DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CO...

By wickedwitch_

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Su destino fue escrito como una tragedia. Mab nunca tuvo una vida fácil, en especial cuando su padre la nombr... More

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| ❄ |
| ❄ | Prólogo
| ❄ | Capítulo uno
| ❄ | Capítulo tres
| ❄ |
| ❄ | Capítulo cuatro
| ❄ | Capítulo cinco
| ❄ | Capítulo seis
| ❄ | Capítulo siete
| ❄ | Capítulo ocho
| ❄ | Capítulo nueve
| ❄ | Capítulo diez
| ❄ | Capítulo once
| ❄ | Capítulo doce
| ❄ | Capítulo trece
| ❄ | Capítulo catorce
| ❄ | Capítulo quince
| ❄ | Capítulo dieciséis
| ❄ | Capítulo diecisiete
| ❄ | Capítulo dieciocho
| ❄ | Capítulo diecinueve
| ❄ | Capítulo veinte
| ❄ | Capítulo veintiuno
| ❄ | Capítulo veintidós
| ❄ | Capítulo veintitrés
| ❄ | Capítulo veinticuatro
| ❄ | Capítulo veinticinco
| ❄ | Capítulo veintiséis
| ❄ | Capítulo veintisiete
| ❄ | Capítulo veintiocho
| ❄ | Capítulo veintinueve
| ❄ | Capítulo treinta
| ❄ | Capítulo treinta y uno
| ❄ | Capítulo treinta y dos
| ❄ | Capítulo treinta y tres
| ❄ | Capítulo treinta y cuatro
| ❄ |
| ❄ | Capítulo treinta y cinco
| ❄ | Capítulo treinta y seis
| ❄ | Capítulo treinta y siete
| ❄ | Capítulo treinta y ocho
| ❄ | Capítulo treinta y nueve
| ❄ | Capítulo cuarenta
| ❄ | Capítulo cuarenta y uno
| ❄ | Capítulo cuarenta y dos
| ❄ | Capítulo cuarenta y tres
| ❄ | Capítulo cuarenta y cuatro
| ❄ | Capítulo cuarenta y cinco
| ❄ | Capítulo cuarenta y seis
| ❄ | Capítulo cuarenta y siete
| ❄ | Capítulo cuarenta y ocho

| ❄ | Capítulo dos

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By wickedwitch_

El mensaje había llegado desde la Corte de Verano apenas un par de meses atrás, anunciando el compromiso de uno de sus príncipes y extendiendo una invitación a la Corte de Invierno para la celebración que se llevaría a cabo tiempo después, formalizándolo frente al resto de cortes.

Cuando mi padre sentenció que viajaríamos a la Corte de Verano, aceptando la invitación de sus monarcas para participar en aquel espectáculo que pretendía enmascarar aquel frívolo y ventajoso acuerdo —tanto para los reyes de Verano como para la familia de la afortunada futura novia— me negué en rotundo. El rey creyó que se trataba del temor que me inspiraba que fuera la primera vez que abandonara mi corte, siendo testigo directa de los entresijos que existían entre las cuatro, pero estaba equivocado: mi lugar estaba en la Corte de Invierno, demostrando a todos aquellos que no confiaban en que fuera apta lo equivocados que estaban respecto a mi idoneidad para el puesto de heredera.

Sin embargo, mis intentos para convencer a mi padre no surtieron efecto.

—Alteza, moveos un poco hacia la izquierda, por favor —la voz del sastre real me hizo regresar al presente, a mi dormitorio.

Tras la rotunda respuesta del rey sobre formar parte de la comitiva que viajaría a la Corte de Verano para ser testigo del compromiso, mi madre llegó a la conclusión de que debía tener un nuevo guardarropa para la ocasión; eso significaba que mis viejos y pesados vestidos se quedarían en el fondo de mi armario, recurriendo a Feeider para que se hiciera cargo de las prendas que estaría obligada a llevar durante el tiempo que pasáramos allí. «Uno o dos días, a lo sumo», fue la escueta contestación que obtuve de mi padre cuando exigí saber cuánto demoraría aquel asunto del anuncio oficial del compromiso.

Vi a mi madre lanzarme una mirada cargada de advertencias cuando mis labios se fruncieron, así que me limité a obedecer sumisamente las indicaciones de Feeider mientras sus jóvenes ayudantes daban las últimas puntadas a aquel incómodo atuendo que tendría que llevar y mis propias doncellas se encargaban de doblar cuidadosamente aquellos modelos que ya hubieran pasado por la crítica opinión de mi madre, quien estaba sentada en uno de mis sofás y no perdía detalle de todo lo que sucedía a mi alrededor. Incluyéndome a mí.

