Red - Nomin

By ZaiJam

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Segunda parte de BLUE ~ Portada creada por: @kngbizzle ❤️ Estamos caminando en círculos ¿Lo sabes? Pero te... More

SEGUNDA PARTE
1. Jaemin
2. Jaemin
3. Jeno
4. Jaemin
5. Jaemin
6. Jaemin
7. Jeno
8. Jaemin
9. Jeno
10. Jaemin
11. Jaemin
12. Jeno
13. Jaemin
14. Jeno
15. Jaemin
16. Jaemin
17. Jaemin
18. Jeno

19

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JAEMIN

De chico me caí al agua, casi morí ese día.

Tenía grabada la sensación, podía traerla al presente al cerrar los ojos; el ardor en mis pulmones, la desesperación al intentar gritar bajo el agua, mis piernas pateando la nada misma y mis manos queriendo agarrarse de lo inexistente. Me dejé ir, el dolor de cabeza fue demasiado, creí que explotaría y, de repente, dos brazos me sacaron de allí.

No recordaba si fue mi padre o abuelo, ambos tenían la misma expresión preocupada y ambos estaban empapados de pies a cabeza. Lo que si recordaba era el llanto de mamá, el cómo me sostuvo con fuerza contra su pecho y me meció diciendo, repitiendo una y otra vez, que me amaba. No me soltó ni siquiera cuando hubo pasado un día, dijo que nunca había sentido tanto miedo en toda su vida.

Todos actuaron de la misma manera, todos decían «Oh, pobre mi niño, debió ser aterrador». Yo odié al mar, al océano, porque era inmenso, incontrolable e incluso los adultos le temían. Pero entonces Jeno apreció frente a mamá, tan solo tenía unos meses más que yo, no lloró, no preguntó qué había pasado. Simplemente me alejó de los brazos de mi madre con nuestras pequeñas manos juntas y me llevó con él hacia su habitación.

Yo seguía llorando, las lágrimas surgían en cuanto alguien hablaba sobre mi accidente. Ese día, Jeno me hizo tomar asiento frente a la pequeña mesita en medio de su cuarto y extendió el cuaderno de dibujo que era su más preciado tesoro.

–Dibuja lo que quieras –dijo, poniendo los crayones de colores en mi regazo–. Y deja de llorar, no volverá a pasarte, lo prometo.

Él acarició mi cabeza, mientras yo dibujaba mis abominaciones en el papel. Jeno procuraba decirme que estaba mejorando y me ayudaba a colorear.

Creo que fue esa la primera vez en que me di cuenta de una cosa: Jeno siempre me cuidaba a su manera. Él era frío en el exterior y muchas veces se encerraba en sí mismo, pero cada vez que me hería a mí mismo, él se quedaba a mi lado, acariciándome la cabeza y susurrando cosas que servían como una curita sobre mi corazón.

Hasta el punto en que, en algún momento de mi infancia, yo dejé de ir a esconderme en los brazos de mamá para ir a los suyos.

Nunca me había sentido más seguro que con Jeno.

Tal vez por eso me dolió tanto su desdén hacia mí.

Nunca pensé que algo estaba mal conmigo, de pequeño miraba las películas y en ellas el amor siempre vencía, lo describían como la felicidad pura, mariposas en la panza y corazones imaginarios flotando.

Bien, quizás las mariposas eran más bien bichos con mil patas que me hacían retorcerme en el suelo, y los corazones eran roces secretos o palabras nunca dichas que flotaban en mi cabeza haciéndome pensar en Jeno a cada segundo. En mi diccionario personal, amar a alguien se sentía como estar subido a la hamaca más alta del mundo, subir y subir, hasta que la caída prendiese fuego a esas tontas mariposas.

—¿Quieres subir? —susurré, viendo al pequeño cachorro que apoyaba las patitas en el borde de la cama y me miraba con orejas crispadas—, lo siento por ocupar tu lugar esta noche.

