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Un beso sabor a chocolate

Resulta princesa, que no nos cree que sea nuestra prisionera, porque al parecer, usted, la futura reina de Vrismus, desertó por voluntad propia para unirse al reino de Halhed.

El recuerdo viajó a través de las telarañas de mi mente y se asentó en ella. Desertar para unirme al reino de Halhed. Un acto sinónimo de traición.

Cuando el rebelde lo mencionó en su momento, no ahondé lo suficiente en sus palabras por la incongruencia en sí. A ver, escribí una carta, la dejé con mi hermanito Blas, lo cual automáticamente, para mí, garantizaba que había sido leída. Las posibilidades de que mis padres creyeran semejante disparate eran mínimas.

Sin embargo...ahí, empapada de agua de lluvia, repleta de barro y sangre, sentada en una silla raída de madera, en una cocina de piedra cero acondicionada, le di crédito a esas palabras.  ¿Y si de verdad creyeran eso? ¿Y si esa fue la razón por la que no mandaron por su hija? Si así era, el gran misterio sería entonces la causa de ese pensamiento, lo que los llevó a creer que su hija se fugó para unirse de alguna forma al reino de Halhed.

¿Qué? ¿Qué los motivó a pensar eso?

Un movimiento a mi derecha me arrancó de mis pensamientos. Era el rubio, quién con una expresión seria y cansada, arrastró una silla ubicada en la esquina que daba a la puerta, para sentarse a mi lado. 

Aguardé paciente a que se acomodara. Luego, con una voz ronca debido al prolongado tiempo que permanecí en silencio, le repetí la incógnita que horas atrás le había formulado Izan.

— ¿Por qué confías en mí?

 ¿Por qué confías en ella? Le había espetado el joven en modo de reclamo cuando pisamos la casa de Carm nuevamente, y les confesé mi conocimiento sobre el antídoto que podría salvarle la vida al rebelde.

Fue incómodo, porque el rubio me apoyó, pero Izan se negó rotundamente. Aparentemente, le preocupaba que mi intención estuviese a cien años luz de ayudar a su amigo.

Admito que no desgasté mi saliva en defenderme, en explicarle que yo había agarrado una espada para atravesar el pecho de uno de los míos, no del rebelde que luchaba por vivir en una habitación cercana. No fue necesario tampoco, el rubio sin reservas me autorizó prepararlo ignorando la cara de molestia del castaño. Yo lo hice. Le pedí varios ingredientes imprescindibles, él los consiguió, y listo.

No puedo negar que mi mano tembló mientras lo preparó... mientras trituró las hojas verdosas secas arrancadas de un árbol especial sobre todo. Era la parte esencial del proceso, la que determinaba cuán efectivo podría resultar el antídoto. Temblé por esa razón, porque era la primera vez que ponía en práctica una de mis lecciones y las probabilidades de que funcionara yacían en un veinte por ciento.

  — No eres como tu madre.

La mirada que me dedicó al girar mi rostro hacia él, me reveló tantas cosas y al mismo tiempo nada...porque no la supe interpretar. Era extraña la actitud de él conmigo, siempre tan amable, tan colaborador, tan atento...en eso me encontré pensando mientras admiraba las hebras de cabello rubio que le caían en su ojo derecho. ¿A qué se debía tanta benevolencia?
No podía averiguarlo, así que me obligué a cortar el contacto visual y así, él no se percatara de mi exámen.

  — Eres consciente que de pronto no sirva, ¿cierto? —Decidí aclarar.

Su pesadumbre habló por él. Lo sabía. Sabía que la respiración lenta que gozaba su amigo en ese momento, se podía convertir en una inexistente si el antídoto fallaba. No obstante, comentó. 

La Reina PrisioneraWhere stories live. Discover now