Una punzada de irritación me traspasó al contemplar mi aspecto en los espejos que el sastre real y su reducido equipo habían traído consigo para que pudiera vérseme desde todos los ángulos posibles. Aquel vestido estaba fabricado con una tela suave y demasiado fina, un material que en la Corte de Invierno no protegería del constante frío que nos rodeaba; las mangas me alcanzaban hacia el codo, abriéndose y provocando que la tela flotara alrededor de mis antebrazos. Los cuellos altos a los que estaba acostumbrada habían sido sustituidos por escotes que dejaban al aire mis clavículas, provocando que la baja temperatura mordisqueara mi piel y me hiciera desear cruzar la distancia que me separaba de la chimenea para acuclillarme frente a las llamas que ardían en su interior.

Contuve las ganas de removerme y estirar de la prenda, incómoda por el modo en que el vestido se ceñía a las primeras curvas que mostraba mi cuerpo. La tela se pegaba desde los hombros hasta un poco más debajo de mi cintura, dejando que la falda cayera mucho más suelta hasta el suelo.

Al menos, me dije, habían optado por un color azul familiar... aunque una tonalidad más clara que los que usualmente usaba.

Feeider retrasó un paso para dedicarme una crítica mirada, admirando su obra y cómo quedaba puesta. Mi madre también abandonó su asiento para poder verme de más cerca; aquella era la última prueba de mi vestuario antes de que partiéramos a la Corte de Verano, lo que sucedería a la mañana siguiente.

—Maravilloso —elogió el sastre real, observándome desde todas las perspectivas—. He intentado seguir las líneas que suele seguir la moda de la Corte Seelie, sin caer en su... provocación.

La reina asintió ante las palabras de Feeider, dándole la razón.

—El color es idóneo para resaltar su mirada —agregó el hombre.

«Y la tela es perfecta para que alimente el fuego de mi chimenea», pensé inmóvil frente a los espejos mientras Feeider seguía alabando su trabajo, sabiendo que contaba con toda la atención de mi madre.

—Sigo creyendo que has cometido un error al obligarme a venir, papá —comenté, cruzándome de brazos en mi asiento dentro del carruaje.

Apenas llevábamos unas horas de viaje y ya había perdido la cuenta de las veces que había repetido lo poco conforme que estaba con la decisión de tener que acompañarles a la Corte de Verano. Al otro lado de la pared del vehículo escuchaba el traqueteo de los baúles, recordándome las prendas que guardaban; de manera inconsciente me arrebujé bajo mi pesada capa, consciente de lo fino que era el vestido que cubría.

Un desagradable recordatorio más sobre nuestro destino.

Observé torvamente a mi padre y a mi madre, ambos ocupando los asientos que estaban frente a mí. El rey sonreía ante mi comentario mientras que la reina estaba absorta en el paraje que se podía observar desde la ventana del carruaje, una excusa idónea para ignorar mis continuos reclamos.

—Es tu deber estar allí, Mab —dijo mi padre, inclinándose para cubrir mis manos con la suya—: forma parte de tus responsabilidades como futura reina de la Corte de Invierno.

Apreté los dientes, ofuscada por tener que darle la razón.

Aquel sería mi primer acto fuera de las fronteras de mi corte y no podía permitirme cometer un solo error. Ya no sólo la comitiva que nos acompañaría hasta la Corte de Verano estaría pendiente de todos y cada uno de mis movimientos, sino también por ojos ajenos; la presión de lo que se esperaba de mí se aposentó sobre mis hombros como una pesada losa de piedra.

Y mi padre no pareció indiferente a ello, pues su sonrisa se tornó comprensiva y en sus ojos apareció una sombra de silenciosa comprensión. Él también había tenido que enfrentarse a esa primera experiencia frente a las otras cortes, sabiendo que su presencia —sus acciones, sus palabras— repercutirían de un modo u otro.

—Sé que lo harás bien —me aseguró a media voz—. Confío en ti.

Mis ganas de seguir insistiendo se esfumaron al escucharle decir aquellas dos últimas palabras. Mi padre había depositado su fe y confianza en mis manos, sabiendo que no podía fallarle; la actitud que había mantenido desde que me hubieran sacado de la cama hasta aquel preciso instante se me antojó infantil.

