Rozando el cielo © Cristina G...

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Sarah Praxton es trabajadora, responsable y honesta. Trabaja para John Miller, presidente de Terrarius. Sarah... More

Rozando el cielo
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Epílogo final
Carta de John a Sarah
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By aleianwow

John me observaba absorto mientras me vestía. Me puse unos vaqueros negros ajustados y un jersey blanco de cuello alto.

Le miré a los ojos. Su azul me seguía fascinando como el primer día en que los vi, pero ahora de una manera muy distinta.

–      Eres preciosa – me dijo cuando volví a sentarme en la cama para ponerme unos botines.

Se acercó a mí y besó el lóbulo de mi oreja. Él aún continuaba sin ropa, envuelto en mis sábanas.

Hacía unos minutos, yo me había encontrado recostada a su lado, también con mi piel descubierta, mientras John había acariciado mi espalda con sus dedos. Fue la clase de momento que una desea que no termine nunca.

Pero debía vestirme, ver cómo estaba Rachel y tal vez, comer algo antes de darle la clase a Carla.

–      ¿No necesitas volver a la oficina? – le pregunté con preocupación –. Normalmente le dedicas mucho tiempo y tal vez te esté perjudicando faltar tanto de tu empresa.

Él me sonrió.

–      Muchas veces trabajo más de lo que debo… No te preocupes, Sarah, sé en todo momento lo que hago – me aseguró John.

Vi que se incorporaba y se ponía su ropa interior. Tardó medio minuto en vestirse con su pantalón de pinzas y su camisa de rayas.

Realmente estaba delgado y su altura  debía sobrepasar el metro noventa. Me imponía mucho su presencia, a la vez que me emocionaba y, en cierto modo, me excitaba.

Y cuando él me miraba con aquella ternura me sentía segura y querida.

–      Abrázame – le pedí antes de que saliéramos de mi habitación.

Era tan alto que mi cabeza quedaba casi debajo de su pecho y sus brazos me cubrían por completo.

–      Nunca había sido tan feliz – susurré, apoyada en él, abrazando su espalda.

John besó mi frente.

Más tarde, desperté a Rachel – que llevaba toda la mañana dormitando – y le puse un plato de puré. Ella parecía estar más entonada e incluso se animó a pintar después de comer y, cuando llegó Molly, incluso le pidió salir a pasear al parque.

John se quedó a comer con nosotras – Rachel y yo –, le preparé brócoli con puré de patata y un par de filetes de merluza.

–      Seguramente Brigitte cocine mejor que yo – le previne antes de que probara el primer bocado.

–      Brigitte es buena cocinera, pero estoy seguro de que no le pone tanto amor como tú, Sarah – me dijo.

Al rato, John se había terminado el plato entero.

–      Me ha encantado – me sonrió.

No quise darle mayor importancia, era brócoli y sólo había que cocerlo al vapor. ¿Qué mérito podía tener aquello?

–      La semana pasada, le preparé a Carla una tortilla de pimientos asados y calabacín, con patata. Le encantó.

Yo estaba lavando los platos cuando me contó aquello. Me giré, atónita.

–      No sabía que te gustara cocinar – comenté –. Es toda una sorpresa.

–      Me gusta, pero trabajando tantas horas… No me queda mucho tiempo libre para experimentar recetas nuevas.

John se levantó y caminó hacia mí, me rodeo la cintura mientras yo terminaba de fregar una sartén y me besó en el cuello.

–      Me tengo que ir, luego vendré a recogerte para la clase de francés – susurró –. Te quiero.

Y le vi marcharse de la cocina.

A los diez segundos, escuché la puerta de la calle cerrarse. John se había marchado.

Una hora después, Molly ya estaba en casa, dispuesta a llevar a mi hermana al parque.

                                               ***

Era viernes, y por tanto, la última clase de aquella semana. Sólo quedaba una semana más antes del temido examen de francés y yo temía que si le contábamos a Carla lo que estaba ocurriendo antes de tal fecha, ella, en un arrebato de tristeza o enfado, hiciera peligrar lo que tanto esfuerzo le había costado.

