Dos Veces tú (A MLB A.U. Stor...

By ivalemon_

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[A.U.] Al cumplir los veintiseis, la tímida Marinette , continuaba enamorada de Adrien Agreste, vivió con él... More

1: Prólogo: Atardeceres rojos
2: 26
3: No seremos nada más
4: El homenaje
5: El testamento
6: Un contrato de 9 meses
7: Vida por vida
8: La magia desconocida
10: Te estoy queriendo
11: Te estoy amando tanto
12: Contrato permanente
13: La cruda realidad
14: Nunca aprendes.
Último capítulo: Del otro lado del arcoiris.
Portales
NUEVO FIC MIRACULOUS

9: Creando vida juntos

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By ivalemon_

[WARNING]
+18
ESTE CAPÍTULO CONTIENE SITUACIONES SEXUALES EXPLÍCITAS
.
.
.
"Ay que tiene tu mirar, siento que todo me arde. Te pensé toda la tarde, por donde vaya te veo, besar tus labios deseo y es que quisiera tocarte, beber de todo tu arte suave como un ronroneo"
Ronroneo, Mon Laferte.
.
.
.

Mientras la estilista y las dependientas de la boutique atendían a Marinette, Adrien se sentó en un sillón y abrió el periódico que no había podido terminar de leer en el desayuno. Si la había acompañado era solo porque su reunión había acabado temprano; solo por eso.

Estaban en un saloncito privado, y Marinette, sentada en otro sillón,
observaba a las tres mujeres debatir qué estilos le irían mejor sin tomar parte en la conversación. De hecho, parecía mortalmente aburrida, y se encogía de hombros cada vez que le hacían una pregunta.

Adrien frunció el ceño irritado. A todas las mujeres les encantaba
que las llevara de compras; ¿por qué a ella no? Sabiendo que ella formaba parte del mundo de la moda. Volvió a bajar la vista al periódico, y al cabo la estilista y las dependientas se llevaron a Marinette al probador. Incapaz de concentrarse, releyó unas cinco veces el mismo párrafo antes de darse por vencido y arrojar el periódico sobre la mesita
frente a él.

Justo en ese momento se abrió la cortina del probador y salió Marinette.
Lo primero que le habían dado para que se probase era un vestido
largo de noche en rojo carmesí, que quedaba ceñido al cuerpo del
pecho a las rodillas y dejaba los hombros al descubierto. Resaltaba
a la perfección su curvilínea figura.

Marinette se acercó a un espejo para mirarse, y cuando la vio pasarse una mano por el estómago para alisar la tela, Adrien no pudo evitar pensar en el bebé que no había llegado a nacer, en el infierno que había vivido cuando lo había descubierto, y en la posterior agonía de haber perdido a su padre, madrastra y después a su hermano de un modo tan inesperado.

No se dio cuenta de que se le había escapado un gemido ahogado
de frustración hasta que las otras tres mujeres se quedaron
calladas y se volvieron hacia él. La lástima en los ojos de Marinette lo
irritó. Quería rechazar su compasión, espetarle que no la
necesitaba…

–Ese nos lo llevamos –dijo para acabar con el incómodo silencio.

Sus palabras desataron un frenesí de actividad entre la estilista y
las otras dos empleadas de la boutique, que se pusieron a buscar
más vestidos para que Marinette se los probara, y después de su
intervención le pidieron que opinara sobre cada nuevo modelo.

Al final acabó aprobando media docena de vestidos de noche,
mostró su desagrado por uno dorado que enseñaba demasiado, y estaba dando su veredicto sobre una selección de ropa de diario
cuando sonó su móvil. Le llamaban para decirle que los resultados de los análisis de sangre estaban perfectos y apenas hubo colgado, lleno de satisfacción, hizo una llamada para prepararan su jet privado.

Se levantó a decirle a Marinette que fuera a cambiarse porque se
marchaban y, mientras ella estaba en el probador vistiéndose, dio a
la estilista las últimas instrucciones sobre la ropa que debían enviarles y lo pagó todo con su tarjeta de crédito.

–¿Hay alguna razón para que hayamos salido a toda prisa, como si estuviéramos huyendo de la escena de un crimen? –quiso saber Marinette cuando salieron a la calle, donde los aguardaba la limusina.

