The Guardian

By Ana5Harmony

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Hasta del dolor más grande puede surgir el amor. -Su Escritora Prohibida la copia y adaptación de esta histor... More

Capítulo I
Nota
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Between
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capitulo XXVI
Between
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII

Capítulo V

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By Ana5Harmony

**MARCHETTI'S CLASSICS PLAYLIST: Lovesong- The Cure

~*~

LAUREN MARCHETTI

Estar en el centro de Roma, justo frente al Coliseo Romano hace que mi corazón se detenga de dolor ante lo que tanto tiempo me negué visitar. Estar en estas calles hace que mi corazón vibre, sentir este olor a tierra, a hogar, hace que me sienta viva. Por primera vez en un año, me siento realmente capaz de continuar. El amor de mi Italia, de mi tierra hace ese milagro. Adoro mi tierra, extraño a mi gente. La mayor parte de mi vida la he vivido en New York, pero es aquí dónde considero mi hogar.

El Coliseo que se alza majestuoso como una mirada al mundo de la historia encerrada en este pedazo de tierra en el Mar Mediterráneo en Europa del Sur. Para muchos solo será un lugar turístico agradable. No voy a negar que la visita del Coliseo, Milán, Florencia y Venecia sean atractivas para cualquiera. Pero dónde la mayoría de personas solo ve diversión y belleza yo soy capaz de ver arte, historia, amor, familia. Soy una mujer Italiana que tengo mis raíces fuertemente arraigadas dentro de mí. Las familias Italianas tenemos eso en común: Adoramos nuestra tierra.

—Este fue uno de los primeros lugares que visité la primera vez que viajé—me giro recordando que este hermoso paisaje lo estoy compartiendo con alguien más.

—¿Sabes algo del Coliseo?, ¿De su historia? —le pregunto y ella empieza a buscar en su bolso de viaje un pequeño panfleto que me hace sonreír. Lo encuentra finalmente y alza su mirada mostrándolo—. No me refiero a la guía que te dan dentro—ella que me lo estaba entregando se detuvo—. Me refiero a realmente conocer la historia detrás de esta majestuosidad, Camila—señalo el Coliseo y ambas nos apoyamos de nuevo en el barandal que es un punto turístico para observar.

Camila Lockwood, una mujer sencilla de New York que conocí hace dos horas en un café a unas cuadras de dónde nos encontrábamos en este momento es quien comparte esta vista conmigo. En dos horas hemos sido incapaces de parar de hablar, ella desea conocer Italia y yo adoro hablar de ella. No sabemos más de la otra que nuestros nombres, y que parece que por extraño que suene podemos adivinar lo que piensa la otra sin intentarlo.

Hemos conectado, y al saber que estaba quedándose en un hotel muy cerca del centro decidí acompañarla, para caminar un poco y mostrarle la verdadera Italia, y porque la casa de mis abuelos, que es dónde me quedo; no está tan lejos de su hotel.

—Solo conozco lo que el guía turístico me dijo cuando lo visité—yo sonrío un poco y asiento sin quitar mis ojos del Coliseo.

El amor profundo que siento por lo que me rodea me hace suspirar. La bella Italia, la casa mia.

—Los libros son escritos por una persona. Esa persona tiene su propia perspectiva de las cosas, pero lo importante es crear tu propia opinión, y eso solo se logra observando. Cada persona puede observar algo tan monumental como esta estructura antigua y pensar en el Impero Romano que la construyó, y todo lo que hizo; sus conquistas, su poder. Pero hay ojos que pueden observar esto y ver mucho más allá—Cuando hablo con esta pasión mi acento resalta oculto en un inglés aprendido como segunda lengua con los años.

Pero mi italiano, il mio accento no se puede ocultar, ni lo intento. Al contrario, sigo hablando.

—Los ojos de un historiador ven historia, los ojos de un pintor ven arte—la mirada de ella está fija en el Coliseo y pensar que alguien con ojos nuevos pueda valorar algo tan antiguo me parece fascinante—. Los ojos de un arquitecto verían una monumental construcción con cimientos tan fuertes para resistir décadas. Los ojos de un turista pueden ver una atracción lo suficientemente perfecta para tomarse una foto y subirla a Instagram.

