Dos Veces tú (A MLB A.U. Stor...

By ivalemon_

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[A.U.] Al cumplir los veintiseis, la tímida Marinette , continuaba enamorada de Adrien Agreste, vivió con él... More

1: Prólogo: Atardeceres rojos
2: 26
4: El homenaje
5: El testamento
6: Un contrato de 9 meses
7: Vida por vida
8: La magia desconocida
9: Creando vida juntos
10: Te estoy queriendo
11: Te estoy amando tanto
12: Contrato permanente
13: La cruda realidad
14: Nunca aprendes.
Último capítulo: Del otro lado del arcoiris.
Portales
NUEVO FIC MIRACULOUS

3: No seremos nada más

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By ivalemon_

[WARNING]
+18
Este capítulo contiene situaciones sexuales explícitas.
.
.
.
"Me dejas tocarte, me dejas profanarte, me dejas penetrarte, me dejas complicarte..."
Closer, Nine inch nails
.
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-De acuerdo –murmuró Marinette.

Nada más pronunciar esas palabras, su instinto le dijo que ya no había vuelta atrás. Adrien la ayudó a subir al coche, se sentó a su lado, y cuando se cerró la puerta los envolvió un silencio cargado de tensión sexual.

–¿Dónde vives? –le preguntó.

Ella le dio la dirección, y Adrien se la repitió al chófer antes de subir
la pantalla que los separaba de él para que pudieran tener
intimidad.

–Debe haber dos docenas de bares entre donde tú vives y donde
vive Louis. ¿Por qué escogieron un sitio en las afueras? –le preguntó mientras se ponían en marcha.

–Un amigo de la universidad acaba de heredar el local de sus
padres. Louis le prometió que vendríamos para celebrar nuestros cumpleaños –respondió ella, aliviada por aquel inofensivo tema de conversación.

Por desgracia, sin embargo, aquel respiro no le duró demasiado.

–¿Y siempre haces lo que dice mi hermano? –le preguntó Adrien,
en un tono muy distinto.

Los dedos de Marinette apretaron el asa del bolso sobre su regazo.

–¿Estás intentando provocar otra discusión? Porque, si mal no recuerdo, aún me debes una disculpa.

Adrien le arrancó el bolso, lo arrojó a un lado, y hundió los dedos en su pelo. Al ver el brillo resuelto en sus ojos, Marinette se notó de pronto la boca seca.

Adrien se quedó mirándola una eternidad, y estaba tan cerca de ella que el aliento de ambos se mezclaba.

–Lo siento –murmuró–. Lamento lo poco acertado que he estado en
mis conjeturas respecto a mi hermano y a ti. Y aunque no estoy de muy buen humor esta noche, no es excusa para el comportamiento que he tenido, así que espero que aceptes mis disculpas.

Sus palabras parecían sinceras, y silenciaron momentáneamente la
voz de alarma que se había disparado en su cerebro.

–Es-está bien –balbuceó.

Los dedos de Adrien se movieron en círculos, masajeándole
sensualmente el cuero cabelludo, y Marimette sintió como afloraba un
calorcillo en su interior.

–¿Satisfecha? –le preguntó Adrien.

–Eso… eso depende.

Adrien enarcó una ceja.
–¿De qué?

–De si vas a empezar otra discusión o no.

–No, preciosa –murmuró él–, estoy a punto de empezar algo
completamente distinto, y lo sabes.

–Yo no…

–Basta, Marinette. Ya te he dicho que lo que pase a partir de este
momento depende de ti, pero tengo la impresión de que tengo que darle a esto un empujoncito antes de que uno de los dos muera de impaciencia. La única palabra que quiero oír de esos labios tuyos es un «sí» o un «no». Te deseo…
Dejando a un lado mi poco ejemplar comportamiento de esta noche, ¿me deseas tú también a mí? ¿Sí o no?

A Marinette se le subió el corazón a la garganta. Llevaba más de diez 
años encaprichada con aquel hombre, pero hasta entonces jamás había albergado la más mínima esperanza de que un día lo tendría frente así diciéndole esas cosas.

Sacudió la cabeza. Aquello no era una buena idea… Tragó saliva y
se pasó la lengua por los labios.
Los dedos de Adrien se tensaron y un ruido ahogado escapó de su garganta. A punto de pronunciar la palabra que la liberaría de aquella locura, Marinette bajó la vista. No podía decirlo mirándolo a la cara. Sus labios estaban tan cerca y ella se moría por un beso…

Solo un beso…
¿Por qué no? Así se daría cuenta de que no era un dios, de que
únicamente lo había elevado a esa categoría porque se sentía sola
y por sus absurdas fantasías de cuento de hadas.

