido molestarle, y el solo pensamiento me hace sonreír.

—¿De qué demonios te ríes?

—Ángeles —corrijo.

—¿Qué? —La confusión mezclada con la ira transforman su rostro en un pésimo chiste.

—De qué ángeles te ríes. —Una pausa—. Creí que no maldecían... Como sea... —Me precipito a encerrarme en el baño.

Olvidé que no se puede bromear con él. Carece de buen humor, y yo tampoco debería estarme riendo.

Todo se ha tornado muy extraño, tal vez por culpa de ese último sueño y todo lo ocurrido el día de ayer en esa fiesta. Fue el cumpleaños más anormal que he tenido jamás. Menos mal nunca esperé nada llegado ese día, de otro modo, en este momento me encontraría completamente desanimada.


Prince ha vuelto a desaparecer. No sé qué hacer con respecto a él. Quizá sea una estupidez, pero me gustaría poder hablarle. Sigo pensando que, después de todo lo que ha hecho por mí y por todos estos años en los que solo se la ha pasado vigilándome, su compañía jamás me hizo sentir en peligro.

—Necesito que, después del trabajo, aguardes en los vestidores. —Leire me ataja durante el desayuno, sentándose en la mesa justo después de que yo lo hago con mi plato de cereal.

Scott permanece junto a mí, sentado en completo silencio, con las alas recogidas a sus espaldas. Sería chocante para el resto del personal ver a un completo extraño compartir el desayuno con nosotras. Después de todo, no tenemos ningún otro familiar como para poder excusarnos.

—¿Más sorpresas? —Imploro que no sea así, pero es inevitable no preocuparse, sobre todo porque Leire no tiene nada para servirse esta vez.

—Nil te entrenará —dice y escupo la primera cucharada sobre la mesa.

Scott se levanta de la silla completamente asqueado.

—Que él... ¿Qué? —Me limpio la boca con una servilleta, y uso otras cuantas para secar la mesa.

—Te enseñará a pelear.

—Pero ni siquiera puedo bailar.

—Anoche... ¿Bailaste con él? —pregunta en voz baja mientras hace una mueca en dirección a Scott. Tomo nota para no volver a soltar lo primero que a mi cabeza llegue, o de otro modo, podría ser malinterpretado.

—No... —Oculto la mirada—. Como sea, no puedo.

—¿Cómo sabes si no lo has intentado? Tienes que aprender a defenderte.

—Tan solo lo sé y ya.

—Raisa...

—Soy cobarde, ¿bien? —intervengo—. Tengo miedo de todo esto... Demonios y ángeles. Solo quiero ser una persona normal.

Y para empezar, debería pedirle que se deshaga de todos los demonios existentes alrededor de mí, pero por alguna razón no puedo.

—Eres la luz de Dios —recalca lo obvio.

—No puedo —replico—. ¿Cómo se encuentra Etta? —Cambio de tema.

Leire suspira pesadamente mientras toma una grajea de vainilla de mi plato y la introduce en su boca. Está más desenvuelta que otras veces, quizá porque ya no debe ocultar su verdadera personalidad. Yo, por otro lado, todavía sigo tratando de asimilar lo sucedido. Tengo una hermana por ángel.

—Nil borró sus recuerdos e implantó unos nuevos según las cosas que hacía antes de ser poseído.

—¿Los ángeles también pueden hacer algo como eso?

—Sí, pero tan solo en casos como estos. Jamás deben enterarse sobre nuestra existencia o la de los demonios, tampoco debemos permitir que se vean involucrados de ninguna manera. —Está a punto de tomar otra grajea, pero se lo piensa mejor y opta por alcanzar el vaso con zumo de arándanos que también forma parte de mi desayuno.

—Tú, alguna vez conmigo...

—¿Qué? —Se atranca, pero no escupe como yo lo hice, más bien lucha por tragar con fuerza. Eso debe doler—. No, jamás. ¿Por qué lo preguntas?

El sueño de esta noche. El fuego, la manera en la que se expandía, creo haberlo visto antes, pero no lo recuerdo a plenitud.

—Soñé con nuestros padres.

—¿Qué exactamente? —pregunta sorprendida.

—No con ellos, tan solo el fuego. Se sintió tan real. Dijiste que murieron en un incendio.

—Sí, eso fue lo que ocurrió. Quizá no lo recuerdas a detalle porque eras muy pequeña y, además, la mayoría tiende a olvidar ese tipo de experiencias.

—Y papá, siendo un ángel, ¿no pudo hacer nada al respecto?

—Demonios intervinieron aquella vez. Le cortaron las alas y lo dejaron mal herido. Luego empezaron el incendio. Nos protegió como pudo y apenas sí pude sacarte de ahí.

Es la primera vez que Leire me cuenta el trasfondo de toda la historia. Ahora comprendo la razón. Estoy envuelta en escalofríos y una rabia poderosa hacia aquellos seres pertenecientes al infierno, porque ellos fueron los que ocasionaron sus muertes.

