Red - Nomin

By ZaiJam

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Segunda parte de BLUE ~ Portada creada por: @kngbizzle ❤️ Estamos caminando en círculos ¿Lo sabes? Pero te... More

SEGUNDA PARTE
1. Jaemin
2. Jaemin
3. Jeno
4. Jaemin
5. Jaemin
6. Jaemin
7. Jeno
8. Jaemin
9. Jeno
10. Jaemin
12. Jeno
13. Jaemin
14. Jeno
15. Jaemin
16. Jaemin
17. Jaemin
18. Jeno
19

11. Jaemin

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By ZaiJam


Loïc Nottet - Mr/Mme

A veces pensaba que las cosas iban a cambiar, papá regresaría a ser el hombre bueno que me llevaba en sus hombros y que vivía simplemente en mi memoria. Pensaba que volvería a poder contarle cada pequeña cosa que aconteciese en mi vida a mamá y ella me abrazaría diciendo que todo iba a estar bien. Pensaba que escucharía una canción en francés tarareada por la madre de Jeno mientras nos vigilaba.

Creía tantas cosas que resultaban lejanas que me estaba desesperando un poco más cada día.

Estaba oscuro dentro. Nadie se mantenía despierto, lo que fue un alivio porque no creía que ninguno de los dos estuviese listo para encontrarse con nuevos fantasmas del pasado. Tenía tanto miedo que me detuvo en el corredor, tomando el picaporte de mi habitación y le clavé los ojos en la espalda hasta que entró en su recámara. Tal vez el miedo era irracional, pero estuvo allí incluso cuando cambié mi ropa y me metí debajo de las sábanas.

Quería mantenerme despierto para no perderme el momento en el que la casa y los habitantes en ella por fin despertasen. Como si verlo fuese a garantizar que nada estallase.

Apreté la almohada contra mi pecho, el corazón corría una maratón aun estando atrapado por mis huesos.

Al final no dormí. Quizá lo hice por cortos intervalos donde lo que sucedía era que mi cabeza le daba un leve descanso a mi cuerpo y luego, me jodía la existencia.

Eran las 8:30 cuando el cansancio fue demasiado y mi mente se tranquilizó, igual a un apagón, sin sueños, sin movimientos.

Pero la calma nunca duraba demasiado.

La puerta se abrió y yo había adquirido la habilidad/maldición de despertarme al mínimo sonido. Cuando entreabrí los ojos vi en primera instancia el rostro de mamá, las arrugas comenzaban a ser cada vez más notorias y en sus ojos podía apreciarse la fatiga de una larga vida junto a mi padre.

–Hola, cariño.

Dijo, sentándose a mi lado y corriendo algunos mechones de mi frente. Su tacto tibio ayudó a apaciguar la ansiedad. Me abracé a sus hombros y le di un beso en la mejilla.

–Creí que nos veríamos cuando el verano terminase –adormilado, enderecé la espalda y le dediqué una suave sonrisa—. No es que no esté feliz de verte... mamá... debiste llamar antes.

Cuando ella correspondió mi sonrisa tuve un mínimo de esperanza renaciendo. Pensé: quizá vino sola, quizá me extrañaba y decidió que sería bueno obtener unos días para nosotros dos. Me gustaba ese plan, mamá siempre fue diferente lejos de la sombra acaparadora de papá.

Pero la esperanza murió rápidamente, luego recordé que nunca escapó de la estúpida cajita de Pandora.

–Son casi las doce, corazón. El almuerzo está listo...– suavizó la última palabra y me escaneó con ojos preocupados–, ¿te sientes bien?

Asentí, simplemente estaba un poco confuso y paranoico, sentía como si en cualquier momento iba a explotar una bomba nuclear instalada misteriosamente bajo nuestros pies.

Ella se fue mientras salía de la cama, busqué un pantalón cualquiera y abrí la puerta, refregué mis ojos al seguir el pasillo iluminado por los tenues rayos de sol.

