Rozando el cielo © Cristina G...

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Sarah Praxton es trabajadora, responsable y honesta. Trabaja para John Miller, presidente de Terrarius. Sarah... More

Rozando el cielo
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Epílogo final
Carta de John a Sarah
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By aleianwow

–      Sarah – susurró una voz en la oscuridad.

Una mano sostenía mi espalda. Abrí los ojos despacio. Después levanté mi cabeza que debía de llevar varias horas apoyada sobre el pecho de John.

Le miré, aún sin poder despegar del todo mis párpados.

–      ¿Qué hora es? – susurré.

–      Las siete menos diez – respondió él –-. Me duele un poco la espalda.

Entonces me di cuenta de que me había quedado dormida sobre John, y de que llevábamos así aproximadamente cinco horas.

Me levanté rápidamente y encendí la luz del salón.

–      Nos hemos dormido – dije con una tímida sonrisa.

Él se levantó lentamente del sofá. Se llevó la mano a la zona lumbar y se estiró como si fuera un gato.

Después se acercó a mí y me dio un pequeño beso en los labios.

–      Buenos días – susurró después en mi oído.

–      ¿Quieres café? – le pregunté en voz baja –. Procura no hacer mucho ruido, Rachel aún duerme.

Me rodeó con sus brazos y me miró, dedicándome una magnífica sonrisa.

–      Me gustaría ir a mi casa, ducharme y cambiarme de ropa… Podríamos desayunar allí. Brigitte prepara gofres todos los días – me tentó él.

Negué.

–      Tengo que esperar a que venga Molly y me tengo que vestir… Tú normalmente sueles llegar pronto a la oficina… Y además está Carla, ¿qué pensará si me ve desayunando en vuestra casa?

–      Es mejor que se acostumbre a verte allí… Así no se extrañará cuando le contemos lo nuestro – susurró John en mi oído.

Aquellas palabras me descolocaron. Realmente John pensaba introducirme en su vida y hacerme parte de ella.

No supe si sentir miedo o ilusión.

–      Ve a vestirte – me dijo al tiempo que me soltaba –. Cuando venga Molly nos iremos a desayunar los gofres de Brigitte.

Su sonrisa me dio a entender que no tenía más opción.

Fui a mi habitación y elegí una falda de tubo azul marino y un suéter beige que marcaba ligeramente mi cintura. Me lavé los dientes y puse algo de sombra de ojos gris sobre mis párpados.

Dejé mi pelo suelto y ondulado caer sobre mis hombros.

Molly llegó tres minutos después de que ya me hubiese vestido. Antes, de marcharme con John, entré en la habitación de Rachel y le di un beso en la mejilla.

                                               ***

La cocina de la mansión Miller era muy amplia y se encontraba dividida en dos estancias por una especie de isla.

En una de ellas, nos habíamos sentado John, Carla y yo a desayunar, alrededor de una mesa de vidrio transparente de patas blancas muy sofisticadas. En la otra, Brigitte cocinaba y le daba órdenes a otro chico joven, que debía de trabajar también para John.

Los gofres de Brigitte me parecieron una auténtica delicia. John los acompañó con un café solo y yo con un vaso de zumo de naranja natural.

Me sorprendió que Carla sonriese al verme. Incluso me dio un beso para saludarme.

–      Sarah échales sirope de fresa, ya verás como saben genial – me dijo ella en referencia a los gofres.

Carla untó los bollos con sirope de fresa, casi hasta sumergirlos. No tardé en deducir que era una gran aficionada al dulce.

Al igual que su padre y sus M&Ms.

Sonreí. Y después me pregunté cuánto tiempo duraría el cariño de Carla…

La hija de John iba vestida de uniforme. Llevaba una falda tableada de cuadros rojos sobre fondo negro y unas medias grises con zapato de vestir oscuro. En su jersey llevaba bordado el escudo del carísimo colegio donde estudiaba el bachillerato.

No pude evitar acordarme de la serie Gossip Girl. Y acto seguido se me pusieron los pelos de punta al imaginarme a Carla metida en un lío a lo Serena Van der Woodsen.

Le dio un beso a su padre antes de marcharse de la cocina con su bolso y su carpeta.

–      Hasta esta tarde – me dijo a mí.

John aprovechó un momento en el que Brigitte se había marchado de la cocina para acariciarme el cuello con una de sus manos.

Aquello me pilló desprevenida, arrancándome un suspiro. Después sentí cómo se me erizaba la piel con el roce de sus dedos.

Cuando terminamos de desayunar, yo había pensado en quedarme en la planta baja y esperar a que John se duchase y se cambiara de ropa.