—¿Crees que eso es lo que yo veo al ser turista? —la pregunta me sorprende y me giro para observarla subir sus gafas negras y colocarlas sobre su cabello. Sus ojos son de un marrón intenso, unos ojos que parecen sinceros y por alguna razón tan desolados como los míos. Yo conozco la soledad, y ella parece conocerla también.

Después de un año de dolor, sé que no soy la única en el mundo que sufre. Pero meses atrás en la oscuridad de mi mente aún conservo los pensamientos de saber que en esta tierra debería seguir Caleb, y no yo. Eso no ha cambiado, lo sigo pensando. Sigue doliendo.

—Creo que cada persona ve algo diferente—digo con sinceridad—. Cada persona solo ve lo que quiere ver—ella suspira meditando mis palabras—. ¿Qué ves tú?

—Serenidad—su respuesta me sorprende tanto que abro los ojos y ella sonríe—. Yo también puedo ser filosófica, Marchetti—yo rio un poco alzando mis brazos en señal de rendición.

Ella dice mi apellido suave, sin el acento marcado, y por segunda vez desde que se lo dije me pregunto si le es conocido. Hay algo en sus ojos que parece reconocerlo, pero evito hablar de eso. No la conozco; es simplemente una mujer que parece conectar conmigo y por raro que parezca, algunas veces se necesita alguien que no te juzgue. Alguien que después de un año pueda verme sin sentir lastima de la mujer que parece no ser la misma, porque lo ha perdido todo.

—No he dicho lo contrario, Lockwood. Solo me sorprende tu respuesta—ella me sonríe.

—Creo que lo esperabas por mi pobre elección de comida y mi mal gusto en la bebidas—yo me encojo de hombros sonriendo—, pero ante mis ojos; los de una simple mujer Americana, yo logro ver serenidad. Italia me da serenidad, todo esto me tranquiliza.

—A mí también—siento su mirada sobre mi y trato de absorber el nudo que se ha formado en mi garganta. Los recuerdos vienen a mí sin quererlos. Pienso en Caleb cada vez que veo el Coliseo. No hay un solo día que no lo recuerde, porque en cada cosa que conozco y reencuentro la descubrí con él. Empecé a vivir hace cuatro años cuando lo conocí, y morí el día que lo perdí.

Este año ha sido tan difícil sin él. Mi mente lo evoca en muchos momentos. Su risa, su amabilidad, su calor. La risa que provocaba en mí. Una risa que pensaba ya no poseía, que había olvidado hasta hoy.

—¿Eso es lo que ves tú también? —la pregunta hace que salga de mis pensamientos y observo de nuevo a Camila aun apretando la medalla que cuelga de mi pecho para no olvidar la culpa, el dolor de saber lo que causé.

—Una vez alguien me dijo que al ver el Anfiteatro de Flavio pensaba en la película El Gladiador—la sonrisa viene de nuevo a mi ante el recuerdo—. En leones, espadas y gladiadores, si soy más específica. Eso era todo lo que podía pensar al observar este mismo paisaje, en este mismo lugar dos años atrás.

—¿Era de Estados Unidos? —yo asiento y ella pone los ojos en blanco—. Ahora entiendo porque mi respuesta te sorprendió.

—Me sorprendió en un buen sentido—afirmo sin querer incluirla en el pensamiento de Caleb. Él era él, el que lograba hacerme reír incluso al ser tan pobre su conocimiento de mi propia tierra—. Esto empezó siendo construido con la intensión de presumir. En la antigüedad los emperadores amaban mostrar su poder, y nada mejor que construir imponentes lugares como este, sobre todo en este lugar que era el centro de todo el Imperio, como lo era Roma. Este lugar fue hecho con el fin de entretener al pueblo. Se llamaba Anfiteatro de Flavio, aunque ahora es conocido con el nombre de Coloseeo a Roma. Era más que nada una aceptación política que terminó Tito cuando murió su padre. Era como decir "miren mi construcción", "soy poderoso"

—Es interesante saberlo—ella guarda el panfleto y acomoda su bolso que cuelga cruzado desde su hombro—. Sin duda omitieron la parte de aceptación política en el tour. Y la de: "Miren mi construcción que poderoso soy" —vuelvo a reír al verla golpear su pecho como el famoso King Kong.

