Tom nos había sacado a nuestra hija y a mi a las seis de la mañana de la cama.
Necesitaba que le acompañáramos a plató. Yo no entendía porqué, pero él parecía decirlo muy en serio.
Paseaba con mi niña detrás de los focos, intentando dormirla en mis brazos, pero a sus tres años, mirar todo a su alrededor y gritar "papi" cada vez que veía a Tom, estaba en el top de sus prioridades.
Ella lo gritó otra vez y así es como me di cuenta de que venía a nosotros. Le dio un beso en la cabeza y luego me dio uno a mi.
- ¿Cómo estáis?
- Cansadas, ¿y tú?
- Emocionado.
Solte una risita.
- Puedo notarlo, ¿me vas a decir ya por que nos has traído?
- Lo verás en unos minutos.
La asistente de Tom vino y le dio una galleta.
- Esto significa que tengo que rodar, no os mováis.
Todos comenzaron a rodear el plató y Tom se sentó con la galleta bajo nuestra atenta mirada.
¿Qué estaba pasando?
Y entonces nuestra hija soltó un grito emocionada mientras Tom recitaba sus líneas.
- Oh. Dios. Mio.
Solté una risa que cubrí con mi mano y conseguí mantener a mi hija callada o haciendo el menor ruido posible mientras observaba como su padre hablaba con el monstruo de las galletas.
En el descanso, Tom se acercó a nosotras y cogió al vuelo a nuestra pequeña que corría hacía él.
- ¿Tom como ha pasado esto?
Él sólo me dio su típica sonrisa mientras sacaba la lengua.
- ¿Papi es amigo del monstruo?
Él le respondió a nuestra hija.
- Si, así que vamos a poder comer todas las galletas que quieras.
Fruncí el ceño y él me miró.
- Quizás no todas las que quieras.
Me acerqué a ellos y le di un beso a Tom.
- Gracias -le dije mientras él ponía a nuestra pequeña en el suelo.
Me dio un abrazo y apoyó su frente en la mía.
- ¿Ya no te duele haber madrugado?
- ¡No! -gritó alguien de producción.
Ambos nos giramos y observamos a mi niña cogiendo al monstruo de las galletas. Solo a la marioneta que no se movía.
Nos miró y comenzó a llorar.
- Has roto la magia del cine -le murmuré a Tom.