Miré el reloj, ya eran las ocho menos cuarto de la mañana y allí estábamos todavía. Pensé que sería la primera vez en tres años que llegaba tarde a trabajar.

Entonces John me dijo:

–      Sube, te enseñaré mi dormitorio y podrás esperar allí.

Mientras seguía a John hacia el ascensor, sentí de pronto una tremenda curiosidad por conocer el lugar donde dormía.

Cuando las puertas se abrieron, entramos en una especie de despacho, con las paredes forradas en madera oscura y muy brillante. Había un gran ventanal que iluminaba una extensa mesa, también de madera oscura y elegante, en la cual había tres ordenadores portátiles abiertos. Uno personal, uno adiviné que era de Terrarius y el otro era un MacBook plateado.

Sorprendida, contemplé la mayor estantería que había visto en toda mi vida.

La pared que separaba aquel despacho del dormitorio, estaba cubierta entera por estantes cargados de libros, clasificados cuidadosamente según la colección, la temática y el autor.

Sin duda, John era un hombre muy ordenado.

–      Ven por aquí, Sarah – me indicó él desde la puerta que daba paso a su dormitorio real.

Caminé despacio, y allí encontré una cama de matrimonio cubierta con una colcha lisa de color azul oscuro. Muy sobrio y austero en cuanto a decoración.

Las mesillas guardaban la estética, también eran de madera oscura y combinaban con el despacho exterior.

–      Voy a ducharme, puedes coger lo que quieras… Estás en tu casa – me dijo con una sonrisa.

Yo también le sonreí. Después le vi desaparecer tras una puerta blanca que supuse, daría paso al baño.

Repentinamente, algo especial me llamó la atención. Me aseguré de que John continuaba en el servicio antes de acercarme a una foto que había, cuidadosamente enmarcada en plata, encima de la cómoda.

Contuve el aliento al darme cuenta de que allí, ataviada con un espectacular vestido de novia, se encontraba el retrato de la que debía de haber sido su esposa. Vi que en el marco, justo bajo la foto, se encontraba grabado un nombre: Diana Miller.

No pude pasar por alto el parecido físico que había entre nosotras. Sin ser exactamente iguales, teníamos rasgos similares: ojos rasgados y verdosos, cejas finas y labios pequeños. Ella llevaba el pelo de un tono algo más claro que el mío, pero la longitud era muy parecida y la manera de peinarlo también.

Viendo aquello, no me resultaba tan extraño que John Miller se hubiese fijado en mí. Aunque, en cierto modo, había tardado tres años en darse cuenta de que yo existía.

Observé el magnífico vestido de Diana. Había sido una mujer muy bella y tenía una sonrisa sincera y tranquila. Justo lo que John había necesitado: una mujer buena que no le dejara hundirse en el estrés de su empresa ni dejarse acribillar por los voraces ejecutivos de las altas esferas.

Estaba tan absorta en aquella fotografía, que no me di cuenta de que John ya llevaba varios minutos detrás de mí. Por eso me sobresalté cuando sentí que rodeaba mi cintura con sus brazos.

Sus brazos desnudos.

Me giré y suspiré de alivio al ver que llevaba la toalla enrollada en su cadera.

–      Tranquila – me dijo.

Me dejé caer ligeramente sobre su torso, hasta que mi cabeza quedó apoyada sobre él.

–      ¿Era tu esposa? Es muy guapa – le dije en un susurro.

–      Sí – respondió él con voz queda –. Me recuerdas mucho a ella… Aunque te aseguro que no te he buscado. Has aparecido como un milagro, Sarah.

Cerré los ojos y me dejé llevar por aquellas palabras.

John para mí también se trataba de un maravilloso milagro. Algo que había dado por hecho, que jamás iba a encontrar en un mundo como en el que vivimos.

–      Diana es un nombre bonito – le dije entonces –. Debes recordarla con amor…

Él asintió despacio.

–      Creo que es ella quien me ha abierto los ojos para que pudiera verte – me dijo John en el oído.

Por alguna extraña razón, no pude contener una pequeña lágrima que escapó libremente, derramándose por uno de mis pómulos.

John sujetó mi mentón y me obligó a mirarle. Después comenzó a besarme, muy despacio… De manera que pude sentir el calor de sus labios contagiando a los míos hasta fundirnos en un contacto tibio, suave y excitante.

Su respiración comenzó a agitarse y me agarró con fuerza hasta dejarme tumbada en la cama. Él se tendió sobre mí y continuó besando mi cuello.

Sentí que moría lentamente.