–Marinette…

Su nombre en labios de Adrien era como una cadena que tirara
irremediablemente de ella.

Se notaba en sus senos endurecidos y una sensación cálida y húmeda entre las piernas, donde parecía haberse alojado un ansia irrefrenable.

–Sí…

La palabra se había resbalado de sus labios; había sucumbido
a la tentación.

A Adrien no le hizo falta que se lo dijera dos veces. Con una brusca
exhalación la atrajo hacia sí y su boca, apremiante, se abalanzó
sobre la de ella.
Le acarició los labios con la lengua, atrevidamente, una y otra vez, antes de urgirla, sin mediar palabra, a que abriera la boca. Marinette claudicó, temblorosa, sin poderse creer aún que estuviese besando a Adrien Agreste.

Un cosquilleo eléctrico la recorrió de la cabeza a los pies, arrancando gemidos de su garganta, que eran sofocados por los labios del rubio, fusionados con los suyos. La habían besado antes, las suficientes veces como para saber que no había un beso igual a otro, y que había quien besaba mejor y peor, pero nunca la habían hecho gemir, y aquel beso no podía compararse a ningún otro.

Cada caricia de la lengua de Adrien, cada caricia de sus labios le provocaba un estallido de placer y la hacía apretarse contra él, suplicando más.
Cuando la necesidad de respirar los obligó a separarse, Adrien
apenas le concedió unos segundos de descanso, acariciándole
fascinado los labios con la yema del pulgar y murmurar, antes de
tomar su boca de nuevo y hacer el beso más profundo:

–Dios mío, eres preciosa…

Sus palabras la liberaron de unas ataduras de las que hasta ese
instante ni siquiera había sido consciente, y relajó las manos, con
las que había estado aferrándose al asiento, y se atrevió a levantar
una y ponerla en el muslo de Adrien.

Este se tensó y notó como se endurecían los músculos de su
pierna. Despegó sus labios de los de ella y la atravesó con una
mirada salvaje. Aturdida, Marinette hizo el ademán de apartar la mano, pero él la retuvo.

–Quieres tocarme, ¿no? Pues tócame.

–Adrien…

Él aspiró bruscamente.
–Creo que es la primera vez que te oigo decir mi nombre.

–¿Cómo? –balbuceó ella.

Era imposible; lo había dicho tantas veces… en sus fantasías.
La otra mano de Adrien, que seguía en su pelo, le empujó la
cabeza hacia él.

–Dilo otra vez –murmuró contra sus labios.

–Adrien… –susurró ella agitada.

Él se estremeció de arriba abajo, y sus labios volvieron a sellar de
nuevo los de ella. La mano que cubría la suya subió por su brazo,
deteniéndose a cada pocos centímetros para acariciar su piel
desnuda. A medio camino, sin embargo, descendió a su cadera y
subió por el costado hasta la parte inferior del pecho. Permaneció
allí, tentadoramente cerca de sus senos, que ansiaban ser
acariciados, y de sus pezones, que se habían endurecido, demandando su atención.

La respiración de Marinette se había tornado entrecortada de deseo.
Frotó la palma de la mano contra el muslo de Adrien y al subir un
poco se topó con el enorme bulto bajo la cremallera, y se quedó
paralizada al oírlo gemir atormentado.

–No… No pares… Tócame –le ordenó él contra sus labios.

Marinette cerró la mano sobre su miembro, y Adrien soltó una ristra de palabras en francés. Cuando la mano de él, hambrienta, atrapó uno de sus senos y comenzó a masajearlo, Ella gimió extasiada.
No estaba segura de en qué momento la empujó contra el asiento de cuero, ni cuándo tiró de sus caderas hasta el borde del asiento, ni en qué instante le bajó la cremallera del vestido y le subió la falda. Pero entre beso y beso lo encontró de rodillas entre sus
muslos, con las manos ascendiendo por sus piernas.

Llevaba unas medias de seda, y cuando los dedos de Adrien se toparon con la franja de encaje que las remataba soltó otra acalorada retahíla de palabras en francés. Luego siguió el borde con las yemas de los dedos y acarició la piel desnuda por encima de las medias, haciéndola estremecer. Tras un último beso, Adrien levantó la cabeza.

