Dos Veces tú (A MLB A.U. Stor...

By ivalemon_

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[A.U.] Al cumplir los veintiseis, la tímida Marinette , continuaba enamorada de Adrien Agreste, vivió con él... More

1: Prólogo: Atardeceres rojos
2: 26
3: No seremos nada más
4: El homenaje
5: El testamento
6: Un contrato de 9 meses
7: Vida por vida
8: La magia desconocida
9: Creando vida juntos
10: Te estoy queriendo
12: Contrato permanente
13: La cruda realidad
14: Nunca aprendes.
Último capítulo: Del otro lado del arcoiris.
Portales
NUEVO FIC MIRACULOUS

11: Te estoy amando tanto

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By ivalemon_

"¿Cómo pude acabar así? Hay algo que me picó en la manera en que me besaste, algo en tus ojos podría decirme que sería la última vez, yo solo quiero, quiero hechizarte en la luz de la luna"
Dance macabre, Ghost.
.
.
.

Al salir del cuarto de baño se encontró a Adrien paseándose en
círculos por el dormitorio. Cuando la oyó, se giró de inmediato.
Marinette, que se sentía como si de pronto la hubieran abandonado las fuerzas, se apoyó en el marco de la puerta y levantó la prueba de embarazo en sus manos.

–Estoy… estoy embarazada.

El rubio se quedó mirándola aturdido. Al ver que no decía nada, ella se pasó la lengua por los labios, nerviosa, y le preguntó:

–Adrien, ¿has oído lo que…?

–Sí, lo he oído –respondió él con voz ronca.

–¿Y? –inquirió ella, con una mezcla de alegría, esperanza y temor.

Adrien salió de su aturdimiento y en un par de zancadas estaba a
su lado. Tomó su rostro entre ambas manos y la miró con una
expresión de firme determinación.

–Esta vez las cosas serán distintas –le prometió–. Esta vez todo
saldrá bien.

Marinette, que necesitaba precisamente oír eso, aferrarse a algo, inspiró profundamente y asintió.

-Sí, saldrá bien -repitió sin dejar de pensar que no volvería a tocarlo de nuevo.

Una semana después Adrien entró en su luminoso estudio, y se
detuvo. Se sentía maravillosamente bien.
Padre… Iba a ser padre… No era que la tristeza y la angustia que lo habían perseguido desde entonces se hubiesen desvanecido de repente, pero por primera vez no se sentía presa de una desesperanza absoluta.

Miró a su alrededor, paseando la mirada por las obras inacabadas
que atestiguaban su turbulento estado mental. Las piezas que le
había prometido a varias galerías para próximas exposiciones
yacían abandonadas: enormes pedazos de metal, piedra y mármol cubiertos con tela negra.
Ignorándolas, fue hasta el fondo del estudio, donde había varios
bloques de piedra y mármol sin tallar, dispuestos en hilera sobre
unos soportes con ruedas. Se decidió por un bloque de mármol de Carrara y lo empujó hasta el centro del estudio. Se quitó la
camiseta, tomó sus herramientas de trabajo y empezó a esculpir.

Tres horas después la idea que había esbozado en su mente
había empezado a tomar forma. Y, lo más inquietante, también
estaba tomando forma la idea de que tal vez debería cambiar los
parámetros del acuerdo al que había llegado con Marinette.

Sopesó mentalmente los pros y los contras mientras golpeaba el
mármol con el martillo y el cincel.

En más de un sentido era un
camino que no quería volver a recorrer, pero no podía pensar solo en él. Y el bebé que estaba en camino pesaba más que cualquier
contra.

Para Marinette, las primeras seis semanas del embarazo pasaron en
medio de una mezcla vertiginosa de pura dicha, esperanza y
momentos inevitables de temor. Adrien, por su parte, estaba
pendiente todo el tiempo de su bienestar. Igual que se había
afanado en dejarla embarazada, ahora había asumido el rol de
inflexible cuidador, nunca se alejaba demasiado mientras estaba despierta, y le recitaba estadísticas tranquilizadoras cuando la preocupación amenazaba con apoderarse de ella.

