PENDEJO /El ángel/

By KhaleesiRen

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Carlitos siempre puede volverse un poco mas psicópata. Ramón lo sabe, y así le gusta. More

Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 14
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 21
Epílogo

Parte 4

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By KhaleesiRen


Ramón se despertó sobresaltado, como si acabara de tener un mal sueño, ¿Todo había sido un sueño?. No, el cuerpo de Carlitos estaba relajado debajo del suyo, durmiendo plácidamente.

Se tenían que ir de allí ya mismo.

-Carlitos – lo llamó – Despertate ya, pendejo.

Ramón se paró intentando buscar su ropa en el suelo cuando recordó que debía estar en el baño. Se sentía algo mareado por haberse levantado tan rápido. La ducha seguía todavía abierta, la cerró y tomó la ropa de Carlitos que estaba empapada, la suya yacía húmeda en el piso.

-La puta madre – insultó nervioso.

Dejó toda la ropa allí y salió corriendo desnudo hacia la cocina, allí encontró una bolsa de compras. Cuando volvió al baño miró hacia el pasillo y pudo ver los cuerpos sin vida de los dos hombres. Nada había sido un sueño, todo era más real que nunca y necesitaba reaccionar, los dos necesitaban reaccionar rápido.

Metió la ropa de ambos en la bolsa y corrió nuevamente a la habitación, en donde Carlitos seguía durmiendo.

-¡Pendejo, la puta madre, nos tenemos que ir ya! – le grito, sacudiéndolo.

-Para... tranquilo.

-¿Tranquilo?

Ramón abrió el ropero de Federica y tomó lo primero que encontró, se lo puso y le lanzo algunas prendas a Carlitos. Éste, aún adormilo, se levanto de la cama y se las puso.

-Me queda grande, Ramón.

-Me importa un carajo, pendejo. Vámonos ya.

Salió disparado hacia la puerta de entrada cargando la bolsa con ropa mojada, agradeció a Dios que en la casa no hubiera nadie, la luz de la ventana le informaban que aún estaba oscuro afuera, pero no tardaría mucho en amanecer.

Se freno antes de salir, no lo pudo evitar. Se arrodillo junto al cuerpo de Federico y lo miró por última vez, estaba tan pálido y frío, tan diferente a como lo recordaba.

Pendejo maldito.

Se inclinó sobre él y depositó un beso de disculpas y despidida sobre su frente, sobre todo de disculpas, se sentía responsable por su muerte, a veces no hace falta apretar el gatillo para sentir que mataste a alguien.

Antes de pararse pudo ver unos pies descalzos con un pantalón color beige arremangado en sus tobillos. Se paró y pudo ver a Carlitos con una camisa que le quedaba enorme, sus rulos despeinados y su semblante serio, casi desafiante.

-Me volves a cagar con alguien y te mato – le dijo.

Ramón se sintió indignado ante la amenaza, el pendejo no era nadie para decirle con quien tenía que estar o a quien se tenía que coger, no era su señora, el era libre y podía hacer lo que quisiera con quien quisiera. Pero en lugar de soltar todos sus pensamientos simplemente le respondió.

-Y yo a vos también.

Carlitos, diferente a él en sus reacciones y pensamientos, solo le dedico una sonrisa casi macabra y se acercó para besarlo en sus labios antes de mirarlo nuevamente y pasar por sobre el cuerpo muerto de Federico.

-¿Nos choreamos el auto de él? – preguntó Carlitos.

-¿Estás loco, pendejo? ¿No te bastó con matarlo?

Ambos salieron del predio donde estaba la mansión con mucho cuidado de no ser vistos, caminaron un par de cuadras y robaron un auto medio viejo color rojo. Carlitos, como de costumbre, comenzó a revisar los objetos de la guantera. Ramón no podía creer que estuviera tan tranquilo, con su mirada puesta en la calle, casi relajado. Se le notaban mucho los chupones en su piel blanca.

-Vas a tener que andar con bufanda – le dijo Ramón.

-No. No me importa que se me vean, al contrario.

Pendejo exhibicionista.

Ramón intentaba sacar de su mente lo que había pasado, convencerse de que la policía no iba a querer investigar el asesinato de un maricón por más plata que tuviera. En la casa no había nadie que lo hubiera visto, y nada de él que lo comprometiera, todo iba a estar bien, no iba a quedar pegado.

Cuando llegaron a la habitación de la pensión, Ramón se metió rápidamente al baño, se quito la ropa de Federico impregnada con su olor, abrió la ducha y se metió. Se sentía sucio y pegajoso, no solo en su piel, sino también por dentro. Por un momento pensó en recurrir a su padre y contarle todo para que lo orientara, pero lo descartó inmediatamente, lo iba a matar si se enteraba que andaba cogiendo con tipos.

Llevo sus manos a la cara y respiró hondo, intentando aliviar la preocupación de su pecho.