–Necesito verte –le dijo con voz ronca–. Tocarte como tú me
has tocado…

Los dedos del rubio siguieron el reborde de sus bragas de
encaje y satén.

Se suponía que solo iba ser un beso… Claro que quizá debería
hacer caso a Louis y vivir un poco, solo por esa noche… Pero es que
las probabilidades de que volviera a ver a Adrien después de aquella noche eran casi…

–Debo estar perdiendo facultades si tu mente escoge justo este
momento para ponerse a divagar –observó Adrien–. ¿En qué estás
pensando? –exigió saber, acercando peligrosamente el pulgar a su sexo.

Marinette se estremeció.
–En… en nada.

Él deslizó el pulgar de la otra mano por el lado contrario.

–No me mientas, Marinette. Ya he tenido bastantes mentiras por hoy.
¿Estabas pensando en otro hombre? –la increpó–. ¿Mientras estás aquí, con las piernas abiertas ante mí, estabas pensando en otra
persona? ¿En tu novio, tal vez?

Ella lo miró indignada y trató de incorporarse, pero él se lo impidió.

–¿Crees que estaría haciendo esto contigo si tuviera novio? –le espetó ella.

–Contesta a mi pregunta –la desafió él, en un tono cada vez más gélido. Marinette sacudió la cabeza.

–No, no tengo novio. Estaba pensando en ti.

La tensión que se había apoderado de él se disipó un poco. Sus
ojos brillaron.

–¿Y qué pensabas exactamente? –insistió, deslizando los dedos
por debajo de la fina tela para acariciar su carne húmeda.

Ella gimió y exhaló temblorosa.
–En que después de esta noche no volveré a verte.

Adrien se quedó quieto y escrutó su rostro con el ceño fruncido.

–¿Y eso es lo que quieres? ¿Que lo pasemos bien esta noche y que cuando amanezca nos olvidemos el uno del otro? –le preguntó.

Había una nota de censura en su voz, pero también parecía  excitado, como si no fuese totalmente contrario a aquella idea. Se inclinó hacia ella.
–Contesta, Marinette ¿Es eso lo que quieres? –repitió, escudriñando en sus ojos con esa mirada penetrante.

–¿No es también lo que tú quieres? –le espetó ella. Y luego forzó
una risa irónica y añadió–: Vamos, ¿no irás a decirme que imaginas que entre nosotros podría haber algo más… que esto?

Adrien permaneció callado unos segundos, aunque a ella le pareció una eternidad. Luego bajó la vista a sus hombros, a su escote, que dejaba entrever más ahora que tenía el vestido suelto, a sus manos inquietas, apoyadas en el asiento, a ambos lados de ella, y finalmente a sus piernas abiertas y a la ropa interior  que cubría su entrepierna.

Volvió a acariciarla con los pulgares, haciéndola estremecer de nuevo.

–Sí, tienes razón; de esto no puede salir nada más.

La punzada que Marinette sintió en el pecho al oír sus palabras se
desvaneció cuando Adrien le arrancó las bragas. Fue algo tan
salvaje, tan erótico, que sintió que sus pliegues se humedecían aún
más.
Y entonces él inclinó la cabeza, estaba muy claro para qué.
Marinette que estaba mirándolo con unos ojos súper abiertos porque no se creía lo que estaba a punto de hacer, le puso las manos en los hombros para apartarlo.

–Adrien, no… –comenzó a protestar. Pero perdió por completo el hilo de lo que iba a decir cuando los labios de él se cerraron sobre su sexo, provocándole una descarga de placer–. ¡Oh! –gimió, enredando los dedos en el corto cabello de su nuca.

Adrien levantó la cabeza y sopló delicadamente sobre sus
pliegues.

–¿Quieres que pare?

–No –balbució ella de inmediato.
Al oír la suave risa de Adrien se le pusieron las mejillas ardiendo,
pero la vergüenza se le pasó por completo cuando a darle placer
con lametones descarados, posesivos, y se encontró jadeando
palabras incomprensibles mientras le hincaba los dedos en el cuero cabelludo, instándole a que no parara, suplicando más. Él se prodigó con generosidad, haciéndole descubrir nuevas
cotas de placer con la lengua y los labios. Cuando finalmente se
concentró en su hinchado clítoris, Marinette arqueó la espalda y un grito ahogado de placer escapó de su garganta antes de que todo su
cuerpo se viera sacudido por una ola tras otra de auténtico éxtasis.

