La Reina Prisionera

By Vivir-al101

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Ella cedió su fortuna... por él. Prescindió de sus comodidades... por él. Abandonó a su familia...por él. Dej... More

SINOPSIS
🍂 PERSONAJES 🍂
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NOTA
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By Vivir-al101

Un beso sabor a chocolate

Resulta princesa, que no nos cree que sea nuestra prisionera, porque al parecer, usted, la futura reina de Vrismus, desertó por voluntad propia para unirse al reino de Halhed.

El recuerdo viajó a través de las telarañas de mi mente y se asentó en ella. Desertar para unirme al reino de Halhed. Un acto sinónimo de traición.

Cuando el rebelde lo mencionó en su momento, no ahondé lo suficiente en sus palabras por la incongruencia en sí. A ver, escribí una carta, la dejé con mi hermanito Blas, lo cual automáticamente, para mí, garantizaba que había sido leída. Las posibilidades de que mis padres creyeran semejante disparate eran mínimas.

Sin embargo...ahí, empapada de agua de lluvia, repleta de barro y sangre, sentada en una silla raída de madera, en una cocina de piedra cero acondicionada, le di crédito a esas palabras.  ¿Y si de verdad creyeran eso? ¿Y si esa fue la razón por la que no mandaron por su hija? Si así era, el gran misterio sería entonces la causa de ese pensamiento, lo que los llevó a creer que su hija se fugó para unirse de alguna forma al reino de Halhed.

¿Qué? ¿Qué los motivó a pensar eso?

Un movimiento a mi derecha me arrancó de mis pensamientos. Era el rubio, quién con una expresión seria y cansada, arrastró una silla ubicada en la esquina que daba a la puerta, para sentarse a mi lado. 

Aguardé paciente a que se acomodara. Luego, con una voz ronca debido al prolongado tiempo que permanecí en silencio, le repetí la incógnita que horas atrás le había formulado Izan.

— ¿Por qué confías en mí?

 ¿Por qué confías en ella? Le había espetado el joven en modo de reclamo cuando pisamos la casa de Carm nuevamente, y les confesé mi conocimiento sobre el antídoto que podría salvarle la vida al rebelde.

Fue incómodo, porque el rubio me apoyó, pero Izan se negó rotundamente. Aparentemente, le preocupaba que mi intención estuviese a cien años luz de ayudar a su amigo.

Admito que no desgasté mi saliva en defenderme, en explicarle que yo había agarrado una espada para atravesar el pecho de uno de los míos, no del rebelde que luchaba por vivir en una habitación cercana. No fue necesario tampoco, el rubio sin reservas me autorizó prepararlo ignorando la cara de molestia del castaño. Yo lo hice. Le pedí varios ingredientes imprescindibles, él los consiguió, y listo.

No puedo negar que mi mano tembló mientras lo preparó... mientras trituró las hojas verdosas secas arrancadas de un árbol especial sobre todo. Era la parte esencial del proceso, la que determinaba cuán efectivo podría resultar el antídoto. Temblé por esa razón, porque era la primera vez que ponía en práctica una de mis lecciones y las probabilidades de que funcionara yacían en un veinte por ciento.

  — No eres como tu madre.

La mirada que me dedicó al girar mi rostro hacia él, me reveló tantas cosas y al mismo tiempo nada...porque no la supe interpretar. Era extraña la actitud de él conmigo, siempre tan amable, tan colaborador, tan atento...en eso me encontré pensando mientras admiraba las hebras de cabello rubio que le caían en su ojo derecho. ¿A qué se debía tanta benevolencia?
No podía averiguarlo, así que me obligué a cortar el contacto visual y así, él no se percatara de mi exámen.

  — Eres consciente que de pronto no sirva, ¿cierto? —Decidí aclarar.

Su pesadumbre habló por él. Lo sabía. Sabía que la respiración lenta que gozaba su amigo en ese momento, se podía convertir en una inexistente si el antídoto fallaba. No obstante, comentó. 

  — Confío que en el castillo son tan buenos luchadores como profesores. 

—  Una cosa es el profesor y otra el estudiante. 

Él suspiró, me observó con esos ojos azules encantadores, y musitó.

— Tengo Fe.

Seguido, sacó unas llaves del bolsillo de su uniforme empadado de suciedad.

— Tengo que llevarte a la celda —Dijo — Abdón está por venir y lo ordenó. — Realizó una mueca —Tampoco aprobó mi decisión de permitirte hacer ese antídoto. 

