»Cereza Pastel [Otayuri] AU

KaryVirane tarafından

61.1K 4.8K 3.4K

Donde Otabek es padre soltero, y Yuri un ex amigo del instituto que nunca se declaró. En una vida donde ❝El T... Daha Fazla

Prólogo
¡Somos un equipo!
Pizza, la mejor medicina
Fiesta de cumpleaños
Los chicos no son como papá
Rey de la pasarela I
Rey de la pasarela II
Baile de graduación
Día del padre
El fracaso de Georgi
Oferta de empleo
Primer día de clases
Hey

Bateas con ambas

4.7K 384 313
KaryVirane tarafından

❝La coquetería es una propuesta de sexo sin garantía.❞
»Milan Kundera.

.

.

.

Otabek llegó temprano a la disquera, había tenido una presentación durante un evento hace apenas unas horas por lo cual trasnochó. Se dio solo la oportunidad de llegar a casa y asearse pues debía reponer los días de descanso que solicitó anteriormente, además quería estar libre para el cumpleaños de Maddie. Para su fortuna, no debía de ver a Mila, puesto que la mujer estaba vetada de los festejos de su hija mediana desde el año antepasado.

Esto se debió a que cuando Maddie cumplió los cinco años, curiosamente su ex pareja decidió que era buena idea asumir un papel de buena madre que, en definitiva, no era. La mujer llevó a la fiesta un payaso para animar el ambiente. El problema recaía en un diminuto detalle.

Madelaine tenía pánico a los payasos.

Desde entonces, la niña impide que Babicheva asista a esa fecha especial. Otabek respeta la petición de su hija y ahora más que nunca no tiene ánimos de ver a esa mujer. Le resulta complicado cuando piensa en ello, pues sabe que no puede alejar a las tres niñas de su mamá, aunque es consciente de que a esta última le tiene sin cuidado y solo se mantiene en supuesto interés para joderle la vida. No lo consigue, obviamente, pero es desagradable.

Muchas veces las personas a su alrededor le aconsejaron que interpusiera una demanda por abandono de hogar, jamás consideró dicha opción. Involucrarse en pleitos legales para al final acabar recibiendo pensión que ni siquiera es ganada por Mila sino sacada de los bolsillos de Yakov, no es un estilo de vida que desee llevar, ni un problema en que quiera meterse.

Sabe que ella debe de hacerse responsable, sin embargo, no irá pisándole los talones por unos cuantos centavos. Prefiere sostener a su familia a base de su esfuerzo, por más orgulloso que suene. ¿Fue difícil? Espantoso. Sacar adelante por si solo un hogar, fue la experiencia más dura que ha tenido. Tener que trabajar, de día y de noche, sin recibir la paga suficiente; continuar estudiando, cuidar a tres menores que requieren al cien por ciento de él y otro poco más, porque ser padre es trabajo de tiempo completo. Cubrir servicios, medicamentos, darles la infancia más feliz que podía.

Estar yendo a juzgados no es su actividad favorita, aunque en una ocasión debió asistir pues a cierta señorita le pareció divertido alegar la custodia de sus hijas. Otabek aún recuerda ese día como si fuera ayer, Jane tenía tres años. Mila no quería a las niñas y no se haría cargo de ellas, entonces ¿para qué peleaba la custodia? Sencillo, para hacerle la vida de cuadritos al que en su momento fue el amor de su vida. No hace falta decir que la lucha por la patria potestad de sus hijas no duró mucho.

Un día ella se presentó en su antigua casa en Moscú para restregarle con desfachatez en la cara una carta firmada por su abogado, donde solicitaba que se presentara en un tribunal para alegar por el derecho de quedarse con las niñas. Al moreno le hierve la sangre de solo recordar. ¿Cómo se atrevía esa a venir y pedirle algo de lo cual no tenía privilegio? Que sí, ella las parió y el kazajo es testigo de lo mucho que debió dolerle aquello, sumándole la epidural.

Él siempre la respetó mucho, como mujer y la madre de sus hijas. Pero se tentó y acabó gritándole hasta de lo que se iba a morir en plena audiencia, situación que le costó veinticuatro horas de arresto. La pelirroja retiró la orden cuando vio al padre de las tres Altin echarse a llorar con desesperación de que le quitaran lo que más amaba en ese mundo.

Ese fue el fin de un periodo de tiempo corto pero terrible.

En la actualidad, siente que es una bendición poder llevar una vida así de tranquila. Todo lo tranquilo que se puede cuando se trata de lidiar sobre saber jugar a la hora del té o conocer la diferencia entre rosa pastel y cereza pastel, porque según sus hijas es un color diferente. Y en caso de que no sepa distinguirlos, arde Troya.