Entonces comenzó a sonar mi Blackberry dentro de mi bolso.

–      Ignórala – susurró él.

Gemí al sentir cómo deslizaba sus manos bajo mi blusa, mientras besaba mis labios de nuevo, uniendo nuestras bocas hasta llevarnos al cielo.

De pronto fue la propia Blackberry de John la que empezó a convulsionarse. Después sonaron dos alarmas en el ordenador.

Y John se detuvo.

Él aún se encontraba recostado sobre mí. Mi falda levantada por encima de mis rodillas me había permitido abrir mis piernas para sostenerle en mi regazo, entre ellas. De manera que mediante el contacto, había podido sentir que mi jefe estaba verdaderamente dispuesto a hacerme suya.

John me miró fijamente. Sus ojos azules traspasaron todas mis fronteras y yo me sumergí en ellos para dejar que me poseyeran.

Y entonces él dijo con aparente fastidio:

–      Me temo que llegamos tarde.

Ambos echamos a reír.

                                               ***

Cuando al fin llegamos al edificio de Terrarius, John ya se había perdido una reunión con su junta de accionistas aquella mañana. Y aún así, fue capaz de conservar su buen humor a lo largo de toda la jornada.

Procuramos mantener las formas delante de mis compañeros en todo momento. Sin embargo, a él se le escapaba siempre alguna caricia de más en mi mano cuando le entregaba algún documento y sus miradas furtivas hubiesen llamado la atención de cualquier persona que hubiese estado atenta.

Me sentía como si fuese una quinceañera flirteando con un compañero de clase a escondidas del profesor.

Para rematar el día, y mientras yo esperaba en la parada del autobús, un Toyota Prius se detuvo frente a mí, arrancándome inesperadamente una sonrisa.

–      No puedo dejar que vuelvas sola – me dijo él.

Fue la primera vez que me llevó a casa desde la oficina.

                                               ***

Le conté a Molly el asombroso parecido que había entre Diana Miller y yo.

–      Eso es una señal, Sarah – me dijo ella –. John es un buen hombre… No le hagas daño.

No di crédito a aquel comentario.

–      ¿Qué quieres decir? – pregunté extrañada.

–      Quiero decir que tu jefe es un tierno oso de peluche que sabe lo que quiere pero que tiene miedo de que lo rechacen. Parece haber sufrido mucho – respondió Molly con naturalidad.

Reí ante la definición gráfica: “tierno oso de peluche que sabe lo que quiere”. Pero ni yo lo habría descrito mejor.

Rachel estaba durmiendo la siesta cuando me marché a darle clase a Carla.

Le di un pequeño beso a mi hermana antes de salir de casa.

                                   ***

–      ¿Crees que me saldrá bien el examen? – me preguntó Carla un cuarto de hora antes de que terminara nuestra sesión diaria.

–      Sólo necesitas estar tranquila y repasar un poco más el vocabulario. Ahora tienes muchas más probabilidades de aprobar que cuando nos conocimos, de eso no me cabe duda – le dije.

No quise asegurarle nada, en ocasiones aquella clase de exámenes que otorgaban cierto reconocimiento oficial de que poseías tal o cual nivel de idioma, los hacían más difíciles de lo habitual o, por el contrario, aquellos que se presentaban al examen se ponían más nerviosos de lo normal y terminaban por cometer fallos tontos.

Lo importante consistía en lograr que Carla confiara en sí misma y llegase al examen lo más preparada, y sobre todo, lo más relajada posible.

Entonces recordé lo que John me había dicho: “mejor esperar unos días”, respecto a contarle a Carla lo que estaba sucediendo entre su padre y yo. Y, teniendo en cuenta, que su examen tendría lugar en unas escasas dos semanas… Lo mejor sería esperar a que hubiese aprobado para hablar con ella.

De lo contrario, corríamos el riesgo de que tuviera un berrinche y todo el esfuerzo que había hecho durante el último mes cayera en saco roto.

De un momento a otro, mi bolso empezó a vibrar encima de la mesilla de Carla.

–      Dame un minuto – le dije.

Me levanté de su cama y me incliné sobre la mesilla para sacar mi Blackberry del bolsillo interior.

Tuve un mal presentimiento al ver el nombre de Molly en la pantalla.

Cogí el teléfono suplicando mentalmente que todo estuviera bien. Que Rachel estuviera bien, en concreto.

– Dime Molly – respondí con una leve nota de alarma en la voz.

–      Escucha Sarah – empezó ella –. No te preocupes, ya está todo solucionado.

