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Durante el resto de la semana la relación entre el señor Miller y yo se enfrío y volvió a su estado habitual – e incluso se tornó algo más distante –.

No me sorprendió que aquello ocurriera.

De hecho, la última vez que John Miller y yo tuvimos una discusión en referencia a cuándo iría a conocer a su hija, los días posteriores se comportó de un modo gélido y autoritario conmigo. Para “recuperar” su “poder perdido”.

Me pregunté entonces, cuánto duraría esta vez. ¿Se presentaría en mi casa de nuevo?

Recé para que aquello no sucediera.

John habló conmigo lo justo los días posteriores al incidente del vestido. “Praxton trae ese informe”, “Sarah te importaría pasarme tal o cual número de teléfono”, “recuérdame a qué hora es la reunión de mañana”, eran sus únicas frases.

A pesar de ello, notaba su mirada atravesar el cristal, vigilando cada uno de mis movimientos. No obstante, yo me hacía la indiferente.

Quería distancia. La quería ya y cuanto más mejor.

El jueves – el día antes de la cena de negocios – cuando llegué a casa, confeccioné una lista de formas verbales en francés, con todos sus tiempos y algunos trucos para memorizar.

Lo recopilé de mis apuntes de la carrera e incluso diseñé un Power Point para Carla.

Estaba todo muy resumido, para que no le resultase pesado estudiarlo.

–      Es una buena idea – me dijo Molly cuando le enseñé aquellos apuntes el viernes por la mañana –. Así John verá que te tomas en serio tu trabajo…

–      Parece que el señor Miller está más tranquilo – le dije a Molly –. Si le entrego esto será una forma de establecer de nuevo el rol jefe – empleada que parece que hemos perdido en las últimas dos semanas – resoplé.

Molly echó a reír.

–      Eres una exagerada. El pobre hombre no ha hecho nada malo. Dale tiempo y se ajustará a la nueva situación. No le presiones. Se nota que está acostumbrado a ser él quien dirige y tal vez le hayas aturdido momentáneamente – teorizó ella.

Entonces fui yo la que estalló en carcajadas. Me relajé con sus palabras. Tenían sentido.

Todo el sentido que yo necesitaba para recuperar mi rutina con más alegría.

Antes de irme a trabajar entré en el cuarto de Rachel. Aún dormía. Solía despertarse a las nueve y media de la mañana, siempre de muy buen humor.

Últimamente la vigilábamos de cerca. Como nos había dicho la neuróloga que hiciésemos.

Por el momento estaba bien. No había tenido ninguna crisis ni ningún comportamiento extraño. Yo me había alarmado hacía un par de días al verla algo ausente, con la mirada perdida. Pero aquel episodio duró no más de diez segundos y el hecho no tuvo mayor trascendencia.

Le di un beso a mi hermana, acurrucada bajo las sábanas y salí sigilosamente para no despertarla.

Después me despedí de Molly y salí de casa.

                                               ***

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora