Dos Veces tú (A MLB A.U. Stor...

By ivalemon_

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[A.U.] Al cumplir los veintiseis, la tímida Marinette , continuaba enamorada de Adrien Agreste, vivió con él... More

1: Prólogo: Atardeceres rojos
3: No seremos nada más
4: El homenaje
5: El testamento
6: Un contrato de 9 meses
7: Vida por vida
8: La magia desconocida
9: Creando vida juntos
10: Te estoy queriendo
11: Te estoy amando tanto
12: Contrato permanente
13: La cruda realidad
14: Nunca aprendes.
Último capítulo: Del otro lado del arcoiris.
Portales
NUEVO FIC MIRACULOUS

2: 26

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By ivalemon_

2: 26.

"Algo tiene tu mirada, siento que todo me arde, te pensé toda la tarde, por donde vaya te veo, besar tus labios deseo y es que quisiera tocarte"
Ronroneo, Mon Laferte
.
.
.
-

3 meses antes del aborto...

-No te gires, pero acaba de entrar el protagonista de tus sueños más
tórridos y mis pesadillas.

Como era de esperar, Marinette Dupain-Cheng no pudo evitar girar la cabeza hacia la entrada del bar a pesar de aquella advertencia. Desde el reservado de la esquina en el que Louis Feraud, su mejor amigo, y ella estaban sentados, observó como el recién llegado, Adrien, el hermanastro de él, paseaba su mirada incisiva por el local.
Cuando finalmente dio con ellos, entornó los ojos, y Marinette sintió que una ola de calor la invadía.

–Te he dicho que no te giraras; no sé ni por qué me molesto en avisarte –comentó Louis.

Marinette se volvió irritada hacia él.

–Pues sí, ¿por qué has tenido que hacerlo?

Louis, que estaba sentado frente a ella, la tomó de ambas manos y,
con un brillo divertido en los ojos, la picó diciéndole:

–Solo quería ahorrarme el triste espectáculo de verte dar un
respingo y estremecerte como un ratoncillo acorralado cuando
apareciera detrás de ti. La última vez que coincidieron casi te da un
soponcio.

A Marinette se le subieron los colores a la cara.

–No sé ni por qué te aguanto. Eres de lo peor.

Louis se rio y aunque ella intentó apartar sus manos, él no se lo
permitió.

–Me aguantas porque por algún capricho del destino nacimos el
mismo día, porque te evité una reprimenda del profesor Winston el primer día de clase, en la facultad. Y eso sin olvidarnos del sin fín de veces que te he salvado el trasero desde entonces –apuntó él–. Y por eso creo que deberías darme las gracias aceptando ese puesto que te he ofrecido en la empresa de mi familia.

–¿Y tenerte todo el día encima de mí? No, gracias. Estoy encantada
trabajando para Runway.

Él se encogió de hombros.
–Lo que tú digas. Un día entrarás en razón.

-¿Ya estás viendo cosas otra vez en tu bola de cristal?

–No necesito una bola de cristal para eso. Ni para saber que te
llevarías mejor con Adrien si te enfrentaras de una vez al hecho de
que sigues loca por él.

Marinette intentó pensar una respuesta ingeniosa para ponerlo en su sitio, pero sabía que era una batalla perdida. Al dudoso don que
tenía de que siempre se le ocurría la contestación perfecta pasadas
horas o días, se le añadía su espantosa timidez, que escogía
momentos como aquel para aflorar y le impedía pensar con
claridad.

Y la razón por la que no podía pensar con claridad era el hombre
que acababa de entrar. Podía sentirlo acercándose, podía… ¡Por amor de Dios, pero si ese día cumplía veintiseis años! Ya no era una adolescente ingenua; tenía que comportarse como una adulta. Tenía que levantar la cabeza y mirar a Adrien a la cara.

Alzó la barbilla y elevó la vista hacia aquel gigante de metro ochenta y cinco, todo elegancia y poder contenido que acababa de llegar al reservado. Tenía que dejar de mirar embobada esa mandíbula afilada y los rasgos perfectos y esculpidos de su cara.
Tenía que mirarlo a los ojos…

–Feliz cumpleaños, hermano –le dijo Adrien a Louis.

Marinette sintió que un cosquilleo le recorría la espalda al oír esa voz
aterciopelada. Dios… Era tan guapo… Volvió a bajar la cabeza y
tragó saliva.

