Manto del firmamento

By MaribelSOlle

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[Ya a la venta]CUARTA ENTREGA DE LA SAGA DE LOS DEVONSHIRE Georgiana o, como la llamaban, Gigi era una Cavend... More

En breve...
Capítulo 1-Adolescencia
Capítulo 2-Cinismo en estado puro
Capítulo 3- Manipulación
RETIRADA

Prólogo

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By MaribelSOlle

**Debido a mis fuertes creencias personales, deseo enfatizar que los hechos de esta novela son ficticios (relacionados con los personajes principales) y que las metáforas empleadas en relación al diablo no son nada más que eso: metáforas**


1840. Una calle adoquinada de la Capital Inglesa

La cabellera rojiza de Georgiana Cavendish, ondulaba bajo el cielo gris de Londres junto a uno de los hombres más influyentes del lugar, llena de sueños y de esperanzas; ajena, a la vileza del ser humano. Ajena, al gran infortunio que debería hacer frente pocos días después y durante los años venideros.

-Papá, ¡le estaré eternamente agradecida por haberme traído!- se filtró una voz de soprano entre medio de la niebla hasta llegar al imponente pero demasiado bueno, Duque de Devonshire. 

-Gigi, ¿me diste alguna otra opción? Te sujetaste a mi frac con intenciones de no soltarme si no te llevaba conmigo...incluso subiste al carruaje, a toda prisa,  antes de que tu madre tuviera ni si quiera la oportunidad de objetar alguna cosa al respecto - convino el Honorable Anthon Cavendish, esbozando una sonrisa que nadaba entre la ternura y el buen humor. 

-¡Mira! ¡Ahí está! 

Señaló ella sin parar atención a las palabras de su padre y con la mirada puesta sobre un edificio colonial en el que rezaba: " Exposición de ciencias médicas" .

-Así que esa es la razón de tu insistencia por acompañarme - picó suavemente él, sobre cuya mano enguantada reposaba en su antebrazo. 

-¡Ay no! Sabes que tengo en gran estima tu compañía pero...¡Medicina! - ella resumió en una sola palabra el objeto de su pasión, levantando su otra mano libre en un movimiento que pretendía ser suficiente como explicación.

-Está bien, entremos.

Los dos exorbitantes ojos ambiguos de Gigi chispearon sobre los pequeños y claros de Anthon, haciendo que éste último se viera arrastrado , muy disimuladamente, hasta la mismísima entrada del edén científico. 

Una vez dentro, la joven damisela sintió como su mente volaba lejos de esa tierra y se colaba en un mundo imaginario en el que ella podía ser doctora; un mundo, en el que podía hacer uso de todos y cada uno de aquellos instrumentos que estaban expuestos. Como mente ágil y curiosa que era, no tardó en preguntarse para qué deberían servir esos artefactos; así que inició un interrogatorio exhaustivo al encargado del espacio. Dicho encargado, un erudito de la materia, no tardó en resolver de forma detallada y cordial, todas aquellas dudas que esa hermosa dama presentaba. 

-¡Mi buen amigo Anthon Cavendish! - interrumpió la explicación del Doctor, sin ninguna sombra de respeto,  un hombre alto pero  cheposo que ostentaba una larga y perfilada nariz tan altiva como él mismo. 

-¡Oh! ¡Benditos los ojos que te ven Peyton!

Ambos ilustres y renombrados caballeros, encajaron sus manos e intercambiaron palabras y fórmulas de cortesía. 

-Me gustaría poder hablar contigo de unos asuntos, ¿ tienes un minuto para mí?-entonó con voz ronca y carcomida ese tal Peyton. 

-Oh no, pero voy con mi hija...- señaló Anthon a Gigi, la cual no había dejado de estudiar, inquisitivamente, a ese reptil jorobado que había osado cortar con sus garras a su tan esperado y codiciado día. 

 Había tardado semanas en urdir un plan perfecto para poder llegar a esa prodigiosa exposición, la cual descubrió en uno de esos periódicos de papá y, que ella, leía a escondidas.  Primero, tiró por la ventana las lentes de la Señorita Worth,sin querer por supuesto;segundó, acabó con todos los polvos blancos que su madre usaba para la cara, fingiendo que Liza los había cogido para jugar. Toda esa secuencia de desgracias, provocaron que el cabeza de familia tuviera que desplazarse a Londres en busca de esos bienes tan preciados que en la periferia no había, y ahí fue cuando ella se aferró a su padre con toda su vida y su alma,  para que le permitiera viajar con él. 

La alimaña con perfume de puro y whiskey, miró a la hija del Duque como si realmente no se hubiera dado cuenta de que estaba presente; gesto ,que molestó aún más a la dama y que no tardó en demostrárselo a través de una de sus miradas más dañinas. Sin embargo, ese noble de mala vida tan sólo esbozó una sonrisa de fingida compasión, en respuesta. 