Debía contárselo a John.

“Después de la clase, hablaré con él”, pensé.

Carla salió a recibirme de su habitación con una gran sonrisa.

Nos sentamos en su cama y abrimos los libros. Llegaba un momento que su buena disposición me hacía pensar que disfrutaba realmente de aprender el idioma y que cada vez estaba más entusiasmada con la idea de ir a estudiar a París.

Desde luego, la última semana, la hija de John había estado en posesión de un buen humor y una alegría poco propios de ella.

Temí porque hubiese caído en las redes de aquel chico del que me había hablado.

Sentí la necesidad de preguntar.

–      ¿Qué fue de aquel que se había acostado con tu mejor amiga? – le pregunté en francés.

Ella me miró, confusa. No supe si es que no esperaba la pregunta o es que no había comprendido del todo el verbo.

Pero el examen era oral y a mí no se me ocurrió una mejor manera de practicar que charlar de algo que a ella le pareciera importante, pero en francés.

–      No quise saber nada de él – respondió ella.

Me sentí aliviada al comprobar que Carla no parecía incómoda con la conversación. Solamente le había sorprendido que yo le preguntara por el tema.

–      Pero hay otro chico… Bueno, hombre – continuó ella, también en francés.

Su francés no era especialmente refinado, pero se expresaba bien y yo lograba comprenderla con facilidad.

–      ¿Qué quieres decir? – pregunté, continuando nuestra práctica lingüística.

–      Es un profesor que acaban de contratar… Me da clase de física… Tiene treinta años… – lo dijo todo en un francés envidiable para una chica de su edad.

Lástima que el contenido de sus palabras me impidiese centrarme en su avance en el idioma.

–      ¡Treinta años! – exclamé ya en mi inglés materno.

Carla enrojeció.

–      Pero no tengo nada con él… Al contrario, él sólo me explica las cosas que no entiendo y es muy atento y amable. Pero no se ha acercado especialmente. Es sólo que creo que estoy enamorada. A veces, en los recreos, se acerca a mí y charlamos de cosas. Me cuenta cómo fue para él la universidad y también me ha dicho que tiene dos perros… Es encantador – murmuró ella con una mirada soñadora.

–      ¡Te saca quince años! – le dije alarmada.

Y mi subconsiente, ese que siempre está ahí para recordarme las incoherencias me dijo: “Y John te saca veinte a ti”.

–      Lo sé… Y estoy hecha un lío… Pero nunca me había sentido así… Creo que si me lo pidiera, sería capaz de cualquier cosa – confesó la hija de John.

Y yo me di cuenta, de que me sentía exactamente igual por su padre.

¿Qué iba yo a aconsejarle a aquella adolescente enamorada? ¡Estando yo en las mismas circunstancias!

–      Sólo te queda un año de instituto, Carla… Procura mantener las distancias… Tal vez, cuando acabes él esté interesado en ti… Mientras tanto no te conviene sobrepasar el límite de una conversación interesante – le dije, intentando tirar del poco sentido común que aún me quedaba.

Carla asintió, me escuchaba atentamente.

–      Eres todavía muy joven… No quiero que te hagan daño – le dije con sinceridad.

Con el tiempo había aprendido a apreciarla, e incluso a quererla, en cierto modo. Era una niña con cuerpo de mujer, que se sentía sola por la falta de su madre y también de alguna manera, medio abandonada por su padre – salvo en las últimas semanas, quien se había aproximado más a su hija y parecía que poco a poco recuperaban la relación –.

–      Gracias, Sarah – susurró ella.

Entonces pensé en preguntarle otra cosa en francés.

–      ¿Por qué me tiraste el zumo el día que nos conocimos?

Ella esbozó una sonrisa pícara. Tardó un par de segundos en responder.

–      Supongo que quise asustarte, llamar la atención de mi padre… O ambas cosas. A veces, pensaba que mi padre le pedía a otras personas que se ocuparan de mí porque él no quería pasar tiempo conmigo.