Adrien esperó a que hubieran subido al vehículo y se hubieran
puesto en marcha antes de responderle.

–Ya están los resultados de los análisis: está todo bien.

–¿Y?

–Pues que volvemos a casa. Ya he esperado bastante.

Por fin las cosas se movían en la dirección que quería. No podía devolverles la vida a sus padres ni a su hermano, pero sí podía asegurarse de que su recuerdo perviviría a través de su hijo.

Cuando llegaron, se dirigieron hacia la casa, Adrien notó la aprensión apenas disimulada de Marinette, a la que llevaba de la
mano. También se había fijado en que apenas había comido en el
avión y en que estaba un poco pálida.

Ni que fuera una virgen que iba a ser sacrificada… Claro que,
teniendo en cuenta que solo había estado con un hombre aparte de
él, en cierto modo sí que era como si fuera virgen.

Cuando llegaron al salón principal, Adrienn se detuvo y se giró hacia
ella.

–Estás nerviosa –observó.

Ella se rio con ironía.

–Vaya, ¿se nota?

–Por si no lo recuerdas, ya lo hemos hecho antes.

Marinette se puso aún más tensa.

–Sí, lo recuerdo, y si no recuerdo mal te marchaste a la mañana
siguiente sin despedirte siquiera –le espetó.

Adrien era consciente de que su comportamiento ese día no había sido precisamente ejemplar.

–Supongo que buena parte de lo que ocurrió aquella noche fue…
desafortunado –dijo.

–Ya –murmuró Marinette bajando la vista.

Adrien la tomó de la barbilla para que lo mirara.

–Pero no me refiero a lo que ocurrió en el coche, ni en tu cama –le aclaró con firmeza.

La expresión de ella no cambió.

–La verdad es que tampoco le veo sentido a que sigamos dándole
vueltas. Lo que pasó… pasó.

Adrien sentía que debería aliviarlo, que quisiera dejar el tema, pero no fue así. La soltó y fue al mueble-bar a servirse una copa.

–Voy… voy a subir a darme una ducha –dijo Marinette.

Adrien se giró hacia ella. «Gran idea», habría querido decirle, pero con solo mirarla supo que no tenía intención de invitarle, así que
apartó las tórridas imágenes que estaba conjurando su imaginación y asintió.

–De acuerdo. Subiré enseguida.

Ella abrió la boca, como para replicar, pero al final no dijo nada y se marchó.

Adrien se pasó una mano por el pelo. Dios… Sí, necesitaba un
buen trago. Se sirvió una copa de brandy, pero no lo ayudó a
calmarse ni a pensar con más claridad. Inquieto, se paseó arriba y abajo por el salón con la copa en la mano y un ojo en el reloj de
pared.

Diez minutos después dejó la copa sobre el mueble-bar y subió al
piso de arriba. Cuando llamó a la puerta de Marinette no hubo respuesta.

Irritado, giró el pomo, y exhaló aliviado al ver que la puerta se abría.
Por lo menos no había echado el pestillo.
Sin embargo, Marinette no estaba en el dormitorio, y no se oía ruido
alguno en el baño. La absurda idea de que había huido lo hizo
dirigirse apresuradamente al balcón, pero antes de que abriese las puertas cristaleras oyó un leve ruido detrás de sí.

–¿Adrien?

Se dio la vuelta. Marinette estaba en la puerta del vestidor, liada en una toalla. El cabello húmedo le caía sobre los hombros desnudos, y no pudo evitar preguntarse cómo podía ser que sin maquillaje, ni ataviada con lencería sexy, siguiera pareciéndole la mujer más cautivadora que había conocido.

Con el deseo borboteándole en las venas, avanzó lentamente hacia
ella y la vio tensarse de inmediato.

–¿Te has colado sin mi permiso? –lo increpó.

Él se rio suavemente.

–Solo estaba asegurándome de que no habías decidido escaparte.

Se detuvo ante ella y aspiró su embriagador aroma.

–¿Y si lo hubiera hecho?, ¿si me hubiera escapado?

–Iría tras de ti –le aseguró él.