–Gracias –le contestó Louis. Y luego, añadió con una sonrisa irónica–: Aunque ya estaba empezando a pensar que no
vendrías.

Adrien se metió las manos en los bolsillos.

–Apenas son las once –respondió en un tono tirante.

Marinette levantó la vista tímidamente y pilló a Adrien mirando con los ojos entornados la mano de su hermanastro sobre la suya. Luego miró a este, que hizo una mueca y apartó la mano antes de encogerse de hombros.

–En fin, siéntate –le dijo Louis–. Iré por la botella de champán que he
pedido que pusieran a enfriar.

Se levantó de su asiento, se dieron un abrazo y Adrien le dijo algo
que Marinette no oyó bien. Viéndoles así, el uno junto al otro, el parecido era extraño a pesar de no compartir la misma sangre. Louis los tenía marrones y Adrien verdes; en la estatura, Adrien era más alto que Louis; y en el pelo, que Louis tenía castaño
oscuro, mientras que el de Adrien era rubio como el sol.
Sin embargo, mientras que Louis, con su cara y su estatura hacía que las mujeres se volvieran para mirarlo, Adrien continuaba cautivando por completo a quien cometía el error de posar sus ojos en él.

A veces se le hacía irreal que se tratara del mismo Adrien con quien compartió el bachillerato.

Al poco de que Louis se alejara, y a pesar de que no hacía más que repetirse que debería mirarlo a la cara, Marinette se encontró
con que no podía levantar la vista.

En un intento por disimular el
temblor de sus dedos, apretó las manos contra su vaso de vino
blanco con gaseosa, y se le cortó el aliento al ver que Adrien se
sentaba a su lado en vez de ocupar el sitio de Louis, como había
creído que haría.

Los segundos pasaron lenta y dolorosamente mientras los ojos de Adrien, fijos en ella, escrutaban su perfil.

–Feliz cumpleaños, Marinette –le dijo.

Su voz tenía un matiz misterioso, oscuro, peligroso… O quizá fuera
solo cosa de su febril imaginación. Se estremeció por dentro, y se
remetió un mechón tras la oreja antes de volver a apretar con fuerza el vaso.

–Gracias –murmuró, aún con la cabeza gacha.

–Lo normal es mirar a una persona a los ojos cuando te habla –la increpó–. ¿O es que tu bebida es más interesante que yo?

–Lo es. Me refiero… me refiero a que es lo normal, no a que mi
bebida sea…

–Marinette mírame –la interrumpió él en un tono imperioso.

No habría podido negarse aunque hubiera querido. Cuando giró la
cabeza, se encontró con sus intensos ojos verdes fijos en ella.

Apenas y sentía que lo conocía, habían pasado años desde que habían dejado de verse antes de ingresar a la universidad. Las veces que llegaron a encotnrarse eran por campañas en las que acompañaba a Louis; se le hacía dificil volver a entablar una conversación con él. Era absurdo. Además, no era ya solo que
Adrien estuviera completamente fuera de su alcance, sino que
también estaba comprometido con Lila Rossi desde hacía ya algunos meses.

Sin embargo, una vez levantó la vista, ya no pudo despegar sus
ojos de él, ni pensar en otra cosa que no fuera lo increíblemente
irresistible que era: su piel, su recio cuello, cuya base
dejaban entrever dos botones desabrochados de su camisa azul
marino, sus largos dedos…

–Mejor así –murmuró con satisfacción–. Me alegra no tener que pasar el resto de la noche hablándole a tu perfil, aunque no sea verdad eso de que si alguien te mira a los ojos mientras habla
puedas saber si está siendo sincero.

Marinette detectó en su voz un matiz evidente de resentimiento, envuelto en una ira apenas disimulada.

–¿Te… te ha pasado algo? –aventuró–. Pareces algo molesto.

Él se rio burlón.
–¿Tú crees? –le espetó.

Su tono tornó la perplejidad de Marinette en irritación.

–¿Te divierte que me preocupe por ti?

Los ojos verdes de Adrien escrutaron su rostro, deteniéndose en sus labios.

–¿Están juntos mi hermano y tú? –le preguntó de sopetón, sin
responder a su pregunta.

–¿Juntos? –repitió ella como un papagayo–. No sé a qué te…

–¿Quieres que sea más explícito? ¿Te estás acostando con mi
hermano? – exigió saber.

Marinette resopló espantada.
–¿Perdón?