Lo había dicho todo en francés, con una gramática correcta y una pronunciación más que aceptable.

Y logró también transmitirme la tristeza que había tras aquellas palabras.

“Sólo la gente profundamente infeliz, insegura y desdichada es mala con los demás” pensé. Y así estaba Carla cuando me conoció.

Ahora, gracias a que su padre había decidido cambiar su manera de comportarse con ella, parecía que la tristeza se iba extinguiendo poco a poco.

“¿Pero y qué pensará cuando se entere de vuestra relación?” mencionó mi conciencia.

–      Pero, ya no piensas así…¿Verdad? Tu padre es bueno, pero a veces, míralo como si fuera un niño necesitado también de cariño, Carla… La muerte de vuestra madre fue dura para los dos – le dije en francés.

Ella me sonrió nostálgicamente.

–      Ya no – respondió con cierta dulzura.

Dimos por finalizada la clase y yo bajé en ascensor hasta la planta baja, donde se encontraban la cocina, el enorme salón y la sala de invitados.

John me esperaba frente a la entrada principal. La expresión de su rostro me hizo recordar el éxtasis que me había hecho alcanzar aquella mañana.

Sus caricias, sus besos.

–      Hola – susurró él al tiempo que me envolvía de nuevo con sus brazos y me daba un pequeño beso en los labios.

Sonreí y entorné los párpados. John acariciaba mi cabello.

–      Tengo que hablar contigo – le dije.

Él me guió hasta el salón y ambos nos sentamos en un gran sofá de terciopelo rojo que había frente a la chimenea.

–      Lo del zoo no es tan buena idea… Es decir, me apetece que vayamos todos juntos… Pero es mejor esperar a que Carla haga el examen… Corremos el riesgo de que suspenda… Si se disgusta.

John me observó, pensativo. Asintió despacio.

–      Tienes razón… Aunque no me guste ocultar lo que ocurre entre nosotros, porque te quiero, Sarah… Podemos esperar unos días más – afirmó, hundiendo su mirada en mí.

Temblé.

Sólo deseaba dejarme llevar de nuevo, perderme en sus brazos, en su cuerpo… Sentir todo el amor que nos teníamos. Lo deseaba con fuerza y me empezaba a costar concentrarme en nuestra conversación.

–      Creo que es lo mejor – susurré.

Escuché un ruido y me alarmé al pensar que Carla pudiera estar cerca, escuchando.

Pero automáticamente me relajé al ver a Brigitte entrando en la cocina y dejando caer una bandeja sobre la encimera.

–      Tranquila… Carla no suele bajar hasta la hora de cenar – sonrió John.

Parecía que estábamos sincronizados, él sabía en lo que yo pensaba a cada momento.

Sentí la suavidad de sus dedos en mi mejilla y cerré los ojos momentáneamente. Sostuve su mano y la apreté con fuerza.

Entonces él me besó de nuevo. Con más ansias y más fuerza que antes. Me dejó sin aliento.

Media hora más tarde, detuvo su Prius frente a mi portal y yo subí a casa, junto con Rachel y Molly.

                                               ***

Mi hermana miraba los tigres con un interés extraordinario. El color anaranjado, en contraste con el negro más esa mirada felina, le producían a Rachel verdadera fascinación.

Aunque nada, en comparación a cómo había reaccionado al ver los elefantes. “Están mal hechos”, había dicho. Carla le había preguntado que por qué y Rachel había respondido que debían tener la trompa más corta porque si no, podrían tropezarse.

Jamás supe de dónde venía aquella fijación por los elefantes y su preocupación porque pudieran caerse.

Aún así me parecía entrañable.

Durante la visita, John aprovechaba a rozarme la mano cuando Carla no miraba e incluso me había robado algún beso cuando mi hermana y su hija estaban ocupadas hablando de alguna criatura.

Yo me ponía muy nerviosa, no quería que ninguna de las dos notara que había algo extraño. No quería sospechas. Aún no.