El abuelo estaba allí, sentado en su sillón predilecto leyendo el periódico al tiempo en que acariciaba la cabeza de Zeus. Papá fumaba de pie cerca de la ventana, y él nunca había fumado dentro de casa. La garganta se me secó cuando miró por sobre su hombro en mi dirección. Vi el revoltijo confuso en sus orbes negros, un poco de asco, un poco de recelo, un poco de <<hola, hijo mío>>. Hizo un ademan como saludo y caminó hacia el sofá, centrándose en el partido de tenis que pasaban por la televisión.

–¿Todos listos para almorzar? – preguntó mamá con una enorme sonrisa que achicaba sus ojos–. Jae, ayúdame a poner la mesa.

–Claro —susurré, siguiéndola hacia el comedor.

No había rastro de Jeno o de Mina, no supe cómo sentirme con esa nueva información. Pero, en vez de que la desolación me consumiese, yo estaba aliviado. Era consciente del peligro que implicaba tenernos a todos nosotros juntos en una habitación cerrada.

Con cuchillos y otras posibles armas blancas...

En la tarde acompañé a mamá al supermercado y a la feria del pueblo más cercano. Cargué las bolsas de comestibles hasta el auto y esperé a que ella pagara y viniese. Nos compramos gafas de sol demasiado grandes para nuestros rostros, solo por diversión, y hablamos de la universidad de regreso a casa.

Excepto que al final del trayecto, ella preguntó:

–¿Ha estado todo bien últimamente?

No podía confiar en ella. Bastante le había dicho a Hyuck y todavía dudaba de esa decisión. No porque creyera que Hyuck fuese a decírselo a todos o me juzgase en un futuro, había visto bastantes veces mis lados 'feos' como para arrepentirse ahora de tenerme cerca, pero me costó exponer ante él las heridas confiando en no desangrarme en el proceso. No estaba listo para exponerlas ante nadie más.

–Sí, solo estoy cansado por los exámenes, no tienes de qué preocuparte.

Obviamente no la convencí. Mi voz temblaba cerca de mamá.

–Cariño– murmuró, estirando su mano y dando un leve apretón a mi pierna–, sé que volver a convivir con Jeno no debe de ser fácil, ese chico tiene muchos problemas. —Sus ojos fueron por escasos segundos a los míos y el miedo que vi en ellos no me gustó–. Si ha sido difícil, puedes volver con nosotros y...

Quién podría saber las mentiras que papá le había contado.

–Mamá– la corté–, está todo bien. No insistas.

Y a sus próximas preguntas solo las contesté con sí, no y cómo sea.



Jeno

El pequeño lugar con césped y arena era agradable, y sobre todo era tranquilo. Aquello me ayudaba a poder bloquear el pensamiento de todo lo que aconteciese a kilómetros de distancia.

Me había levantado a las 6:00 am, vestido con lo primero que alcancé de la valija e ido junto Mina rumbo al barco hundido. El camino era sinuoso y apenas conseguimos entrar en la zona donde la arena se convertía en pozos y pozos profundos. Nos quedamos por allí un rato, ella se protegió en la sombra, a mí no me importó que el sol quemase la piel de mi espalda.

Desayunamos alguna cosa con mal sabor y café amargo, luego manejé un largo trayecto recorriendo la costa hasta encontrar un mejor lugar en donde matar las horas.

Sentado en una de las rocas, sosteniendo la blusa de Mina entre mis manos, la vi a ella pasear por la orilla mojando sus pies, levantando la espuma del mar con una expresión entrañable. Nos imaginé en algunos años, quizás en Francia, quizás en algún otro sitio recóndito, paseando juntos por una playa desolada... y sentí una paz agridulce.

Cerré los ojos por un leve instante y le vi a él, pero Jaemin no sonreiría de esa forma al tocar el mar con sus pies, él de seguro me arrastraría y apretaría mi piel mientras recorría la orilla.

Entonces los abrí y vi la realidad.

Debía resignarme a ver esto, era lo correcto.

Seguía sintiéndose agridulce.

Me pregunté si este verano y todas sus colisiones serían una señal de que haber vuelto fue un error.

O tal vez era una prueba del universo.

Si así era, yo la estaba perdiendo. Seré realista, podía haberme ido desde el momento en que vi que él estaría allí pasando el verano con nosotros, Mina no hubiese puesto resistencia, una mirada sincera y ella entendería que necesitaba un escape. Pero debajo de mi piel, de mi carne, de mi sangre... no podía negar que quería verle.