Miré la luz blanquecina que entraba por la ventana bañando con claridad la habitación, era una imagen agradable, podía ver las partículas de polvo flotar a contra luz y escuchar las patitas de Canela rasgar la madera del suelo. El sentimiento de nostalgia atravesó mi pecho. Si tan solo pudiese detener el tiempo.

Pero el frío no estaba conmigo, no como lo había estado durante todo el año. Esa mañana, todo era cálido y agradable. Me aterrorizó pensar cuánto tiempo tendríamos hasta que el frío volviese a nosotros.

El móvil vibró encima de la mesita de luz, interrumpiendo los mecanismos de mi cabeza que giraban y giraban sin parar.

Quedé de pie cerca de la cama, viendo con aprensión el nombre del primer mensaje.

Mina.

Odiaba los celos, y yo siempre había sido celoso. Nunca me sentí tan patético como aquella primera vez en que alguien le regaló chocolates a Jeno por San Valentín. ¡Agh!, lloré y pataleé hasta que me dejó comerlos por él.

Dejé que sonase, caminando con cuidado alrededor de la habitación. Era antigua y espaciosa, con un balconcito de esos que apenas podías entrar con alguien sin que sus hombros se tocasen. Imaginé a cuántas chicas Jeno habría besado en ese mismo lugar, sonreí, porque ese no era su estilo. Él habría besado en el instante en que ella accedió a irse con él, nada romántico, nada especial. Por supuesto.

Su ropa sucia estaba encima del buró, un balón de futbol escondido detrás del sillón. Todo olía como él, todo me hacía sentir seguro. Una sonrisa triste se formó en mi rostro al darme cuenta de la diferencia que había entre este lugar y el cuarto de huéspedes en casa de mis padres, donde Jeno había estado viviendo por algunos años.

Un pequeño ropero estaba entreabierto, dejándome ver su escasa ropa, la única percha colgada con extremo orden portaba una camisa blanca, pantalones de vestir y una corbata negra. Supuse que se trataba del uniforme que debía llevar para trabajar en la galería. Me puse en puntas de pies, espiando las cajas forradas con diario y papel azul, pero desistí de llegar a ellas por miedo de hacer un desastre.

Caminé hacia el escritorio con plumones de colores desordenados y el computador apagado. Un tablón de afiches se encontraba en la pared, de él colgaban diversos dibujos sostenidos por pequeños alfileres. En medio del mar de colores vi el retrato de mis ojos. Sonreí, hasta que me dolió la boca. Era una habitación simple, pero toda esquina era suya y se sentía como tal.

Jeno se movió un poco sobre la cama, pero no hizo más que seguir roncando suavemente. Apoyé la cadera en el escritorio y le miré, tranquilo, respirando pausado. Era la primera vez que le veía dormir así.

Su cabeza estaba tan revuelta en aquel entonces que vivía marchando sin pisar el freno. Me enojé conmigo mismo al pensar en que estuve ahí con él y no hice nada más que quedarme viendo hasta que se estrellase.

Si él me hubiese dicho lo de papá...

Sacudí la cabeza.

Fui hacia el baño, contuve la respiración al ver mi rostro, agotado y aún sonrojado.

Era una constante lucha de fuerzas. Por un lado, yo podría tan solo olvidarle, dolería y dolería hasta que la herida por fin comenzase a cicatrizar. Era lo correcto, porque... ni siquiera podía describir la tortura que era para mí seguir viviendo así, lejos, demasiado lejos. Por otro lado, yo le amaba y seguía estando dentro de mí esa pequeña voz interior que preguntaba a cada instante: ¿Por qué estaría mal?

¿Por qué no podemos simplemente rendirnos?

Dejar de luchar.

Bajar las banderas.

Quedarme.

Me senté en el borde de la bañera y lloré. Lloré por todas esas malditas historias en el cine y los libros que glorifican el amor, describiéndolo como el sentimiento más puro y bello de la humanidad.

Hipócritas.

Serían los primeros en señalarnos con el dedo. Asqueroso, perverso, veneno y nada más.