–No hace falta que te finjas estar ofendida por mi pregunta. Con un sí o un no bastará.

–Mira, no sé lo que te pasa, pero es evidente que esta mañana al despertarte te has levantado de la cama con el pie izquierdo, así que…

Adrien masculló un improperio en francés.

–Haz el favor de no hablarme de camas.

Marinette frunció el ceño.

–¿Lo ves?, me estás dando la razón. Lo que me lleva a preguntarte por qué has venido al cumpleaños de tu hermano si de tan mal humor estás.

Adrien apretó los labios.

-Porque soy leal –le espetó–. Porque cuando doy mi palabra, la cumplo.

La gélida furia con que pronunció esas palabras la dejó sin aliento.

–No estaba cuestionando tu lealtad ni…

–Aún no has respondido a mi pregunta.

Marinette, que no acababa de entender el giro que había dado la
conversación, sacudió la cabeza.

–Probablemente porque no es asunto tuyo.

–¿Eso crees, que no es asunto mío? –le espetó él mirándola ceñudo–.
¿Cuando Louis te trata como si fueras suya, y tú me devoras con los ojos?

Marinette lo miró entre espantada e indignada. Adrien jamás había sido así de directo.

–¡Yo no…!

Adrien soltó una risotada cruel.

–Cuando llegué, hacías como que no te atrevías a mirarme, pero
desde que te giraste no me has quitado los ojos de encima. Pues te
haré una advertencia: por más que quiera a mi hermano, lo de compartir a una mujer con otro no me va, así que vete olvidando de
que vayamos a hacer ningún ménage à trois.

–Eres… ¡Dios, eres despreciable! –exclamó ella.

No sabía qué la horrorizaba más: si que se hubiera dado cuenta de
lo atraída que se sentía por él, o que no tuviese el menor reparo en
soltárselo a la cara.

–¿No será más bien que te has llevado un chasco porque te he
aguado esa fantasía que te estabas montando en la cabeza?

–Te aseguro que no sé de qué me hablas. Y lo siento si alguien te
ha extraviado un puñado de millones, o le ha pegado un puntapié a tu perro, o lo que sea que te ha puesto de tan mal humor, pero estás a un paso de que te rompa la cara, así que te sugiero que cierres la boca ahora mismo. Además, ¿cómo te
atreves a hablarme de tríos? ¿No estás comprometido?

En ese momento apareció Louis con la botella de champán y tres
copas.

–¡Madre de Dios!, ¿cuánto rato hace que me fui? –les preguntó–.
Porque yo juraría que no hace ni cinco minutos, y vuelvo y os
encuentro a punto de liarse a puñetazos. Me sorprendes, pulga;
no lo esperaba de ti –picó a Marinette.

Ella sacudió la cabeza.

–Te aseguro que yo no…

–Estaba dejándole claras unas cuantas cosas a tu novia–intervino
Adrien.

Louis enarcó las cejas y se echó a reír.

–¿Mi novia? ¿De dónde has sacado esa idea?

Adrien relajó levemente la mandíbula antes de encogerse de
hombros.

–¿Quieres decir que no lo es?

Marinette apretó los dientes.

–¿Podrían dejar de hablar de mí como si no estuviera?

Adrien la ignoró y se quedó mirando a su hermano, como
esperando una respuesta. Louis dejó las copas y la botella en la
mesa para sentarse frente a ellos.

–Es como una hermana para mí y me preocupo por ella –le contestó Louis–. Es mi amiga, y como amigo suyo me considero con el derecho de darle una patada en el trasero a quien intente siquiera a hacerle daño. Es…

–De acuerdo, de acuerdo, lo he entendido –lo cortó Adrien.

–Bien. Me alegra que lo hayamos aclarado –contestó Louis. Marinette giró la cabeza hacia Adrien.

–¿Te ha quedado claro? –le preguntó entre dientes.

Adrien esbozó una media sonrisa, como si ahora que su hermano
se lo había explicado lo encontrara divertido.

–Parece que malinterpreté la situación –dijo.

–¿Se supone que eso es una disculpa? –inquirió ella con aspereza.

Los ojos de él se oscurecieron.

–Si quieres que me disculpe, tendrás que darme algo de tiempo
para encontrar las palabras adecuadas.

A Marinette le costaba creer que alguien tan seguro de sí mismo pudiera quedarse sin palabras.