Nunca existirán las palabras para explicar lo mucho que las ama. Es ese amor que no tiene manera de describirse porque es tan grande que el término perfección se queda corto. Es el sentimiento más puro que pudo ser creado. Ser padre de niños es tener que enseñar a ser un caballero, pero cuando eres padre de niñas, ellas te enseñan a ser uno.

Se moría de sueño pero aguantó a lo máximo y luchó por mantener los ojos bien abiertos mientras encendía el equipo de sonido y se echaba como un saco de papas en la silla giratoria. El único problema era el cansancio, dado que sus hijas se encontraban al cuidado de su novio y Potya. Luego del altercado que hubo en su viejo edificio, el ruso optó por cambiar de hogar y esta vez escoger una casa como tal y no un departamento. Su elección fue un domicilio bastante grande y ubicado en un boulevard muy bonito y tranquilo. Las niñas se quedaron a dormir con él porque papá iría a trabajar toda la noche, aunque pudieron quedarse al cuidado de Minako o Yuko, los cuatro hicieron muchos méritos para que Otabek los dejara quedarse con la suya.

Ayer, antes de dejarlas en casa de Yuri, les advirtió que no se haría costumbre que durmieran ahí, pues no le gustaba causar molestias y nuevamente…

Yuri no era su padre.

No tenía por qué llevar esas responsabilidades.

Sin embargo, el kazajo adoró las fotografías que le fueron llegando en el transcurso de la velada, sus hijas de verdad se la estaban pasando bien con su pareja. Al mayor le enternecía lo esplendido que se llevaban, puesto que el modelo no era el más afín con los niños pero se veía más que encantado con ellas. Lo mejor, es que lo hacía naturalmente y no para quedar bien.

Muchas mujeres intentaban ser amables por conveniencia. Se portaban dulces en su presencia, pero cuando se ausentaba, adoptaban una verdadera postura de madrastra (que jamás serían) de pesadilla, no trataban a sus hijas con el amor que se merecen. Y cuando estuviese de regreso, por arte de magia, eran terroncitos de azúcar. Una fachada que él jamás les creería.

Además, sus princesas no tardaban en ir para echarlas de cabeza con su papi, contándole lo mala que era la invitada. Otabek confiaba en la palabra de sus hijas, no obstante, también estaba seguro de que existían ciertas excepciones donde la mujer era inocente y ellas solo buscaban ahuyentarla. Igual estaba bien, se los agradecía por ayudarlo a salir de esas situaciones incómodas.

Y Yuri era Yuri, con él o sin él ahí, y las tres lo adoraban. O los cuatro, corrigiendo.

Pero que Viktor no le pidiera cuidar de Desya porque el ruso se iba a comprar cigarros. Que no fumaba, por supuesto.

Mientras todo el enredo de electrónica acababa de encenderse y los botones centellaban, decidió llamarles para ver cómo estaban. Era temprano, apenas amaneció correctamente pero seguro Yuri ya estaba entrenando en el gimnasio que tenía en casa, para después darse una ducha y preparar el desayuno. Solo de imaginarse a la portada de la revista Vogue haciendo actividades tan triviales, le da un mini infarto. El Plisetsky hogareño es simple y sencillamente adorable, a Otabek le dan pequeños ataques de verlo levantarse por las mañanas, con su cabello rubio desaliñado y esa sonrisita somnolienta. Antes de darse cuenta, esta embobado mirando un punto imaginario en la pared cubierta de pósteres de Jean. Leo entró al estudio justo cuando se acercó el celular y escuchó los primeros tres timbrazos.

Ni siquiera tuvo la necesidad de preguntar a quién marcaba, pues el DJ más cotizado de la empresa tenía ojitos de cachorro y se miraba ansioso, esperando que conteste la persona al otro lado de la línea. Leo sabía que era esa persona, suspiró con exageración y se plantó frente a él para extenderle su mano.

El castaño frunció el ceño. —¿Qué?—, no comprende porque el latino aparenta entregarle algo invisible.

—Tu mandil.

—Oh, cállate, yo no soy un mandi… Hey, hola—, su expresión tuvo un cambio radical cuando su novio atendió la llamada. —¿Estabas dormido? Ah, vale. Buenos días… Sí, ya llegué—, soló una risita grave y se dio la vuelta en su silla para no escudriñar la mirada pícara que le da su compañero. —¿Se portaron bien? Me alegro. Nop, no he desayunado todavía.