Entre lo comprometido que lo veía, la tranquilidad que le habían
transmitido los médicos en cuanto al embarazo, y el hecho de que
su madre hubiera superado con éxito la primera parte del
tratamiento, debería estar más que feliz. Y lo estaba… salvo por un enorme agujero en el telar de su dicha: Adrien y ella ya no
compartían cama.

Aunque había sabido que ese día llegaría, no podía evitar la
angustia que se había alojado en su pecho por ese abrupto
cambio, inmediatamente después de que hubiesen confirmado que
estaba embarazada.

–¿Qué te ocurre?

Ella dio un respingo al oír la voz de él detrás de sí, y del susto
se le cayó el trapo con el que había estado aplicando abrillantador
al marco de un antiguo cuadro del salón que estaba restaurando.

–¿A qué te refieres? –le espetó en un tono despreocupado,
agachándose a recoger el trapo–. No me ocurre nada.

–Entonces, ¿por qué estabas ahí de pie, con el rostro contraído y
una mano en el estómago?

Al comprender por dónde iban sus pensamientos, se apresuró a
dejar a un lado el trapo, apoyó el cuadro en la pared y se volvió.

–Adrien, estoy bien, te lo pro-… –comenzó, pero el resto de las
palabras se le atascaron en la garganta al verlo.

Iba sin camisa; otra vez. Una fina capa de sudor bañaba su torso
esculpido y humedecía el reguero de vello que desaparecía bajo la
cinturilla de los pantalones, manchados de polvo de mármol.

–¿Qué decías? –inquirió Adrien, sacándose un pañuelo del bolsillo trasero para limpiarse las manos.

Esos dedos largos y hábiles, el sudor que cubría su piel, ese olor
tan masculino… Dios, la volvía loca…

–Decía que estoy bien –contestó en un tono irritado–. ¿Tienes que
ir por ahí medio desnudo todo el tiempo?

Él enarcó una ceja.

–¿Por qué?, ¿te molesta verme sin camisa?

A Marinette le entraron ganas de reírse, o de llorar. Tal vez incluso de pegar un grito o dos. Pero en vez de eso optó por mostrarse digna y serena.

–¿Sabes qué? Puedes pasearte como quieras; estás en tu casa.

–Vaya, gracias… creo –contestó él con aspereza.

Sin nada más que añadir, pero sobre todo ansiosa por hacer algo
para evitar caer en la tentación de quedarse ahí plantada, admirando su magnífico torso desnudo, agarró el cuadro y echó a andar hacia la puerta. Pero no había dado más que unos pasos cuando él se adelantó y se lo quitó de las manos.

–Contraté a un segundo equipo para que te ayudaran y no tuvieras que cargar con nada, Marinette –le recordó molesto.

Y así era. Hacía unos días había llegado ese segundo equipo de
arquitectos y, tomando como base las fotografías que Adrien
conservaba de la decoración original del salón, habían elaborado un calendario de las labores de restauración.

Además, él le había prohibido hacer tareas pesadas y para
que organizase y supervisase el proceso habían convertido una de las muchas estancias del segundo piso en un despacho temporal
para ella.

–Ese cuadro pesa menos que mi portátil –le dijo–. Y, además, me
viene bien el ejercicio.

Adrien la miró ceñudo.

–El ejercicio sí, pero no subir y bajar las escaleras una docena de
veces al día.

Marinette se abstuvo de replicar que solo había bajado dos veces en lo que iba de día, una para desayunar y otra para almorzar.

–¿Habías venido aquí para algo, o solo para refunfuñar?

Él se quedó mirándola un momento con los labios fruncidos, y acabó saliendo de la habitación sin darle una respuesta. Irritada,
Ella lo siguió al piso de abajo, y en el pasillo se encontraron con el
contratista. Adrien le dio el cuadro y le soltó una parrafada de quejas.