Había convertido el negocio de su
padre, en una exitosa inversión en el extranjero, a la vez que se
entregaba a su pasión: el arte. De hecho, según le había contado Louis, de la noche a la mañana sus cuadros y esculturas estaban
muy solicitados.

–Pareces de peor humor que de costumbre, hermano –observó Louis mientras retiraba el aluminio que recubría el corcho
de la botella–. Casi puedo ver el humo saliéndote por las orejas.

Adrien apretó los labios.
–¿Es así como quieres pasar el resto de tu cumpleaños?,¿haciendo chistes a mi costa?

–Solo intentaba distender un poco el ambiente, precisamente porque es mi cumpleaños, pero si no quieres contarme qué te pasa,
al menos contesta el maldito teléfono; debe llevar como cinco
minutos vibrándote en el bolsillo.

Adrien le lanzó una mirada irritada, se sacó el móvil del bolsillo, y apenas lo miró antes de apagarlo.
Louis se quedó boquiabierto.

–¿De verdad has apagado el móvil? ¿Te encuentras mal? ¿O es que estás ignorando las llamadas de alguna persona en concreto?

–Louis… –dijo Adrien en tono de advertencia. Su hermano, sin
embargo, no hizo ningún caso.

–¡Dios!, ¿no me digas que hay problemas en el paraíso? ¿Los
tacones de aguja han hecho tropezar a la gran Lila y ha caído en desgracia?

Las facciones de Adrien se endurecieron.

–Iba a esperar para decírtelo, pero ya que sacas el tema… desde esta mañana ya no estoy comprometido.

Un silencio atronador descendió sobre el reservado. Las palabras de Adrien rebotaban como una bala en la mente de Marinette.

Ya no estaba comprometido…

El brusco chasquido del corcho al salir disparado hizo a Marinette dar un respingo. Louis le tendió una copa.

–Bébetela, pulga. Ahora tenemos dos… no, tres razones para
celebrar – le dijo.

–Vaya, me alegra que nuestra ruptura te haga tan feliz –murmuró

Adrien en un tono gélido.

Luis se puso serio.
-Desde el principio respeté tu relación, pero sabes que siempre he pensado que no era la mujer adecuada para ti. No sé si fuiste tú quien decidió romper o si fue ella, pero…

–Fui yo.

Louis sonrió.

–Pues entonces, celébralo con nosotros o aprovecha para ahogar
tus penas.

Adrien levantó su copa, les deseó de nuevo feliz cumpleaños a los dos, y se la bebió de un trago. Marinette solo tomó unos sorbitos de la suya, pero Louis se puso a servirse una copa tras otra, mientras la tensión entre Adrien y ella iba en aumento.

–Hora de empezar a lo grande mis veintiseis –anunció

Louis de pronto, levantándose, con los ojos fijos en una despampanante pelirroja, que no hacía más que sonreírle desde
otra mesa.
Marinette aliviada, empujó a un lado su copa.

–Pues yo creo que me voy a casa –murmuró.

–Quédate –le dijo Adrien. Y antes de que ella pudiera replicar se
volvió hacia su hermano–. Tengo mi limusina fuera esperando. Dile
al chófer a dónde quieres que te lleve.

Louis le plantó la mano en el hombro.

–Te agradezco el ofrecimiento, pero voy a ir con pies de plomo con esa florecilla; no quiero abrumarla con nuestros lujos de millonarios y que salga huyendo.

Adrien se encogió de hombros.

–Por mí como si quieres tomar el autobús. Mientras el lunes por la
mañana llegues a tu trabajo a tu hora, sobrio y de una pieza…

–Lo haré, si tú me prometes que te asegurarás de que Marinette llegue a casa sana y salva.

Ella sacudió la cabeza, agarró su bolso y se puso de pie.

–No hace falta, en serio. Llegaré bien.

Y ella sí que se iría en autobús; tenía que vigilar sus gastos. Al
menos no le había sonado el móvil desde la última vez que había
llamado al hospital, hacía cuatro horas, así que su madre debía
estar pasando la noche tranquila.

O eso esperaba.

–Siéntate, Marinette –le dijo Adrien en un tono autoritario–. Tú y yo no hemos acabado de hablar.

Ella le lanzó una mirada desesperada a Louis, pero su amigo se limitó a inclinarse sobre la mesa para darle un abrazo y le susurró al oído:

–Es tu cumpleaños y la vida es demasiado corta. Date un respiro y
vive un poco. Te hará feliz, y a mí muchísimo más.

