McCartney| Detective Consulto...

By Grace_McLennon

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HISTORIA GANADORA DE LOS #WATTYS2O19, EN LA CATEGORÍA DE FANFICTION! Publicado el: 1 de Junio de 2018 Termina... More

Nota preliminar:
1|
2|
3| A Scandal in Marylebone
4| Eleanor Rigby's Death
5| Ruth's Disappearance
6| Paul's Birthday
7| The Great Game
8| Yellow Submarine
9| The Bulldog of the Baskervilles
10| Paul and Me
11| Reichenbach Falls
12| Back From The Dead
13| Faul vs Paul
14| The Weeding
15| Honeymoon
16| Hare Krishna
17| Charles Augustus McElfatrick
18| Lovely Rita
19| She's Leaving Home
20| The Fool On The Hill
21| The Ludwig Incident
22| Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
23| Helping Fred
24| The Continuing Story of Bungalow Bill
25| The Adventure of the Priory School.
26| Suicide or Murder?
27| The Magic Circus
28| Four Horsemen of the Apocalypse (Helter Skelter)
29| Dear Prudence/ Glass Onion
30| Lady Madonna
31| I Am The Walrus/ The Strange Motel
32| Those Were The Days
33| The Imaginary Adventure
34| The Roftop Ghost
36| The Miami Incident
37| Kidnapping Kyoko
38| The Yellow Face/ Polythene Pam
39| Sun King
40| Maxwell's Silver Hammer
41| The Return of McElfatrick
42| The Harrison-Boyd-Clapton
43| Mary Elizabeth Smith
44| Julia Stanley
45| End of the Disappointment
46| The Bad Housekeeper
47| The Trial
48| A Scandal In Marylebone II
49| Maggie Mae (or the Murder in Penny Lane)
50| They Sold A Million
51| You Know My Name (Look Up The Number)
52| Life is Real
53| Jojo and Loretta
54| The Long And Winding Road
55| Without You
56| How Do You Sleep?
57| Too Many People
58| It's 1 8 8 2 (The Blue Carbuncle)
59| Picasso's Last Words
60| Jenny Wren
61| Magneto And Titanium Man
62| 2O Years In The Dakota
63| One Of These Days

35|

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By Grace_McLennon

John Lennon y Yoko Ono corrieron un par de metros lejos de la avenida Cavendish. La segunda estaba un poco confundida, pues John sólo la había agarrado del brazo y no le explicó nada más. Se detuvieron cuando ya estaban lo suficientemente lejos.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó ella.

—Nada, nada—John respiraba—, cuestiones sin importancia. ¿Quieres un helado?

—Claro.

Asistieron a la heladería más cercana, fue un gran alivio que estuviera casi frente a ellos, pues la gente no dejó de verlos en todo momento. Yoko no tenía ni idea del por qué eso, pero John sí, y eso derivaba una pena y vergüenza inimaginables. Sintió que todo daría fin al entrar al establecimiento.

—Hola—él fue a pedir las golosinas.

—¡Hola, señor Lennon! —Le atendió una jovencita— ¿Qué va a querer?

—Quisiera...

Los murmullos empezaron a sonar, pues la gente contemplaba que había una señorita detrás de él, a una desconocida que ellos nunca habían visto antes. "¿Quién era ella?" Se preguntaban algunos en mesas distantes. Nadie les despegaba el ojo de encima, incluso, personas que pasaban afuera contemplaban esto e impedían el libre acceso en la puerta, pues habían detectado a John Lennon en un principio, pero ¿Dónde estaba su compañero en el crimen? Esa era la pregunta.

—Dos helados de chocolate—pidió John, intentando mantenerse tranquilo.

—¿Chocolate? ¿Paul quiere de ese sabor?

—Eh... Él no viene conmigo—dijo, casi susurrando.

—¿Cómo de que...?

La dependiente miró que John venía acompañado de otra persona. Su actitud positiva y amigable se desvaneció por completo.

—Acabo de recordar que no tenemos de ese sabor—Respondió indignada.

—Bueno ¿Limón? ¿Uva? —dijo John.

—Acabo de recordar que aquí no vendemos helado.

—Pero es una heladería...

—¡Váyase de aquí! —Gritó.

—Quisiera hablar con el encargado—ordenó Lennon, molesto.

Lo que no esperaba John, es que todo el personal de la tienda veía este espectáculo, incluido el gerente:

—Soy yo, y estoy de acuerda con ella. Le tengo que pedir que se vaya.

Evidentemente, la señorita Ono no tenía idea de qué sucedía. No comprendía la razón de los susurros y los ojos violentos que despegaba la gente sobre ellos. John tomó su mano y se marcharon, haciéndose paso entre los curiosos que los espiaban desde la puerta. La gente no dijo nada, sólo los miró con desprecio.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó ella, cada vez más confundida.

—No

—¿No qué?

—No tenían helado.

Se marcharon a lo más alejado y recóndito del Regent's Park. Era el único lugar en donde podían estar y conversar sin ningún problema. John le contó los detalles del caso reciente...

—Le llamaré "El fantasma de la azotea", porque todo el mundo creía eso.

—¿No piensas que es un nombre muy predecible?

—No me mato la cabeza pensando en los nombres—confesó John—. Quiero decir, me concentro en el contenido y en ser lo más sincero posible. Claro, dentro de lo que cabe.

—Me parece bien, John.

Hubo un silencio un poco incómodo entre los dos participantes. Hasta que Yoko lo miró directo a los ojos:

—John... John Lennon... ¿Podrías ayudarme?

—¿A qué?

—¿Podrías brindarme ayuda?

—¿Qué necesitas?

—John... John...

Ella repitió muchas veces su nombre y la misma petición. Quedó muy claro que necesitaba ayuda, pero John no sabía a lo qué se refería.

—Te lo diré... —dijo Yoko después de minutos de tensión.

(...)

Era el atardecer de ese día agitado. John Lennon regresaba a su residencia en la avenida Cavendish. No había ninguna luz prendida u rastro de existencia humana, hasta que encontró a su amigo Paul McCartney, sentado en el suelo, tenía un periódico entre las manos y lo leía completo. John prendió las luces y se dirigió a dónde estaba él.

—Tenían razón, tenemos que cambiar los sofás. ¿Puedes creer que es más cómodo estar en el piso que en el sillón?

—Paul, te tengo que decir algo muy importante—dijo John.

Él bajó su periódico y dejó el crucigrama que estaba resolviendo. Miró a su compañero con desconfianza. Lennon mencionó sin hacer pausas:

—Me voy a casar con Yoko.

Paul se paró de un estrepitoso salto. Tiró el periódico, la pluma y los cigarros que tenía alrededor. Su cara lo dijo todo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque...

—¿Cuándo? ¿Qué? ¿Cómo?

—Estoy planeando que sea lo más rápido posible...

Paul no podía creer sus palabras. Sus ojos estaban bien abiertos, y no procesaba el odio y rabia que corrían por su ser.

—¿QUÉ? —Volvió a preguntar.

—Es que...

—¡No! Tiene que ser una puta broma. ¿Cómo qué te vas a casar con ella? ¿Cuándo carajos lo decidiste?

—Hoy.

—¿Por qué?

—Es que Paul, yo la amo.

—¡JA, JA, JA! —Se río en su cara— Tienes que estar de broma. Por supuesto que no la amas.

—Bueno, tienes razón en eso. No la amo.

—Entonces ¿Por qué te vas a casar con ella?

—Son razones que no te puedo decir.

—¿Te amenazó?

—No—John se indignó por esa propuesta.

—Si es por dinero ¿Por qué no te casas conmigo?

—¡Tampoco es por dinero! —Se ofendió más.

—¿Qué es? Dime.

—¡No lo entenderías!

—No John, no lo entiendo. Quiero decir, en un mes, se cumple un año desde que tu esposa murió. ¡Cynthia! ¿La recuerdas?

—¡No hables de eso! —Pidió Lennon, muy dolido.

—Anda, te estoy preguntando. ¿La recuerdas? Ni siquiera pudieron celebrar su primer aniversario de bodas, pues ella ya estaba muerta.

—¡Ah, cállate! No necesitas repetirme lo que ya sé.

—¿Ya ves? ¿Cómo te vas a casar con alguien? No has podido superar a Cynthia. ¿La amabas?

John no respondió, la garganta se habían atorado sobre su garganta. Paul hizo su pregunta en un volumen más alto:

—¡Responde! ¿La amabas?

—¡Sí, sí, sí! —Dijo John, sacando todo su dolor— ¡La amaba! La amo todavía. Y no hay día en que no me lamente por su partida.

—Mira John, Yoko no es ni siquiera parecida a Cynthia, ni en lo más mínimo. ¿Cómo te vas a casar con ella?

—Te he dicho que son razones ajenas que no podrás comprender por ahora—dijo John—, pero sabrás que es lo correcto.

—¿Lo correcto por qué? John, recuerdo que Cynthia dijo que el matrimonio era un "acto hermoso" en donde te unías con la persona de tu vida. ¿Piensas que Yoko lo es sólo por qué te está obligando?

—¡Ella no me está obligando, maldita sea! —Exclamó John, lleno de enojo.

—Entonces ¡Explícame! Tú no te puedes casar con una persona que no amas.

—Lo sé. Pero mira, tú tenías razón. Las bodas no son más que algo burocrático y social. No es porque sea exclusivamente "amar a una persona".

—Pero Cynthia y tú...

—¡Eso fue pasado! Escucha, no tienes por qué tomártelo tan personal—pidió Lennon—. Sólo es un matrimonio y ya. Ni siquiera será algo complejamente elaborado. Vamos al registro de Marylebone, decimos sí, y ya.

—¡Vaya! No puedo creer que una de las personas más cursis de la tierra, decida quedarse con una mujer así, sin más. ¿Estás aburrido? O ¿Por qué te quieres casar?