No puedo evitar reír, ella logra hacerme reír sin intentarlo.

—Un lugar para servir de teatro y entretener al pueblo—termino, me apoyo de nuevo en la barandilla y suspiro escuchando el ruido de los coches al pasar por la calle justo debajo de nosotras.

—¿Eso es lo que ves tú? —ella me vuelve a preguntar y esa vez observo con atención la hermosa construcción en el centro de Roma.

—Hogar—digo sin dudarlo y siento sus ojos sobre mí, pero yo estoy atraída por el Coliseo—. Yo veo hogar en cada parte de Roma. Es mi tierra, y la extraño tanto cuando no estoy aquí.

—¿Vives en New York permanentemente? —afirmo con la cabeza y ella parece pensar un poco sobre algo más que preguntar.

—Vivo en Manhattan—agrego para darle la información que sé que quiere. Es una extraña, pero todos lo somos en un país tan grande—. Mis padres tienen una cadena de restaurantes y yo trabajo en la cocina.

—¡¿Eres chef?! —ella parece sorprendida y una sonrisa triste se forma en mi boca. No soy chef, pero ese es mi trabajo actual. Es lo que decidí ser en esta vida impuesta por un destino cruel. En esta vida, en este momento soy lo que todo el mundo esperaba de mí, pero lo que jamás soñé.

No hay sueños en el dolor, ni amor en lo obligado.

—Mi hermana mayor lo es—le explico—. Yo solo estoy en la línea de trabajo de la cocina. Me encargo de pasta fresca, esa es mi especialidad.

—Por eso tu apellido me es conocido—ella parece asociarlo finalmente y yo solo asiento confirmando lo que sé que ella está pensando—. Es el nombre de los Restaurantes. Hay uno en el centro de Manhattan.

Marchetti d'Italia—ella lo reconoce, lo veo en sus ojos.

Lo que ella no sabe es que los restaurantes jamás fueron mi sueño. Son el sueño de mis padres, de mis hermanos; pero jamás míos. A pesar de que Thomas estudió Leyes sigue manejando todo lo legal relacionado al restaurante en cada uno sus locales. Miami, New York, Los Ángeles son los tres estados dónde tenemos locales.

Lily y mis padres residen en Miami y Thomas y yo vivimos en New York. Aunque ese arreglo se disolvió un año atrás, cuando mis padres pensaron que había perdido mi cordura y se mudaron a New York para estar cerca de su hija incapaz de manejar el dolor.

¿Sigo siendo eso para ellos? La Lauren que no sabe cómo continuar con su vida y que ven como una molestia porque ahora vive de algo que juro jamás hacer.

La hija que ahora mis padres ven con tristeza, la hermana que ahora se ha convertido en la sombra de lo que era. Ellos sienten lastima por mi, y no los culpo. Ellos me ven día a día trabajar en el restaurante sumida en la miseria. Adoro cocinar, pero no es mi pasión. Pero nada de eso importa. No importa lo que yo piense o sienta. Es mi forma de manejar las cosas, y ellos no lo entienden.

Sigo aquí, pero no estoy viviendo.

Sigo aquí, pero no quiero estarlo.

Voy a vivir la vida que me obligan a vivir, pero no como yo quiera. Porque la vida que planeé, la vida que añoraba murió la noche en que Caleb lo hizo.

—Veo que te emociona mucho—la voz de Camila hace que regrese a la realidad y noto algo frio deslizándose por mis mejillas. Mi mano se alza y puedo sentir las lágrimas.

El dolor es abrumador de nuevo, tan abrumador que no lo puedo controlar. Mi llanto es silencioso, y agradezco que Camila no comente nada porque no sabría que decirle. Que piense que lloro por nostalgia, no soportaría ver una mirada más de lastima.

Las he visto durante todo este año, y es por eso que viajé a Italia. Quiero estar sola. Necesito pensar en algo más que no sea el trabajo que odio hacer y el dolor de haber perdido al hombre de mi vida. Eso es lo que me dan i miei nonni. Mis abuelos me dan el espacio que necesito, no hacen preguntas. Ellos solo escuchan, aunque yo no tenga nada que decir.

