Los ojos de Lea #PGP2023✅

By SRJariod

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Lea Andrews es una joven capaz de ver fantasmas desde los diez años, secreto que solo comparte con Ángel, su... More

Introducción
Prólogo
1. El comienzo de todo
2.Lo mismo de siempre
3. La primera visita
4. Un curioso despertar
5. La llamada
6. El cerco
7. Paranoia
8. Desaparecido
9. Intercambio
10. Tras la pista
11. Caza
12.Un secreto desvelado
13. La primera conversación
14.Perdidos
15. Encierro
16. Desorientado
17. Dulce hogar
18. Nana
19. El Bosque Frondoso
20. Tenebroso
21. Ayuda
22. Cambio de vida
23. Sensaciones extrañas
25. Pequeños terrores
26. Sigilo
27. As
28. Despertar
29. Sacrificio
30. Medias verdades
31. Dolor
32. La amiga invisible
33. Una dura despedida
34.Sin distancias
35. Amistad en la adversidad
36.La cuenta atrás
37.Revelaciones
38. No hay tiempo
Notícia importante
Extra1: Comisiones
Extra 2:Fan Arts

24. Presencias

220 30 6
By SRJariod

Año 2018. Ahora.

Lea

Se escuchó un grito proveniente de algún punto lejano. Esperaba que tanto Ángel como Brian estuvieran bien.

Observé como las escaleras se cerraban y me separaban de mis dos amigos, dejándome a solas con la oscuridad. Me preocupaba Brian, si La Gente de la Sombra se ocultaba en alguna parte de la casa, no podría defenderse. Brian ahora mismo estaría confuso, tenía mucha información que asimilar y las emociones batallaban en su interior para hacerse eco; lo conocía como si fuera mi hermano, como para que, con pocas palabras, pudiera saber cómo se sentía y lo que pensaba.

Me había costado tiempo aceptar mi condición de ver fantasmas y años superar el trauma que había sufrido cuando ellos me llevaron a La Fábrica y me sumergí en mis peores temores mientras buscaban algo. Agradecía que no hubiera pasado tanto tiempo allí y Ángel, junto con Christopher, me ayudaran a salir de allí, o eso es lo que me habían contado porque no me acordaba de nada de esa parte. Si me ponía a pensar en ello, aun notaba ese extraño sabor de boca que se me quedó cuando me dormí en aquella silla.

La calidez y la luz de la vela me acompañaban en la soledad y evitaban que las sombras de alrededor me consumieran. El ruido de que algo se deslizaba bajo mis pies y algunos fantasmas caminaban conmigo, hacía que los latidos de mi corazón empezaran a bombardear más deprisa pese a que estaba acostumbrada a convivir con ellos.

Con la vela bien sujeta contemple el entorno; era una estancia abierta. El pasillo largo parecía conducir a las mismas puertas del infierno, apenas había nada más. Los retratos me miraban con los ojos bien abiertos y me sonreían con maldad que daban escalofríos; antes juraría que solo me observaban en algún momento puntual. ¿Tenían vida propia? De todas maneras, no me causaba buenas sensaciones.

Escuché unos pasos caminando hacia mí y unas risas, no sabía describir si se trataban de fantasmas más amables o pertenecerían a la organización. Tenía la esperanza de que fueran las primeras y de que no nos hubieran seguido, así ganaríamos tiempo para poder encontrar a la madre de Brian.

—¿Quién eres? —interrogué a la oscuridad. No recibí respuesta.

Estaba segura que Brian debía pensar que era fuerte por vivir con esto desde hace mucho tiempo, pero se equivocaba. Me mostraba así, como si no me afectara, pese a que era lo contrario. Hasta hacía poco, intentaba comprender de porque, una chica que no creía en estos temas y le asustaban, le había tocado serlo. Cuando conocí a Brian, supe que tenía que haber sido él y no yo; siempre le gustaron estas cosas.

Tenía suerte de que me hubiera perdonado y me entendiera, cuando le mostré mis poderes y le confesé acerca de los fantasmas, el miedo de perder la amistad que compartíamos era horrorosa; de no haberlo hecho, me habría sentido desolada.