Nop, repite Leo en su cabeza. Se aguantó la risa como todo un campeón y mejor se aseguró que todo en la cabina se hallase en condiciones óptimas para grabar en unos momentos más. Ese par lleva saliendo dos semanas, lo más común es que estén más empalagosos que nunca. Escucha que su amigo ríe para el móvil y habla más bajo, vaya Dios a saber que está diciendo, pero oye claramente cómo se refiere al empresario con un tenue amor. La risa escandalosa de Yuri se escucha con claridad hasta allá.

—Me encantaría, sí… Ya quiero verte—, observó a Altin juguetear con algunas teclas, pasando sus dedos con vehemencia pero sin escribir. De lo que sea que estén hablando lo mantiene bien ocupado y, gracias a Dios, de buen humor. Leo empezaba a reconsiderar la idea de tener dosis de insulina en el botiquín—; sabes que sí, siempre te extraño. Ya sé que te vi anoche pero ni siquiera me despedí bien… Las niñas estaban ahí, Yura.

Logra hacer un ruido que llama la atención de Otabek, pues pone sus irises canelas en él y entonces el latino finge que le dan arcadas. El kazajo vira los ojos y continúa su tarea.

—Estaba pensando en desayunar sopa instantánea. No soy un mal ejemplo sino me están viendo. No es necesario… Que tierno eres. Sí, te espero. También te quiero—, cortó la comunicación y permaneció viendo su bonito protector de pantalla. Una fotografía exageradamente linda y que solo él tenía el privilegio de admirar. El rubio iría a llevarle el desayuno en un rato más, lo más seguro es que llegaría con una cantidad exorbitante de comida. La cual se acabaría sin dudar.

—¿Y bien?—, preguntó De la Iglesia, apoyado en el marco de la puerta que dejaba insonorizado el estudio. Otabek carraspeo y le dio a entender que lo escuchaba. —¿Segunda o tercera?

—¿Qué cosa?

—Base.

El kazajo tomó aire muy profundo. —Primera, siempre primera—, dijo mientras mordía el interior de su mejilla.

No estaba avergonzado por ello, no era alguien desesperado por aventársele a Yuri en todo el contexto de la palabra. Tampoco es que no quisiera, el momento no se había dado y dudaba que se presentara cuando había tres niñas siempre merodeando cualquiera de sus citas o encuentros. Las pocas veces que intentó pasar aunque sea unos minutos en privacidad con su pareja, fue mientras lo acompañaba a hacer las compras y sus hijas estaban en la sección de panadería.

Altin sabía que bastaba con dejarlas a cargo de la niñera y planear una salida agradable con el modelo.

—¿Solo eso? Amigo, ¿siquiera has entrado al juego?

Se llevó las manos hasta el cabello. —Cállate, solo cállate—, cerró los ojos unos segundos para despejar su mente—; llevamos solo dos semanas saliendo, no quiero verme intenso o algo por el estilo.

—Corrección, llevan dos meses saliendo, uno y medio de reencontrarse; dos semanas, un día y trece horas de ser oficiales. En total, cinco meses—, dijo eso entre enormes gesticulaciones, tal cosa era un tremenda hazaña, considerando a los involucrados.

Vale, Otabek si estaba poquito oxidado. Pero dudaba que Yuri no supiese entrar al juego. Puede que estuviese teniendo misericordia. Leo ya prevenía tener que estar haciendo justificantes para las faltas que tendría el moreno más adelante.

—Esto es patético, yo soy patético—, estiró la piel de su rostro. Frustrado, lo justo y necesario para demostrar lo contrario. —Creo que es un tema que debo de hablar con él, ¿es muy anticuado hacer esas cosas?—, se descubrió la cara para ver a su compañero torcer el gesto pensativo.

—No, demuestra que eres responsable. Y eso es genial, porque algo me dice que no pensabas igual a los diecisiete—, se carcajeó. —Pero ve el lado positivo, el güerito no puede darte bendiciones si algo sale mal. Una mala puesta de condón.

—¿Puedes dejar de llamar a mi hija así? Ya no da risa—, si le daba risa pero quería ser lo más serio posible.

Se lo merecía, nunca debió contarle. Y De la Iglesia era tan… él, que simplemente no podía evitar reírse cada que veía a Corrine. No después de saber la anécdota completa de su desastrosa concepción. Una historia que quedará solo entre él y los padres de la chica.

Leo silbó al notar que el estrés era palpable en su compañero, no quería presionarlo pero sabía que si no era lo bastante molesto, no tomaría las riendas del asunto por su propia cuenta. Porque Otabek Altin era estúpido y tímido fuera de los parámetros. —Pero creo que no es necesario para saber qué posición vas a jugar, es muy notorio, sobre todo con Yuri.

—Oh no, no lo conoces en lo absoluto—, retorció sus manos inquietas por sobre sus jeans y trató de relajarse. —Él es impredecible.

—Solo decide, Ota. ¿Pitching o Catching? Dar o recibir, sencillito.

—En definitiva quiero darle a ¡Yura!

La entrada se abrió de súbito y Yuri entró con una sonrisa resplandeciente, cargando una de esas charolas de cartón con café y una especie de bolsa en el hombro.

Tanto como Otabek y Leo enmudecieron por completo, el primero no tardó en sentir esa horrible emoción de asfixia, sin saber a qué deidad encomendarse para que su chico no hubiera escuchado nada de lo que dijo. Justo decidió ese día para tocar la pésima charla de cómo va su vida sexual.

Una vida muy triste, por cierto.

¿Cuánto había pasado desde la última vez? ¿Qué edad tiene Jane? Ah sí, seis años.

El más alto lleva una chaqueta de mezclilla y una playera blanca a juego con sus zapatillas. Jeans rasgados de los muslos, y una de las roturas deja entrever su rodilla. Peinado hacia atrás y su piel de porcelana donde quiera que mire, o donde pueda hacerlo. Es un atuendo que se ve simple, pero él sabe que si revisa las marcas, con el costo de ese conjunto es posible que compre tres automóviles de agencia.

—¿Te encuentras bien?—, el rubio borró su sonrisa y fue hasta el moreno para correrle el flequillo en busca de indicios de fiebre. —Estás rojo.

—Estoy bien, genial, estupendo. Feliz de verte, un poco desvelado—, sujetó sus manos entre las suyas y le dio un beso en la mejilla. —¿Acabas de llegar?

—Huh sí, justo venía entrando, ¿interrumpí algo?—, intercambió una mirada apenada con Leo, pero este negó y le vio amable, disculpándose en el camino conforme salía de la estancia y cerró la puerta tras sus espaldas para dejar a la parejita a solas.—Las niñas se quedaron que casa con mi abuelo, llegó hoy en la madrugada—, le contó.

Empezó a sacar de su pequeña maleta de tela demasiadas cosas, de no conocerlo tan bien, Otabek habría pensado que asaltó un restaurante. En realidad, Yuri amaba cocinar, desde que eran jóvenes siempre era arrastrado a preparar platillos en compañía del rubio. En un principio era desastroso, con los años se volvió hábil pero no haraganeaba de eso.

Incluso era desdeñoso cuando se trataba de que alguien degustase sus platos.

—Dijo que quería estar en la ciudad para el cumpleaños de Maddie, espero que no te moleste—, se disculpó, entregándole una de esas tartitas rellenas de mermelada de fresa.

Alcanzó también uno de los vasos con café y le dio un sorbo, viendo como el ruso arrastraba una silla y se sentaba frente a él. —Para nada, me alegra que el señor Nikolai nos acompañe. ¿Ya le contaste?

—Pensaba decírselo cuando estuviéramos ambos—, respondió el menor, bajando la mirada y fingiendo rebuscar algo. Aún con el rostro gacho, el moreno podía adivinar que estaba sonrojado pues la nariz de Yuri se tiñó de un rosita encantador.

Acarició la mejilla acalorada, provocando que el menor gruñera avergonzado. —¿Maddie no te ha dicho que quiere de cumple?—, preguntó, entretenido en seguir con sus pulgares la ruta imaginaria de la mandíbula del más alto.

—Al principio insistía que nada, pero al final me contó que quiere ir a un partido de béisbol—, apoyó el rostro contra la mano que le ofrecía mimos. Otabek le dedicó una de esas miradas confundidas donde alza una ceja y arruga la nariz, es divertido porque con la mayoría de sus expresiones faciales parece que está enojado.

—¿Desde cuándo le gusta el béisbol?

—Desde que tu madre le dijo el otro día que bateas con ambas—, se retiró de su alcance y mostró su disconformidad. —Mariam tuvo poco tacto para decirle que eres bisexual. Es obvio que Maddie no entendió y ella cree que su papá de verdad sabe jugar béisbol.

Exhaló profundo y cruzó los brazos tras su nuca mientras daba vueltas en la silla. —¿Qué puedo decirte? La única que me ha preguntado sobre eso es Cory, no lo hizo directamente. No quiero que estén confundidas de porque su padre sale con mujeres y hombres—, sus giros se vieron detenidos cuando Yuri se afianzó del respaldo y lo mantuvo quieto.