Comimos en uno de los restaurantes del interior del recinto. Rachel devoró sus macarrones en el más absoluto de los silencios mientras Carla nos contaba que a una de sus amigas la habían expulsado del colegio por pillarla fumando porros en los lavabos.

–      A ti ni se te ocurra fumar – le dije yo con un tono más maternal del necesario –. Es espantoso, ¿sabes que la marihuana puede producir esquizofrenia en los adolescentes?

–      No, Sarah… Jamás se me ocurriría hacer eso. Odio el tabaco, sé que produce cáncer… Y los porros son malos. Además, soy asmática – y entonces echó a reír –. Tendría que ir a urgencias en el momento en que se me ocurriera fumar cualquier cosa.

Vi que John estaba palideciendo con las palabras de su hija. Me di cuenta de que empezaba a ser consciente de que Carla ya no era la niña tierna e infantil que él había visto crecer desde que nació.

Empezaba a tener más de mujer que de niña y supe que ello, le asustaba bastante a su padre.

–      Así me gusta – sonreí –. Que tengas las cosas claras.

Carla dejó caer su cabeza sobre mi hombro cariñosamente y yo me sorprendí mucho con aquel gesto.

–      ¿Sabes, Sarah? Si hubiera una mujer en el mundo que pudiera ser como una madre, esa serías tú.

Advertí que la tez de John comenzó a ponerse de un tono azulado muy poco favorecedor. Mi espalda comenzó a sudar.

–      ¿Por qué os quedáis callados? Vi cómo os besábais ayer en el salón. Lo que no sé es por qué no me habéis dicho nada – comentó ella con naturalidad.

Me giré hacia ella y la miré con cierto temor.

–      Carla… – empezó John –. Queríamos esperar a que hicieras el examen, para no perturbarte demasiado.

Agradecí su intervención. Empecé a respirar.

–      No pasa nada papá… Estoy muy contenta – dijo ella –. Sarah, desde que tú estás con nosotros, todo es mejor… De verdad… No te vayas nunca…

Carla volvió a apoyarse sobre mi hombro y yo acaricié su cabello.

–      Gracias – respondí yo –. Siempre podrás contar conmigo, Carla. Para lo que necesites – añadí.

Ella me abrazó con fuerza. Estábamos sentadas en unos sillones de cuero, de esos que se llevaban ahora en los restaurantes, entonces la hija de John – que se había sentado a mi lado – pudo echarse sobre mí como hubiese hecho cualquier chica de su edad en un arrebato cariñoso hacia una madre.

Contuve una lágrima de alivio y felicidad. Ya no había nada que pudiera preocuparme. Salvo mi trabajo, pero eso era lo de menos. Ya cruzaríamos aquel puente cuando llegásemos a él.

                                   ***

John y Carla nos invitaron a cenar en su casa.

Era sábado y los sábados, Brigitte preparaba para cenar una exótica ensalada de lentejas, arroz negro, arroz rojo y frutos secos.

Tuve mucha curiosidad por probarlo, aunque no tuve claro que Rachel tuviese la misma intención que yo.

–      Está muy bueno, Rachel – intentaba convencerla Carla mientras íbamos en el coche –. Las lentejas tienen mucho hierro, ya verás cómo te gustan con el arroz.

Reí al escuchar el argumento. Mi hermana la observaba con desconfianza.

–      Me gusta más el arroz con tomate – continuaba Rachel.

Por algo éramos hermanas – muy obstinadas las dos –.

John conducía y yo podía observar como su rostro, absolutamente relajado y en paz, reflejaba una felicidad que hasta ahora sólo había visto en el momento que habíamos hecho el amor.

Nos dejó a todas en la puerta de la mansión Miller y él se fue a aparcar el coche.

Al entrar, me extrañó ver tres enormes maletas de Carolina Herrera apiladas en el hall. Carla tampoco sabía por qué aquello estaba allí.