Tanto Ángel como yo no nos esperábamos que, tras años de silencio, La Gente de la Sombra descubrirían donde vivo y me llevarían a su base, por eso, sabía que mi guardián espiritual podía equivocarse como lo hice yo también al bajar la guardia y relajarnos. Desde entonces, se había esforzado en no pasar nada por alto e investigar por su cuenta un poco cada día junto con su amiga, por si sabían noticias nuevas acerca de sus movimientos.

Aunque hacía más tiempo desde que apareció Ángel en mi vida y compartimos muchos momentos, no conocía nada de su pasado; en cambio, Brian y yo sabíamos todo del otro y nos unimos más después de que perdiera a su padre y su madre desapareciera. Tuvo que hacer frente al bar y lo apoyé, estuve con él para ayudarle a superarlo; no tenía a nadie más y sabía que era eso sobre todo si pasaba una mala época.

Me giré.

Pasé por el pasillo largo lleno de máscaras y lámparas antiguas que se encontraban apagadas. Había un pequeño charco en el suelo; quería pensar que era de agua y no de lo que me temía. ¿Qué había pasado aquí? Había señales de que algo terrible sucedió tiempo atrás.

Oí un ruido. Moví la vela en todas las direcciones para dar con el culpable, pero no salió de su escondite. Los fantasmas que iban más delante de mí, se dieron la vuelta un momento y continuaron con sus caminos.

—¡Sal! —exigí mirando por todas partes.

Hubo silencio.

Cuando llegué al final de este, un par de máscaras cayeron al suelo haciendo que me sobresaltara. No había nadie, pese a que el presentimiento no se iba.

Una vez superado el pasillo, había una pequeña sala grande. A mi izquierda, unas escaleras antiguas parecían conducir a algún sitio desconocido. Frente a mí, había una gran mesa de comedor antigua, y en cada esquina, un par de estatuas que, a mi parecer, cualquier persona podía tener pesadillas con ellas. En el lado contrario a las escaleras, se veía una gran puerta de madera vieja. Y en la otra punta, un pequeño arco que llevaba, sin dudas, a la cocina.

Se oyeron unas risas junto con un ruido; eran las lámparas que ahora estaban encendidas, sus llamas salían con violencia. Todas las que había, debían encenderse de forma manual apretando un botón. ¿Quién lo habría hecho?

El viento soplaba con fuerza en el exterior; indicaba que se acercaba una tempestad. La luna y las estrellas se mantenían ocultas tras las nubes que se amontonaban en el cielo nocturno. Los árboles desnudos se mantenían rígidos.

Crucé todo el comedor para poder llegar a la cocina. Una vez dentro, me encontré con un charco en el suelo, no pude descifrar si se trataba de algún líquido o sangre. En una encimera residía un cuenco de cereales y su respectiva caja; la comida ya estaba pasada. Encima del extraño charco, había una sudadera gris mezclado con manchas carmesí. Me recordaba a la clase de ropa que lleva Ángel. ¿Qué demonios había pasado?

Se oyeron risas. Noté a alguien cerca de mí. Me giré cuando me tocaron el hombro. La mano transmitió calor y su contacto fue frío.

Detrás de mí, en el comedor, había dos chicas: Una joven y una niña. A la primera, le rodeaba un aura blanca, y a la otra, una gris. La niña estaba sentada en la ventana al lado de la puerta; esta iba alternando su mirada entre la chica joven y yo con confusión. Me daba la sensación que con cierto temor también. Tenía un sombrero en la cabeza que hacía conjunto con su camiseta de rayas y sus pantalones vaqueros. Su cabello castaño le llegaba a los hombros y sus ojos marrones expresaban dolor.

La chica joven tenía el pelo rizado rubio y llevaba un vestido naranja con una flor del mismo color que le recogía el pelo. Intentaba acercarse a la niña, pero sin alejarse mucho de mí. Parecía que estaba pendiente de algo más que ella. Esta última me sonaba familiar, debía haberla visto en algún lugar.

—¡Ey! No tengas miedo... —sonrió la chica joven. La niña levantó un momento la mirada.

—Quiero a mi hermano —se puso a llorar. La chica joven me sonrió y me indicó que me aproximara con cuidado a ella.

—Ella puede ayudarte... —le tendí la mano para ganarme su confianza.

Se oyeron unas risas. Los sonidos hicieron que la niña se pusiera más nerviosa y se cerrara sobre sí misma.