Ahora, la intención de huida volvía.

Ver a Jaemin era extrañamente movilizador en un sentido vibrante y nostálgico. Fue como ver el mundo a través de un prisma de cara al sol. Ver a ese hombre era repugnante y martirizador, como ser enterrado vivo, con toda esa tierra cayendo, inundando tus pulmones mientras el oxígeno se acaba y
todo en lo que puedes pensar es en que con cada segundo angustiante te acercas a la oscuridad eterna.

Ella llegó a mí y desvaneció mis pensamientos.

Nos fuimos después de un largo tiempo.

No hablamos demasiado, Mina entendía que no quería hacerlo en estos momentos. Se mantuvo en el asiento del copiloto cantando en voz baja las letras de las canciones que sonaban desde la radio.

–Lo siento– le dije cuando estacioné cerca de la casa, la noche ya había caído y el cielo estrellado comenzaba a traerme los malos recuerdos del pasado.

–¿Por qué?– preguntó con una leve sonrisa, simplemente me encogí de hombros y ella bufó–. Está bien, me gustó el día de hoy. Tú, ¿estás bien?

—Todo bien.

Estiró el torso y acarició mi nuca, dejando un suave y tranquilo beso en mis labios.

Entré en la casa con mucho aire en mis pulmones y cada músculo tenso. Zeus ladró y movió la cola al vernos, Mina se agachó y jugó con él.

Permanecí con la vista fija en el frente.

A quien vi primero fue a la madre de Jaemin, usaba unos pantalones de tela fina, anchos y con un estampado floral, se estaba pintando las uñas en el sillón mientras hablaba con alguien.

Ese alguien era Jaemin.

Caminé hacia adelante, el corazón golpeando contra mis huesos, él giró un poco su cabeza cuando su madre se calló. Apenas nos vimos, pero su mirada cansada se avivó y la alarma que se encendió en sus ojos hizo estragos en mí.

Entonces alguien carraspeó y mi atención fue al hombre que apoyado en la pared fumaba un cigarrillo. No había cambiado, me seguía dando el mismo asco de siempre. E igual a un niño asustado del mundo en que vive y de sí mismo, clavé la vista en la escalera y subí los escalones sin respirar.

Pasé las siguientes tres horas acostado en la cama mirando al techo. Mina se acurrucó a mi costado y me acarició el pecho en lentos círculos. Preguntó sobre los padres de Jaemin y todo el mal ambiente que traían. Le contesté distante, algo sobre que como jamás los sentí cercanos y como pasé una mala adolescencia con ellos.

No dije nada más.

Ella tampoco escarbó.

Sus leves ronquidos acompañaron el murmullo desgastante de mis pensamientos.

Desde pequeño temí verme al espejo y descubrir en el reflejo a mi padre. Sonreí un poco en la penumbra de la habitación, pensando en cuanto envidiaba a Jaemin. Él era la contraparte de lo malo que su sangre tenía. Y yo seguía siendo un parásito descarnado de la mala piel de su padre.

Quería no pensar, cerrar mi mente o irme ahora mismo a cualquier lado del mundo. Mis recuerdos volvían arremolinados con fuerza solo por el simple hecho de saber que mi padre estaba en la planta de abajo, mintiéndoles a todos...

Mintiéndole a él.

Lo odiaba, tanto que gozaba al imaginarme qué hubiera pasado si ese día en su oficina hubiese tomado la carta y se la hubiese refregado en la cara a todos los que le importaban.

Ja.

Tonto de mí.

Dudaba que alguien le importase sinceramente.

El tipo solo tenía títeres que moldeaban su vida.

El mundo se sintió más frío cuando la hora de la cena llegó, preferí esperar a que todos durmiesen, aunque me desmayase en el proceso, pero Mina no parecía entender el por qué de mi encierro, ella se levantó y fue directo a cenar.

No pude dejarla sola.

No quería que cayera en la red de mi 'familia', no quería que ella también pensara que el que estaba mal era yo por no agradecer lo que me habían dado.