Quería hacerlos admitir cuán equivocados estaban, porque conocía el amor, sabía que podía ser una emoción contradictoria; hermosa y horripilante al mismo tiempo.

Me moví por el minúsculo corredor hacia la sala, donde la pequeña cocina estaba separada del living por una fina mesada. El cachorro me siguió por detrás, su esponjosa colita moviéndose rápidamente. 

—¿Abandonaste a tu dueño? —pregunté, buscando en los anaqueles un poco de comida para poner en su platillito. Se lo arrimé una vez estuvo colmado y Canela no dudó en devorarlo. Sonreí, acariciándole la cabeza y agradeciéndole por calmar el torrente de malas sensaciones en mi corazón—. Lo estás cuidando bien, ¿verdad? Se están cuidando mutuamente, ¿a que sí?

También me gustaría cuidarlos.

No podía evitar pensar en cada pequeño sentimiento que Jeno me hizo sentir. Tan solo... desearía detener el tiempo y quedarnos aquí, viviendo sin la necesidad de nada más que del otro. Pero entonces existen otro millón de cosas nadando en mi mente. Existe mi madre, a quien amo y a quien no quiero culpar por todo lo que sucedió con nuestra familia, pero temo el día en que deba enfrentarme a ella y exigir la verdad.

Entonces, ¿me dirá que lo sabía?

¿Me dirá que todo este tiempo supo lo que papá le hizo a la madre de Jeno?

Eso sería... ah... me rompería el corazón.

Y se lo rompería a ella si eligiese quedarme con Jeno.

La vida es una sola, intenté repetirme a mí mismo, pero no era tan sencillo como lo hacían creer. Elegir a Jeno significaría romper un mundo y empezar uno nuevo.

Tenía tantas dudas y tantos sentimientos que me era imposible no ahogarme en ellos. ¿Siempre sería así? Porque si lo sería, entonces no sabría decir si podría sobrevivir. 

—¿Jaemin?

Su voz ronca me hizo paralizarme con la mano puesta en el aza de la caldera. Dejé caer los brazos a los costados de mi cuerpo, la camiseta era tan grande que cubrió parte de mis dedos. Volteé despacio, mirándole a él, de pie detrás de la mesada, con los ojos llorosos y la marca de la almohada en la mejilla.

El corazón en mi pecho saltó, palpitando con orgullo y amor.

Tomé aire, viéndole refregarse los ojos como si me considerase parte de una alucinación. Cuando no desaparecí, su pecho comenzó a subir y bajar, sus manos a temblar. Me observó de pies a cabeza, e hice lo mismo con él.

Transcurrió un segundo, dos, tres, hasta que Jeno se acercó a mí.

La distancia entre nosotros se terminó, respiré en su boca, respiró en la mía. Tomó mi rostro entre sus manos y me besó en la mejilla, en los dientes, en la nariz y en la barbilla. Respiró con esfuerzo, tocando el cabello corto de mi nuca. Abrí la boca para decirle algo, cualquier cosa, pero todo lo que hice fue pedirle que me bese un poco más.

Y cuando lo hizo, cuando me arrastró hacia atrás y nuestros labios chocaron por fin, Dios, fue lo mejor que me había pasado en muchísimo tiempo.

El aire se me fue, por un instante no importó, entonces recordé que moriría sin oxígeno. Empujé su pecho con mis manos y Jeno se alejó, no demasiado, lo suficiente para dejarme curar mis pulmones. Apoyó su frente contra la mía, humedeciendo la piel de mi rostro con su aliento errático.

—Creí, yo pensé... pensé que te había soñado —murmuró por lo bajo.

—Estoy aquí— le respondí, anclando los brazos en sus hombros y aferrándome a su pecho, hasta sentir los latidos de su corazón en el mío.

Nos abrazamos por el tiempo suficiente para que comenzase a pensar que todo su cuerpo era parte del mío. Jeno rompió la burbuja primero.