—Te digo que no te lo puedo decir ahora, pero ya te lo explicaré en su momento.

—¿Es acaso por la nacionalidad?

—¡No! Ella tiene todos sus documentos bien preparados. No tiene nada que temer—dijo John, sin contener el enojo.

—Pero tus razone no son válidas.

—Mira, ya no insistas. De todos modos, no te estoy pidiendo permiso. Te estoy informando que me voy a casar con ella.

—¡Ja! ¿Qué ha pensado Lilian Powell al respecto? ¿Tan rápido vas a sustituir a su hija?

—Ya he hablado con ella. Y dice que prefiere que Julian crezca con una madre a que no tenga ninguna.

—¿Cómo sabes qué no tiene madre?

—¡No la tiene! Y no es poco relevante lo que tú creas.

—Pues yo preferiría que creciera con un padre a que con una madre tan extraña. ¿Has visto su apariencia tan rara? Dios santo. Cuando estuve en el loquero, veía a mujeres más arregladas que ella—recordó McCartney y dijo con afán maligno.

—¡Eso no es el punto! Ella es una buena mujer.

—Por todos los cielos, la conociste hace un par de meses. ¿Cómo puedes decir eso?

—Bueno ¡Ya! Ultimadamente, yo puedo hacer con mi vida lo que se me pegue la gana. ¿No? Yo puedo casarme con quién quiera. No tengo porque pedirte permiso ni avisarte de estas cosas.

John Lennon subió las escaleras, pero Paul lo seguía con cada zancada que daba, y no paraba de expresar su odio total:

—Eso quiere decir que... ¿Te vas a ir de esta casa?

—No sé, probablemente—dijo Lennon, cuando llegó a su habitación.

—¿Ya no más aventuras?

—Quien sabe, Paul.

—¿Vas a tener una nueva familia?

—Tal vez, ella tiene una hija aparte. ¿Lo sabías?

—John, de verdad. Lo que pretendes hacer, será la locura más grande de todos los tiempos. ¡Una ridiculez! ¿Cuándo lo has decidido? Y ¿Por qué?

—¡Ten paciencia! Te explicaré todo después.

—Pero... ¿Tu vida no corre peligro?

—No, Paul. ¡Ahora déjame dormir!

McCartney sentía como un montón de fuerza recorría cada músculo y arteria de su cuerpo. Pensaba su piel se iba a romper y estallaría como un inmenso volcán. Corrió hasta el tercer piso de su casa, donde se encontraban los misteriosos áticos. Cortó una línea de cocaína y la inhaló bruscamente. Después, llamó a casa de su hermano Michael.

—¡Tenías razón! Es verdad.

—Paul, estoy en una junta importante con la reina. ¿Podrías esperar?

—¡John se va a casar con Yoko! —Exclamó.

—Un momento.

Michael McCartney prefirió ausentarse para estar afuera antes que colgarle a su hermano.

—Dime rápido...

—¡Sí! Pues eso. Hoy llegó y me dijo que se va a casar con ella. ¡Así sin más!

—¿Dedujiste dónde había estado antes? —Preguntó Michael.

—Sí; por la suciedad de sus talones, supe que había estado en el Regent's Park, probablemente. No es un lugar muy alejado. Dijo que iba a ir por helado, pero lo dudo. Ni sus labios o dedos tenían residuos de haber tomado algo así. Sin embargo, por su olor, sé que sí estuvo en una heladería.

—¡Concéntrate en lo general! ¿Se veía perturbado? ¿Torturado? ¿Moralmente destrozado?

—No, no. Se veía perfectamente bien.

—¿Te explicó las razones?

—¡Ahí está lo extraño! No me quiso decir nada. Dijo que me lo diría en su respectivo momento.

—¿Te dijo que la amaba?

—Al principio sí, pero luego se retractó.

—Pretendía seguir con una mentira, pero te conoce, es obvio. Sabe que no iba a lograr mentirte.

—Exacto—Dijo Paul, dándole la razón.

—Bien ¿Notaste algo más extraño en él? ¿Cuándo será la boda?

—Dice que sólo quiere ir al registro civil de Marylebone y ya. Nada más.

—Eso quiere decir que es por un trámite y por el interés de mantenerse casados ante la legalidad, y no porque haya amor verdadero.

—Es justo lo que pienso, Michael.

—Dime ¿No será por algún trámite migratorio? ¿La nacionalidad?

—Fue lo que yo dije, pero John asegura que ella tiene "todos sus papeles en orden".

—Mentiras con fundamento. Escucha, no he tenido tiempo de ir a conocer a la mujer directamente, pero la he investigado por otros medios y he mandado a mi gente a espiarla.

—¿Y qué han descubierto?

—¡Hace cosas muy raras! ¿Sabías que estuvo en una película llamada "Satan's Bed"? Ha estado en varios escándalos por mostrar su trasero junto con otras personas. Su arte es de lo más raro y morboso.

—Dios... John no puede estar con una mujer así.

—Sí, y tiene casi cuarenta.

—¿Cuarenta? —Gritó Paul, exaltado— ¿Cómo? Pero se ve muy joven. Bueno, no aparenta su edad.

—Te digo que estás perdiendo tus capacidades de observación.

—Ese no es el punto...

—Además—interrumpió Michael—, ¿no se te hace conocida? Yo no la he visto personalmente, pero, al ver sus fotografías, siento haberla visto antes. Digo, sus ojos...

—Es japonesa, casi no se le ven.

—Bueno, yo hablaba del color de los mismos. No sé, siento que ya la había contemplado en otro tiempo. ¿Tú no?

—Jamás. Recuerda que yo tengo una memoria fotográfica, y si la hubiera visto antes, lo sabría con certeza.

—De acuerdo—dijo Michael—, pero yo creo que ya la había conocido antes.

—Lo importante es que debo detener esa maldita unión. ¿Comprendes? No voy a permitir que John se meta con una mujer así.

—Tienes razón. Me comunicas cuando lo hayas logrado.

—Adiós, saluda a su majestad de mi parte—Colgó.

A Paul ya le habían dolido las manos por mantenerlas cerradas en puños durante todo un tiempo. Dio un largo suspiro y no podía más. Sollozó en silencio mientras recargaba su cabeza sobre la mesa. No podía creerlo. Quería pensar que era un sueño, pero era la más turbulenta de las realidades.

(...)

A pesar de tener una profesión tan arriesgada como la suya, Paul McCartney nunca había sentido tanta incertidumbre como los primeros días de febrero. No sabía qué día, John Lennon le diría que... Primera opción: Se iba a casar. Segunda opción: Ya se había casado.

Eran dos posibles respuestas para un mal mayor. No sólo eso, el temor invadió su vida al igual que la paranoia. Pensaba que, en algún momento, John moriría, Yoko demostraría su verdadera cara o algo por el estilo. Ella se hizo una visitante regular de la casa, y Paul no podía expresar su desagrado, porque, técnicamente, ella no había hecho nada malo. Fueron semanas de eterno horror, sin ningún instante de paz.

Aquel día tan temido sería el 20. McCartney bajó somnoliento a la sala de estar y se encontró con...

—¡Hola Paul! Hoy es el gran día. Tengo todo programado para el día de hoy. Nos casaremos en unas horas.

—Un momento ¿Y Julian?

—Sigue con Lilian Powell, ¡ya te había dicho!

—Comprendo—dijo Paul colérico—, no quieres cuidar de tu hijo, pero sí de otra cosa.

—Estará en un par de días de regreso.

—Muy bien, muy bien—suspiró McCartney—. Creo que será algo privado ¿No?

—Sabes que estás invitado—dijo John.

—Oh, gracias, gracias, buen hombre.

—Y los amigos, claro está.

—¿Invitaste a Freda?

—Sí—aseguró Lennon—, pero me dijo que no podía venir. Comentó tener una emergencia familiar y salió del país.

—Es una pena que esa chica no pueda venir—dijo Yoko Ono—. Me agrada, se ve muy amigable.

—Lo es. John ¿Invitaste a los demás? —preguntó Paul.

Justo en ese momento, sonó la puerta y John fue a abrir. George y Pattie Harrison entraron junto a Richard y Maureen Starkey. Su cara de desconcierto no podía ser más grande. Notaron que no sería algo convencional, pues John y Yoko usaban ropas completamente blancas. El vestido de esta última era corto, y portaba unas botas que llegaban hasta sus rodillas, usaba unos lentes negros y un sombrero gigante. Pattie hizo gestos de disgusto, pues no le gustaba para nada el look de ella, además de que no había hecho que algún peine cruzara por su cabeza. John portaba una frondosa barba y un cinturón café, único que deslumbraba y destacaba de ese color blanco. No era ropa visiblemente portentosa, ni elegante, o la mejor para esa ocasión.

—¡Hola John! Felicidades—Richard fue el primero en abrazarlo. George le siguió, pero sus esposas mantenían su distancia.

—Gracias, será una sencilla ceremonia en...

—Una hora—dijo Yoko.

—¿No qué serían varias? —Preguntó Paul.

—Me he equivocado—dijo John.

Las señoras Harrison y Starkey no tardaron en mostrar su descontento.

—Bien, supongo que todos han parecido olvidar que, justamente en menos de un mes, se cumple un año desde que Cynthia dejó este mundo—dijo Pattie.

—¿Y quién lo recordará, Pattie? Si John estará muy feliz en brazos de otra... mujer—dijo Maureen.

—¿Mujer? Yo no veo a otra mujer.

—Yo tampoco, pero velo por el lado bueno, al fin tendrán sábanas limpias.

Estos comentarios cruzaron totalmente la raya. Paul quería reírse en silencio. Ringo y George sintieron pena por los comentarios de sus esposas. John quería responderles, pero no sabía cómo. Sin embargo, la única que se mantenía seria y cohibida, era la señorita Ono, que no lanzó ninguna grosería. Actuó con modestia y calma.