Mis abuelos son capaces de escuchar mi silencio.

—Debe ser hermoso saber que perteneces a este lugar y derramar lágrimas de nostalgia por estar lejos de tu país—hay dolor en sus palabras, lo noto en cada silaba—. Me gustaría saber que pertenezco a un lugar, me gustaría saber mi historia como tú conoces la tuya solo con ver cada calle y edificio en Roma.

—Estados Unidos es tu hogar, es tu tierra—Lo digo recordando que ella nació allí. Ella me sonríe con dolor.

—Pensé que lo era, pero todo ha cambiado. New York parecía mi hogar, mi familia vive allí. Mi madre y mi hermano.

—¿Hermano mayor o menor? —le pregunto y ambas sin decir nada empezamos a caminar. Es como un mutuo consentimiento capaz de entenderse sin palabras.

—Es menor por un año—yo asiento invitándola a continuar—. Nos llevamos muy bien, es el primero que conoció todo esto conmigo. Es arquitecto y tiene su propia empresa de construcción.

—¿Trabajas con él? —ella niega rápidamente.

—Soy doctora—yo abro mis ojos sorprendida y ella sonríe un poco—. ¿Lo esperabas?

—En realidad no, pero por alguna razón creo que lo sabía—ella sonríe—. Es extraño, ¿cierto?

—¿Qué una total desconocida adivine lo que pienso? En realidad no lo es—ambas soltamos una pequeña carcajada ante la ironía, mientras entre bromas el camino se hizo corto hasta su hotel.

Hay algo en sus ojos que me deja ver su tristeza, pero no pregunto. No es el momento, lo sé.

—Parece que ya estamos aquí—ambas nos giramos para ver la entregada del modesto, pero hermoso Hotel NH Collection—. ¿Tienes algún plan para mañana? Me dijiste que te quedarías una semana más, ¿cierto? —ella asiente.

—Pensaba visitar la Fontana di Trevi—trato de contener la sonrisa pero ella pone sus ojos en blanco y alza una mano deteniendo mi risa. Su acento es adorable.

—Yo pensaba leer un poco en Villa Borghese—ella me ve a los ojos y creo que ambas lo sabemos.

—He desayunado en una cafetería a tres calles de aquí durante el tiempo que llevo aquí—a mi mente viene el lugar aunque jamás lo he visitado.

Ya no hay explicación, no la busco. Solo lo sé.

Rivoire—le digo y ella abre sus ojos sorprendida y luego sonríe, ambas lo sabemos. Muy extraño, pero por alguna razón correcto.

—Podría apartar otro lugar—me mira fijamente a los ojos. Es como si en sus ojos hubiera tanto dolor como en los míos. Es como si dentro de mí supiera que ella también necesita una amiga, alguien con quien hablar. Una persona que no juzgue sus palabras como lo podría hacer alguien que ya la conoce.

Una página en blanco.

—¿Alle nove? —y ella asiente y tenemos un acuerdo—. Me da gusto haber coincidido contigo, Camila. Creo que una amiga es algo que necesito, y parece que tú también.

—Parece que puedes leer mi mente—afirma y ambas sonreímos. No podemos parar de hacerlo—. Una amiga es justo lo que necesito—ella me toca el brazo amistosamente y sonrío.

Es un toque sincero, sin lastima. Por primera vez en un año me siento una persona normal. Una mujer sin tanto dolor, aunque solo sea por unas horas.

Perfetto—ambas sonreímos y ella se despide con la mano y yo hago lo mismo.

Un día a la vez, Lauren. Me digo mientras ella entra al hotel y el dolor vuelve a mi al saber que de nuevo me encuentro sola.

Un día a la vez, Lauren.

Espero que alguna vez todo esto deje de doler aunque después de un año la felicidad parezca un sogno.

Solo un sogno.

---------------------

¡LISTO!

Estoy en realidad muy emocionada con esta historia. Cuando escribo me pierdo en los personas y espero que estén amando el desarrollo tanto como yo. Nada apresurado, simplemente va pasando una realidad. Una persona inesperada que en tu dolor es capaz de hacerte sonreír. Espero sus comentarios, su apoyo y les agradezco la paciencia.

Nos leemos pronto.

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