Marinette se estremeció, había aguardado años para oirle decir tales palabras; a Adrien le entraron ganas de deslizar los dedos por su piel de satén y hacerla estremecer de nuevo. Sin embargo, si la acariciase en ese momento, sería incapaz de parar.

Sin darle tiempo a reaccionar le pasó un brazo por la cintura, otro por debajo de los muslos y la alzó en volandas antes de dirigirse
hacia la puerta. Marinette, que estaba sujetándose la toalla con una mano, le plantó la otra en el hombro para erguirse y le preguntó con ojos sorprenidos:

–¿A do-dónde me llevas?

–Te hice el amor en mi limusina, y luego en tu casa, en tu cama –
respondió el mientras salía al pasillo–. Esta vez será en mi cama.

Ya en su dormitorio, cerró de un puntapié y la depositó en el suelo.

–Deja caer la toalla –le dijo con voz ronca.

Marinette parpadeó, miró agitada a su alrededor, y se mordió el labio.

–Déjala caer al suelo, o te la quitaré yo –gruñó Adrien.

Ella sacudió la cabeza.

–Tú primero.

Adrien suspiró.

–¿Vas a empezar una discusión por cada pequeño detalle?

Marinette tensó la mano con la que tenía sujeta la toalla.

–Para las mujeres la igualdad es algo muy importante.

Aquello estuvo a punto de arrancarle una sonrisilla a Adrien pero se contuvo. Se quitó la chaqueta, dejándola caer al suelo, y a continuación se deshizo también de la corbata y la camisa.

Cuando fue a desabrocharse el cinturón, Marinette se quedó mirando sus manos, como paralizada. Adrien desabrochó la hebilla y fue sacando el cinturón lentamente de las trabillas del pantalón. Que estuviera mirándolo lo excitaba aún más. Y no era que se hubiera olvidado de su objetivo, pero no veía por qué no podía aprovechar para disfrutar un poco con aquello.

–Ahora tú –le dijo.

Muy despacio, Marinette se quitó la toalla y la dejó caer.
Una descarga de deseo lo sacudió. Sí que iba a disfrutar con
aquello… Atrajo a Marinette hacia sí y la agarró por la cabeza para hacer que lo mirara. La ansiedad que reflejaba su rostro lo sorprendió.

–Mira, Marinette –le dijo–. Podemos dejar que esto sea algo
forzado y mecánico, o podemos intentar disfrutarlo. ¿Qué
prefieres?

Ella lo miró boquiabierta y se sonrojó.

–¿Cómo…. cómo esperas que responda a eso sin… sin…?

Adrien le acarició los labios con el pulgar.

–Está bien, no tienes que responder. Yo desde luego preferiría lo segundo. Y es lo que voy a procurar, a menos que tú me pidas lo contrario.

–O podríamos dejar de diseccionar la situación y ponernos a ello –
propuso Marinette irritada, bajando la vista.

Adrien quería que volviera a mirarlo, pero no pudo resistirse
a ese «ponernos a ello». No cuando sus manos estaban deslizándose por la gloriosa piel de la chica y la respiración de ella estaba tornándose ya entrecortada.

Por suerte la cama estaba solo a unos pasos. Tumbó a Marinette en ella, se quitó el resto de la ropa, y tuvo que reprimir un gruñido de
excitación y controlarse cuando la vio mirar su erección con unos
ojos sumamente abiertos.

Se tendió a su lado, la atrajo hacia sí y deslizó la mano por su
espalda. Marinette se arqueó hacia él, y gimió cuando sus pezones
endurecidos rozaron su pecho. Incapaz de contenerse, agachó la
cabeza para tomar uno de ellos en su boca y Marinette gritó de placer al tiempo que hundía los dedos en su pelo.

Sí, no había ninguna razón por la que no pudieran disfrutar
concibiendo a aquel bebé que daría continuidad a su linaje, se dijo.

A los pocos minutos el fiero deseo que lo embargaba amenazaba
ya con hacerle perder la cordura y por eso, sin poder esperar ya
más, la hizo rodar sobre el costado y se colocó sobre ella.

Marinette exhaló temblorosa cuando Adrien le separó las piernas. No podía ser… no podía ser que estuviera disfrutando con aquello. No podía ser que cada célula de su cuerpo estuviese deseándolo, pero un cosquilleo de placer la recorrió cuando los dedos del rubio comenzaron a acariciar la parte más íntima de su cuerpo.