—Vaya, que incómodo. Pero bueno, tenemos algo de vino con qué celebrar—dijo Yoko y mostró dicho elemento.

—¡Oh! Muy bien, permítame servirlo. Soy el anfitrión de esta casa— Paul se lo arrebató bruscamente—. Traeré las copas en un momento.

Y sí, se presentó con siete copas.

—Por favor, primero ustedes—Ofreció McCartney, de buen modo.

El anfitrión caminó mal y tuvo un pequeño "accidente", se cayó, y todo el contenido de las copas cayó sobre Lennon y Ono.

—¡Oh! He sido un irresponsable. Por todos los cielos, que tonto he sido—dijo McCartney, con evidente burla—. Supongo que si van a limpiar sus atuendos, se tardarán más de una hora. Y fíjate que el registro de Marylebone es estricto con sus horarios, eso quiere decir que no, la boda no será hoy.

John y Yoko se limpiaron mutuamente. Los Harrison y los Starkey sólo miraban con incomodidad, pero las esposas reían sin disimulo.

—Tengo un vestido de repuesto—dijo Yoko—, justo en mi coche. ¿Podría cambiarme aquí? ¿O no?

—Sí, Yoko. Puedes hacerlo en mi cuarto. Yo voy por una camisa nueva—dijo John.

La cara de McCartney se hizo roja de la furia cuando contempló que la pareja de novios, se había arreglado perfectamente después del aparatoso incidente con el vino.

—Mira, y en diez minutos—dijo Lennon con superioridad—. Será mejor prepararnos para irnos.

—Muy bien—Asintieron todos.

—Bien... Entonces tengo poco tiempo. John, Yoko, amigos, los veré en Old Marylebone más tarde.

—¿Qué vas a hacer? ¿Saldrás en pijama? —Preguntó Lennon.

—Sí. Es que tengo que verme con Michael.

Salió un momento, pero regresó para decir:

—Richard, te has estacionado mal. ¿Podrías venir a cambiar la posición de tu auto?

—Oh, voy en un segundo—dijo Ringo.

Ya afuera...

—Escucha—dijo Paul nervioso, pero decidido al mismo tiempo—, no te puedo explicar ni decir el daño real que esto significa. Pero necesito que me hagas un gran favor.

—Te escucho.

—Haz de todo, pero, por favor, que esa hora se convierta en hora y media o dos. Retrásalos lo más que puedas. John no se va a casar con esa mujer.

—¿Qué quieres decir?

—¡Es por su propio bien! —Dictó McCartney— No puedo decirlo ahora, pero todo está en tus manos. Por favor, distráelos con lo que puedas. Tienes que hacer que se tarden más de una hora en salir de aquí. Tu esposa es astuta y George también, pídeles ayuda.

—Muy bien...

Paul se subió rápidamente a su Mercedes-Benz y condujo como un desquiciado hasta Old Marylebone Town Hall, el registro civil más cercano y el sitio donde John había elegido contraer nupcias. Paul se sentía traicionado no sólo por el hecho de que Lennon quisiera casarse de manera tan abrupta con una nueva mujer, sino que no le había dicho nada al respecto. Pensaba que John había planeado los detalles con extrema cautela y privacidad, a tal grado de que McCartney no se había enterado de nada. Era terrible pensar que su amistad se estaba rompiendo lentamente. Pero él lo evitaría a toda costa.

Dicho lugar se encontraba muy cercano de Cavendish Avenue. Sólo tenía que pasar Finchley Road y luego por Park Road. Al finalizar esta, se encontraba el registro civil de Marylebone. Así que era muy rápido llegar. Por lo tanto, le había pedido ayuda a Ringo, ya que sabía que él era el único capaz de hacer que un viaje de cinco minutos pudiera extenderse horas.

Como Paul manejaba tan caóticamente, no tardó esos minutos en llegar, sino menos. Su coche hasta se estacionó en la banqueta de ese edificio y subió corriendo, omitiendo y esquivando los parámetros de seguridad.

—¿Quién hará casamientos el día de hoy? —Llegó a la oficina principal.

Justamente, estaba pasando el párroco.

—Soy yo, ¿puedo ayudarle?

—¿Casará hoy a John Lennon?

—Sí, debo de admitir que me sorprendió cuando me pidió eso. Le dije que Dios no acepta a los homosexuales.

—¿Qué?

—Pero luego, aclaró que se trataba de una mujer—dijo el párroco, sin vergüenza.

—Bien, pues no puede efectuar ninguna boda que en la que John Lennon esté inmiscuido.

—¿Por qué no? —Preguntó él.

—Porque... ¡No está bautizado!

—¿Cómo de qué no está bautizado? Me trajo los papeles que lo certifican.

—La mujer no lo está, es japonesa. Ellos ni siquiera creen en el bautizo—dijo rápidamente. Hasta le costaba trabajo respirar, pues daba grandes bocazas de aire.

—Sí, pero con que el hombre lo esté...

—¡No puede hacerlo! Ha sido una mentira.

—Bueno, de todos modos, él ya pagó mucho dinero para hacer este casamiento. ¡Vaya! En menos de media hora se efectuará.

—Maldición...

Paul salió y se dirigió al teléfono público más cercano para contactar con su hermano Michael.

—Hoy, es hoy. El maldito no me había dicho nada al respecto, pero el tiempo corre. No dudo que ellos lleguen en cualquier instante. La boda es a las doce.

—¿Qué? Vaya, John sí es muy desesperado—dijo Michael.

—Intenté detenerlos, pero no puedo. ¿Qué más hago?

—Bueno, la señorita Ono tiene una casa rentada en Scott Ellis Gardens, es la nueve.

—¿Y?

—No sé, si te apuras, puedes desaparecer sus papeles de migración...—Insinuó Michael.

Paul colgó súbitamente y condujo hasta dicho lugar. Miraba su reloj, pues sabía que él tiempo se acortaba cada vez más. Faltaban veinte minutos para que marcaran las doce del día, y él se desesperaba cada vez más. Llegó a Scott Ellis Gardens en tiempo récord.

Alterando la cerradura de la casa y sin dejar rastro, entró sin permiso ni derecho a la casa número 9, donde comprobó que reposaba la señorita Yoko Ono. Buscó en los cajones principales y no tardó en encontrar los documentos que permitían a Yoko Ono su estancia en Inglaterra legalmente.

—Genial—Se los robó.

Salió a la calle y volvió a comunicarse con Michael.

—Listo, manda a la policía de migración, ¡pero ya!

—Uff... ¿Cuánto tiempo queda?

—Casi quince minutos, tal vez menos.

—No lo sé, Paul. Tú ganas que tu novio siga contigo, pero ¿Yo?

—Escucha, del 25% que me das por la herencia de mamá, te aceptaré sólo el 10%.

—Me parece bien, haré un par de llamadas—dijo Michael.

Y sí, el poder de Michael McCartney en el parlamento británico era tan fuerte y claro, que sólo contactó a un oficial encargado de las políticas migratorias. Le informó que una señorita, de nombre Yoko Ono y de ascendencia japonesa, pretendía contraer matrimonio a las doce en Old Marylebone. Sin embargo, no tenía los documentos necesarios para casarse. Ordenó con egocentrismo que debían detenerla y hacer que regresara inmediatamente a su país, sólo hasta que sus papeles estuvieran en orden. Todo hecho y dictado en menos de cinco minutos.

Por otro lado, Paul McCartney regresó hasta Old Marylebone Town Hall. Sin embargo, estaba dispuesto a evitar el casamiento y a asegurarse de que no hubiera ningún rastro de eso. Estacionó su automóvil detrás del centro civil y tomó otro. Tenía ciertas mañas de tomar lo ajeno cuando era necesario y exclusivo. Así que empezó a conducir un Ferrari 250 GTO y lo escondió en la esquina de la avenida. Sabía que, en cualquier momento, un Rolls-Royce de color blanco se aparecería frente al lugar, en ese instante, él haría que el Ferrari apareciera de repente y ocasionaría un ligero pero inocente accidente.

Esperaba con impaciencia y revisaba su reloj. Eran justamente las 11:54 cuando vio el Rolls-Royce, estacionándose. Sin dudarlo, pisó el acelerador del Ferrari y este se posicionó en el camino, haciendo que el Rolls-Royce chocara con él. Para ese instante, McCartney salió de la otra puerta e ileso por el impacto.

Pero...

—¡Oh! Lo lamento, señor. Pero no vi su coche—Bajó otro sujeto, no era John Lennon.

—¡Maldita sea! —Exclamó Paul, al darse cuenta de que se había equivocado.

El Rolls-Royce que él esperaba y donde venía John Lennon y Yoko Ono venía justo atrás. Los Harrison y los Starkey venían en el Mini-Copper conducido por Pattie Boyd.

La pareja descendió, consternada por el accidente. Paul no dijo nada y dejó el Ferrari ahí. Se puso frente al registro civil, aparentando su inocencia y que no había sucedido nada malo.

Ringo seguía con su labor encomendada, pues impidió el paso de John y Yoko al caerse y fingir que se había lastimado el tobillo.

—Oh cielos, Rich ¿Te encuentras bien? —Dijo la asustada Maureen.

—No, no ¡No! Oh, me duele... ¡Me duele! —Se convulsionaba como cuando un jugador de futbol hace trampa.

—Tranquilo... Arriba—George le ayudaba.

—¡Oh! Justamente son las doce. El padre debe estarnos esperando—dijo John.

Ringo ya no podía fingir más, Maureen se preocupó de verdad, pues no tenía conocimiento del acto de su marido. George le ayudaba y Pattie no sabía qué hacer.

Paul se paró en la entrada, en disposición de impedir el acto.

—Tenemos que llevar a Ringo al hospital—dijo Paul, determinado a no permitir que John o Yoko entraran al registro civil.

—Creo que se encuentra bien. Se cayó, nada más—dijo John.

—No...

—Podemos hacerlo después de la ceremonia, o alcanzarlos más tarde.

