Rozando el cielo © Cristina G...

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Sarah Praxton es trabajadora, responsable y honesta. Trabaja para John Miller, presidente de Terrarius. Sarah... More

Rozando el cielo
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Epílogo final
Carta de John a Sarah
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By aleianwow

Tuve una terrible discusión con una funcionaria francesa que trabajaba en la administración central de París.

Sucedió a las nueve de la mañana y John Miller me escuchó casi gritarle a aquella mujer.

De nuevo habían tenido un retraso con los pagos, los economistas que trabajaban para Terrarius ya le habían notificado al banco francés el falto del cobro y se les había insistido de varías maneras y por muchas vías.

Yo simplemente había llamado para pedir el informe que tenían del último mes, en cuanto a reuniones, acuerdos y demás. Era la información que me había pedido John.

La administrativa me dijo que no estaban disponibles, que no había ninguna manera de conseguirlos y que llamara otro día. ¿Sería posible aquello?

Y tal vez aquella impertinente francesa estuviese diciendo la verdad, no lo sé.

El caso es que me alteré muchísimo. Y tal vez mi ansiedad, no se debiera por completo al maldito informe.

Colgué el teléfono y traté de respirar.

En seguida, John salió de su despacho y puso ambas manos sobre mis hombros. Mis compañeras observaban y yo recé porque mi jefe no hiciera ninguna demostración afectiva en público. Sería un grave error.

–      Tranquila, Sarah. Llamaré más tarde personalmente y me encargaré de que lo solucionen.

–      De acuerdo… Es que este es el problema de siempre, y me desgasta mucho. Siento haber estado gritando – me disculpé en voz baja.

Sentía sus manos, grandes, sujetándome. Aún las tenía apoyadas sobre mí.

Me acarició sutilmente el brazo al retirarlas.

–      No te preocupes, también necesitan que les griten – sonrió él.

Me miró con unos ojos tranquilos y felices antes de volver a entrar en su despacho.

Y todo recobró la normalidad.

A pesar de que mis compañeros parecían absortos en sus ordenadores, yo me había sentido tremendamente vigilada durante el instante en el que John había venido a tranquilizarme.

Tal vez, para el resto de los empleados de Terrarius aquello había sido solo un acto de solidaridad por parte del señor Miller, como cualquiera hubiese hecho en su lugar al ver a su secretaria fuera de sí.

Pero yo, que aún temblaba como un flan cada vez que John me rozaba con sus manos, tenía un miedo abismal a que mis compañeros supieran la verdad.

Decidí que debía tranquilizarme, y sobre todo, dejar de sentirme culpable.

Yo no había buscado besar a mi jefe, no había maquinado ningún plan para tirarme a su cuello. Había sido natural, nadie lo había forzado y aún así, por alguna razón, me sentía como si me estuviese aprovechando de mi posición.

“Tal vez deba dejar este trabajo”, fue lo que pasó por mi mente.

La otra opción era acabar con lo que había crecido entre nosotros, yo y mi jefe. Podría decirle que había sido un error, que era mejor mantener el status quo, que veníamos de mundos muy distintos y que la diferencia de edad acabaría por convertirse en un problema.

Podría alegar que su hija no estaba preparada para que su padre tuviera pareja y que además, sus empleados no aceptarían que su secretaria personal pasara a ser su “novia”.

“Y también podemos seguir besándonos sin que nadie se entere durante años y fingir que no ocurre nada”, pensé después.

Aquella opción me produjo mucha ansiedad. Sería el tipo de relación que nunca lleva a ninguna parte, y que termina en una soledad absoluta.

No iba a mentirme a mí misma: yo era una mujer clásica, chapada a la antigua.

Quería casarme. Quería tener hijos, nietos y una casa en la que vivir todos. Una familia unida.

Como lo habíamos sido en mi casa.

Desde luego, si mi jefe pensaba en mantener aquel tonteo de manera indefinida en el tiempo, tendría que asumir que yo no estaba dispuesta.

