A Gilgamesh nunca le atacaba el frío durante las noches, siempre estaba rodeado de sábanas de calidad, mas, por muy que no fuese precisamente una sábana, tenía una favorita. Esta era tan suave y reconfortante que adoraba tenerla acunando su cuello y tórax, protegiéndolo de las ráfagas heladas del viento. Las demás sábanas de su lecho le envidiaban, tenía el favoritismo del rey de oro más que ganado.
Gilgamesh estaba bastante acostumbrado a recibir calor de ella, tanto que, cuando esta no se hallaba acunando su cuello, le costaba conciliar el sueño. Al dueño de aquella suavidad le causaba gracia ver a su rey encaprichado con sus hilos verdosos, por lo que, jocoso y amable le decía:
—¿Estás cómodo, Gil?
En todas esas ocasiones, el rey le mandaba a silenciar mientras acogía a su amigo con mayor firmeza.
No había frío que los brazos de la muñeca de arcilla no pudiese evitar. La calidez siempre rodeaba el cuerpo del ser andrógeno, destacando vida y sentimientos más humanos que los que tenían estos mismos. Mas el capricho de una diosa le hizo perder su fuente de calor y tranquilidad. El manto amable y sonriente que rodeaba dulcemente su cuello se había reducido a barro frío, carente de calor.
Gilgamesh jamás sintió tanto frío hasta aquel entonces, estando tan desolado y vacío. Ahora se tenía que conformar con sencillas sábanas en un consuelo poco digno e impregnado en nostalgia.
—Me inspiré en la imagen de multimedia,
fue simplemente inevitable.