La vergüenza reptó por mi rostro, alcanzando mis mejillas y haciéndolas relucir al ser consciente de que había cometido mi primer error al comportarme como una niñita caprichosa.

Bajé la mirada y murmuré una disculpa mientras mi padre se reclinaba para apoyar su espalda contra la pared acolchada del carruaje, buscando de manera inconsciente la mano de su esposa. Fingí no ser consciente de cómo la reina le dio un ligero apretón, quizá agradeciéndole en silencio la manera que había tenido de hacerme ver que estaba equivocada.

Usando la misma excusa que mi madre, aparté un poco la cortina para observar el paisaje que atravesábamos, ya habiendo dejado kilómetros atrás Oryth y el castillo. Mis ojos recorrieron de manera curiosa los grandes árboles de hojas blancas que se alzaban a ambos lados del camino, lejos de cualquiera de las tres grandes ciudades o cualquier pueblo, provocando que el tiempo perdiera todo su sentido.

El viaje hasta la Corte de Verano era demasiado largo debido a las distancias que nos separaban, por eso mismo el rey de Verano nos proporcionaría un salvoconducto que pudiera reducir el tiempo de viaje; para ello mi padre nos había hecho ir hacia las fronteras que quedaban más cerca: abriría un portal que nos llevaría hacia el Valle y luego buscaríamos el punto exacto donde se encontraría el salvoconducto creado expresamente para nosotros.

Sentí mi hielo cosquillear en la punta de los dedos cuando mi padre dio la orden para detenernos. Le observé salir del carruaje, deshaciéndose de su propia capa y desvelando las livianas prendas que ocultaba debajo; de manera inconsciente me incliné hacia delante, aprovechando que había dejado la puerta completamente abierta.

Mi madre se limitó a acomodarse en su propio hueco, conteniendo una sonrisa ante mi evidente curiosidad, pero no me obligó a que volviera a mi asiento. Me aferré a la madera del carruaje mientras veía a mi padre tomar distancia de la comitiva de convoyes que nos seguían para poder abrir un portal que nos permitiera aligerar las horas de viaje.

Una oleada de fascinación me embargó al ver de primera mano cómo el poder del rey resurgía frente a su figura, haciendo que el hielo brotara en grandes placas hasta formar un inconfundible arco; al otro lado pude distinguir una verde llanura.

El Valle.

Aquel territorio neutral que no pertenecía a ninguna corte, donde la magia era quien marcaba las reglas, se extendía por el centro de Tír Na Nóg, alcanzando las fronteras de las cuatro cortes. En mis lecciones de geografía había estudiado aquella zona de nuestro continente debido a su importancia dentro de nuestra Historia: fue en aquel lugar donde se produjo la Gran Guerra que arrastró a las cuatro cortes tanto tiempo atrás; además, fue en el propio Valle donde se firmó el tratado de paz, lo que trajo consigo el fin de las hostilidades y la creación del Torneo de las Cuatro Cortes, una competición donde se pretendía demostrar aquella alianza que habían alcanzado sería duradera, por no decir veraz y cumplida por todas las partes.

También buscaban asegurar que no se repitiera la misma historia.

Mi padre comprobó la estabilidad de portal que acababa de crear antes de regresar al carruaje. Sus ojos azules estaban iluminados por su magia de Invierno, chispeantes después de aquel despliegue de magia; volví a mi asiento y me sonrojé de manera inconsciente cuando el rey me dedicó un guiño de ojo antes de hacer que nuestro vehículo fuera el primero en cruzar.

Una vez abandonáramos la Corte de Invierno, los sortilegios para protegerla se activarían hasta que regresáramos.

Me abaniqué cuando aquella oleada de calor me golpeó con virulencia. La capa de mi padre reposaba a nuestros pies, y mi madre no tardó mucho en deshacerse de la suya propia para dejar al descubierto una copia casi exacta del vestido que yo misma todavía mantenía oculto, a la espera de que no llegara el momento de tener que mostrarlo.

La moda de la Corte Seelie me resultaba demasiado ceñida y reveladora, en especial ahora que veía el bajo escote que llevaba su modelo. No estaba acostumbrada a que se me marcara tan evidentemente la pequeña curva de mis pechos, como tampoco la línea de mi costado hasta alcanzar mi cintura.

—Deberías quitarte la capa, Mab —me recomendó mi madre, consciente de mi reticencia a hacerlo.