John estaba dispuesto a cruzar a su compañero, pero Paul sintió un gran alivio al ver que la policía migratoria se encontraba llegando al lugar.

—¡Genial! —Gritó, sin contener su emoción.

—¿Qué ocurre?

El inspector en cuestión se llamaba Dave McDonald, y se presentó ante todos ellos.

—Disculpen la molestia, pero ¿Aquí se encuentra la señorita Yoko Ono? —Preguntó, un ejército de varios guardias lo acompañaban.

—Soy yo—dijo ella, con inocencia sincera.

—He recibido unas advertencias de que usted no cuenta con sus documentos para estar en Inglaterra, señorita—dijo él.

—¡Claro que sí! Es por cuestión de trabajo. Tengo todo bien ordenado y listo.

El párroco salió, dispuesto a empezar con el proceso.

—Pues tendrá que demostrarlo—pidió McDonald—. Hasta entonces, no podrá hacer nada más.

—Maldita sea—dijo John—, padre ¿Podrá esperarnos unos minutos?

—Lo siento, señor Lennon. Pero tengo otros compromisos justo a la 1:30, otro matrimonio que debe cumplirse. Sabe que el tiempo es estricto y exactamente corto—explicó el párroco.

—Comprendo...

—Huy...—dijo Paul superior y sin parar su júbilo— Parece que no habrá boda, por lo menos, el día de hoy.

Esto provocó la irritación total de Lennon.

—Tengo mis papeles bien, señores—dijo la inquebrantable Yoko—. He rentado una casa en Scott Ellis Gardens. Si me acompañan, podrán comprobarlo.

—Vamos entonces—dijo McDonald.

Y así se formó una especie de extraña caravana: al principio, iba John conduciendo a lado de Yoko. Detrás de ellos, los seguía la policía encargada de la migración, y, hasta el final, iba Paul McCartney con su Mercedes-Benz, acompañado de los Harrison y los Starkey. Ringo dejó de fingir el dolor de tobillo cuando llegó el momento de partir.

Todos se presentaron frente a la casa 9 de Scott Ellis Gardens. Yoko dijo que no tardaría en mostrar sus documentos. Paul no podía contener su risa y John empezó a sospechar de él.

—¿Puedo saber? —Le preguntó, enfadado hasta la coronilla.

—Oh, Oh...—Paul retomó su postura— Es que Ringo contó un chiste muy gracioso, buenísimo.

—¿En serio? A ver, cuéntamelo—retó Lennon.

—Eh...—dijo Ringo, un poco incómodo— Bueno, pues... Se trata de un pulpo. ¿No? Una chica tenía un pulpo... y...—Hasta se tardaba en hablar, ya que estaba improvisando—, llevaba a un pulpo en su bicicleta ¿No? Pues bien... La chica llevaba al pulpo y este se cayó, entonces ella se hartó y le dijo:

"—¡Pulpo! Con que te vuelvas a caer, te voy a tirar al mar."

—Entonces...—Siguió Ringo, temeroso y sin saber qué decir— La niña sigue conduciendo y se le cae el pulpo.

—Y ¿Qué le hizo?

—Lo tiró al mar.

Esto no provocó ningún tipo de jocosidad. Hasta Paul se mordía la lengua, pues sabía que no tenía sentido reírse si no había nada gracioso de por medio.

—¿Este es el chiste buenísimo? —Preguntó John, escéptico.

—No, no... El chiste buenísimo es este—dijo Richard—: Mira, se trata de una pareja, una pareja de prometidos. Entonces, él le pide que sea su esposa ¿No? Le da un anillo. Ella le dice:

"—De acuerdo, me casaré contigo. Pero no quiero que sea tan fácil.

La mujer toma el anillo y lo avienta al mar.

—Si vas y lo recuperas en menos de veinticuatro horas, me casaré contigo—dictó.

El hombre decide aventarse al mar y buscar el anillo ¿No? Y ya, va durante largas horas buscándolo.

Llega el anochecer. Así que el hombre hace una cena romántica y todo esto ¿No? Invita a la chica, obviamente. Les sirven una langosta gigante ¿No? Así que el hombre le dice a la mujer que abra la langosta. Eso mismo hace, y ¿Qué crees que encontró?"

—No sé, ¿el anillo? —Preguntó John.

—No, al pulpo.

Justo cuando Ringo dijo eso, Yoko Ono salió de su casa con una evidente cara de decepción. Paul contempló esto, así que pudo sacar sus grandes carcajadas sin problema.

—¡JA, JA, JA! ¿Has escuchado, John? ¡El mejor chiste de la vida!

—Sí, debo de admitir que estuvo bueno, je—dijo incómodo.

Pattie y Maureen siguieron con estas ligeras risas. Pero se podría decir que McCartney sacaba algo más que eso. Se apretaba el estómago, pues no podía con tanta diversión. John y el resto se quedaron callados. Hasta los guardias y otros policías miraron a Paul con extrañeza, pues sus risas se escuchaban por toda la calle. Yoko no comprendía lo sucedido.

—No es tan divertido—dijo John.

—¡Ha sido muy bueno! JA, JA, JA—Se pegaba en sus rodillas—. Es que me lo había contado y, tú sabes...

Paul guardó silencio cuando comprendió que ya no podía seguir su acción.

—Inspector, aquí están mis papeles. Como puede ver, no tienen ningún error—dijo Yoko Ono.

Y esas risas pasaron a ser gruñidos de rabia total.

—Bien, sí. Todo en orden—dijo McDonald al contemplar esas hojas—. Todo está bien.

—Así que... ¿Puedo saber por qué todo el atropello? —Preguntó John, con evidente enojo.

—Lo lamento, señor Lennon. Pero recibimos órdenes de nuestro jefe mayor.

—Y... ¿Quién ordenó a ese jefe mayor?

—Recibió una orden desde el mismísimo parlamento británico.

John empezaba a sospechar de...

—¿Por qué me ves así? No soy el único que tiene un hermano ministro—se justificó Paul.

—De hecho, venían del ministro Michael McCartney—agregó Dave McDonald.

Y las sospechas de Lennon se hicieron realidad.

—Bueno... Debió haber sido por parte de su trabajo, o algo así—dijo Paul.

—¿Él está en el parlamento? Interesante...—Susurró Yoko.

—En fin, lamentamos esto, señor Lennon. Supongo que debió ser un error.

—Claro que sí. No hay nada cómo tener copias de documentos importantes—dijo Yoko, pavoneándose ante su victoria.

—Sin duda que sí. Ahora, nos retiramos. Hasta luego y buenas tardes.

McDonald se marchó con todo su equipo de trabajo y dejó a las personas en ese lugar. Nadie quería decir ninguna palabra. El fastidio se había encargado de decir todo.

—Ah, que tristeza. Bueno, supongo que no se van a casar.

—Al contrario—dijo Lennon, determinante—. Nos casaremos hoy mismo.

—John, creo que es muy tarde para eso—dijo George.

—No. Para nada, al contrario. Nunca es tarde.

—Lennon, ya basta—McCartney lo confrontó directamente— ¿Qué no lo entiendes? No puedes hacer eso.

—¿Por qué no?

—¡Ah! ¿Faltaba otra razón? Yoko, no sé si sepas, pero el siguiente mes se cumplirá un año de la muerte de Cynthia Powell, alías; la señora Lennon.

—Sí, lo sabía—dijo Yoko.

—Y ¿No tienes pudor? Quiero decir, este hombre no ha superado su muerte. ¿Piensas qué va a amarte?

—¡Es suficiente, Paul! —Pidió Lennon, perdiendo los estribos.

—Pero... John ¿No le has dicho las razones por las qué hacemos esto?

—Aún no. No es el momento—dijo Lennon.

—¡Quisiera que me las dijeran! Mejor dicho, que la cuenten a cada uno de los presentes. ¿Podrían hacerlo? —Dijo McCartney en forma pregunta, pero era una orden.

—Bueno, pues...—Yoko iba a acceder.

—¡No! Eso no tiene por qué importante. ¿Cuál es su problema? Sólo queremos casarnos, y listo.

—¡John! No puedes hablar de eso así, tan seco y vacío. No se casaran y punto.

—Bueno, bueno—Interrumpió Pattie Boyd—, pero Paul, para todo hay que tener argumento. ¿Por qué no quieres que se casen? Deberías explicar tu punto de vista.

De todos los presentes, quedó claro que Yoko Ono era la que menos tenía problemas o presión. Su cara inexpresiva no demostraba ningún conflicto interno.

—Pues... ¡Ja! Aquí está—McCartney metió la mano a su bata de dormir y encontró un papel—, escrito en las Historias Apple: "The Weeding". Palabras de la mismísima señora Cynthia Powell, señora de Lennon—citó—: Casarse es un acto maravilloso. Unes tu vida con una persona, dejan de ser solteros porque se vuelven un mismo ser y ente... Una boda es el acto de amor más grande en donde Dios es testigo, lo que sucede es que, frente a su fuerza omnipotente, finalmente quedas unido y ligado a una persona hasta el fin de los tiempos.

—¿Y eso? ¿Acaso no crees que haya pensado en el suicidio o eutanasia para estar con Cynthia, literalmente, hasta el fin de los tiempos? —Preguntó John afectado, pero mostrando hostilidad.

—Sí, pero... ¿Quieres unirte y ligarte a esta mujer? No es por nada, Yoko—dijo Paul—. Pero creo que no se han conocido lo suficiente y...

—Yo entiendo tu queja, Paul—dijo ella—, pero si John te explicara...

—¡Aún no! Y ¿Sabes una cosa? Estoy harto de esto. Me voy a casar, no sólo eso. Me casaré hoy mismo y... ¿Sabes en dónde? ¡En Francia! Sí, en París. Siempre me ha gustado ese lugar. Te dije que fuéramos hace tiempo, pero no quisiste.

—Porque preferí Mallorca.