Cuando bajó de nuevo a la Tierra la envolvía el olor a cuero y a
sexo, y Adrien estaba medio desnudo. Se había quitado la
chaqueta, tenía la camisa abierta y los pantalones desabrochados.
Su brillante pelo dorado estaba todo despeinado, lo cual le daba un aire muy sexy, como si alguien, ella, seguramente, aunque no
lo recordara, se lo hubiera revuelto con las manos.

Su corazón, al que apenas le había dado tiempo a calmarse, empezó a palpitar de nuevo más deprisa cuando vio que se estaba poniendo un preservativo. Luego le bajó el cuerpo del vestido, dejando libres sus brazos, le quitó el sujetador, y al ver sus pechos farfulló algo en su idioma, extasiado.

Como si quisiera comprobar que era real, deslizó la mano desde el
cuello hasta el estómago. Luego asió sus pechos por debajo con
ambas manos, y frotó sin piedad las yemas de los pulgares contra
sus pezones endurecidos antes de tomar uno en su boca. Y ella,
que iba camino de otro orgasmo, gimió al sentir sus dientes
rozándole el pezón.
Adrien le pasó un brazo por la cintura y la arrastró hacia abajo
hasta que sus nalgas quedaron fuera del asiento. Estaba ya a un
paso del clímax cuando él levantó la cabeza.
Sus ojos verdes sostuvieron los de ella mientras hacía que le
pusiera las piernas sobre los hombros. Luego, con un gruñido, la agarró por la cintura y la penetró hasta el fondo de una embestida.

El grito de placer de Marinette fue ahogado por un beso, y Adrien la
sujetó mientras empujaba las caderas de nuevo.

–Dios… estás tan húmeda… –murmuró con una voz ronca que
apenas se le entendía.

Dominaba su cuerpo como un músico virtuoso domina su
instrumento, llevándola hasta las notas más altas y haciendo que
las sostuviera, una y otra vez.

–Adrien… Adrien…

Marinette no sabía cuántas veces gimió su nombre, pero sí que de
repente se encontró a horcajadas de él, que seguía de rodillas en el
suelo. Los dos se movían, jadeantes y sudorosos, cuando de pronto ella sintió como se desencadenaba en su interior un estallido de placer, y se quedó quieta, aferrándose a esa intensa sensación que parecía estar arrastrándola las profundidades de un vórtice sin fondo.

Adrien le mordió el lóbulo de la oreja antes de alcanzar el clímax él también, y masculló entre dientes una ristra incomprensible de palabras.
Aún no habían recobrado el aliento cuando el coche tomó una curva y al poco se detuvo. Adrien la subió de nuevo al asiento y la ayudó a ponerse bien el vestido.

Incapaz de mirarlo a los ojos, ni de sofocar la sensación de
incomodidad que la invadía, Marinette recogió del suelo del coche su ropa imterior desgarrada y el sujetador y los metió en el bolso.

Adrien, que ya había terminado de volver a vestirse, se sentó de
nuevo a su lado.

–Esto… gracias por traerme –murmuró ella cuando al cabo de un rato él seguía sin decir nada.

Él, en vez de contestar, se quedó mirándola con los ojos entornados, así que apretó el bolso en su mano y se movió en el asiento hacia la puerta.

–Buenas noches, Adrien –le dijo–. Que llegues bien a… bueno, a
donde sea.

Alargó el brazo hacia la manivela para abrir la puerta, pero él la
detuvo agarrándola por la muñeca y la hizo volverse hacia sí.

–No hemos terminado; ni de lejos –le dijo.

Se bajó del coche con gracia de felino y le tendió su mano.
Marinette vaciló. De pronto, lo que le esperaba fuera la intimidaba más que la increíble sesión de sexo que acababan de compartir en el coche.

–Sal, Marinette –le dijo Adrien.

Ella se bajó, diciéndose que no lo estaba haciendo porque se lo
hubiera ordenado, sino porque no podía quedarse para siempre en
la limusina.
En cuanto salió, él cerró la puerta y dio un par de golpes con los nudillos en el capó del vehículo. Mientras este se alejaba, el rubio la atrajo hacia sí y le dio un beso largo y ardiente que bastó
para reavivar en ella la llama del deseo.
Adrien alzó la vista hacia su casa y le dijo:

–Invítame a pasar.

Y así lo hizo Marinette. No se imaginaba que al cruzar el umbral de su hogar, aquella no sería la única experiencia inolvidable relacionada con Adrien Agreste.

Continuará...

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