De repente tan solo anhelo justicia. Y aunque lo creo prácticamente imposible, al menos me ayudará a defenderme y no paralizarme como la última vez. No quisiera ser una presa fácil, no quisiera que alguien más tenga que dar su vida por mí.

—Quiero hacerlo —establezco convencida y Leire abre mucho los ojos—. ¿Dijiste en el vestidor?

—Sí

Me precipito a beber el resto del contenido del vaso.

—Entonces, nos vemos ahí después del trabajo. —Me retiro de la mesa con la loza ahora vacía entre las manos.

—¿Estás segura de esto? —pregunta Scott cuando nos hemos alejado lo suficiente del resto como para hablar sin susurrar.

—Sí, ¿por qué? —Alcanzo el lavaplatos e introduzco los trastes. Luego avanzo hacia la puerta que me dirigirá al pasillo que me llevará al jardín trasero.

—No lo sé. Algo me dice que te darás por vencida el primer día.

—Gracias por tu apoyo, ángel de la guarda inútil.

Frena en seco y de reojo advierto que su sonrisa se vuelve atrevida. Mi mente se nubla, y un nuevo alucinante pensamiento casi es capaz de partirme en dos.

Su sonrisa es lo más atractivo en él.

—De repente te volviste resabiada —me dice.

Un hormigueo invade mi cuerpo a plenitud, conduciéndome a la pregunta que todavía no he concientizado: ¿Por qué tener esa clase de sueños con él? No tiene sentido.

Inhalo y exhalo con fuerza.

—¿Qué pasa? —pregunta y entonces salgo del trance.

—Nada. —Sigo avanzando, pendiente de que Scott persigue mis pasos.

Por la tarde, cuando ya no quedan personas en la piscina, Scott y yo nos dirigimos al vestidor. Nadie ha entrado al agua esta vez. El clima está enfriando más rápido de lo normal.

Mientras yo sacaba las hojas secas que flotaban en el agua, a Scott le ha tomado una hora ir a casa de Daisy para devolver el auto que dejó aparcado fuera de su casa, el vestido que alquilé de regreso en la tienda de antigüedades, y finalmente estar de regreso.

Con la espalda recargada en el marco de la entrada al vestidor, Nil está esperándome. Algo que jamás imaginé que sucedería y, por lo cual, como atontada freno para mirarle. Tiene suerte, los fines de semana no debe cubrir ningún turno.

—¿Lista para tu entrenamiento? —pregunta mientras sonríe. Luego desplaza su mirada hacia Scott, y su expresión se convierte en una mueca—. ¿Vas a cambiarte?

—Sí, pero no te preocupes, él suele quedarse fuera —miento. Mientras mudo de ropa, por lo general Scott tan solo me da las espaldas. Ya me he acostumbrado a eso.

—No hace falta —me dice—. Quédate así.

Examino mi vestimenta. Por lo general, en verano, tan solo uso mi traje de baño y una camiseta mangas cortas, pero cuando el clima empieza a enfriar, me veo en la obligación de usar una sudadera con cierre hasta que termina octubre. A partir de noviembre hasta finales de febrero, se vacía la piscina por culpa de la nieve y el mal clima.

—Está bien —contesto.

—Sígueme.

Estamos de regreso en la piscina. El ocaso luce espléndido en el horizonte y refleja un perfil rojizo en el agua. El jardín yace hidratado gracias al sistema de riego automático. Por otro lado, las fuentes han dejado de funcionar, y los árboles han tomado la apariencia de raíces gigantescas con apenas algunas hojas aferrándose a sus ramas.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto.

—Leire me comentó que no eres buena bailando. —Justo ahora muero de pena—. En una pelea, es vital mantenerte de pie. Si caes al suelo...

—Estás muerta —finaliza Scott, tornándolo todo igual de sombrío que su voz.

—Mantener el equilibrio es lo esencial. —Nil toma la tabla de natación más grande que encuentra en el puesto del salvavidas, y la arroja al agua, junto a la orilla.

—¿Insinúas que debo pararme en eso y no caer?

Imposible.

—Anda, acércate —me anima. Lo hago y vacilo cuando me ofrece su mano.

—No durará más de un segundo. Se desplomará como el puente de Londres: estrepitosamente.

Miro al dueño de ese último comentario, el mismo que ya se ha hecho de su asiento en primera fila.

—Te sostendré, y tú pondrás un pie en esa tabla seguido del otro cuando te sientas lista. Debes encontrar el equilibrio para que no se deslice sobre el agua. Es como el surf —me explica Nil, ignorando a Scott con talento nato.

—Jamás he surfeado.

—Pero podrías ser bastante buena.

A mis oídos llega la risa de Scott. Está sacándome de mis casillas.

—No le prestes atención, tan solo mírame a mí, ¿de acuerdo? —pide Nil en voz baja, y no me resulta complicado empezar por esa parte. Sus ojos agraciados de color café me inspiran serenidad y cierta confianza. Es todo lo que necesito para tomar su mano como si de una danza de película romántica se tratara.