A regañadientes, llevé mis manos al broche y lo solté, provocando que la prenda resbalara por mis hombros hasta caer contra el asiento; la mirada de mi padre mostró un ramalazo de inconfundible aprobación ante mi apariencia y mi madre sonrió, complacida por mi imagen. Luego retiró las cortinas para permitir que la luz entrara a raudales en el interior de la cabina, permitiéndonos contemplar con mayor claridad el Valle.

—Estamos cerca del salvoconducto —anunció mi padre, y me pareció emocionado.

Era consciente de las buenas relaciones que mantenía con el rey de la Corte de Verano, ya que había escuchado las anécdotas de su juventud, cuando viajaba como emisario por las otras tres cortes. Mi padre siempre había adorado la libertad que le había brindado su posición —antes de ascender al trono— para poder conocer mejor a los que, en un futuro, podrían ser sus potenciales aliados; yo nunca había sentido ese afán por viajar, pues antes quería demostrar que podía estar a la altura de las circunstancias, del nivel que todos aquellos que ponían en duda mi papel como heredera exigían.

Y eso suponía estar horas y horas encerrada en las bibliotecas del castillo, embebiéndome de todo lo que contenían sus libros.

Todos mis sentidos se agitaron cuando atravesamos el salvoconducto que el rey de Verano había creado cerca de sus fronteras para permitirnos el paso a sus dominios. El drástico cambio, el notar una magia ajena a la mía presionando desde los cuatro costados, hizo que me pusiera rígida en mi asiento mientras una pequeña parte de mí agradecía el haberse deshecho de la capa.

Mis ojos se desviaron hacia la ventanilla del carruaje, topándose con una frondosa hilera de árboles cuyas hojas verdes se mecían al ritmo de la ligera brisa que corría. Más allá, en la lejanía, se distinguía la inconfundible silueta de una ciudad.

—Vesper —dijo mi padre, siguiendo la misma dirección con su mirada.

El centro de la Corte de Verano, su corazón. Aquella enorme ciudad situada cerca de los acantilados que limitaban el continente era donde residía todo el poder del rey, desde donde gobernaba; anteponiéndose a la Vermor, Tamir y Eveleisse, las otras tres ciudades que formaban parte de las vastas regiones de aquella corte.

Un nudo empezó a estrechar mi garganta conforme la distancia fue desapareciendo, permitiéndome contemplar desde más cerca el diseño de las primeras líneas edificadas que conducían a la urbe.

—La ciudad fue construida formando semicírculos concéntricos; sin embargo, poseen varias calles principales, a las que llaman arterias —mi padre se zambulló de lleno en una apasionada explicación mientras avanzábamos, llegando hasta la calzada que indicaba que habíamos entrado en la ciudad—. El palacio se encuentra al fondo, cruzando toda Vesper.

Mi madre parecía absorta por contemplar las hileras de pequeñas casas de paredes un azulado lechoso y llenas de maceteros en flor, además de algún que otro transeúnte. Supuse que no sería la primera vez que la reina ponía un pie en Vesper, aunque sus conocimientos no podían igualarse a los que poseía mi padre después de haber pasado tanto tiempo en su juventud moviéndose de un lugar a otro.

—¿Por qué arterias? —quise saber.

El rey de Invierno me dedicó una sonrisa cómplice, complacido por haber llamado una pizca de mi atención para atreverme a hacerle esa pregunta.

—Porque todas ellas conducen hacia el corazón de la ciudad: el palacio —respondió.

Escuché a mi madre soltar una risotada.

—Sin lugar a dudas, la Corte de Verano siempre fue tu destino preferido cuando tenías que marcharte —repuso con suavidad.

Mi padre respondió a su risa con una sonrisa cargada de complicidad.

—Pero mi corazón siempre estuvo en la Corte de Invierno, contigo —replicó con zalamería.

Mi madre cubrió con el dorso de la mano su boca, escondiendo su propia sonrisa.

—En aquel entonces me detestabas por haber coartado tu libertad con nuestro compromiso, Siorus —contestó con un timbre de perversa diversión.

Puse los ojos en blanco ante aquel romántico intercambio, algo que solamente sucedía cuando no había miradas indiscretas y los reyes podían permitirse deshacerse de la corona que portaban sobre sus cabezas.