Luego se inclinó sobre ella, y fue bajando por su cuerpo beso a
beso, dejando un reguero de fuego a su paso. Marinette movía la cabeza de un lado a otro sobre la almohada, frenética, y no se dio cuenta de que estaba clavándole las uñas en los brazos hasta que oyó a Adrien gruñir excitado.

Al llegar a su vientre Adrien se detuvo y una expresión enigmática se dibujó en su rostro antes de que depositara también un beso sobre él, un beso que provocó en ella una emoción que no quiso intentar desentrañar, aunque tampoco tuvo tiempo de hacerlo, porque en ese momento la boca de Adrien fue más abajo, y todo pensamiento racional la abandonó.

Apenas se había recobrado del primer orgasmo cuando notó que él la tomaba con firmeza por las caderas.

–Abre los ojos –le dijo con voz ronca.

Marinette, cuyo pecho subía y bajaba agitado, obedeció, y los intensos ojos verdes de Adrien escrutaron los suyos antes de penetrarla. Se hundió en ella hasta el fondo con una exhalación y se quedó muy quieto, con los dientes apretados. De tanto en tanto se estremecía, y el verlo luchando de esa manera por controlarse produjo a Marinette una punzada de satisfacción.
Adrien comenzó a sacudir las caderas con embestidas poderosas, implacables, tomando posesión de ella con una maestría que la
estaba haciendo enloquecer. Marinette, que necesitaba algo a lo que aferrarse, le hincó los dedos en la cintura.

–Adrien…

–Lo sé… Déjate llevar… Entrégate a mí…

Marinette se abandonó entre intensos gemidos al placer que se desatóen su interior, y al poco Adrien soltaba un gruñido casi animal antes de hundirse una última vez en ella, depositando su semilla en su interior.

Adrien rodó sobre el costado, llevándola con él, pero Marinette se apartó. Había cumplido con su obligación; al menos por esa noche.
Se movió hacia el borde de la cama y bajó las piernas, pero antes
de que pudiera levantarse el brazo de Adrien se lo impidió,
agarrándola por la cintura, y la arrastró de nuevo hacia él.

–¿A dónde crees que vas? –le preguntó.

Aún había color en sus mejillas y tenía el pelo todo revuelto. ¿Por
qué tenía que ser tan condenadamente sexy?

–Me vuelvo a mi habitación.

–Ni hablar. Hasta que no te quedes embarazada, dormirás cada
noche en mi cama. Mañana haré que traigan aquí tus cosas.

Temblorosa como una hoja, Marinette sacudió la cabeza y le dijo:

–Pre-preferiría que no…

Adrien contrajo el rostro, visiblemente molesto.

–Si crees que vas a hacerme ir a buscarte cada noche, estás
equivocada.

–¿A buscarme? Si mi habitación está a dos pasos…

–Pues así nos ahorraremos la molestia de estar en habitaciones
separadas. Marinette sacudió la cabeza de nuevo; su instinto estaba gritándole que aquello era una muy mala idea.

Adrien resopló impaciente.

–Está bien, si lo que quieres es tener un poco de independencia,
puedes ducharte y vestirte en tu suite. Pero las noches las pasarás
aquí conmigo; ¿estamos de acuerdo?

Marinette comprendió que no serviría de nada seguir discutiendo con él.
No le quedaba más remedio que aceptar su oferta.

–Está bien.

Satisfecho, Adrien la besó en los labios antes de levantar la cabeza para mirarla.

–Una cosa más –añadió.

–¿Sí? –inquirió ella con voz trémula.

Adrien se inclinó sobre ella.

–El que hayas intentado marcharte tan pronto después de que
hayamos terminado me induce a pensar que crees que solo te haré
el amor una vez en la noche –murmuró contra sus labios,
provocando un cosquilleo en los de ella–. ¿Me equivoco?

A Marinette le ardían las mejillas.

–Yo no… ni siquiera había pensado en eso.

Él esbozó una sonrisa burlona.

–Bueno, pues por si te pasara por la cabeza, ya lo sabes. Y tampoco te pienses que me limitaré a hacerte el amor solo por las noches –le advirtió.

Continuará

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