–Vamos –dijo luego, volviéndose hacia ella.

–¿Adónde? ¿Y qué le has dicho al contratista?

Él echó a andar hacia el salón principal, y a Marinette no le quedó más remedio que seguirle.

–Le he dicho que hagan menos visitas a la cocina para picar algo, y se aseguren de que no andes tú llevando las cosas de un sitio a
otro.

–¡Adrien!

Él se detuvo y se volvió.

–Teníamos un trato –le espetó molesto–, y confiaba en que no
hiciera falta que tuviéramos esta conversación.

–Estás haciendo una montaña de un grano de arena.

Él masculló y siguió andando. Cuando llegaron al salón, le sostuvo la puerta para que pasara.
La luminosidad de aquella estancia bañada por el sol siempre tenía un efecto balsámico en Marinette, que se adentró en ella mirando a su alrededor embelesada y acariciando con los dedos los antiquísimos
muebles cargados de historia.
El rubio se quedó apoyado en el marco de la puerta, observándola en silencio.

–¿Me estás mirando así por alguna razón? –inquirió ella.

–He empezado a trabajar en la primera obra que Louis quería que esculpiera para ti –le dijo solemne.

El corazón de Marinette palpitó con fuerza.

–¿Estás esculpiendo y pintando otra vez?

La expresión del rostro del rubii era inescrutable.

–Eso parece.

Ella habría querido preguntarle desde cuándo y por qué, pero,
temerosa de cuál fuera su respuesta, solo inquirió tímidamente:

–¿Puedo… puedo saber qué clase de escultura es?

–Aún no lo he decidido. He esbozado algunas ideas, pero necesito un modelo en el que basarme, y he pensado en ti.

Ella lo miró sorprendida.

–Pero yo… ¿Estás seguro? Nunca he posado.

Él se encogió de hombros.

–Eres la persona que tengo más a mano.

–Vaya, gracias –murmuró ella con sorna–. De pronto ya no me
siento tan especial.

Los ojos del rubio se ensombrecieron.

–Para Louis sí lo eras. Debería haber pensado en utilizarte como
modelo desde el principio; me habría ahorrado mucho tiempo –le dijo–. ¿Lo harás?, ¿posarás para mí?

¿Cómo no iba a hacerlo? Era un regalo que Louis había querido
hacerle, un regalo que guardaría siempre con cariño.

–Claro, por supuesto que lo haré.

–Bien. Pues vamos a mi estudio.

Ella bajó la vista a su vestido blanco de algodón y manga corta.

Debajo llevaba un bikini amarillo que se había convertido en su
favorito.

–¿No hace falta que me cambie?

Él la miró largamente de la cabeza
a los pies.

–No, estás bien como estás.

Salieron por la puerta de atrás y tomaron el serpenteante sendero empedrado que conducía al estudio de él.
Colocados en hilera a lo largo de las dos paredes laterales había
varios bultos de grandes proporciones tapados con telas
negras, probablemente obras inacabadas.

–¿Por qué tienes todas esas obras cubiertas? –le preguntó Marinette.

–No me gusta tener distracciones mientras trabajo.

¿Distracciones o recordatorios de Lila?, se preguntó ella, sintiendo una punzada de celos. Según Louis, la primera vez que Adrien había flechado con Lila había sido desfilando en una pasarela de Milán y lo había fascinado de tal modo que le había pedido que posara para un cuadro. A los pocos días habían empezado a salir, y antes de un mes le había pedido que se casara con él.

De pronto se dio cuenta de que
Adrien le estaba hablando.

–Perdón, ¿qué decías?

–He dicho que te quites la ropa.

Él corazón se le subió a la garganta y la engulló una ola de calor.

–¿Cómo? ¿Qué?

–El vestido, quítatelo. Ahora, Marinette –le insistió.