—Son niñas inteligentes, además ya compré boletos para un juego de las grandes ligas el martes—, su voz fue bajado de volumen despacio, el kazajo bebió con parsimonia de su café, siendo constante de que el hombre a sus espaldas empezó adoptar un ritmo extraño mientras sentía como las manos del ruso se deslizaban por su pecho y recorrían el camino hasta sus abdominales de esa manera tan seductora que solo él conocía.

Una risa grave escapó del moreno, quien no se quedó atrás y echó su cabeza a un costado, permitiéndole el acceso a su cuello, acción que no fue descuidada y pronto tuvo los labios del rubio resbalando por él. Yuri era peligroso.

Nunca llegaban más lejos de eso, pero admitía que se sentía demasiado bien tentar esa delgada línea que es tan cercana al fuego. Era como si el modelo estuviera suplicándole en silencio porque cruzara de una vez por todas, aunque era más placentero verlo desesperarse.

No le dio respuesta verbal, rotó su asiento una vez más y unió sus labios con necesidad, acunando su rostro. En sus palmas pudo percatarse de como la piel contraria se erizaba y, no obstante que era un estímulo pequeño, cada partícula que formaba a Plisetsky se veía atraída hacia él.

El ruso reconocía ya lo bien que era sentir el toque de Otabek, se estaba familiarizando a un ritmo acelerado con la textura de sus labios carnosos y temperatura cálida. Ese tipo de demostraciones ocurrían seguido, se quedaban en eso, un contacto breve. Es por esto que se vio desorientado de una manera tan agradable cuando en lugar de aparatarse, el kazajo se empujó todavía más y apretó su cintura.

La manera cadenciosa en que giró su rostro para encajar mejor y pudo deleitarse con la boca de Otabek moviéndose sobre la suya, siendo delicado y a la vez dejando en claro quien mandaba en la situación. El ruso estaba encantado de todos los contrastes que su novio podía hacer y se dejó envolver en el maravilloso pecado que significaba esa belleza de Kazajistán. Atrapó el labio inferior del mayor y le mordió apenas con fuerza, le arrancó entonces un gruñido ronco y muy sugerente.

El Edén no era nada comparado al paraíso de tener a Otabek Altin a su gusto y disposición.

Y lo necesitaba tanto, pero tanto. Creyó que iba a explotar en ese mismo momento. El Yuri de quince años quizá se echaría llorar de nada más enterarse que algún día tendría al dueño de sus fantasías cursis. Ese pensamiento fue el que lo hizo soltar una risita y romper el beso unos segundos.

Sin palabras de por medio, Yuri acabó siendo sentado de nueva cuenta pero sobre el tablero del DJ, con él entre sus piernas. No dejaron de compartir besos sedientos, dejándoles un cosquilleo de anticipación.

Y Altin creía verse como un adolescente hormonal. Adolescente no era, hormonal sí.

—¿Crees que sea una buena idea?—, inquirió el mayor con la voz agitada.

—Siempre es buena idea tener un dry*—, contestó Plisetsky, sonriente.

En fin, solo esperaba no quedarse dormido porque se sentía demasiado cansado justo en ese instante. Llevaba casi treinta y seis horas despierto, que no vinieran a cobrarle factura porque sería una catástrofe. Si antes tuvo en mente que quizás Yuri no lo deseara, ese pensamiento se fue directo a la basura cuando el modelo empezaba a verse frustrado por no poder quitarle la camiseta y acabó colando sus manos por debajo.

No es lo que tenía pensado para una primera vez con Yuri y con un hombre en realidad. Pero tampoco es como si fuera a quejarse.

A quien engaña, ¿qué demonios está haciendo? No puede ir más allá.

—Ah, Beka…

O quizás sí.

Tiene pésima voluntad, fue entonces que su lengua pudo entrar al juego y el gemido del menor le sonó delicioso. Notó que el ruso no quería ser sutil, pronto tuvo los dedos de él enroscados en la zona más corta de su cabello y sus piernas entrelazadas en la cadera. Bendita sea la segunda base, como la estuvo esperando, venía de rodillas la muy perra. Le quitó la chaqueta de mezclilla y la playera le venía convenientemente holgada, pues resbaló por el hombro de Yuri y le dio una exquisita vista de su piel pálida y dispuesta.

Tenía ganas, sí, muchísimas, pero no podía evitar ese conflicto interno de que jamás lo había hecho con alguien de su mismo sexo. Sabía cómo funcionaba por supuesto, aunque la espinita de hacer algo mal lo estaba martirizando. ¿Y si lo lastimaba?