—Sí, sí Paul. Pero ahora, me casaré ahí. Yoko, toma tus documentos. Nos vamos.

—John, nosotros queremos ir—dijo George.

—Si quieren ir, sigan al Rolls-Royce—manifestó Lennon mientras se preparaba en dicho automóvil.

—Espera...—Paul corrió a la ventanilla del conductor— Estoy en pijama, estás pantuflas se me están cayendo. ¿Podemos pasar a casa un rato?

—¡No! Yo me voy—Puso marcha.

Sin perder un segundo, Paul entró a su coche. El Mini-Copper de Pattie se quedó sin gasolina, así que tuvieron que dejarlo en el estacionamiento del registro. Paul les hizo una seña de que debían ingresar a su Mercedes-Benz. Ninguno de los cuatro quería perderse ese momento.

Siguieron a Lennon hasta el Canal de la Mancha, lugar que conecta a Francia de Gran Bretaña. Eran apenas las cinco del día cuando, en su afán de continuar su locura, Lennon buscaba desesperadamente un lugar donde casarse. Los Starkey y los Harrison ya se habían cansado, hasta Yoko propuso que el día podía esperar. Sin embargo, Lennon era terco y si decía algo, ese mismo día debía cumplirse. De eso no debía haber ninguna duda.

Se ha reconocido que McCartney y él son dos polos opuestos. Cuando Paul le dice algo, John quiere hacer lo contrario sin importar las consecuencias y, así es en algún caso contrario. Por lo tanto, si Paul gritaba y chillaba, pidiendo a Lennon detener la locura, era i claro que no podía hacerlo.

No había aventura más surrealista de contemplar para los Harrison y los Starkey. ¿Quién le iba a creer a Richard cuando contara que estaban en Francia? Que Paul McCartney -en pijamas- impedía una boda entre John Lennon y una japonesa. Era más viable que le creyeran lo de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Su larga ruta se detuvo cuando llegaron a un registro civil en el centro de París, donde John pidió desesperadamente que lo casaran. Ni siquiera Yoko tenía ganas, pues estaba cansada de los pies, por las grandes botas que usaba.

—Claro que sí—dijo el juez, en francés (obviamente.) John entendía este idioma.

Pero John creía estar pasando por una terrible racha de mala suerte, pues el problema no era Yoko, sino John, ya que no había llevado sus documentos necesarios.

—Pero con su identificación y licencia de conducir, señor—explicaba el juez—, podría ir a otro lugar con leyes menos estrictas. Tal vez Gibraltar sea la opción.

Eran las seis de la tarde cuando les dijeron eso.

—¡Gran idea! —Dijo el entusiasmado John— Querida—tomó las manos—, he decidido que quiero casarme en Gibraltar.

—Escucha John—dijo Paul, cubriéndose muy bien con su bata de dormir—, ¿has escuchado eso de que el tiempo es una simple limitante? No existe, y tampoco los días. Bueno, los días sí, pero, lo que quiero decir, es que el tiempo es sólo una ilusión. No creo que tengas problemas si tú y Yoko deciden esperar unos días más. ¡Mira a tus selectos invitados! Cansados hasta el fin.

—Paul tiene razón—suspiró Yoko del mismo modo—, yo no tengo problema en esperar más días. Mis pies me están matando.

—¡No! Escucha, querida—susurró a su oído y se alejaron del grupo—. Mientras más rápido hagamos esto, más fácil terminará y tendremos los beneficios de nuestra unión.

—¿Qué quieres decir?

—¿Acaso no te has dado cuenta? Él quiere sabotear todo esto. Por supuesto que lo desea. ¿Razones? No las sé, ya lo has escuchado. Si nos casamos hoy, ya sin ningún impedimento, Paul no tendrá otra alternativa más que aceptarlo. Y así, podré explicarle nuestros motivos.

—Y dime ¿No es más fácil decirle nuestros motivos?

—¡No! Porque él no los entenderá. Nunca entiende ni comprende. Será mejor que vayamos, nos casemos y le explique todo más tarde.

—De acuerdo, John.

—Además ¿No se te hace divertido verlo pasear con su pijama inglesa? Será más gracioso cuando este así en Gibraltar.

—Bueno, sí, pero... ¿Cómo llegaremos allá?

—Mediante avión ¿No es claro? Nos dejará en España, y de ahí será fácil llegar a Gibraltar.

—Pero John...

—Pediremos coches rentados. Además, será mejor si sólo va Paul con nosotros.

—¿No sería mejor pedirles a ellos que regresen a Londres?

—No, conozco bien a Paul y sé que no se va a detener hasta que su propósito no sea cumplido. De los Harrison o los Starkey, no sé. Pero te digo, no puedo decir nada hasta que él tome otra postura diferente.

—Bien, bien—suspiró Yoko, muy decaída—. Vamos pues a Gibraltar.

Paul quería escuchar la conversación y se había acercado discretamente. Pero dio saltos de regreso a su sitio cuando había terminado.

—Muchachos. Nos vamos a Gibraltar.

—Pero John... Es una locura. Llegaremos muy tarde—dijo Ringo.

—No te preocupes, encontraremos algo. Tal vez lo hagan en el consulado británico u algo así.

—Dudo que esa sea una boda legal, o real—aseveró McCartney.

—Pues bueno. Si quieren regresar a Londres o turistear por París, bien por ustedes. Yoko y yo nos vamos. Tomaremos un rápido vuelo a España, el que salga más rápido. De ahí, en Madrid, rentaremos algún coche o tomaremos un autobús que nos deje en Gibraltar.

—¡John! De verdad que haces las cosas más difíciles—dijo George.

—Bien chicos. Yo les dije que pueden hacer.

—¡Yo voy! ¿Acaso no debo dar un discurso? —Dijo McCartney, haciendo referencia a un hecho pasado, mezclándolo con el presente. Todos entendieron su sentido, pero no quisieron seguirle el juego.

—No—John arruinó la sonrisa de su rostro.

—Iré de todos modos.

—Bien, vamos... ¡Taxi! —John paró a uno—. À l'aéroport s'il vous plaît—pidió con su perfecta entonación.

Paul paró a otro taxi, dándole instrucciones de que debía seguir al de enfrente. Ni los Harrison o los Starkey sabían qué hacer. Ellas querían irse a casa, y sus esposos estaban fatigados, pero...

—¿Se van a quedar ahí? ¡Suban! —Agregó McCartney. Y no les quedó otra opción.

Maureen Starkey siempre decía que el "tiempo no le rendía" y que un día no era suficiente. Bueno, con aquella aventura, quedó demostrado y determinado que las veinticuatro horas eran más eficientes, duraderas y permanentes de lo que ella creyó. Alcanzaron un vuelo que salía justamente a las siete de la noche. Y España no estaba lejos de Francia, así que llegaron al destino a las ocho en punto. Ni una hora más o menos.

Como se ha mencionado anteriormente, la fama de los Cavendish Avenue Boys, la dupla "McLennon" ya había expandido fronteras y era mucho más allá de Inglaterra misma. Por lo tanto, algunos franceses y españoles los reconocieron inmediatamente. Miraron sus acciones como si de una obra fársica de teatro se tratara. No dejaban de ser señalados y fotografiados por más de una persona. Llegaron justamente a Madrid, y, mediante dos automóviles rentados, se dirigieron a su última parada:

Era de esperarse que el "feliz matrimonio" se encontrara en otro coche. Paul conducía el otro, llevando a los Harrison y los Starkey detrás. No hay palabras para explicar la lasitud colosal que Pattie y Maureen sufrían.

—Me duelen los pies—dijo Maureen.

—Me duele la cabeza, tengo hambre...—se quejó Pattie.

—Gran idea, estoy en España y no puedo disfrutarlo—siguió Ringo.

—Por favor, ¿pueden guardar silencio? —Pidió McCartney.

Pero ni siquiera estaba el radio encendido, así que no había algo que escuchar, sólo lamentos.

—¡Ah! Debimos darles un abrazo, la bendición, y nosotros a Liverpool...—dijo la cansada Maureen.

—Señor McCartney, ¿no habrá motivo especial por el que usted quiera detener esto? —Curioseó Pattie.

—¡Basta! He dicho que guarden silencio. No soporto las quejas.

Pero el silencio era lo más pesaroso. Así que Paul decidió explicarse:

—Escuchen ¿Recuerdan cuándo la presentó en navidad y año nuevo?

—Sí—asintieron todos.

—Desde ese momento, no he dejado de tener una mala espina. No sé.

—Pero hombre, se ve que la mujer no mata ni una mosca—dijo Ringo.

—¡Participó en una película donde enseñaban traseros!

—¿De dónde has sabido eso? —Cuestionó George.

—Mi hermano Michael la mandó a investigar.

—Dioses... Me pregunto si no habrán hecho lo mismo con nosotras—se persignó Pattie.

—Contigo sí, con Maureen no.

—¿Eh?

—Lo que quiero decir—McCartney cambió el tema—, es que hay algo en lo que no confío. Y no es tanto por ella, sino por él. ¿Saben? Estadísticamente, un hombre se tarda, en promedio, de dos a tres años en superar la muerte de su esposa. Es claro y obvio que John no ha superado la muerte de Cynthia.

—Sí, de eso no hay dudas—aseguró Ringo.

—Entonces, en esa etapa, convierte al hombre en una persona muy vulnerable. Cuando él pierde a una persona sumamente especial, buscará con desesperación a alguien para que cubra ese hueco. No importa si la persona es físicamente parecida al ausente o no. El dolido notará un montón de falsas características y se engañará al decir que es correcto estar con él, o ella.

—¿Qué quieres decir?

—¡Que John va muy rápido! No creo que sienta nada por Yoko. Él mismo me lo dijo. Entonces, la pregunta es ¿Por qué?

—No sé. Él te ha dicho que te lo explicará mejor, más tarde—recordó Maureen.