Ella vaciló, pero finalmente asió el dobladillo con ambas manos y se
sacó el vestido por la cabeza.
La brusca exhalación que él soltó pareció reverberar en el estudio.
Le quitó el vestido de las manos y lo arrojó a un lado.

–Y ahora el resto –le ordenó con voz ronca.

A Marinette le faltaba el aliento, pero de nuevo fue incapaz de negarse.
Se descalzó y luego, con dedos temblorosos, desanudó las tiras
que sujetaban la parte de arriba y de abajo del bikini, que cayeron al suelo. Se quedó allí de pie, desnuda, con la cabeza inclinada y el largo cabello formando una cascada sobre sus hombros.
Por el rabillo del ojo vio a Adrien dando vueltas a su alrededor,
estudiándola. Cuando se detuvo frente a ella, se decidió a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos, y para su sorpresa se encontró con
que él también parecía agitado. Había color en sus mejillas, y su
respiración entrecortada hacía subir y bajar su pecho desnudo.

–Ven –le dijo, y la tomó por el brazo para hacerla subir con él a una tarima, sobre la que había una cama estrecha cubierta con una
sábana blanca–. Túmbate ahí.

Marinette se tendió boca arriba en el camastro, estremeciéndose al sentir la sábana fría contra la espalda. El deseo que la recorría hizo que se arqueara ligeramente cuando Adrien le puso una mano en el vientre. Aunque había ganado peso en las últimas semanas, aún tenía el vientre plano.
Y, sin embargo, ya se sentía diferente, como si el embarazo
estuviese provocando un cambio en ella que podía sentir desde la
cabeza hasta la punta del pie.
Un torbellino de emociones enturbió las facciones de él, cuyos ojos estaban fijos en su vientre, donde se estaba gestando el hijo de ambos.

–Dios mío… –murmuró mientras la recorría con la mirada,
absorbiendo los sutiles cambios en su cuerpo.

De repente se apartó de ella y se bajó de la tarima. Fue por un
cuaderno de dibujo y un trozo de carboncillo y se sentó en una silla.
Junto a esta, en el suelo, había una botella de ron y un vaso. Se
sirvió un dedo de licor, se lo bebió de un trago y su mano empezó a
volar sobre el papel.
Marinette no habría sabido decir si el tiempo pasaba deprisa o lento. De pronto se sentía abstraída en aquella experiencia trascendental.
Cuando Adrien se lo indicaba, se giraba a un lado o a otro, y se
quedaba quieta, intentando no moverse.

Al cabo Adrien dejó el cuaderno en el suelo y se sirvió otro poco de
ron. Sus ojos la observaban fascinados mientras frotaba el vaso entre las palmas de las manos
Si las cosas fueran distintas, el que la estuviese mirando de ese
modo habría hecho que el corazón le palpitase como un loco. Pero
el dolor que le había provocado comprobar la facilidad con que se había abstenido de volver a tener relaciones con ella, y el saber que lo único que le importaba era el bebé, no pudo evitar que un gemido de angustia escapara de su garganta.

Adrien dejó el vaso en el suelo para levantarse, subió a la tarima y la ayudó a incorporarse.

–¿Estás bien? –le preguntó.

Ella, que tenía un nudo en la garganta, tuvo que hacer un esfuerzo para contestar.

–¿Ya tienes lo que querías? –le preguntó.

Por alguna razón la pregunta hizo que él se pusiera tenso de repente. Sus facciones se endurecieron, dio un paso atrás y se bajó de la tarima, poniendo de nuevo distancia entre ellos.

–Sí, ya puedes vestirte.

Mientras ella volvía a ponerse el bikini, el vestido y las sandalias, su corazón aceptó finalmente la verdad y se encogió dolorido, pero no pudo evitar mirar una última vez a su alrededor. Siempre asociaría aquel lugar al momento en que había reconocido para sus adentros que su enamoramiento se había convertido, para siempre, en algo mucho, mucho más profundo.

Continuará...

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