Pese a jamás me escucharían admitirlo en voz alta, envidiaba un poco cómo se había ido desarrollado su matrimonio a lo largo de aquellos años. Aunque su compromiso fue un simple trámite de conveniencia —como tantos otros matrimonios— y, como mi madre bien había señalado, el futuro rey no pareció muy convencido por la elección de la que sería su esposa, el tiempo hizo que su relación fuera suavizándose hasta que los sentimientos afloraron, haciendo que las reticencias que al principio habían mostrado el uno al otro desaparecieran.

Mis padres no pudieron continuar con la conversación, ya que nuestro carruaje se detuvo a poca distancia de unas enormes verjas que precedían a lo que el rey se había referido como el corazón de Vesper: un enorme castillo dorado nos esperaba al otro lado, frente a una cuidada rotonda vegetal.

Recorrí con la mirada la fachada del imponente y ostentoso edificio. Sin embargo, no pude evitar que toda mi atención se viera dirigida hacia el nutrido grupo de personas que se estaban reunidas al final de la escalinata; mis manos empezaron a sudar ante la multitud que parecían estar esperándonos.

El carruaje traqueteó contra la arena del camino mientras avanzábamos. Por unos segundos sentí un pellizco de temor atenazando mi pecho, haciéndome desear encontrarme de regreso en la Corte de Invierno; escondí mis temblorosas manos entre las faldas de mi vestido, notando cómo los latidos de mi corazón aumentaban conforme la distancia se iba desvaneciendo.

Contuve un gemido cuando el carruaje volvió a detenerse, esta vez de manera definitiva, y la puerta se abrió. Mi padre fue el primero en bajar, tendiéndole una mano a mi madre para ayudarla a descender; cuando la tela de su vestido se desvaneció por la entrada del vehículo, tomé una bocanada de aire y me encargué de bajar por mi propio pie, sin ayuda de mi padre.

Pestañeé de asombro cuando la cálida brisa de la Corte de Verano me golpeó en el rostro y la luz de sol incidió sobre la dorada fachada, arrancándole un cegador reflejo que me obligó a desviar la mirada.

Apreté mis manos en puños para impedir ceder al impulso de alisarme la falda del vestido y tirar de la tela para que no fuera tan ceñida en torno a mi cuerpo; luego compuse mi mejor máscara, la misma que había ido perfeccionando en mi hogar cuando me tocaba lidiar con algunos de los consejeros que se encontraban bajo las órdenes del rey.

Sin necesidad de cruzar palabra alguna, mi madre tomó a mi padre por el brazo antes de que iniciaran el ascenso. Por el rabillo del ojo comprobé cómo el resto de la comitiva que nos había acompañado hasta allí descendía de sus respectivos carruajes pero no se acercaban, no hasta que la familia real hubiera sido convenientemente recibida por los anfitriones.

Aguardé unos segundos, dándoles una pequeña distancia de ventaja, antes de seguirles. Mientras subía los primeros escalones no pude evitar sentir demasiado vacíos mis flancos, sin la familiar presencia de lady Amerea y sus habituales indicaciones sobre mi postura; la mujer no había podido acompañarnos debido a la larga travesía, quedándose en la Corte de Invierno.

Haciéndome sentir desprotegida.

Aquella sensación empeoró una vez alcancé el último escalón y me vi obligada a rodear a mi madre para colocarme a su lado, exponiéndome a la vista de todo el mundo. Procuré ocultar mi repentina timidez cuando unos ojos de color ámbar se clavaron en mi persona con un inusitado interés.

El corazón me dio un vuelco cuando vi la corona que adornaba la cabeza de la propietaria de aquellos extraños ojos.

La reina de Verano me dedicó una cálida sonrisa, quizá intuyendo mis incipientes nervios por encontrarme en su presencia por primera vez y creyendo que aquel gesto por su parte ayudaría a que me relajara.

Bajé la mirada apresuradamente al suelo y la observé con timidez, estudiándola. Era una mujer hermosa, de eso no cabía duda alguna: su cabello castaño rojizo estaba peinado con maestría hacia atrás y sujeto por un lujoso pasador con forma de ave, mostrando sus orejas puntiagudas y los discretos pendientes que colgaban de sus lóbulos; vestía un sencillo vestido de color verde menta que dejaba sus hombros al aire por un par de aberturas estratégicamente colocadas y se extendía por el suelo en un charco de tela.

La corona que antes había atrapado mi mirada era discreta en comparación a las: un grueso aro del que parecían brotar pequeñas llamas.

Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue el sello que mostraba el dedo anular de su mano izquierda y que tenía forma de cabeza de dragón, el emblema de la familia real de la Corte de Verano.