—Ahora, el pie derecho sobre la mitad de tabla —me indica. Hago lo que dice y esta se hunde un poco cuando la piso. Quizá sea mi imaginación, pero percibo el agua helada—. Todavía no ejerzas presión. Bien. Así. Cuando te diga, tendrás que desplazar el pie derecho hasta casi el extremo de la tabla, impulsarte de mí y subir el izquierdo al lado contrario. Debes ser rápida y exacta o la tabla se deslizará, ¿de acuerdo?

—Eso creo.

Tan solo sé que, si piso mal, caeré dentro de la piscina, y eso será todo.

No sabré bailar, pero por lo menos sé que, aunque la tabla se deslice, no moriré ahogada. Eso también me da seguridad.

—¿Lista? —Me toma con firmeza de los antebrazos.

—Ajá.

—Ahora.

Busco impulso de Nil y deslizo los pies sin saltar. La tabla se hunde al recibirme y vacila a la vez que mis rodillas tiemblan, pero me aferro a sus brazos y él a los míos, equilibrándome hasta que la tabla permanece inmóvil bajo mis pies.

—Eso es. Lo hiciste —dice y sonrío ampliamente—. Te voy a soltar ahora.

—¿Qué? —Entro en pánico y la tabla tiembla.

—Solo mantente así.

—No —imploro.

Me suelta.

Durante unos segundos intento buscar el equilibrio, sin embargo la tabla no tarda en deslizarse, resbalo y, Nil se las arregla para encontrar mi mano y tirar de ella, llevándome hacia adelante, en dirección a la orilla y hacia él.

Choco con su pecho con fuerza suficiente para arrebatar cualquier aliento, pero él no se inmuta cuando elevo la mirada, encontrando se mirada y perdiéndome durante un breve instante, recordando lo mucho que, antes, me hubiera gustado estar así, con sus brazos alrededor de mí y yo respirando el aroma concentrado en su pecho. Creo que esto se asemeja bastante al paraíso.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta, y de repente la tabla de natación cae sobre su cabeza.

—¡Ay por Dios! —suelto preocupada—. ¿Estás bien?

Por suerte están hecha de un material que no pesa casi nada. Sin embargo, no termino de entender por qué cayó en esa dirección si la tabla se deslizó hacia atrás, impulsándome a mí hacia adelante.

Como intuyendo la respuesta, busco a Scott, cuya sonrisa me da la bienvenida después de un: London Bridge is falling down, falling down, falling down...


Entro al vestidor como alma que lleva el diablo. Scott se ha quedado fuera junto con Nil.

¿Por qué hizo algo como eso?

Aún más, tuvo el descaro de canturrear en voz apenas audible y muy lentamente la famosa canción de London Bridge. Aunque he de admitir que la gravedad en su voz lo hizo parecer ronco, también fue un poco perturbador, sobre todo por el si fin de versiones escalofriantes que la canción oculta detrás. La que más me traumó fue haber leído que, para que el puente se mantuviera firme, al pie debía construirse sobre la base de sacrificios humanos, sobre todo de niños.

Me doy un golpe en la frente, tratando de sacar cualquier pensamiento extraño de mi cabeza.

Abro la puerta de mi casillero y un zapato cae a mis pies. De su interior una especie de muñeco rueda hasta ocultarse bajo una banca de madera.

Me coloco de rodillas y estiro el brazo para alcanzarlo.

Estoy segura de que no me pertenece, sin embargo, el tan especial parecido que encuentro en este pequeño objeto de tela me origina un sinnúmero de emociones que no consigo definir.

Tiene la forma rectangular, es del color como la paja, y aparenta ser una persona en miniatura. De la cabeza cuelgan lanas negras, han zurcido su boca, y sus ojos de media luna amarillos están cocidos en sentido vertical, uno más grande que el otro. El resto del cuerpo es largo y sus extremidades muy cortas en comparación.

La confusión es casi aplacadora. Me origina cierto recelo y espanto, pero al mismo tiempo me parece un encanto.

Sí, eso es. Un terrible encanto.

Me estoy moviendo de regreso a mi casillero, sitio en el que, sobre mis prendas de vestir amontonadas, encuentro un dibujo como hecho por un niño que no hace mucho conoció lo que son los lápices de colores. En el papel yace bosquejado el mismo muñeco, tan solo que este posee orejas puntiagudas y, justo por debajo, yace escrito con letra apenas descifrable: MI PRINCE.

Pero lo que está pintado a sus pies y en ciertas zonas sobre esa misma figura, es lo que origina el pavor verdadero en mí.

Trazada de manera en la que, claramente se define, aquel que retrató el muñeco tuvo que sacar la punta del lápiz una y otra vez por la fuerza con la que empleaba el color rojo hasta traspasar la hoja algunas veces, yace salpicada la clara imitación de la sangre.


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