—No sé si puedo confiar en ti —me miró con temor mientras se levantaba de la ventana. Los ojos de la chica joven se volvieron tristes. Su aura brillaba con intensidad.

La tensión despertaba mis cinco sentidos ante cualquier cosa que pudiera pasar. El viento se levantó y, aún con las ventanas cerradas, su temida amenaza por lo que estaba por venir, se filtró por el pequeño agujero roto de una de ellas.

—Claro que puedes confiar. Solo quiere qué estés bien le sonrió con ternura agachándose.

—Y queremos ayudarte a encontrar a tu hermano sonreí también cooperando. ¿Cómo se llama? interrogué con tranquilidad.

La niña pareció pensar si era bueno responder o no. Por su estatura, juraría que debería tener unos ocho años y me daba la sensación de que, pese a su edad, era inteligente.

—Christopher —hizo una sonrisa fugaz. Empezó a sollozar de nuevo. Abrazó a la chica joven.

—Christopher, ¿dices? junté las cejas—. ¿Cabello castaño, ojos marrones oscuro con ojeras y ropa oscura? ¿Ese Christopher? —la niña asintió poco a poco.

Recordaba que después de despertarme en La Cabaña, hacía ocho años, tiempo después de que Christopher y Ángel me alejaran de allí, Christopher me habló en alguna ocasión de que tenía una hermana. Nunca me había descrito cómo era.

—La última vez que lo vi estaba por el bosque cercano a esta casa le confesé agachándome para estar a su altura. La niña abrió los ojos.

—¡Gracias! —me dio un abrazo cuidadoso.

—Vamos a encontrarlo —la chica joven le sonrió cogiéndole del brazo. La niña se dejó.

Se oyeron otras risas. Noté que alguien me tocaba la espalda, pero no veía nada detrás de mí. Podría ser un grupo de La Gente de la Sombra, nunca iban solos, de manera que empecé a hacer el ritual para volverme invisible en mi bola ígnea. Antes de que pudiera acabar, algo me empezó a agarrar de los hombros haciendo que perdiera el control. Con un dedo, la chica joven lanzó una especie de rayo blanco como el hielo que hizo que el retrato se rompiera. Me quedé asombrada por un momento.

—Gracias —mis mejillas se ruborizaron.

—¡De nada! Es para lo que estamos —sonrió y cerró los ojos.

—Espera, ¿Hay más?

—Oh sí. Somos diferentes tipos de fantasmas. Tienes suerte de haberte encontrado con nosotras. Ten cuidado con La Gente de la Sombra —me miró fijamente. Pareció que abría la boca para decir algo más, pero se quedó en silencio.

—Mi hermano...—la niña tiró del vestido de la chica joven.

—Está bien. Vámonos —le acarició el pelo—. Eres Lea, ¿verdad? —levantó una ceja.

—¿Quién eres? —eché unos pasos para atrás.

¿Cómo podía saber el fantasma como me llamaba? Durante un tiempo, había estado corriendo la voz. De eso, ya hacía muchos años. ¿Cómo me había reconocido? Ángel no le había hablado a nadie sobre cuál era mi aspecto.

—Siento no haberme presentado cuando le ofrecí a Ángel la cabaña para que pudieras descansar, entonces —me puso una mano en el hombro—. Tengo muchas tareas por hacer y carezco de tiempo libre —suspiró—. Ángel me habló de ti, apenas te vi. Me alegra verte por fin —sonrió.

La chica joven me conocía. Había ofrecido su cabaña cuando Ángel necesitaba encontrar un lugar en el que poder descansar, después de escapar de La Fábrica. Y antes de venir aquí, me había llamado la atención un cuadro en el que salía una chica de pelo rubio y ojos azules con su padre sujetando un pez de gran tamaño.

—Eres la chica que vivía ahí —me dije más para mí misma.

—Así es. Soy Elisabeth Choules —se señaló el pecho con el índice—. Encantada —sonrió—. Y esta niña es Emma —levantó la mano un poco.

—Hola —se colocó detrás de ella.

Acto seguido, desaparecieron las dos dejándome sola en esta extraña sala. Ángel me tendría que explicar sobre eso. Solo me quedaba ir en una dirección: Subir las escaleras.

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