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Lo bueno.

— Lo que me encanta de sentarme a observar la aparición del Alba, es que si cuento con suerte, puedo apreciar la Aurora antes de que salga el sol.

Escuché a su hipnotizante voz comentar en un susurro.

— ¿Alguna vez te conté que mi madre siempre decía que la Aurora es una diosa? — Siguió, con un deje de melancolía. — La diosa del amanecer, la diosa de lo bueno. Ella solía rezarle en silencio. — Una sonrisa de labios cerrados surcó su rostro — Era fiel creyente de que todo en esta vida llevaba consigo algo positivo. Hasta las cosas más viles poseían algo de ello. Únicamente debíamos buscarlas, porque según ella, lo que pasaba es que las personas tendían a mirar la suciedad superficial, y no se esmeraban por agitar para ver la transparencia que el fondo constantemente oculta.

Ya era costumbre que cuando el tema de conversación se centraba en su madre, él desprendiera tristeza incluso en su manera de sentarse; sobre una manta, con las manos apoyadas en el suelo... blancuzco en ese momento por la nieve, una pierna recogida formando un triángulo, unas cuantas hebras de cabello rubio moviéndose debido al aire frío, y la vista perdida en el horizonte.

— Ella fue quién me la mostró. Gracias a ella, sé lo fascinante que puede ser el mundo si nos sentamos a mirarlo y respirarlo.

— Me hubiese gustado conocer a tu madre. —Le revelé.

Él suavizó su expresión.

— Estoy seguro que esté donde esté, ya ella te conoce, y lo mejor, te aprueba.

No pude evitar sonreír. Mi corazón se aceleraba cada vez que de su boca salía una oración complaciente.

— No lo creo. Quizás esperaba algo más que una futura reina para su hijo — Alardeé aposta al cabo rato.

Él en consecuencia, realizó el gesto que esperaba; entornó uno de sus ojos, a la vez que alzaba la comisura derecha de su labio como símbolo de: ña. Seguido agregó.

— Tendrá que conformarse.

Y el brillo pedido regresó a él.

— Mi madre también aseguró otra cosa — Comentó más alegre.

— ¿Que cosa?

Una sonrisa taimada se desplegó en su bello rostro.

— Afirmó, que la persona con la que mirara la Aurora en un día especial para mí, era la persona con la que estaba ligada para pasar el resto de mi vida.

Comprendí su indirecta, por lo que una corriente de emoción recorrió mi cuerpo. Estaba sentada con él sobre una manta, en el balcón de una de las habitaciones menos utilizadas del castillo, abrazando mi abrigo por el frío de la madrugada. En el medio yacía una torta pequeña con una vela, en honor a su madre, que cumplía cuarenta y tres años. Edad, que no podía celebrar con ella, porque en ese tiempo, llevaba tres años de fallecida. En resumen, ese era un día especial para él, y ambos esperábamos la Aurora, sin embargo...

— ¿Será mala señal entonces que no aparezca hoy? porque la verdad, ya no creo que salga.

Se volvió hacia mí.

La Reina PrisioneraWhere stories live. Discover now