El beso tomó un curso más intenso, donde los dos terminaban despegándose para jalar aire y volver a sus asuntos, cada segundo que pasaba se volvían más entusiastas y ninguno reprimía las ganas de toquetear todo lo que se hallase al alcance. Agradecía que el estudio estuviera insonorizado. Se apartó y descendió por el perfecto cuello lozano, repasando con la punta de sus labios el camino hasta el borde de la ropa, orgulloso al ver que cierto rubio empezaba a dar suspiros no precisamente inocentes.

Cuando el tacto travieso del modelo se deslizó hasta su cinturón le vio tensarse de una forma anormal a mitad del momento y se quedó petrificado.

—¡Otabek, no encuentro mis partituras!—, reclamó Jean entrando de una patada y dándoles apenas tiempo suficiente para que separaran sus labios.

Fue tan repentina su aparición que sin planearlo, Yuri acabó mordiéndole con fuerza la lengua.

—¡Carajo!—, se llevó la mano hasta al área herida y fue tan brusco que el sabor de la sangre le hizo poner una mueca de asco.

—¡Perdón! ¡Oh santo cielo, lo siento tanto, Beka!

—¡Así los quería agarrar, sinvergüenzas!—, exclamó el canadiense, provocando que el ruso le lanzase una mirada furiosa.

De un salto se bajó del tablero y se acercó al mayor para verle con culpabilidad. —De verdad, perdóname—, era una escena muy fuera de lo común verlo revisándole la lengua, bastante angustiado. —No fue mi intención, ¿y tú qué? ¡Piérdete!—, se giró aún más bravo contra Jean que alzaba las manos en son de paz.

—Debería ser yo el ofendido de que hagan sus cosas en la disquera. Y todavía que realicen sus prácticas sadomasoquistas aquí, respeto sus gustos pero casi le arrancas la lengua y…

—Ya vete, Leroy—, se quejó Otabek.

La verdad es que se escuchó algo como fa fefe Fefoy.

El martes llegó sin falta y Maddie estallaba de alegría porque su deseo fue cumplido y verían un partido en familia. Otabek le había comprado incluso una gorra del equipo que ella quiso solo porque la mascota se le hizo tierna, si perdían daba lo mismo, tampoco es como si alguno de los cinco fuera fanático. A excepción de Nikolai. Eran alrededor de las tres de la tarde y llegaron temprano solo para que las niñas se divirtieran vagando por el estadio.

Conforme ellas se divertían, ellos le dieron la noticia al mayor de los Plisetsky acerca de que decidieron formalizar su relación. Lo tomó muy bien, el problema recaía en que con la palabra formalizar, Nikolai esperaba ver ya un anillo que evidentemente no existía, no tenían ni comprarían precisamente ya.

Jane iba de la mano de sus hermanas y las tres estaban más que entretenidas viendo a los jugadores hacer algunos lanzamientos entre ellos. Corrine se encargó de presumir y bombardear sus historias de Instagram con fotografías donde presumía que estaba con el espectacular Yuri Plisetsky. No quería decirlo en voz alta pero era como tener a una familia ya completa.

Con papá, otro papá y un abuelito.

Cuando el partido comenzó, el lugar se llenó de gritos y porras que Madelaine acompañó emocionada sin saber el significado. Era tanto el escándalo que Otabek ni se enteró de la sarta de malas palabras que su hija de ocho años decía. De ser lo contrario, le habría costado treinta años castigada y educación en un convento. O tal vez se hubiera reído.

Tenían un buen lugar en una de las primeras filas, Nikolai estaba sentado al lado de las niñas y les explicaba cómo funcionaba la jornada, ellas se veían muy interesadas en lo que el hombre les narraba y pegaban exclamaciones de asombro cuando veían ejecutar algún movimiento que él decía. Otabek y Yuri solo entrecerraban los ojos y trataban de seguirle el hilo, cosa que captaron rápido. El calor se hacía más ligero en cuando el sol iba cayendo.

La pelirroja más pequeña se escabulló y consiguió quedar sentada en las piernas del ruso más joven que la recibió gustoso.

—¿Qué es eso?—, señaló con su dedito a la pantalla arriba de ellos y Corrine le siguió para saber a qué se refería.

—¡Ah! Es un Kiss cam, cuando las personas aparecen ahí deben de darse un beso—, explicó y le apuntó el momento justo en que una pareja era captada y se daban el tan ansiado beso entre los vítores de los aficionados.

Jane aplaudió, riendo con escándalo. —¡Qué bonito!

Cory le pellizcó la mejilla dulcemente y siguió viendo el partido, hasta que de nueva cuenta sintió los tirones de su hermana y volvió a prestarle atención. —¿Qué pasa?