—Pero señora Starkey, un casamiento no es algo simple, sencillo o llano. Debe haber motivos más allá de lo personal u amoroso. Lo que quiero decir con todo esto, es que John está débil e indefenso. Si una persona lo encuentra en ese estado, podrá hacer cosas terribles con él.

—Un momento—interrumpió Pattie Boyd— ¿No crees que esa lógica pueda funcionar con su matrimonio con Cynthia?

—¿Qué quiere decir, señora Harrison?

—La conoció días después de tu "supuesta muerte". En noviembre del 66, si no me equivoco.

—¿Y?

—Pues usando tu lógica, eso quiere decir que John llenó el vacío que tú dejaste con Cynthia. Claro, él no sabía que habías fingido tu muerte.

—Pero es distinto, señora Harrison—explicó Paul— ¿Cuántos meses pasaron para que ellos dos se casaran? Hagamos la cuenta: diciembre, enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio y agosto. ¡Casi diez meses! ¿Cuánto lleva desde que John conoció a esta mujer? Sólo tres meses y un par de semanas. Además, John conoció a Cynthia de una manera más profunda, por lo que me contó. Con esta mujer, sólo la ha visto ocasionalmente y ya. ¿Qué otra razón puede haber?

—Sí, tienes razón—Apoyó Ringo Starkey—. Este matrimonio apresurado no le traerá nada bueno a John.

—Y no sólo eso, he comprobado directamente los estragos que una mujer interesada puede hacerle a un hombre que acaba de enviudar.

—¿Cómo? —Interrogó Maureen...

—Con mi padre, y su esposa Angela Stopforth...

"En 1956, justo cuando mi madre, Mary Mohin, murió de un desafortunado cáncer. Esto ocurrió en octubre de ese año. Y en la cena de navidad...

—Chicos—dijo papá—, les quiero presentar a Angela Stopforth, mi nueva pareja.

En ese tiempo, Michael y yo éramos dos jóvenes que practicaban muy bien sus poderes de observación y deducción, así que hablamos al mismo tiempo:

—Joyería barata—inicié yo.

—Ropa de mala calidad—prosiguió Michael.

—Maquillaje de dudosa procedencia.

—Manos limpias, suaves. Hay un rastro de un anillo en un dedo, divorciada.

—Hace un año, si no me equivoco.

—Sí, exactamente. Finge ser de una posición económica a la que no pertenece—dijo Michael.

—Tiene dos hijos.

—Una, niña.

—Oh, es cierto.

—A pesar de haberse divorciado, sigue reuniéndose con el ex esposo. Eso demuestra porque sigue usando aretes que él mismo le regaló.

—Manos limpias, suaves, demuestran que no ha adquirido trabajo desde hace un tiempo.

—No, vive de lo que le da su ex esposo, que, si no me equivoco, ya es muy poco—Agregué.

—Por eso, finge ser de otra posición económica.

—Pero

—En realidad

—Busca a alguien que la mantenga.

—Sí, claro. Papá, ella notó tu traje de diseñador que te compraste hace muchos años y lo usaste de nuevo para impresionarla—dijo Michael, sin estragos.

—Porque crees que ella es la que tiene dinero.

—Pero no es así.

—Lo cierto es que es una...

—Interesada—dijimos los dos al mismo tiempo.

La cara de Angela Stopforth se cayó de la vergüenza. Más que nada, logramos descubrir y deducir sus características personales e íntimas, únicamente utilizando nuestros ojos. Mi hermano y yo chocamos las manos, en señal de victoria.

—¡Niños irreverentes! ¿Qué les pasa? Nada de lo dicho es...—dijo papá, en su interés de defenderla.

Pero, al contemplar su rostro, supo que era verdad.

—¿Tienes una hija?

—Sí, no quería decírtelo, pues...

—Ha notado tu descendencia irlandesa/ortodoxa y sabe que no es correcto ni adecuado cuidar a hijos que no son suyos—complementé.

—¡Cállate! Angela...

—¡Es que no quería decirte eso! —Sollozó y se aventó a los brazos de papá— Perdóname. Te amo, y pensé que tú, al ser de alta categoría, no podrías fijarte en una madre divorciada, pobre como yo—insistió—. Por eso fingí todas estas cosas caras. Pero, si no me quieres.

Michael y yo nos mofamos de eso, porque lograríamos nuestro propósito de hacer que se marchara. Pero papá la detuvo...

—Angela, no me importa tu pasado o lo que has hecho. De verdad, quiero que estés conmigo. Por favor, perdona la indiscreción de mis hijos.

—¿Qué clase de robots son?

—No sé, yo intento descifrarlo también, pero no puedo.

—Oh... ¡James!

Ella le dio un gran abrazo y supimos que las cosas no iban a estar para nada bien. Al estar de espaldas y contemplándonos, ella nos mostró una de las miradas más retadoras qué hemos visto en la vida. Eso no estaba bien, ni correcto. Ella marcó una evidente rivalidad, que jamás olvidaré. Desde ese momento, entre los dos le estamos echando guerra.

En enero de 1957 su boda se hizo oficial. Me presenté enojado, obligado y todo eso. Pero cuando llegué al registro civil en Liverpool...

—Lo siento—se puso en la puerta—, pero no estás invitado.

—No estoy aquí por ti, interesada—dicté—. Sino por mi padre.

—Él tampoco te ha invitado. No estás en la lista—mostró con egocentrismo.

Revisé su maldita libreta y era cierto. No dije nada más y me di la vuelta. Tuve que pasar la noche en la calle, pues la fiesta continuó en el 20 de Forthlin Road. Y no estaba cordial ni formalmente invitado al lugar. Desde ese momento, supe que Angela Stopforth era un caso serio.

Les debo comentar que pasamos por algunas dificultades económicas. En ese tiempo, Angela dejó de llamar a papá. ¡Lo cual fue muy extraño! Quiero decir, era su esposa. ¡Según era su maldita esposa! Pero no le importó dejarle de hablar por un tiempo. Es más, fingió que tenía un viaje inesperado que debía ejecutar. Pero no era cierto, se fue e intentó reconquistar al padre de Ruth, al señor Williams. Papá estaba desesperado, buscaba incesante que Angela regresara. En esos momentos, mi hermano aún no entraba al parlamento y todavía no arreglábamos lo de la herencia de mamá. Así que pasábamos por malos momentos. Fue en ese instante, en 1960 cuando me corrió de la casa.

Meses después, se arreglaron esos conflictos. Papá pasó de una terrible pobreza, a la más genuina de las riquezas. Y... ¡Adivinen quién volvió! La mujer que gasta en cosas ridículamente caras, la que extiende y obtiene dinero sin trabajar. Que pidió a papá que adoptara a su hija sin otra razón o justificación. Y ¿Saben una cosa? Papá estaba y está bajo su dominio, en su integro poder. Creía estar enamorado, pero, la verdad, es que no podía superar la muerte de mamá. Así que encontró a una sustituta perfecta. Angela no es nada parecida a mamá, en ningún aspecto. Sin embargo, papá cree que lo es. Es la persona que ha "cubierto" ese vacío que mamá dejó."

—Eso mismo sucederá con John, al no haber superado la muerte de Cynthia, usará a cualquier mujer que aparezca frente a ella, con tal de sustituir ese hueco que ella le dejó. Y ¿Saben quién es esa mujer? Yoko Ono.

—Bueno, pero no puedes comparar a la señorita Ono con tu madrastra—dijo George.

—Lo sé, pero... ¿No es obvio? Ni él ni nosotros la conocemos la suficiente. No sabemos qué puede hacer o de lo que es capaz.

—No creo que sea mala mujer sólo por ser una artista de vanguardia, rara—agregó Ringo.

—Exacto, pero ¿Permitiremos que John descubra en carne propia si ella es mala o no?

Esta última advertencia hizo que los reunidos entendieran y comprendieran que un segundo matrimonio tan prematuro, no sonaba ni parecía ser la mejor idea.

—¡Es cierto! No sabemos cómo puede ser ella en realidad al conocer a alguien débilmente afectado como John—dijo Pattie Harrison—. ¿Qué tal si le hace algo malo?

—¿Y si es una de tus enemigas? —Preguntó Maureen.

—Sí, sí. Estoy de acuerdo con ustedes, chicas—asintió Ringo—. No podemos darnos el lujo de dejar que John se quede con semejante mujer. Digo, igual no sabemos si es buena o mala. Pero no permitiremos que John padezca para comprobarlo.

—Tenemos que detenerlo—George mostró apoyo.

—Ya casi llegamos a Gibraltar, chicos. De seguro, el consulado británico estará a punto de cerrar por la hora—Paul revisó—. Gibraltar le lleva una hora a Inglaterra, por lo tanto, están a punto de dar las diez de la noche. No creo que puedan casarse o encontrar un lugar.

—Sí, sí. Es cierto, evitaremos la unión a toda costa—dijo George, muy convencido.

—Una vez que logremos impedir que sea hoy, regresaremos a Inglaterra. Y no sé, revisaré algún caso, algo interesante que este en el buzón o algo que pueda surgir. Así mantendré a John distraído el máximo de tiempo posible, para aplazar la boda o lograr que Yoko se vaya del país.

—¡Bien dicho! Te ayudaremos tanto como podamos—dijo Maureen.

—Gracias. Lamento si fui grosero en el pasado, pero ya saben... Me alegra haberles dicho la raíz de mi incomodidad ante esa boda que no tiene fundamentos, pies ni cabeza. ¿Están listos para evitar el gran error en la vida de John?

—¡Sí! —Asintieron todos.

Dicha plática hizo que el ambiente en ese automóvil fuera más amigable para todos. El cansancio disminuyó y el hastío también, pues los chicos estaban convencidos y tenían nuevas fuerzas para continuar con el largo viaje.

Cruzaron España en tiempo record, pasaron por las ciudades más importantes y estaban inspirados por el error que debían evitar. Eso fue motor suficiente para continuar con sus cuerpos pesados.