La mención de Abdón me revolvió el estómago, no obstante, busqué su mirada azulada de nuevo, y asentí en comprensión.

  — Ya entiendo porqué Izan y él se la llevan tan bien.  

Eso pareció espabilarlo. Su expresión de preocupación, se volvió grave.

  — Izan no es una mala persona, princesa. Solo está un poco perdido esta temporada.  

No objeté como deseaba, en cambio, le dejé guiarme afuera de la cocina.

Todo era un caos. Las mesas, sillas, cajones, nevera, todo se hallaba desperdigado en el suelo, todo lo habían saqueado. Y las paredes, llenas de sangre. Así se encontró una vez el rubio e Izan se apresuraron a auxiliar a su amigo en la cueva para trasladarlo hasta Carm, y así permanecía. Eran unos cuantos los rebeldes que pululaban alrededor, las bajas, por lo visto, fueron muchas. Según lo que el rubio me reveló sin yo preguntar en el instante que alcanzamos el umbral de la casa, los que se refugiaron en el pasadizo fueron sus amigos de confianza, los que se destacaban en habilidades de lucha como para aguantar más que el resto y llegar hasta allá, y aquellos que por suerte, se hallaban cerca de la oficina cuando la guardia irrumpió. Esos rebeldes se reducían a veinte de ochenta que merodeaban en la casa. El alivio en el rostro del rubio al anexar que previamente a la pelea, a los rebeldes más jóvenes, de quince y catorce años, Elián los había mandado al mercado por provisiones, por lo que estaban ilesos, se traspasó a mí. Tantas muertes, nunca había visto desde un ángulo tan cercano algo semejante. Me estremecía con cada paso que avanzaba hacia los pasillos y debía esquivar hasta charcos de sangre. Brutal, así era la guardia real de mi madre.

— ¿Por qué tú e Izan no tienen ni un rasguño? ¿No pelearon?

Indagué faltando dos metros para llegar a la celda. Lo hice para paliar el deseo de formular la pregunta que verdaderamente anhelaba conocer: ¿Cuáles fueron los términos que pactaron con mi madre para llevar a cabo el trato? Ó ¿Por qué únicamente los tres –junto conmigo– abandonaron Rose a media noche? ¿Eso formaba parte de los términos? o ¿Qué canción tocaban en el asunto? En mí opinión, si todos los rebeldes que planearon traer de Rose en ese entonces, hubiesen estado, quizás las bajas, hubiesen sido menores.

— Yo no. No me encontré a nadie en el camino. E Izan, no sé, él ya estaba en el pasadizo cuando entré. — Una sombra de arrepentimiento pasó por sus ojos — Izan me dijo que Elián estaba con él también, pero que se regresó a buscar a los otros para llevarlos al pasadizo.

— ¿Buscar a los demás rebeldes?

Asintió.

— ¿Pretendía hacerlo solo?

Su silencio habló por él. Noté como tocó por inercia una manilla de perlas negras que adornaba su muñeca izquierda. La manilla era delgada, al punto, de aparentar ser un hilo. A leguas se palpaba su desgaste, como si nunca se la quitara.

— Lo esperamos, ¿sabes? Izan y yo nos quedamos en mitad del pasadizo esperándolo mientras el resto se iba a Rose. — Tragó saliva — Pero no salimos a buscarlo. Aunque vimos lo demorado que estaba, no lo hicimos. Nos quedamos ahí horas, mirándonos las caras, sin hacer nada. — Metió ambas manos en los bolsillos delanteros de su uniforme — Después fue que salimos, cuando creímos seguro — La tristeza le apagó el brillo de sus ojos — No había nadie en la casa. Únicamente heridos y muertos. Lo buscamos, por todos lados, hasta que escuchamos el pito, y supimos que era él.

— ¿Sientes que es tu culpa? — Me atreví a decir.

— Elián e Izan son como hermanos para mí. Siento que abandoné a mi hermano por cobarde.

Sus palabras me enmudecieron. No hallé que agregar, y él pareció agradecer mi silencio.

Una bolsa verde captó mi atención al cabo rato. Mis pertenencias, que se debieron caer esa misma madrugada con el agite. La recogí y lleve conmigo hasta la celda. Allí, el rubio me encadenó, para luego salir dejándome con el sin sabor del día en la boca.

Era de noche. Aproximadamente una hora después de la cena, cuando el castaño despertó. El antídoto funcionó. Yo me enteré, gracias al Rubio, quién con el rostro iluminado de alegría, se presentó en la celda para informarme.