Sonaba tensa. Y no me gustó su manera de hablar. Intentaba tranquilizarme antes de contarme las cosas.

No. No me gustaba su tono de voz.

–      ¿Qué ha pasado? – pregunté imperativamente.

–      Rachel ha tenido una crisis y he tenido que llamar a una ambulancia, pero ahora estoy en el hospital, ella está bien, la han ingresado y está en observación – dijo Molly de carrerilla.

Sentí el plástico negro de la Blackberry escurrirse por el sudor de la palma de mi mano. Recordé que Molly acababa de decir que Rachel estaba bien. La tenían a salvo, rodeada por médicos y enfermeras. Respiré despacio.

Era la primera vez, desde que habían muerto mis padres, que Rachel ingresaba en una clínica.

Había ocurrido un par de veces en vida de ellos.

Pero ahora debía hacerle frente a la situación yo sola. Y no debía caer en el histerismo.

“Los nervios descontrolados no ayudan ahora, Sarah”, me dije a mí misma.

Y armada con coraje y sangre fría le dije a Molly:

–      Ahora mismo voy. Tardaré unos diez minutos.

Colgué.

Carla me miró con preocupación.

–      Lo siento cielo, mi hermana está un poco malita – dije conteniendo las ganas de llorar –. Tengo que irme al hospital. Mañana vendré diez minutos antes y terminaremos, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

–      ¿Quieres que vaya contigo Sarah? – se ofreció ella.

Negué con la cabeza y sonreí tristemente.

–      Tú estudia, es lo mejor que puedes hacer por mí – le dije a modo de despedida.

–      Lo haré – prometió la hija de John solemnemente.

***

Tomé un taxi, y cuando llegué al hospital, ya habían trasladado a Rachel, desde urgencias, a una habitación individual. Estaba sedada, por lo que la encontré con los ojos cerrados, respirando profundamente.

Molly la miraba, vigilándola a cada segundo que pasaba.

–      Hola – saludé en un susurró.

Ella estaba tan concentrada en Rachel que cuando me vio aparecer se asustó y dio un pequeño brinco sobre el sofá.

Sonreí.

Me senté a su lado.

Y entonces ella me relató con puntos y comas lo que había sucedido. Molly había estado enseñando a Rachel a preparar empanadillas y después, mi hermana había estado viendo la televisión mientras Molly las freía en la sartén – cosa que mi hermana no podía hacer poque tenía peligro de quemarse con el aceite –.

Fue en este rato cuando Molly se dio cuenta de que Rachel caía al suelo de un golpe seco.

–      Estaban echando un episodio de Pokémon que tenía demasiadas luces y colores, ya sabes cuando los bichos atacan…

Asentí.

–      Los médicos sospechan que haya podido desarrollar alguna clase de epilepsia fotosensible… Así que habrá que tener cuidado con lo que ve en las pantallas… – concluyó ella.

Molly estuvo durante media hora más acompañándome, después se marchó para coger pijamas – tanto para ella como para mí – para pasar la noche en el hospital junto a mi hermana.

Fue en ese rato, durante el cual estuve sola observando a mi hermana con compasión, cuando apareció John en la puerta de la habitación, arrancándome un respingo – al igual que yo se lo había arrancado a Molly al verme –.

En aquel momento no pude contenerme y me abalancé sobre sus brazos, necesitada de cariño y afecto.

–      ¿Por qué lloras, amor? – me susurró mientras acariciaba mi pelo.

Cuando logré tranquilizarme un poco, cogí aire para hablar.

–      Porque Rachel sólo nos tiene a mí y a Molly. Pero yo soy su única familia y debo cuidar de ella. Y hoy me he dado cuenta de lo vulnerable que es y temo que algún día, si llego a faltar… ¡Ay, John! – suspiré –. Rachel será mi bebé durante toda la vida.

Entonces dejé que más lágrimas resbalasen por mis mejillas.

No supe si debía haberle contado aquello a John. “Tal vez le haya asustado”, pensé. Sin embargo, él continuaba abrazándome con fuerza, frente a la cama en la que descansaba mi hermana.

–      Créeme, Sarah, cuando te digo que lo he pensado mucho… Y puedo decirte que Rachel nos tiene a los dos: a ti y a mí.

Le miré, asombrada, incrédula y emocionada de que aquello que había dicho fuese verdad.

Él me quitó las lágrimas con sus manos y después me dio un pequeño beso en los labios.

– No estás sola – me dijo muy serio.

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He llorado escribiendo esto... Soy un flan humano :')

espero que os esté gustando :D

un besito a todas!!

(Recordad votar si os ha gustado!!!) gracias :D 

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