Contemplaron el famoso peñón justo a las diez de la noche, hora en que se encontraban en Gibraltar. Tal y como había supuesto Paul, el consulado británico estaba siendo cerrado y los trabajadores se marchaban. John Lennon salió corriendo de su coche, pidiendo a todos que se detuvieran.

—¡Alto! ¡Alto! —Se paró frente al juez y a sus subordinados.

—¿Qué se le ofrece?

—Por favor, hemos estado recorriendo en un viaje eterno y larguísimo hasta aquí, hasta este punto pleno. ¡Tiene que casarnos! —Jalaba a Yoko como si de su muñeca se tratara, no de su futura esposa. Ni siquiera portaba anillo de compromiso.

—¿Qué? Disculpe señor, pero hemos cerrado. Venga mañana.

—¡No puedo venir mañana! Por favor, les pagaré lo que quieran.

—¿De dónde obtuviste dinero? —Preguntó Paul.

—Ella lo pagará.

—¿Qué?

—Disculpe, señor—dijo el juez con imposición—. Pero hemos cerrado completamente todo el consulado. No podríamos hacerlo.

—Alto—dijo una de sus secretarias— ¡Son ellos! Señor juez ¿No los reconoce? ¡El detective McCartney y el doctor Lennon!

—Oh... —Se tardó tiempo en reconocerlos— ¡Es cierto! ¿Señor Lennon? ¿Señor McCartney?

—Carajo...—Paul entendió todo.

—Sí, sí, sí—dijo el eufórico Lennon— ¡Somos nosotros!

—¡Haberlo dicho antes! Todos estaremos complacidos por casarlos.

—Yo no me voy a casar con él—dijo John, como si no fuera la primera vez que alguien insinuaba eso.

—¿Ah, no?

—No, sino con ella—Mostró a su flameante futura esposa.

—Ah...

—Entonces no—dijo la secretaria.

—No, Daphne. No seas tan cruel con ellos. El señor Lennon ha viajado desde su casa en el centro de Londres. No podríamos pagarle así. Chicos, un par de minutos extra no vendrían mal. Abriré el registro y yo mismo los casaré.

—¡Maravilloso!

—No, señor juez—dijo Paul y se puso en la puerta—. Por favor, sus trabajadores han estado en una larga jornada. No puede obligarlos a trabajar de más simplemente por el capricho de un inglés.

—Pero no es ninguna molestia—dijo un empleado, hablando por el resto—. Nos encanta la labor del señor Lennon al relatar historias. Estaremos complacidos.

—No, no—cubrió la entrada— ¡No pueden entrar! Vendrán mañana u otro día.

—Queremos que el viaje haya valido la pena. ¡Por favor! Casaremos a su amigo. Además, ha traído a los testigos suficientes y necesarios. Creo que es más que necesaria su boda—dijo el juez—. Por favor, deme permiso.

Paul tuvo que quitarse de una manera grosera y hasta fastidiada. Todos entraron. Los Harrison y los Starkey lo miraron de manera para asegurarle que le tenían un plan.

De los presentes, el juez era el único dispuesto a seguir. Mientras acomodaba el respectivo papeleo, George y Ringo actuaron.

—¡Eh! John—dijo George, ambos Lo separaron de Yoko—, ¿por qué no vienes? Deja te doy un consejo sabio.

—¿No sabes que en Liverpool se debe hacer un ritual antes de casarse?—dijo Richard.

Por su parte, Pattie y Maureen distrajeron a la novia.

—Ahora que serás la nueva señora Lennon, quisiera decirte que debes modificar un poco tu apariencia. Quiero decir, no puedes presentarte de la mano con John si tienes esos cabellos—dijo Pattie.

—¡Mira tu cara! Es muy linda—Maureen la tocó—, suave y resplandeciente.

—¿De qué ritual hablas, Ringo? —Cuestionó John.

—Es de... ¿Cuántos años tienes?

—Veintiocho...

—Entonces... ¡Tenemos que darte veintiocho vueltas!

Entre George y Ringo, tomaron a John de los hombros y le dieron vueltas como si se tratara de un trompo. Al principio, Lennon lo tomó con risa, pero después de la vuelta diez, sabía que no podía continuar.

—Señores, tengo todo listo... —Dijo el juez.

—¡Espere! Vamos en la vuelta doce... —Explicó Ringo.

—Un momento... Chicos, creo que ya es suficiente—dijo John.

El problema principal es que, antes de partir a Gibraltar, toda la expedición había pasado a comer. Dichos alimentos aún no se habían digerido en el estómago de John.

—Quince, dieciséis—Continuaba George, haciendo que fuera de un lado a otro. Lo trataban como un muñeco.

—Diecisiete, diecocho... —Ringo le seguía el juego.

Y las señoritas...

—¡Mira este cabello! —Pattie se lo jaló— Con un tratamiento adecuado, quedará sedoso y lleno de vida.

—¡Y un poco de maquillaje no le viene mal a nadie! —Maureen pasó de tocar con discreción, a dar grandes pellizcos sobre las mejillas de Yoko.

—Señoritas, creo que... —dijo Yoko, intimidada por esta actitud.

Y los chicos...

—Veintitrés, veinticinco... ¡Casi acabamos! —Gritó Ringo...

—Señores, el tiempo corre. Tenemos que irnos—dijo el juez.

—Chicos, ya no aguanto... —dijo el mareado Lennon.

—Veintiséis, veintisiete... ¡Veintiocho! —Finalizó Harrison.

John no podía caminar. Pattie jaló a Yoko del brazo y la puso frente a su futuro marido. Lennon no soportaba más, era claro que...

—¿Estás bien? —Le preguntó su prometida.

—Sí, sólo estoy...

John no pudo terminar su frase, pues vomitó sobre su futura esposa. Todo cayó en su vestido y resto del cuerpo. La gente del consulado británico miraba esto con asco, pero John no podía parar. Paul río en silencio, intentando mantenerse discreto. Los Harrison y los Starkey se hicieron los desentendidos.

—Ups—intervino McCartney—, al parecer, no habrá boda hoy... ¡Ni nunca!

Yoko ayudó a John a levantarse. Le dio papel para que pudiera limpiarse. El personal del consulado británico estaba enojado, pues pensaron que su labor ya había terminado.

—¡Ya basta! —Exclamó el furioso Lennon con la garganta irritada, mientras se limpiaba la boca— ¿Cuál es su problema?

—Sólo queríamos ayudar... —dijo la indefensa Maureen.

—¿A qué? ¿A provocar mi vómito?

—Es un ritual muy antiguo de Liverpool—argumentó Ringo.

—¡Claro que no! Ustedes lo están ayudando. ¡Ya basta!

—John, creo que estas personas ya quieren irse a casa. Es muy tarde, y ¡Mira como estamos! Debe dolerte mucho el estómago, y yo estoy con residuos de comida sobre mi vestido.

—¡No, Yoko! No me importa si parecemos enchiladas ahogadas. Nos casaremos ahora mismo. ¡Juez ¿Todo listo? Tiene nuestros papeles e identificaciones, haga lo suyo.

—Estoy esperando, señor Lennon—dijo la autoridad mayor.

—Listo, y no me importa si lo aceptan o no—dijo John con decisión pero cegado por la necedad.

Paul recurrió a su última táctica; una mirada retadora, unos ojos que dicen "no puedes", o "no te lo permito". Todos entendieron lo que sucedía, y George decidió intervenir para que no ocurriera una discusión mayor.

—Hermano—le dijo a John—, lamentamos actuar como idiotas. Pero no queremos que tomes una decisión que puede traerte malos estragos. No lo decimos por la señorita Ono, pero creo que un matrimonio tan precipitado puede traer consecuencias fatales.

—Basta George, sé muy bien lo que hago—tomó la mano de Yoko y caminaron hasta el escritorio del juez—. Honorable juez, hágame el favor.

—Bien—Paul caminó y se puso frente a él— ¡Hazlo! Anda, vamos. Hazlo, estaré aquí. Fungiré como testigo. ¡Vamos!

Y esa era otra táctica. Se ha dicho que, si John quiere una cosa, Paul querrá la contraria. Al decir esas palabras, sabría que tendrían el efecto contrario en John, pues este siempre quería otra cosa a la que Paul pedía. Sin embargo, fue una terrible sorpresa cuando Lennon dijo:

—Muy bien. Juez, comience.

Paul estaba irradiando rabia. No podía más. Dio grandes zancadas y se marchó del lugar. Los Harrison y los Starkey lo siguieron. Ninguno de sus invitados quería contemplar el momento.

—Vámonos—Se subió al automóvil—, hicimos lo que pudimos. Que se joda.

—¿No lo vas a esperar?

—¡No! Es claro que este es el fin. Ahora, no sé qué hará de su vida. Regresemos a nuestro país.

—Creo que es mejor que yo conduzca. Estas muy irritado y... —dijo George.

—¡No! Yo lo haré—Dictó McCartney.

Mientras tanto, dentro del consulado...

—Listo, lo tenemos. Señora Yoko Ono, ¿acepta a John Lennon como su esposo?

—Sí—respondió ella.

Y en la mente de John:

"No puedo creerlo. Mis deseos para una boda perfecta nunca fueron ejecutados. Recuerdo que, hace un año, estaba en esta misma posición. Pero no era esta mujer quien me acompañaba. Era Cynthia, la persona que más amaba en el mundo. También tuvo un desarrollo desastroso, y estaba sucio como ahora. Pero, ella...

Cynthia, la más hermosa entre las mujeres. Recuerdo cuando la conocí. Yo caminaba viendo las curiosidades y otras antigüedades en Carnaby Street. De pronto, ella llegó detrás de mí, y me dijo:

—¡Oh! Lindo cuadro, ¿no?

—Sí, así lo creo—Le respondí.

—Es una copia, el original pertenece a Boticelli, se llama "Venus y Marte". Muy enigmática, ¿no?