— Está bien — Soltó entrando— Está vivo.

Los dientes que me mostró en una gran sonrisa le agració su rostro. Yo dejé de morder la barra de chocolate que hallé en mi bolsa y que opté por comer después de que mi estómago reclamara alimento –la misma barra de chocolate que el rubio me había regalado, por cierto– y le devolví la sonrisa. Porque de verdad sentí el alivio recorrerme el cuerpo.

— Gracias. — Me dijo agachándose a mi altura.

Yo, sentada con la espalda pegada a la pared, le dije que no se preocupara. No había nada que agradecer.

Él insistió.

— No, sí. De no ser por ti, Elián estuviera muerto.

Sus ojos se desviaron al chocolate que reposaba en mi mano, y, con la sonrisa aún más expandida, me lo arrebató para darle un mordisco.

— Estos, sí que tienen suerte.

Fue raro presenciar su felicidad, pero fue peor, cuando sin previo aviso, me haló hacia él para darme un abrazo.

Sí, me abrazó. Fue corto, más perduró mi asombro que él, pero un abrazo al fin y al cabo.

— Estoy seguro que no me equivoco contigo. — Susurró a la vez que se alejó.

Sus palabras y su gesto me dejaron estática. Con un signo de interrogación flotando en mi cabeza. Sin embargo, no fue eso lo que me dejó atónita ese día, no. Lo que realmente me obligó a permanecer en Shock, fue lo que hizo después: Me miró a los ojos con la intensidad de un faro en plena oscuridad y...

Me besó.

Su boca, encargándose primero de dedicarme una pícara sonrisa, se pegó a la mía y se adueñó de mi labio inferior, pese a que ni este, ni el superior, se movieron en absoluto.

No fue un toque, no fue un beso suave. Fue un beso de posesión. De esos que utilizas cuando tú intención es gritarle a la otra persona que le encantas y que solo dura un abrir y cerrar de ojos.

Así lo sentí yo. Que meramente espabilé, y el rubio estaba sobre mí, volví a espabilar, y ya no estaba.

— Es que tenías chocolate regado, debía quitártelo. — Se excusó de manera descarada al apartarse. Como si su acto fuese normal.

Mi expresión representó el perfecto: What the fuck?

Él, solo movió su boca como quién saborea un sabroso dulce, o en este caso, el supuesto chocolate quitado, y me observó. Sin ninguna pena, arrepentimiento, o vergüenza. Al contrario, intuí que añadiría una apreciación con algún tinte malicioso. Pero una voz melosa, le frustró la intención.

— Khalil.

El mencionado reaccionó al llamado y se volvió hacia el emisor. La platinada.

— Eileen, ¿Qué haces aquí?

La sorpresa pero también la alegría brilló en su mirar al verla en el umbral de la celda. Lo mismo fluyó en la de ella. Ambos se fundieron en un abrazo pasado segundos.

— Abdón me envió. Ocurrió un percance, no puede venir hoy a Carm. — Explicó al separarse.

Fui consciente de la rapidez con que los ojos de ella viajaron a mí. Evaluadores. Reflexivos.  Agradecí que su atención se desviara hacia otro punto segundos después, hacia un rebelde que se presentó alegando que necesitaba con urgencia al Rubio, por lo visto, se trataba de un recado de Izan. Este no dudó en ponerse en marcha y salió de la celda a su encuentro.

La platinada entró entonces, con un caminar propio de las reinas de belleza, con el tipo de caminar que los artistas únicamente utilizan en la alfombra roja de los Oscars. Entró reparándome. Su escáner visual pasó de mi cabeza hasta la punta de los dedos de mis pies. La afabilidad que en su momento me concedió, se perdió. Fue como si hubiese cambiado de rostro, como si el de la chica buena y tierna que me había mostrado, lo hubiese desechado por el de diva empoderada que ahora mantenía... Por el que parecía gritarme: No soy la dueña del mundo pero sí la hija del dueño. Fue tan intenso, que me obligó a levantarme. Me debatí internamente por dos opciones cuando la tuve demasiado cerca para mi gusto: moverme lejos de ella, o saludarla. La segunda opción hubiese sido la ideal, la normal, pero escogí la primera. No me provocaba que percibiera que me intimidaba, si hablaba.

Traté de avanzar por lo tanto, pero la mano que puso en mi estómago nada más moverme, fue un obstáculo.

— Le rompes el corazón. Te rompo los huesos. — Sentenció. Su voz sonó dulce, pero afilada y peligrosa.