Cuando salió del baño con solo una toalla en su cadera, pudo ver a Carlitos sentado en la cama, mirando hacia la nada, con su prominente boca rosada y su ropa gigante, sus manos estaban juntas sobre sus piernas, como un nene esperando el castigo de un adulto. La luz del sol comenzaba a asomarse y entraba por la ventana, reflejándose detrás de él, dándole un aura aún más angelical.

Pendejo divino.

-¿Estás enojado conmigo? –le preguntó.

-Que se yo. Puede ser, si.

Carlitos lo miró, pero enseguida desvió sus ojos hacia otra parte de la habitación.

-Es que yo te amo – confesó.

Ramón sintió algo extraño en su pecho, jamás nadie le había dicho eso y se sentía tan raro. Nunca fue un chico de emociones, ni de experimentarlas ni de expresarlas, ni siquiera el mismo sabía ponerle un nombre a las cosas que sentía, prefería ignorarlas.

-No sabes lo que es el amor, Carlos.

-¿Y vos si?

Tampoco supo responder a eso, el pendejo lo estaba desesperando.

-No sé, no sé nada de eso. Vamos a dormir.

-No, espera.

Carlitos se paró y caminó los pocos pasos que lo separaban de Ramón. Se acercó, tomo sus manos y le dedicó una sonrisa.

-¿Me perdonas? – le dijo.

-Yo no soy el que te tiene que perdonar por las cosas que haces.

-No iba con intención de matarlo. Es que estaba muy celoso.

Ramón se estaba poniendo nervioso escuchando las confesiones, no le gustaba ser tan abierto, sobretodo porque aún no sabía lo que le estaba pasando internamente.

-Mirame – le pidió Carlitos.

Ramón lo hizo.

-¿Qué quisieras hacerme ahora?

Ramón lo miró durante un tiempo, y lo pensó. Solo tenía el impulso de hacerle una cosa, y se la dijo.

-Ahorcarte.

-¿Hasta matarme?

-Sí.

-¿Y después? ¿Te gustaría vivir sin mí?

-No.

-Sacate la bronca – lo desafío.

-¿Qué?

-¡Hacelo!

A Ramón se le estaba calentando la sangre. Llevó una mano hasta el cuello de Carlitos y apretó.

-Hacelo con las dos manos, no soy tan frágil.

Pendejo masoquista.

Ramón colocó ambas manos en el cuello de Carlitos y apretó, y cuanto más recordaba las cosas que había hecho, más apretaba. Lo apretaba pensando en Federico, en esa linda chica, en los tipos del bar, en el pobre viejo, en el mismo, en su manipulación constante, en cómo había puesto su vida de cabeza, en su boca carnosa, en su despreocupación, en su libertad.

Pensó en quitarle esa libertad que tanto amaba, como él se la había quitado a los demás. Sintió como Carlitos se debilitaba bajo sus manos, y tuvo que sostenerlo para que no callera al piso.

-¡Carlitos!, ¡Carlos! – lo sacudió preocupado.

Se le había ido la mano, Carlitos se había desvanecido en sus brazos y jamás en su vida había sentido tanto miedo y desesperación. Lo acostó en la cama e intentó hacerlo reaccionar golpeando su rostro.

-Carlitos mi amor, perdón. Perdón – le decía, sintiendo como sus ojos comenzaban a llenarse de lagrimas.

Pensó en ir a pedir ayuda a la recepción cuando Carlitos recobró la conciencia, tosiendo repetidas veces, recuperando el aire.

-¡Ay pendejo!, que cagaso me hiciste pegar – le dijo, abrazándolo.

-No pasó nada, estoy bien – le dijo con voz suave, aún recuperándose.

-Pensé que te había matado, boludo.

Volvió a abrazarlo con fuerza, aún pensando en la posibilidad de haberlo perdido, de haberlo perdido bajo su propia mano. Lo beso, lo beso como si fuera la última vez.

En segundos estaban desnudos nuevamente, Carlitos le había sacado la toalla de sus caderas, y Ramón había mandado a volar el pantalón y la camisa gigante. El más chico tomó el control de la situación, y Ramón se dejo controlar, porque era lo más glorioso que había visto. El pendejo se sentó sobre su pene erecto como si fuera lo más natural del mundo, algo que hacía todos los días. Ramón acaricio sus piernas hasta llegar hasta las nalgas, las cuales apretó sacándole un gemido.

Carlitos había logrado un ritmo de cadera perfecto y casi desesperante. Sus manos apretaban sus hombros, que le daban la estabilidad y la fuerza para moverse más rápido. El más chico llevó su mano hasta su propio miembro y empezó a masajearlo al mismo tiempo que aceleraba sus movimientos.

-Termina conmigo – le dijo, antes de inclinarse a besarlo.

Ramón sintió el placer del orgasmo recorrerlo de pies a cabeza, el cual se intensificó cuando sintió a Carlitos terminar arriba suyo. Lo abrazó, lo abrazó fuerte y le pedio que no se moviera, que aún quería sentirlo. Le dio besos en su cuello marcado por los besos y por él, porque eso era, era de él y de nadie más.

-Te amo, pendejo. 

...Continuará ...

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