—Sin duda.

—¿Sabía usted? La modelo para Venus fue Simonetta Vespucci, y Marte era Juliano de Médici. Se decía que ellos dos mantenían un affaire, mismo que representa Venus y Marte al esconderse de Vulcano, esposo de Venus. Es como una casualidad verdadera. ¿No es impactante?

—Vaya, conoces mucho de arte.

–Sí...

—¿Eres artista?

—Suelo dibujar en mis tiempos libres. Pero, cotidianamente, soy profesora de la Real Academia de Arte Dramático, ahí enseño historia del arte.

—Maravilloso. Es una profesión destacada. Soy John Lennon, ¿y tú?

—Cynthia Powell...

Desde ese momento, estuve y quedé cautivado por su generosidad, por lo inteligente que era. Podía hablar y conversar con ella de cualquier tema, pues estaba seguro de que me escucharía. Pasamos una grata navidad, un maravilloso año nuevo. Desde este último, yo sabía que quería estar con ella. Fue un flechazo instantáneo. Le regalé unas postales, celebrando nuestra primera navidad...

Le escribí "Nuestra primera navidad. Y estoy seguro de que no será la última." No, no fue la última, pero tampoco quería que sólo hubiera dos. ¡Oh! Yo quería todo con ella.

Podíamos pasear por todos lados. Ella siempre tenía algo interesante qué contar. Le encantaban las rosas y los claveles. Usaba ropa tan bonita, que combinaba perfectamente con su color de cabello. Su rostro era delgado y perfectamente delineado. Me encantaba verla, contemplarla, saber todo de ella. La extraño como nunca, y aún no puedo creer que se ha marchado.

Ah, Cynthia. Lo lamento tanto, sé que Paul tiene razón. Pero estoy seguro de que entenderías mis razones."

— Señor John Lennon ¿Acepta a la señorita Yoko Ono como su esposa?

Pero a John le costó regresar al momento, al presente mismo.

"Y la vi, la vi ahí mismo. Tocando el piano, ella cantaba... ¡Care a Little! ¡Care a lot! Pero... ¿Eso qué significa?

—¡Salva a John Lennon! —El rostro de su primera esposa apareció abruptamente y gritó con mucha fuerza. Tanto, que retumbó por los oídos de John. "

Era el momento de definir todo:

—Señor Lennon, espero su respuesta... —dijo el juez.

(...)

La enigmática expedición regresó a su país natal justo a las dos de la mañana. Fue un viaje rápido y agotador al mismo tiempo. Paul ofreció a los Harrison y a los Starkey quedarse en casa, pero ellos prefirieron quedarse en un hotel. Sabían que era lo correcto, Paul estaba muy dolido, y esa sensibilidad la mostraba a través de odio y comentarios sarcásticos. No sabía cómo mostrar sus emociones auténticas, así que todo pasaba mediante cinismo y repudio a la vida humana.

—Gracias por intentar ayudar. Pero hicimos nuestro mejor esfuerzo—Se despidió cuando los dejó en la puerta del Hotel Indigo London, en Paddington.

Él siguió conduciendo hasta su casa. El frío era espectral y un simple pijama no podía cubrirlo lo suficiente. Corrió hasta entrar a la sala principal.

Prendió las luces y, fue ahí, cuando contempló que, a pesar de ser el mismo hogar, ya no era igual. Notó un ambiente frío, grisáceo, con menor temperatura que afuera. En ese instante, comprendió la gravedad de las cosas. En primera, había entendido que Cynthia estaba muerta. Miraba el sillón y recordaba su último conflicto, cuando ella le disparó en defensa propia. Ese piano olvidado, en el rincón y lleno de polvo hacia que las melodías que ella junto a John interpretaban con alegría y mala entonación.

Se sentó en él y tocó unos acordes al azar, pero aquel piano había permanecido tan inútil, que hasta su calidad había decaído bastante. Una extraña melodía se escuchaba y él no era el intérprete. Aparecía gradualmente en el ambiente, Paul parecía extrañarse, aunque creía que eran efectos secundarios por tanto cansancio.

Sin embargo, se cayó del pequeño banquillo cuando contempló a la difunta Cynthia.

—Oh, mierda.

—¡Salva a John Lennon! —Le gritó, llena de enojo.

Paul sacudió su cabeza y ella ya no estaba. ¡Descubrió que las palabras de Lennon eran ciertas! Cynthia solía aparecer en su casa. ¿Cómo podría evitarlo?

—No, debe ser una ridiculez...

Intentando olvidar lo contemplado, se dirigió hasta su sillón y dejándose caer ahí, al mismo tiempo que encendía un cigarrillo. Sus pantuflas finalmente se desprendieron de sus pies.

No tenía ni idea de lo que estaba sintiendo. Era un dolor en el pecho que se extendía por toda su faringe y otros alrededores. Su garganta cargaba algo inexplicable, lo peor, es que él no podía digerir o entender lo acontecido. Jamás le había sucedido algo así.

De pronto, la puerta volvió a abrirse. Sus ojos cristalinos miraron la raíz, y no podía creer que veía a John Lennon, pero sólo a él.

—¿Qué haces aquí? —Interrogó, usando una extraña mezcla entre desconcierto, alivio y enojo.

—¿Ya has dejado tu faceta de idiota atrás?

—Ya, dime todo—pidió.

—Muy bien. A finales de enero, después de que resolvimos el caso del fantasma en la azotea, Yoko y yo salimos a pasear y...

"—¿Podrías ayudarme?

—Cuéntame de qué se trata—Pedí.

—Estoy en una pelea legal por la custodia de mi hija Kyoko. Y pues, creo que el jurado tendrá una mejor imagen de mí, si es que me contempla casada con alguien. Más, si se trata de una persona como tú.

—¿Una persona como yo?

—Eres una buena persona, John. Un gran amigo para mí, a pesar de lo poco que llevamos conociéndonos. No creo que encuentre a otra persona que pueda hacerme este gran favor.

—No lo sé, he enviudado hace poco. Y, tal vez yo no pueda...

—John, será sólo para dar una buena imagen al jurado. Si detectan que tengo una familia ejemplar, no me quitaran a mi hija. ¡Oh! Te lo pido. Mi ex esposo Anthony es un desgraciado. ¡No puedo dejar a Kyoko en sus manos! En serio, ¿serias tan amable de ayudarme?

—No lo sé...

—Es algo mutuo. Así, tú tampoco perderías credibilidad por tu rol como padre. Sé que nunca me amarás, o te duele la muerte de tu esposa, pero no es lo que pido—dijo comprensiva—. Sólo ayúdame con esto."

—Como habrás contemplado, el matrimonio fue por mutua conveniencia. Tanto ella puede demostrar una estabilidad social y yo también. Lo que te dije es cierto, Lilian Powell prefiere que Julian crezca con una madre a que no tenga alguna. Y eso hará que dejé de desconfiar de mí.

—Así que... ¿No la amas?

—Te he dicho que no, sólo será un matrimonio de "mano sudada", pura apariencia.

—Oh... ¡Debiste habérmelo dicho antes! Pude haber intervenido a favor de Yoko si...

—¡Ahí está el problema! No quería que interviniera. Han sospechado sobre tus métodos poco ortodoxos, y temen que tú pagaste o sobornaste al juez para que me otorgara la custodia de Julian.

—Eso es mentira...

—Y no sólo eso. Te conozco muy bien, sé que hubieras cometido otras acciones. No quiero que ella se mezcle con nosotros. Consideré la boda como la mejor opción, pues como te he dicho, sólo es un trámite burocrático.

—Sí, comienzo a entender tus razones... —Dijo Paul, genuinamente avergonzado por su actitud pasada.

—Te lo quería decir antes. Pero, sinceramente, tenía miedo.

—Debiste haberlo hecho.

—Pero bueno, el asunto ya está—John se sentó en el sillón—, estamos oficialmente casados.

—Igual sigue siendo un hecho devastador.

—No, Paul. Agradezco mucho tu preocupación, pero creo que debiste actuar con menos impulsividad.

—Tenía miedo. Lo siento.

—Bueno, el día ha terminado. Y, como es algo sin chiste, Yoko y yo hemos decidido no vivir juntos. Ninguno de los dos siente algo por el otro, así que es mejor darnos nuestro espacio.

—Me alegra escuchar esas palabras.

—Y no debes seguir con tus paranoias. Ella no va a interferir en nuestro trabajo, ni en nuestras vidas—Alzó su rostro y lo miró directo a los ojos.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Bueno—Paul se sentó a su lado—, debo de admitir que el temor ciega más que el odio. Me he preocupado demasiado, pero es bueno saber las verdaderas razones.

—Sin duda que sí.

—Y eso quiere decir que no tienes ningún plan de marcharte de aquí. ¿Verdad?

John lo miró con una sonrisa indescriptible, pero era desde algo conformista con un toque de superioridad. Paul cruzó su mano por toda la espalda de su amigo.

—Escucha, he comprendido que hay personas y situaciones en la vida que uno no puede dejar con facilidad. Tú estás en la primera sección.

—¿Eso qué quiere decir?

—Lo he aceptado, Paul. No importa que tanto huya o cuanto quiera hacer. No me voy a poder separar de ti.

—Se supone que de eso trata la amistad ¿No?

—Me imagino que sí.

—John—se recostó en su hombro—, me siento muy afortunado por tenerte a mi lado.

—Yo también... —Suspiró insatisfecho.

—Tienes razón. Estaremos unidos hasta el fin de los tiempos. Nunca me vas a dejar.

—No Paul. Lo he aceptado y te lo garantizo. Seremos amigos por siempre.

—Gracias...

Esa última expresión había sido sorprendente en cada aspecto, tanto en escuchar como para decir. John sabía que esa palabra no estaba en el vocabulario de su amigo. Pero eso no era lo más impactante, sino que era el "Gracias" más sincero que Paul expresó en toda su vida.

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