Y de pronto, recordé lo que John me había dicho el día anterior, en la pista de patinaje: “no me importaría tener más hijos”.

Y supe, de alguna manera, que no íbamos a estar besándonos a escondidas durante demasiado tiempo.

Miré la pantalla de mi ordenador, impotente. No me sentía capaz de trabajar, ni de teclear absolutamente nada. Todo se me hacía un mundo.

Sonó el teléfono y respondí.

–      Sarah – dijo John desde el el teléfono de su despacho –. Haz el favor de venir un momento.

Colgué y me levanté de mi silla.

Cinco segundos después me encontraba sentada frente a él, separados por su mesa.

Me entregó unos documentos que yo debía resumir en un Power Point y otros que debía traducir a ruso.

–      Muy bien – dije antes de levantarme –. Si quieres algo más, llámame.

Me sentía más tranquila cuando utilizaba un tono de voz profesional y directo. En cierto modo, me daba la sensación de que así tenía más dominio sobre mí misma y los pensamientos que me asaltaban cuando John me contemplaba con sus ojos azules.

–      Espera, tengo algo para ti – me dijo antes de que abriese la puerta.

Me giré y le miré con cara de pocos amigos.

–      Te he dicho que no quiero que me compres nada. ¡John por el amor de Dios! No quiero más vestidos, ni más bolsos.

Entonces, mi jefe sacó una bolsa de plástico llena de M&Ms.

Los miré con lujuria, mi mente se quedó en blanco.

–      ¿Cómo sabes que me gustan? – pregunté con curiosidad mientras alargaba la mano hacia la bolsa y la cogía con tanta suavidad como si fuera un bebé.

Nos miramos y él sonrió de aquella manera. Tímidamente, de medio lado y con ojos traviesos.

–      Siempre tienes una bolsa en tu cajón. Cuando discutes con alguien por teléfono sueles comer algunos después. Pero debe ser que hoy se te habían acabado.

Me parecía increíble que se hubiese fijado hasta tal punto. Pero en realidad, aquello lo venía haciendo casi desde que empecé a trabajar con él.

Y lo cierto era, que con las clases de Carla, había tenido la cabeza ocupada y se me había olvidado comprar más bolitas de colores con chocolate.

John continuaba sonriendo. Me dio la impresión de que se sentía como si acabara de ganar la segunda guerra mundial.

–      Gracias – musité.

Pero antes de salir me giré y le pregunté:

–      ¿Tú también tienes M&Ms en tu cajón?

Él enarcó una ceja, haciéndose el interesante.

–      Suelo comerme algunos por las tardes, mientras trabajo.

Por fin me senté en mi mesa con una gran sonrisa, mientras masticaba una de aquellas bolitas.

“Claro, por las tardes, sólo él se queda a trabajar”, reflexioné.

Por esa razón nunca le había visto comiendo M&Ms.

El chocolate logró que me concentrara un poco mejor a lo largo de la mañana.

Como siempre, fui consciente de que John no dejó de vigilarme en ningún momento.

                                            ***

Aquella tarde, la clase de francés con Carla fue amena y tranquila. Ella estaba cada vez más interesada en aprender y ya casi no se ponía a la defensiva.

No me habló de aquel chico. Recé porque hubiera hecho caso a John: “si no estás segura, no lo hagas”.

En realidad, mi jefe le había dado un consejo excepcional. Y estaba, sorprendentemente, muy orgullosa de él como padre.

Como de costumbre, John Miller me llevó de vuelta a casa y en el coche me estuvo hablando de cuándo comenzó su afición a los M&Ms.

Fue en su época de universitario. Me contó que había estudiado tres carreras: ingeniería industrial, ciencias políticas y matemáticas.

Me pareció fascinante.

Resulta que cada vez que había exámenes, tenía una bolsita de M&Ms a mano y se comía uno cada vez que se le atascaba una ecuación o teorema.