—¡Mira, mira! ¡Es papá!—, chilló emocionada apuntando de regreso a la pantalla.

Yuri vio ofuscado las reacciones de la menor, que continuaba usando sus piernas como trono y buscó que era lo que la tenía tan eufórica. —Ay no—, le dio un codazo a su pareja que pareció salir de un letargo. La multitud enloqueció y ambos se quedaron estáticos. ¿Por qué tenían que salir justamente ellos en la proyección?

—¡Bésalo!—, exclamó la mayor de las Altin.

—Yuratchka, ¡dale un beso!—, regañó Nikolai desde su asiento.

Fueron demasiado lentos pues, para la sorpresa de toda audiencia, fue Jane quien le dejó un enorme beso en la frente a Yuri y luego uno en la mejilla a su papá.

El murmullo enternecido del público no se hizo esperar.

No obstante, tampoco perderían su minuto de fama y el kazajo se inclinó para dejar un besito en los labios del empresario, que no tardó en ocultar su rostro tras el refresco. Los silbidos ensordecieron y atrajo a su novio por la cintura, sonriendo abiertamente al verlo morir de pena y como su familia pegaba de gritos. A partir de eso, todo retomó su calma, no se sorprendieron tanto cuando la imagen corrió a la velocidad de la luz y pronto había noticias en internet sobre que Yuri Plisetsky y su novio habían montado tremendo espectáculo en el juego.

Otabek se llevaba bien con la idea de empezar a ser ícono de la comunidad LGTB. Además ya no era un secreto que era padre y esto parecía tener a las masas eufóricas por tal valentía. La verdad es que no solía reparar mucho en ello. Y sobre comentarios homofóbicos le daba lo mismo.

Obviamente no todas las personas en el mundo iban a estar de acuerdo con su relación. Incluyendo que no era noticia nueva la nacionalidad de ambos, sus patriotas se veían muy dolidos justo en la masculinidad. Y Otabek solo se reía tras la pantalla de su celular mientras leía la basura que le tiraban.

Porque si esos que se ocultaban tras perfiles en redes sociales, decidían amargarse por algo que ni les concernía, estaba bien. Que fueran a ofenderlo con sus supuestos argumentos no cambiaba nada: él seguía siendo la pareja de Yuri y vivían felices. Seguía teniendo las tres únicas opiniones a favor que necesitaba, entonces ¿qué carajos le iba a importar lo que hablaran los demás? Una mierda.

Vivir en Miami tenía sus ventajas, pues no estaban tan expuestos a ese montón de discriminación. Sus hijas aparte poseían esa capacidad nata de los Altin de ir por ahí sin darle valor a comentarios de gente necia. En un principio le llegó a preocupar que ellas pudiesen llegar a ser molestadas, cosa que sí ocurrió, y sus chicas le demostraron que pueden lidiar con eso y más. Eran pequeñas y sus cerebros absorben cosas como esponjas, por lo cual les parece normal. Es amor y ya.

Así que meh.

Hubo un cambio de escenario drástico y a mitad del partido pasó algo raro.

Maddie y Jane se habían trasladado al regazo de su padre y Nikolai hablaba con él. Yuri quedó sentado junto a Corrine pues esta le dijo que necesitaba de su ayuda. La chica había sufrido un cambio radical y ahora lucía incómoda, pese a que momentos atrás era pura alegría, se mordía los labios pintados de gloss transparente y se acomodaba en su butaca con impaciencia, consiguiendo que el ruso se preocupara.

—Yuri—, le picoteo el costado para que la atendiera y obtuvo pronto sus ojos verdes puestos en ella. —¿Puedes prestarme tu suéter súper rápido?

Él le entregó la prenda sin preguntar, no la estaba usando de cualquier forma. —¿Te dio frío?

La adolescente meneó la cabeza en negativa. —¿Me acompañas al baño?

Frunció el ceño confundido y asintió, avisándole a Beka que irían al sanitario. Vio a la chica amarrarse el suéter a la cadera y caminar en automático, subiendo las escaleras y entrando casi corriendo al tocador. Ese pasillo estaba vacío, el ruso se quedó apoyado en una pared mientras comía algodón de azúcar. Al cabo de unos minutos, la pelirroja salió con las piernas hechas gelatina, la carita pálida y visiblemente aturdida.

De inmediato fue hasta ella para asegurarse de que estaba bien, pero se le adelantó.

—Ha ocurrido una tragedia—, advirtió. Antes de que el ruso pudiera agregar algo, volvió a interrumpirlo—; me urge que consigamos una toalla sanitaria o un maldito pañal.

Tenía que llegarle su primer periodo justo ese día. —¿Tan mal estuvo?