—Jaemin –pronunció, la voz ronca y los puños apretándose en mi ropa–, ¿a qué has venido?

—Yo... solo quería... quería verte, Jeno.

Debí haber dicho lo incorrecto, porque se despegó del abrazo, alejándose por unos cortos pasos.

—Hablemos ahora, estoy listo– dijo, tomando a Canela en sus brazos como si el pequeño cachorro fuese a protegerle de mis sentimientos–, dime si debo seguir esperando o si debo rendirme contigo.




JENO

Había despertado aterrado.

Temeroso de que todo hubiese sido inventado por mi inconsciente, pero estaba aquí y su maldita respuesta era agridulce. Mejor de lo que esperaba, peor de lo que deseaba.

Yo quería que él quisiera verme, pero quería más aún, quería tantas cosas.

Era egoísta y estúpido actuar receloso por eso, pero no me importaba, yo estaba refunfuñando por dentro como un niño haciendo berrinche.

Y nunca hice un berrinche, de pequeño era tan tranquilo que mamá me llevó a varias sesiones con una colega suya. Me mostró muchos juguetes y sobre todo recuerdo la torre de bloques perfectamente construida para mi disposición, notaba a leguas que la psicóloga esperaba que yo derribase dicha torre, pero no lo hice, y eso no era exactamente sano.

Significaba que estaba reprimiendo mis emociones y, a la larga, querría hacer estallar la torre, pero sería demasiado tarde.

Por suerte, mamá estaba allí.

Y luego, cuando mamá murió, yo no tuve a quien pedirle las cosas o quien exigírselas. No tuve a nadie con quien refugiarme de las tormentas.

Ahora quería que Jaemin las pasase conmigo.

¿Qué debo hacer?

¿Qué debo decir?

Seguí mirándole, tenso, cuidadoso, como si él fuese un animal indefenso frente a un depredador. Excepto que el depredador se había enamorado de la presa y no quería hacerle daño, no quería que huyera de sus garras. Miré mis manos, allí solo había dedos torpes y transpirados.

No me senté, de brazos cruzados anduve de allá para acá frente a él.

—Me estás mareando. Para, por favor— dijo, desde el sofá.

Esperé que las grietas del techo tuviesen algún mensaje cifrado que pudiese ayudarme en esta situación. Reí, acobardado, allí no había nada ni nadie que pudiese salvarme.

—Yo vivo mareado, acostúmbrate.

Jaemin masculló algo inteligible.

—Te conozco, estás siendo un idiota porque no puedes decirme lo que quieres gritarme, así que detente y habla conmigo.

—Las personas cambian en un año, tal vez ya no me conoces.

Hubo silencio, me obligó a mirarle a los ojos, él solo estaba... quieto, arrugando la tela de sus pantalones. Levantó la vista y vi el corazón roto en su mano.

—Entonces te conoceré de nuevo.

El calor provocó un incendio forestal en mi pecho, me acerqué a él, arrodillándome como si tuviese que tratarlo con sumo cuidado. Imaginé que estábamos en una jaula hecha de mis propios fantasmas aterradores, y quería que Jaemin los aceptase, que las abrazase a todos. A mí incluido.

—Eso es... ahí está el problema— dije, sintiéndome enfadado, en parte con él y en parte conmigo—. Deja de decir cosas como esas, me confunden.

Su espalda se retiró del respaldo y su nariz chocó con la mía.

—También estoy confundido.

—No hagas esa cara— rogué, mirando su boca fruncida—, te besaré y no hablaremos nunca.

Entonces cerró la boca, mordió su labio y bajó la mirada, sus siguientes palabras apenas pude escucharlas.

—No sé qué decir...

—Solo dime si me quieres, si me necesitas en tu vida como te quiero y te necesito en la mía. Y si no es así, entonces... está bien. –Alcancé la cima de su cabeza y deslicé mis dedos por los mechones desordenados–. Está bien, Jaemin.

—Jeno, tengo miedo.