Me pareció muy entrañable.

–      ¿Y tú cómo empezaste? – preguntó él cuando estuvimos parados en un semáforo en rojo –. Porque recuerdo que cuando te contraté te pasaste un mes entero comiendo sin parar.

De prontó enrojecí. No sabía que se hubiese dado cuenta. Y eso que siempre procuré ser discreta mientras comía.

–      Es que al principio, como no tenía experiencia… Me estresaba mucho – le expliqué –. Pero ahora ya no recurro tanto al chocolate. Realmente, sólo cómo M&Ms cuando trabajo… Y no muchos, si no sería ya diabética.

John echó a reír. Tenía una sonrisa muy bonita y luminosa. Estaba segura de que antes de morir su mujer, tuvo que haberla hecho muy feliz.

Cuando detuvo el coche frente a mi edificio me acarició la mano para decirme algo.

–      ¿Puedo venir a verte esta noche? Cuando Rachel se haya ido a la cama.

Le miré asustada.

–      No sé si es buena idea, John… Estoy confundida – confesé.

–      Estarás de acuerdo en que debemos hablar – dijo entonces.

Me observaba fijamente. Sus ojos empezaban a virar al turquesa peligroso.

Asentí.

–      Sí… Te espero sobre las once y media – respondí antes de bajar del coche.

Así fue como estuve hecha un manojo de nervios y hormonas femeninas a lo largo de toda la tarde.

Molly, por el contrario, se ilusionó mucho cuando le dije que John quería venir a casa para hablar conmigo.

“Es un hombre directo” me dijo ella con una sonrisa.

Y yo me eché a temblar.

De todas maneras, tanto Molly como yo, nos aseguramos de que Rachel no se enterase de que John iba a venir a casa, porque de lo contrario, no se hubiese querido ir a a la cama aquella noche ni en un millón de años.

                                   ***

Me aseguré de que estaba profundamente dormida. Su respiración era suave y tierna. Abrazaba con fuerza el elefante rosa de peluche que John le había regalado.

Le acaricié un mechón negro. Su pelo era muy lacio y lo empezaba a tener ya muy largo.

“La semana que viene se lo cortaré”, pensé.

Entonces, la Blackberry vibró en el bolsillo de mi pantalón.

“Estoy en la puerta, ábreme”, era el mensaje de John.

Él había quedado en avisarme por teléfono para no tener que llamar al timbre y correr el riesgo de despertar a mi hermana.

Cerré la puerta del cuarto de Rachel y fui a abrir la puerta.

Iba descalza y vestida con un pantalón fino de pijama – era azul oscuro, lo suficiente presentable –. Llevaba también un jersey de cuello alto, porque la calefacción central de mi bloque de pisos era bastante deficiente y por las noches bajaba mucho la temperatura.

–      Hola – saludé en un susurro –. Pasa.

John llevaba en la mano una botella de champán. Entonces sacó algo del bolsillo.

–      Sujeta esto.

Vi otra enorme bolsa de M&Ms.

–      Tal vez los necesitemos, los dos – me dijo con una media sonrisa mientras se quitaba el abrigo y él mismo lo colgaba en el armario de la entrada.

–      Meteré el champán en la nevera – le dije al tiempo que le cogía la botella.

Fui hiperventilando hacia la cocina, abrí el frigorífico y coloqué el champán en uno de los estantes de la puerta.

Lo cerré y al darme la vuelta John ya estaba frente a mí. Llevaba puesta una camisa azul que hacía juego con sus ojos y unos pantalones claros.

La manera en que me miraba me hizo estremecer.

Y, de un momento a otro, me encontré con la espalda pegada a la nevera, entre sus brazos y siendo poseída por sus besos.

Sentí que me llevaba al cielo.

Sus labios me buscaban con ansiedad, con necesidad y yo le respondía hambrienta.

Me di cuenta de lo mucho que había echado de menos aquello.