Así que tragué la jodida impotencia e hice el camino hacia el comedor.

Era una clase de guerra fría.

Me senté sin mirar a nadie, él tomó asiento frente a mí y me estremecí. Mis ojos volaron hacia Jaemin sentado a la derecha del abuelo. Estaba tan... sombrío, contrastante con la noche estrellada.

No pude levantar el tenedor, era una cena cara, carne y guarniciones. El apetito se había ido, solo pensar en tomar un bocado me provocaba nauseas.

Le escuché hablar, preguntarle cosas a Jaemin y a Mei, el primero respondiendo corto y distante, ella sonaba animada. Se rieron cuando Mei pronunció mal una palabra, todos lo hicieron menos Jaemin y yo.

El calor me encerró, sentí una gota de sudor resbalar por mi nuca, el molesto sonido de cubiertos y su voz profanando mi mente. Había escuchado decir que el odio era la perdición del ser humano, la facultad que oscurecía nuestras almas. Era fácil decirlo, pero si pudiesen decirme cómo me deshago del odio sería mucho más útil.

El grito subió por mi pecho y quedó atorado en mi garganta, doliente, clavé las uñas en la piel fina de mis palmas en busca de que un poco de dolor fuese suficiente para detenerme. Pero allí estaba de nuevo, su voz dándome asco, el sonido de risas y comida siendo masticada, la ansiedad golpeando contra las ventanas, dejándome a la merced de su obra de teatro.

Lo odié.

Esperé, respirando con prisa y sin remedio. Los sonidos difuminados en mis oídos, su maldita sonrisa grabada en mi mente, el grito de mi madre justo antes de que el auto diese la primera vuelta. Y quise matarlo, jodidamente, quería matarlo.

Era desesperante.

La sangre hirvió, los músculos se tensaron y mi cerebro solo repitió:

"Acaba con esto"

"Haz algo"

"Cobarde"

Quería que se acabase.

Quería arrojarle el tenedor y que por acto de magia diese justo en el blanco.

Quería ver su culpa sangrar hasta teñirnos a todos de verdad.

Hacerle daño, reventar su paraíso. Ni siquiera se merecía un corte limpio, solo uno desprolijo que le llegase al corazón y les mostrase a todos cuan putrefacta era su carne.

Entonces el hijo de puta me miró, sus manos sucias de mentiras tomaron los cubiertos. Dijo algo... algo que mi mente desquiciada no puedo descifrar.

–Jeno, ¿te encuentras bien? –la voz de Mina fue apenas audible, tan pero tan lejana.

Vi su mano en mi pierna y no la sentí.

Solo percibí el odio.

La amargura.

El cansancio.

Y entre todo ello, Jaemin también estaba allí. Sus ojos en un duelo jamás resuelto, pintado de rojo y azul. Quise sacarlo de la escena, no tenía nada que ver con el cuadro de ira y dolor que pintaba en mi mente.

Me concentré en la forma en que su boca se frunció y en cómo se esforzó para que ninguna bomba estallara en el comedor.

Anhelé tomar su mano y rogarle que abriese los ojos, que viese a través del acto.

Al mismo tiempo, quise que mi padre muriese esta noche. Porque no era justo que siguiese con vida mientras mi madre estaba enterrada en una tumba fría, donde los gusanos hacían sus nidos.

Quería matarlo.

Quería que se detuviese.

Que dejase de atormentarme.

Y cuando dijo mi nombre, con una sonrisa presuntuosa, la bomba estalló. El mundo se quedó en un silencio sordo antes de que todo el ruido volviese.

—La mataste— susurré.

Nadie lo comprendió, pero todos me miraron.

Me perdí en algún momento.

Las lágrimas salieron a los borbotones y me sentí morir de dolor.

—La mataste.

Mina puso una mano en mi brazo.

—Jen-

La silla en la que estaba sentado cayó hacia atrás cuando me puse de pie.

—¡La mataste!

El silencio sepulcral regresó, excepto que esta vez no era parte de mi imaginación. Solo miré a mi padre y al montón de grietas que comenzaban a formarse en nuestra larga, larga historia.

–Cierra la maldita boca...– dijo, con los dientes apretados.

Lloré y luego reí.