Mi escrutinio pronto se vio dirigido hacia el hombre que permanecía junto a la reina y que, como ella, también portaba una esplendorosa corona, un poco más llamativa que la que usaba su esposa. El rey de Verano era un hombre formidable y de igual atractivo que la reina: le sacaba un par de cabezas, por no mencionar su complexión robusta y que provocaba un visible contraste entre ambos, pues la mujer parecía frágil y delicada a su lado. Su cabello castaño acariciaba su mandíbula, cubierta por una sombra de vello facial; sus ojos, de un suave color miel, parecían sonreír a pesar de que sus labios no lo hacían.

—Siorus —habló el rey de Verano, abriendo los brazos.

No pude contener mi asombro cuando vi a mi padre cruzar la distancia que les separaba para aceptarlo, fundiéndose ambos en un emotivo abrazo por aquel reencuentro después de tantos años. Mi madre y la reina de Verano compartieron una sonrisa cómplice al observar a los dos reyes, que se separaron con idénticas sonrisas de camaradería; fue entonces cuando las dos mujeres se acercaron la una a la otra para saludarse de un modo mucho más comedido, besándose ambas mejillas.

—Rhydderch —dijo entonces mi padre, desviando su mirada para poder contemplar la fachada del palacio con un brillo de añoranza—. Me alegro de haber regresado... y más aún por el motivo que nos ha traído hasta aquí.

El rey de Verano rió con ganas.

—Ah, viejo amigo... Estos jóvenes de hoy en día parecen tener las cosas más claras que nosotros a su misma edad —contestó Rhydderch, sacudiendo la cabeza de un lado a otro.

Mi padre enarcó las cejas con evidente sorpresa, pero fue mi madre quien verbalizó lo que pasaba por sus mentes.

—¿El compromiso es...? —hizo una pausa—. ¿Ha sido el príncipe quien ha elegido su propio compromiso?

La reina de Verano rió con suavidad.

—Voro y Muirne han crecido prácticamente juntos —contestó—. Sé que puede ser un tanto apresurado a pesar de su juventud, pero Voro insistió...

Mi madre ladeó la cabeza.

—Quizá es demasiado apresurado, Vanora —opinó, intentando usar un tono cauteloso.

Los labios de la mujer se curvaron en una sonrisa comprensiva.

—Somos conscientes de ello y, si en algún momento cambia de opinión, no le obligaremos que siga adelante con el compromiso —declaró.

De mi garganta brotó un sonido de incredulidad que llamó la atención de la reina de Verano. Los ojos color ámbar de Vanora volvieron a clavarse en mí, como si hubiera recordado mi silenciosa presencia en aquel preciso instante, después de haberme puesto en evidencia a mí misma con aquel ridículo sonido que había emitido; mi madre pasó uno de sus brazos por mis hombros, pegándome a su costado.

Por el rabillo del ojo vi que esbozaba una sonrisa.

—Tú debes ser la joven Dama de Invierno —dijo con calidez.

Sentí que mis mejillas empezaban a arder y me apresuré a tomar los lados de mi falda para inclinarme en su presencia, tal y como lady Amerea me había enseñado y hecho practicar.

—Mab, Majestad —me presenté, procurando que mi voz no temblara.

Cuando me incorporé, vi que Vanora me sonreía con amabilidad y de manera sincera. Mi padre y Rhydderch se habían sumido en una apasionada conversación en la que, supuse, estaban poniéndose al día después del tiempo que habían pasado sin verse; el resto de nobles que respaldaban a sus reyes permanecían en sus posiciones, manteniendo las distancias.

Igual que nuestra propia comitiva.

—¿Por qué no pasamos dentro? —propuso entonces la reina de Verano, entrelazando sus manos contra el estómago—. Soy consciente de que ha sido un viaje largo y el contraste de una corte a otra debe ser abrumador. En especial para los que han venido aquí por primera vez —añadió, dirigiéndome una mirada.

* * *

Me gustaría hacer una pequeña apreciación: es posible que de un capítulo a otro se produzca un lapso prolongado de tiempo, nada que ver con la continuidad que llevaba L4C. Por eso mismo, no alarmarse.

PD. Creo que se me ha metido algo en el ojo al reencontrarme con cierta monarca de Verano...

PD. Es posible que nos reencontremos con cierto nombre en Thorns más adelante a modo de guiño porque, aunque seguro que más de une lo sospechaba, L4C | Vástago de Hielo | Thorns están ambientadas en el mismo mundo/espacio -que no tiempo-.

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