Natalia bajó del coche llena de mucha intriga, intentado absorber la información que había soltado Alba, ¿Marina en un hospital psiquiátrico?
Se encaminaron juntas a la guardería de Emma, cada una sumergida en sus propios pensamientos. Cuando llegaron, se encontraron con Patricia, la maestra de Emma.
–Hola Patricia –saludó Alba–. ¿Puedes buscar a Emma, por favor?
Patricia levantó una ceja, sin entender.
–¿No le pediste a la señora Busquets que venga a buscar Emma?
–No, hoy venía a buscarla yo.
–La señora Busquets vino hace un par de horas, dijo que había salido una urgencia y tenía que llevarse a la niña.
Las palabras sentenciaron a Alba, haciéndola entrar en un estado de alerta y produciendo que respire con irregularidad.
–¡Yo no di mi consentimiento para tal cosa! –vociferó.
–Alba, cálmate –medió Natalia–. Ahora vamos por ella, no te preocupes.
–Lo siento –dijo Patricia–. Muchas veces viene a buscarla la señora Busquets y pensamos que no pasaba nada si está vez se la llevaba. Teníamos tu autorización, Alba.
–Natalia, vamos a casa de Emília, por favor –pidió Alba, caminando hacia el vehículo.
Después de darle indicaciones al chofer, este se puso en marcha. Natalia durante todo el viaje, le daba suaves caricias en la espalda, evitando que la rubia perdiera el control.
El coche se detuvo frente a una gran casa rural, en medio del bosque. Desde el gran portón de hierro, podía divisarse un pequeño parque para niños, con columpios y un sube y baja. Alba corrió con mucha prisa a tocar el timbre, esperando alguna respuesta.
–Casa de los Busquets, ¿quién es usted? –escuchó por el interfono.
–Soy Alba, ábreme la puerta Andrea.
El gran portón negro se abrió y las dos chicas pasaron con impaciencia, llegando a la entrada principal de la gran casa. Allí les esperaba Andrea, una mujer mayor que vivía sirviendo a la familia Busquets desde hace más de veinte años.
–Bienvenida, señorita Reche –saludó–. Cuánto tiempo sin verla.
–Déjate de palabrerías –respondió Alba, con coraje–. Dile a tu ama que me devuelva a mi hija.
–No hace falta que me digas nada, Andrea –la voz de Emília se hizo presente y miró de arriba abajo a Natalia y Alba–. No te permito que le hables así a mi servidumbre –dijo–. Andrea, ve a cuidar a Emma, por favor.
–¿Por qué está haciendo esto, Emília? –preguntó Alba–. Está perdiendo el juicio.
–Merezco pasar tiempo con mi nieta.
–No de esta manera y mucho menos, sin mi consentimiento.
–Estoy en todo mi derecho.
–Quiero hablar con el señor Manel –pidió Alba, procurando no empujar a Emília para adentrarse en la casa y buscar a su hija.
–Mi marido está de viaje.
–Se llamará a la autoridad si no devuelve a la niña –dijo Natalia, cansada de las tonterías de aquella mujer–. Tengo muchos enchufes y no va ser difícil hacerle pagar por esto.
Emília río.
–¿Cómo al joven Eric? –preguntó Emília, burlándose–. Háztelo mirar, chiquilla.
Natalia se quedó congelada en su sitio, sin comprender cómo aquella mujer sabía sobre la existencia del capullo de Eric.
–¿Cómo sabe usted de eso? –indagó Natalia, queriendo llegar a la raíz de todo.
–No voy a darte explicaciones –respondió–. Os quiero alejadas de mi nieta.
–Las pruebas de ADN me darán la razón –intervino Alba, ignorando el otro tema–. Sabe muy bien que todo este paripé proviene de los problemas mentales de mi hermana. ¡Emma es mi hija!
–Ya lo veremos –y cerró la puerta con ímpetu.
–––
Ahora todo es una gran bola de confusión pero en los siguientes capítulos se explicara todo.
Sobretodo lo de Marina y Emma.
¡Muchas gracias!💫