Y antes de que pudiera responder, Louis se alejó en dirección a la
mesa de la pelirroja, con esa sonrisa que hacía que las mujeres se derritieran.

–He dicho que te sientes –insistió Adrien.

Difícilmente podría salir del reservado con él bloqueando la salida.

Con las palabras de Louis resonando en su mente, volvió a sentarse muy despacio.

–No sé para qué quieres que me quede –le dijo–; no tengo nada
que decirte.

Adrien volvió a escrutar su rostro con esa intensa mirada que la
ponía nerviosa.

–Creía que habíamos quedado en que te debía… algo.

–Una disculpa. ¿Tanto te cuesta decir la palabra?

Adrien se encogió de hombros y abrió la boca para responder, pero
los ocupantes de una mesa cercana prorrumpieron en ruidosas risotadas, propiciadas sin duda por el alcohol.

Adrien puso cara de asco, se levantó y, haciéndose a un lado para que ella pudiera salir, le dijo:

–Ven, continuaremos esta conversación en otro sitio.

Marinette obedeció, aunque no porque él se lo ordenase, sino porque cuando estuvieran fuera del local podría ponerle alguna excusa y escabullirse. Lo último que le apetecía era tener que seguir aguantando su malhumor.

Las experiencias que había tenido en el trato con el sexo opuesto, la habían llevado a desconfiar de los
hombres en general. Pero después de conocer a Louis había pensado que debía haber más excepciones a la regla como él y, desoyendo los consejos de su madre, había empezado a salir con su exnovio, Stephen, seis meses atrás. Por desgracia había resultado ser un canalla que salía con varias mujeres al mismo tiempo. Y la parte de ella que aún estaba dolida, estaba advirtiéndole de que debía evitar como a la peste a Adrien.

Por eso, al salir del bar al frío aire del mes de octubre, inspiró
profundamente y echó a andar, pero antes de que hubiera dado tres pasos Adrien la agarró por el codo para hacer que se detuviese.

–¿A dónde crees que vas? –inquirió poniéndose delante de ella.

Aunque le temblaban las piernas por su proximidad y la ferocidad
de su expresión, Marinette lo miró a los ojos y respondió:

–Es tarde.

–Sé perfectamente qué hora es –murmuró él, y cuando dio un paso hacia ella se rozaron sus muslos.

A Marinette le flaqueaban las rodillas.

–Tengo que… Debería irme.

Adrien dio un paso más, arrinconándola contra el muro del bar, yplantó las manos a ambos lados de ella, impidiéndole la huida.

–Sí, quizás deberías. Pero yo sé que no quieres irte.

Ella sacudió la cabeza.
–Sí que quiero.

Adrien se inclinó hacia ella y sintió su cálido aliento en el rostro.

–No puedes irte; aún tengo que disculparme contigo.

–¿O sea que admites que me debes una disculpa?

Adrien la miró con ojos hambrientos antes de bajar la vista a sus labios.

–Sí, pero no voy a ofrecerte mis disculpas aquí, en medio de la
calle.

Aunque no lo creía posible en esa situación, Marinette se encontró
riéndose.

–Sabes cuántos años cumplo hoy; ya no soy una niña.

Adrien apartó una mano de la pared para acariciarle la mejilla.

–Puedo decirte lo que quieres oír y dejar que te vayas… o puedes
dejar que te lleve a casa, como le he prometido a Louis, y de camino
disculparme como es debido. Imagino que querrás que mi hermano se quede tranquilo, ¿no?

–Ya soy mayorcita para volver sola; estoy segura de que Louis lo
entenderá. Y lo único que quiero es una disculpa –insistió.

–Quieres más que eso. Quieres dejarte llevar, arrancar la fruta
prohibida del árbol y darle un mordisco. ¿No es verdad, Marinette?

«No». Abrió la boca para decirlo, pero la palabra se le quedó  atascada en la garganta.

Adrien quitó la otra mano de la pared y retrocedió lentamente,
como tentándola con lo que se iba a perder, y Marinette no se dio cuenta de que lo había seguido al borde de la acera hasta que una limusina negra se acercó y se detuvo detrás de él. Adrien abrió la puerta trasera.

–Vas a subir al coche y a dejar que te lleve a casa, Marinette. Lo que
pase después, depende de ti. Solo de ti.

Continuará...

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