–      ¿Brigitte? – preguntó la hija de John mientras entraba en la cocina.

Mientras ella se alejaba, escuché unos pasos que procedían del salón.

Y de un momento a otro, una mujer se encontraba ante mí. Alta, con unos elevadísimos tacones y enfundada en unos pantalones de cuero blanco…

Miré su cara y de pronto, pensé que estaba frente a una muerta. Exactamente igual a la foto de Diana Miller.

Pensé que me desmayaba cuando ella me estrechó la mano.

–      Soy Susanna Winteroth, la hermana gemela de Diana… Encantada… ¿Está John? Tengo que hablar con él.

–      Sarah… Praxton… – balbuceé yo -. John ha ido a aparcar.

Al momento, la puerta principal se abrió y John Miller entró en la casa.

Pude contemplar cómo su rostro se agriaba y tomaba una expresión de agresividad, acompañada por unos ojos turquesas tan intensos que tuve miedo de encontrarme en el blanco de aquella mirada.

–      Hola Susanna – espetó él –. A qué has venido.

Atónita, observé cómo ella se lanzaba sobre mi jefe y lo abrazaba, echándose a llorar sobre su hombro.

–      Peter me ha sido infiel y nos hemos divorciado… Me ha echado de casa, John… No tengo nada, ni dinero, ni casa… Hasta que gane el juicio no tengo donde vivir – sollozaba ella.

Por alguna razón sus lágrimas no me parecieron creíbles.

John no hizo amago de abrazarla, intentó apartarse y la sostuvo por los hombros, casi a punto de empezar a zarandearla.

–      ¿Qué quieres decir? Puedo pedirle a Brigitte que te prepare un cuarto… Pero no vas a quedarte a vivir aquí.

–      Por favor, John… Por todo el cariño que un día hubo entre nosotros, por Diana… Déjame quedarme contigo unos meses, no tengo a dónde ir.

Se me encogió el corazón.

Aquella mujer era la viva imagen de su difunta esposa. Igual que Diana. ¡Eran gemelas!

No, no podía competir con aquello. Y además, algo me decía, mi intuición femenina y la facilidad para calar a las mujeres innata que yo había heredado de mi madre, que Susanna Winteroth no tenía la menor intención de apartarse de John tan fácilmente.

Era una mujer despechada, desesperada y que había dicho: “por el cariño que un día hubo entre nosotros”.

Cogí a Rachel y abandoné la mansión Miller lo más rápido posible.

John salió corriendo detrás de mí, pero ya era tarde. Cogí un taxi al vuelo y regresé a casa con mi hermana.

“Demasiado bueno para ser verdad”, me decía mi subconsciente.

Aquella noche me deshice en un mar de lágrimas. Me sentía perdida, confundida. Y fui consciente, de que había muchas cosas del pasado de John que apenas conocía.

“Pero le amo”, pensé. “Aunque me he precipitado, tal vez esté equivocada”, me dije a mí misma después.

Silencié la Blackberry. Le envié un mensaje a John diciendo: “Estoy bien, sólo estoy cansada. No me llames esta noche” para no alarmarle hasta que yo aclarara mis ideas.

Sin embargo, él no me hizo caso y el teléfono vibró sin descanso a lo largo de todas las horas de la madrugada.

––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

Jummmm se complican un poco las cosas je je je je

espero que os haya gustado :)

bueno, ahora vienen las noticias maaalas (no muy malas), me voy a París una semana y no creo que pueda publicar hasta el lunes o el martes de la semana siguiente.... Sí, sé que son muchos días pero prefiero avisar... 

No me podré llevar el ordenador y tampoco podré escribir allí, entonces van a pasar unos 10 o 12 días hasta que pueda subir otro capítulo.

Lo siento mucho :'(  pero a la vuelta los subiré rápidamente hasta llegar al final! y podremos saber como acaba la historia de John y Sarah, con un maravilloso epílogo :P

os quiero a todos!!!! un beso enorme y miles de gracias por todos vuestros comentarios :* y votos :*

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