Supuse que si un pintor hubiese captado la situación, la tentación de grabarla con un pincel sería abismal. Recreé el cuadro que pintaría en mi mente: Dos mujeres. Una rubia, otra pelinegra. Una de cara a la pared, la otra de cara a la salida. Ambas cerca. Una junto a la otra, unidas por la palma extendida de una de ellas en el estómago de la otra. Discrepancia en sus expresiones; una reflejando confianza y amenaza. La otra, perplejidad.

Un cuadro interesante.

— ¿Ah? — Exhalé.

La postura de ella no vaciló ante mi desconcierto. Es más, pretendía agregar, asumí, que otra amenaza, pero la voz apremiante de su hermano la interrumpió. El rubio se abrió paso hasta nosotras corriendo, sacó las llaves para quitarme las cadenas, y lo que entendí, es que el castaño requería atención médica. Yo no era doctora, sin embargo, su semblante me informó que el antídoto había tenido que ver en el problema, fuera cual fuese.

Rogué en mi interior que no fuese de gravedad. Pensé que al final de cuentas, ese antídoto había sido un fracaso. Pero no. Al pisar el piso de la habitación en la que lo cuidaban, me encontré con una buena noticia: vomitaba.

De acuerdo a mis lecciones en el castillo una de las maneras idóneas de corroborar la efectividad del antídoto, era esa. La persona debía vomitar. Esa era una reacción natural frente a este contraveneno en particular.

— Ha estado así desde hace cinco minutos. — Notificó Izan preocupado.

Tanto la platinada como el rubio se dirigieron a auxiliar al castaño cuando este tuvo un descanso entre cada arcada.

El rebelde odioso que tenía en frente distaba mucho del de días anteriores. Este, estaba demacrado. Vendado, con las heridas suturadas ya, no obstante, demacrado. Casi moribundo.

Le facilitaron otra caneca en el instante que otra arcada lo atacó.

— Llamamos al doctor Torres. Estará aquí en diez minutos otra vez.

— No será necesario. En dos dejará de vomitar.

Atrapé miradas con esa declaración.

— En ese estado normalmente duran siete minutos. Después, estará perfectamente. — Me expliqué.

Ciertamente, transcurrido los dos minutos el rebelde cesó su vomito. Todos fuimos testigos del momento en el que suspiró, como aliviado de descargar lo que contenía su estómago, aunque por lo visto, meramente fuese agua si analizabamos la caneca.

El silencio que se apoderó del habitáculo húmedo por los estragos de la lluvia, se rompió al castaño erguirse en la cama.

— Espero que esas caras de muerto la tengan por el corte de cabello de Izan tan gay y no por mí.

Como un interruptor de luz que se enciende justo cuando tus esperanzas de que lo hiciera se perdieran luego de un día entero sin electricidad, se iluminaron las expresiones de los tres rebeldes de la habitación.

— La verdad es que la tenemos así porque Khalil quiere ponerse el pantalón apretadito tuyo que escondes en el clóset. — Rebatió Izan.

— Hey — Reaccionó el rubio de inmediato — Era secreto.

Todos rieron ante el tono de confidencialidad que utilizó. Acto seguido, la platinada suspiró.

— Es un placer tenerte vivo, Elián.

Los ojos del castaño se llenaron de calidez. Los demás, lo acompañaron. Estuve segura que si no fuese por la debilidad del rebelde, sus tres amigos lo hubiesen asfixiado en un abrazo.

La calidez se le esfumó, sin embargo, al advertir mi presencia. El ambiente alrededor se tornó incómodo.

— Ella hizo el antídoto. — Izan le informó, como si quisiera endulzar el aire.

En sus ojos, además, atisbé la culpa, el arrepentimiento y el agradecimiento. Por dudar de mis intenciones, por casi obstaculizar la salvación de su amigo, por salvarlo.

— Quiero descansar. — Fue todo lo que comentó el rebelde.

Una despedida. Todos la acataron y afirmaron visitar en una hora.

Sorprendente, pensé, que a pesar de todo la actitud de él fuese tan...odiosa.

De vuelta a la celda, en compañía del Rubio y su hermana, suspiré.

— Nos vemos a media noche, princesa. — Susurró él entregándome lo que quedaba del chocolate, que, me di cuenta, había conservado. A sabiendas de la presencia de su hermana, a sabiendas que lo escucharía, y sin claramente, importarle.

Crucé miradas con ambos y lo ví, la promesa que desprendían. Cada uno. Aunque dudaba, que la de la platinada fuese la misma que la de su hermano.

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