Sentí sus manos apretarme contra él mientras besaba mi cuello. Gemí.

–      Para, para, por favor… – supliqué temiendo por mi cordura.

Él besó el lóbulo de mi oreja. Casi sin darme cuenta había terminado en sus brazos, literalmente. Me tenía cogida entera y me apretaba contra su cuerpo.

–      Necesitamos hablar – suspiré después.

Parece que aquellas palabras lo devolvieron a la normalidad. Nos miramos con intensidad.

Tuve que reconocer que mis sentimientos habían crecido, que eran fuertes y que me reconfortaba demasiado sentirle cerca.

Pero debíamos aclarar las cosas antes de que las cosas nos aclarasen a nosotros.

–      Tienes razón… Perdóname Sarah – susurraba él en mi oído.

Yo aún seguía con las piernas alrededor de su tronco y le acariciaba el pelo con dulzura.

No dejaba de sorprenderme como un hombre muchísimo más mayor que yo estaba logrando que lo necesitara cada vez más. Y de muchas maneras.

John me dejó en el suelo y fuimos a sentarnos en el sofá junto con los M&Ms.

Los dos empezamos a comer bolitas de colores con ansiedad.

Fue tan evidente, que hasta me entró la risa.

John me dedicó una sonrisa tímida. Aún estábamos en silencio. Entonces, sin pensar, me recosté en el sofá y apoyé la cabeza sobre sus piernas.

Él pareció sorprenderse, pero rápidamente empezó a acariciar mi cabello.

–      ¿Qué es lo que vas a decirme? – le pregunté, mirándole desde abajo.

Noté que sus músculos se tensaban.

–      Sólo quería preguntarte una cosa – me dijo –. Para mí es importante.

Una de sus manos se apoyó sobre mi vientre y yo suspiré por el calor de aquel contacto.

–      Dime – le animé.

John Miller inspiró.

–      ¿Te parezco demasiado mayor para ti?

Abrí mucho los ojos, atónita. ¿Cómo podía preguntar aquello?

Le miré con incredulidad. Jamás pensé que un hombre tan seguro de sí mismo como él pudiese ser capaz de preguntarme eso tan abiertamente.

–      En absoluto – le respondí –. Es algo poco frecuente… Pero de momento, el menor de nuestros problemas.

“Piensa lo que dices”, me ordené a mí misma.

Pero ya era tarde. Lo había asumido. John Miller se había metido dentro de mí. Se había convertido en parte de mi día a día. Verle cada mañana ahora empezaba a ser necesario para mí.

Tal vez estuviera enamorada.

Y después de sus besos, no podía darle la espalda al problema y archivarlo como un informe más de Terrarius.

Me incorporé hasta quedar sentada sobre sus piernas. Él me sonrió y yo apoyé mi frente sobre la suya.

–      Quiero estar contigo, Sarah – me dijo con seriedad –. Ahora quiero estar contigo y tal vez más adelante quiera algo más.

Se me cortó la respiración.

–      Soy un hombre antiguo. Clásico. No me gustan las cosas a medias – susurró.

Supe a lo que se refería. A mí me ocurría lo mismo.

–      ¿Y Carla? Tal vez deberíamos contárselo – mencioné con preocupación.

Él asintió con la cabeza.

– Pero aún no… Prefiero esperar… Y que esto sea sólo nuestro, al menos unos días más – dijo.

Entonces John besó mi frente y después la punta de mi nariz.

–      Voy a llevarlo hasta las últimas consecuencias – susurró en mi oído.

Y besó mis labios, despacio, con detalle y ternura. Mientras tanto, ambos nos acariciábamos con nuestras manos y juntábamos nuestros cuerpos, soportando la ardiente necesidad de tenernos el uno al otro.

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Y el siguiente!!!! :D :D espero que os haya gustado!!!

ACLARACIÓN: no ha habido sexo... sólo soportan la necesidad jajajaja... un besíN!

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