Me reí hasta el fin del mundo.

La madre de Jaemin también se puso de pie, sus manos extendidas sobre la mesa.

Me reí de ella.

Lloré por ella.

–Jeno, deberías calmarte...

—¿Lo sabías? El pecho me ardió cuando miré a la mujer– ¿Supiste todo este tiempo lo que le hizo a mamá?

Algo en su rostro se quebró. Una conmoción.

Cayó sobre la silla y clavó los ojos en la carne roja de su plato.

—Dile lo que hiciste, lo que le hiciste— mascullé hacia ese monstruo—. ¡Díselos!

Y él observó a Jaemin.

Su punto débil.

Mi punto débil.

Creo que en eso siempre seremos iguales.

Era en lo único en lo que podía comprenderlo, porque ver su rostro asustado, la tristeza en sus ojos marrones derramándose sobre su padre y sobre mí, era peor que cualquier infierno.

Lo siento... quería decirle ... pero me estoy rindiendo.

–Basta de este teatro–dijo ese hijo de puta. Y tuvo la audacia de reírse en mi cara–. Supongo que no prestarte atención ha sido un error grave, perdona a tu padre, muchacho.

Imaginé que así había sido con mi madre.

Tratándola como una loca.

La violencia del silencio y la manipulación siendo sus grandes cartas.

Caminé hacia su lado de la mesa.

Me miró con una sonrisa al ponerse a mi altura y fue cuando me di cuenta de que yo también era un hombre. Un poco más alto que él. Sujeté el cuello de su camisa y mi puño hizo estallar su labio inferior.

Trastabilló hacia atrás, la ilusión se rompió.

El hombre poderoso se convirtió en un ser patético en el suelo.

Podía matarlo, podía hacer que el bastardo se fuera directo al infierno, pero antes quería escuchárselo decir.

–¿Crees que nadie sabe la mierda que eres? – gruñí, avanzado hacia él–. ¡Te tienen miedo, tu hijo y tu esposa! No es respeto, no es amor, es miedo.

Se aferró al mantel de la mesa, la sangre roja en su rostro sería mi nueva corona.

–Niño imbécil... debí haberte dejado internado hasta que te pudrieras. No sirves para nada, jamás lo harás– escupió–, igual a tu madre.

Y mi puño impactó contra su mejilla, tanta fuerza ejercida hizo que los huesos crujieran y mis nudillos se retuerzan. Se sintió jodidamente bien.

–¡Cálmate hijo!– apenas escuché la voz del abuelo, no más que como una interferencia en medio de mi canción de guerra. Me abrazó contra su pecho, apretándome con la misma fuerza con la que le empujé–. Relájate Jeno, toma aire. Mira a tu alrededor... no vale la pena.

Lo hice.

Miré a Mina, lloraba en su silla.

Zeus estaba a su derecha, ladrando como si fuese navidad y los fuegos artificiales hubiesen comenzado.

Y entonces estaba Jaemin, no se había movido, no lucía más que ido.

¡Ayúdame...! quería gritarle a quién fuese, pero no pude, la ansiedad secó mi garganta y el dolor estrujó mis órganos.

–Arruinaste mi vida– dije sobre el hombro del abuelo, mirando al hombre que se había puesto de pie y lucía desastroso. –La amenazaste y la mataste. Te haré pagar, lo juro, te matar-

–¡Es suficiente!

Jaemin respiraba con fuerza.

Se acercó por entre los estragos del estallido y sostuvo mi mano.

Me estaba ahogando, asfixiando, el dolor me está destrozando. Entendí lo que sintió ese día en el que el mar se lo llevó.

Sus delgados brazos me rodean la cintura y apoyó la barbilla en mi hombro.

Dijo: –Lo siento.

Y comencé a llorar otra vez.

Caí al piso.

Él cayó conmigo.

Todo lo que se escuchó fueron mis jadeos y mi corazón desgarrándose.

Sus dedos treparon a mi cabello, acarició tarareando una canción conocida.

–Estoy desecho– susurré solo para él.

Jaemin siguió con su canción.

Me aferré a él como a un salvavidas en medio de la peor tormenta de nuestras vidas.

♥️

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