—Mi falda es una masacre—, gimoteó desesperada. No exageraba, en serio su ropa quedó empapada y no quería ni pensar que su lugar también—; no se supone que sería así, me duele mucho—, berreó al borde de las lágrimas.

Se colocó a su altura y le dio un abrazo de consuelo, sobando su espalda. Si él pudiera evitar que el periodo le llegara con tanto sufrimiento, lo haría. —Oh, nena, calma. Arreglaré esto ¿vale? No pasa nada, no te preocupes.

Afortunadamente dentro del mismo complejo de edificios había una farmacia con cosas indispensables como eran tampones. Los últimos eran material que no iban a probar por ese día. Yuri no sintió vergüenza alguna de entrar y llevarse un paquete grande de las toallas que parecieron ser más del gusto de Corrine, que no sabía mucho de marcas pero suponía que esas servirían porque eran de un tamaño mayor.

Volvió entrar al baño y luego de ello, y de guardarlas en una bolsa, regresaron a sus asientos, donde el papá de la chica ya se encontraba preocupado porque se ausentaron mucho tiempo. El ruso le explicó la situación por lo que decidieron retirarse, al cabo el partido se terminaba en unos minutos y tenían una prioridad.

Para Corrine, la dichosa menstruación era algo que espero con anhelo. Ahora no estaba tan segura de porque dijo una tontería de tal magnitud. Otabek le puso una comprensa calientita en el vientre y le ofreció una infusión a su hija que no dejaba de lloriquear bajo la atenta mirada de sus dos hermanas menores, quienes susurraban que ellas nunca querrían pasar por un dolor similar.

Yuri y Nikolai estaban pendientes por si algo llegaba a ofrecerse. La chica pareció sentirse mejor luego de beber un té y recibir caricias en el cabello que su papá le daba para relajarse. Cambiaba de posición cada cinco minutos, buscando una en la cual quedarse cómoda.

—Arruiné tu cumpleaños—, le dijo Cory a Madelaine. La castaña se sentó en la orilla de la cama y balanceó sus piecitos.

—Nah—, se encogió de hombros. —Lo importante es que te sientas bien, ¿ya no te duele?—, ladeó su cabeza.

—No tanto—, Corrine apartó la taza y palmeó el sitio vacío entre sus frazadas. —Ven, vamos a ver Mulán—, ella no tardó en filtrarse entre las mantas y acabar hecha ovillo, lista para ver su película favorita.

—Tienes que mejorarte—, le dijo la menor conforme el filme se reproducía—; recuerda que nos iremos de campamento con…—; un bostezo cortó su oración y dejó a la pelirroja en suspenso. —… con papá y papi.

—¿Quién es quién?

—Es lo de menos—, replicó con una risita. —¿Crees que algún día Yura sea nuestro papá de verdad?

—Yo creo que sí, enana.

Empezaron a canturrear la primera canción y Otabek, quien había estado esperando para entrar a la habitación y llevarles dulces, solo se quedó con la mano sujeta a la puerta y el corazón latiéndole a tope.

¿Papá y papi?

Oh rayos, eso sonaba malditamente hermoso.

He vuelto.
¿Cómo están, lectores preciosos? Espero que les guste la actualización 💖

Alerta spoiler, el próximo capítulo tendrá LO QUE TANTO ME PONEN EN LOS COMENTARIOS. Ajá, saben a qué me refiero.
O quizás no. Ya veremos.

Dry*: sexo sin protección ni preparación.

Espero entendieran lo de bateas con ambas uwu en fin. Gracias a CassandraFloresZuiga por los memes 💗

Así que ya saben, recibo memes, dibujitos y abrazos UuUr.
Gaypad a veces no me deja contestar comentarios, que Dios lo perdone.

Bueno, pues los amo muchísimo, besos 💞🐒

 

Okumaya devam et

Bunları da Beğeneceksin

10.6K 913 15
Ví como Kai abrazaba a Jennie, cuando llegaron sus amigos, después ví que sus amigos lo abrazaron, supongo que les dijo que Jennie y el ya son novios...
135K 2.9K 29
Busquemos salir un poco de la realidad imaginando historias con sus pilotos favoritos🖤
12.5K 524 64
𝘖𝘯𝘦 𝘴𝘩𝘰𝘵𝘴 𝘥𝘦 𝘙𝘰𝘥𝘳𝘪𝘷𝘢𝘯
49.9K 3.6K 59
•.𝐀𝐄𝐔𝐅.• | Bien dicen que recordar es volver a vivir, es por eso que ____ vuelve a revivir momentos que ha pasado con el amor de su vida Natanael...