—No tiene que ser para siempre —dije, calmando mis propios temores–, no pienses en el futuro. Si mañana te arrepientes puedes salir corriendo y prometo no detenerte.

Separó sus labios y rocé nuestras narices, gustoso del aroma que su piel siempre había tenido y de la forma cariñosa en que los grandes ojos marrones me observaron. Era la mejor sensación que alguna vez hubiese tenido.

Le sonreí, mis ojos volviéndose media lunas, las lágrimas estancadas en ellos. Fingí no estar desmoronándome por dentro, entonces, pregunté: —¿Te quedarás?

Había dejado de respirar y si no contestaba en exactamente cinco segundos de seguro me desmayaría en el suelo de mi propia casa. Dios, había olvidado como respirar.

Debía haber transcurrido menos de un segundo, pero sentí el peso de todo el tiempo empujándose en mis hombros. Años y años, una eternidad. Vi, en sus ojos, que le estaba sucediendo lo mismo.

Y pedí ser fuerte para soportar el momento en que me dijese que debía rendirme, dejarle ir de una vez por todas. Casi pude percibir el dolor de un corazón hecho añicos, hasta que él asintió.

Lo hizo.

Asintió.

Caí hacia atrás, patéticamente.

Él, como si leyera la confusión de mi mente, se apresuró a seguirme al suelo.

—Me quedaré– susurró, empujando mi espalda sobre la madera y acostándose en mi pecho–, así que deja de ser tan dramático. Me quedaré, estaré aquí por la mañana y por la noche. ¿Estás bien con eso?

La carga del tiempo se aligeró, los años, los fantasmas y los temores se esfumaron. La jaula se abrió y el sol se abrió paso entre las sombras de la tormenta. Me temblaron las piernas, también las comisuras de la boca. Abracé su cuerpo encima del mío y besé el costado de su frente, su oreja, su mejilla, su cuello.

Él rio hermosamente, se rio hasta que besó las mismas partes de mí. 

Se rio hasta que lloró. Se quebró entre mis brazos, empujando la nariz en mi hombro y humedeciéndome la ropa con sus lágrimas.

—Podemos ir al lugar que quieras. Tú eliges, tú... eliges, Jaemin.

Pero él no se detuvo, sus dedos se enterraron en mi cabello y me regaló suaves caricias.

—Es que...– susurró, quedándose a medio camino por un pequeño hipido–, ni siquiera sé francés.

Mi pecho vibra al reír.

—Mentiroso.

—¡No miento!

—Por favor, leías mis libros de pequeño como si estuviesen en coreano. ¡Ah!, y esa vez en el auto solo querías que te dijese la letra en voz alta, la entendiste todo el tiempo. Y yo... te enseñaré si hace falta, si quieres quedarte aquí por un tiempo.

—Jeno —pronunció, despacio y temeroso—, ¿podemos tomarnos el día libre por hoy?

Pensé en el trabajo, en que el jefe era demasiado indulgente a las historias de amor.

–Sí, podemos hacer eso.

Su sonrisa regresó al instante, las lágrimas secándose bajo el sol de invierno. Entonces, dulcemente, pasó las yemas de sus dedos por las arrugas de mis ojos.

—Dotori, yo te amo.

Al mirarle a los ojos observé tantas cosas, y me descubrí a allí. Estuve perdido tanto tiempo, debajo de la tierra, sin dejar de caer más y más profundo. Hasta que él extendió su mano, pero no quería arrastrarle conmigo a la oscuridad. Pensé que, en vez de salvarme, lo llevaría conmigo a lo hondo del mar. Ahora, quería ser salvado, quería aferrarme a su mano.

Me había sentido azul toda mi vida y solo él lograba teñirme de rojo.

Creo firmemente en que todos somos azules y rojos en esta vida... él es rojo y yo soy azul. El azul no puede sobrevivir sin su rojo, y viceversa.

Y con eso en mente, por fin le confieso la verdad.

—Te amo.

Fin

Bueno listo, falta el epílogo. Perdón per final horrible, ni me acordaba como era 😀

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