-No hay de qué preocuparse amigo, mi hijo Thomas la vigilará mientras nosotros conversemos. ¡Thomas! - un joven se acercó con pasos elegantes a la reunión improvisada, hundiendo su mirada traslúcida sobre los ojos grises de ese saqueador de instantes. 

-Dígame , padre.

-Esta niña es la hija de Duque de Devonshire, buen amigo mío, cuidarás de ella hasta que volvamos. No salgáis del recinto. 

El hijo, muy formal, aceptó la orden del general -nombrado "padre"- con un asentimiento de cabeza corto y firme.  

Gigi no sabía por qué motivo estaba más enervada. No sabía si era la forma en que se hombre había irrumpido en medio de un día que debía ser , a todo pronóstico, maravillosamente sensacional con su padre. O si, por otro lado, era la forma en que se había referido a ella -niña- cuando ya rozaba los catorce años. Pero de entre todas aquellas adversidades contra su perfecto y meticulado plan, la peor de todas era la de tener que quedarse bajo la vigilancia de un jovenzuelo que tenía toda la pinta de haber salido de Brighston antes de ayer. 

Lamentablemente, su piel porcelanosa no era lo suficiente porosa como para dejar salir la rabia escarlata a través de sus mejillas, y debía tragársela con ese sabor amargo que tenía. 

Obviamente, y sin lugar a dudas, no pensaba entablar conversación con su niñero; así que sin inmutarse ante la presencia del hijo de la "lagartija" , se giró nuevamente hacía el Doctor. Sintió como su cólera se filtraba por las raíces del cuero cabelludo, en cuanto descubrió que ese fantástico y erudito científico ya se había ido y , no había ni quedaba nadie, para resolver todas sus preguntas. 

Apretó sus puños y cruzó los brazos por delante de su pecho al tiempo que intentaba respirar hondo ,si no quería arremeter contra lo primero que se le pusiera por delante. Ante todo, debía guardar la compostura, en la medida que fuera posible. 

No sabía cuanto tiempo había durado su enajenación mental hasta lograr encontrar algo de calma,puesto que cuando se dio cuenta su -teóricamente- cuidador, ya había desaparecido tras multitud de microscopios y herramientas desconocidas. No era una joven dada a asustarse, pero quedarse sola en medio de una gran sala no era algo que le conviniese, la lógica por encima de cualquier cosa. 

-Espere, tal Thomas, espere.

Apresuró su paso haciendo repicar sus botines sobre el suelo amaderado y levantando su falda, hasta lo debido, para facilitar un paso ligero. 

Thomas alzó una ceja y la miró de reojo mientras ella se acercaba a su posición, no la había perdido de vista ni un segundo a pesar de haberse alejado. Primero, porqué su padre le había encargado su bienestar y, segundo, porqué era difícil no verla.

-Le rogaría que me avisase la próxima vez que decida avanzar- rogó en forma de exigencia ,Gigi ,mirándolo con hastío.

-Le ruego que me disculpe señorita, pero me ha parecido que estaba muy ocupada tratando de tragarse la bilis.

-¿Así que se ha dado cuenta?  ¡Hm! Bien, he hecho todo lo posible por ocultar mi descontento...-arregló ella esbozando una sonrisa tan falsamente pésima como el argumento que había dado. 

-Ya, me imagino- repuso él, sarcástico, apartando la mirada para concentrar su atención en un cigarro por encender y en uno de los libros que había encima de una gran mesa. 

Era joven, pero apuesto; gozaba de unos ojos peculiarmente indescriptibles: a veces parecían azules , otras verdes; pero si ahondabas en ellos, descubrías que eran grises con vetas de todos los colores.  Una barba oscura empezaba a vetear su mentón y ,sus cejas bien definidas, tan sólo eran la pincelada final, a una bella obra de arte. 

Gigi lo miró de soslayo y decidió no perder más el tiempo. Dispuesta a recuperar esos valiosos minutos,  imitó a ese proyecto de caballero y se acercó a la gran mesa para coger un volumen de anatomía básica. 

El chico Peyton dio dos caladas seguidas al tiempo que pasaba una de las hojas de la edición que tenía entre manos pero,  en medio de una de las dos bocanadas de aire ,avistó a la joven a pocos pasos de él, con un libro en la mano.  Arrugó el entrecejo y centró la atención en ella nuevamente, pero esta vez, realmente interesado en verla. 

-¿Qué mira?- espetó ella tras notar la mirada de ese desconocido sobre ella por largos y , extrañamente, agitados segundos. 

Él pareció despertar de un trance en plena realidad con esa pregunta.

-Sólo quería saber si entiende algo de lo que lee. 

-¿A caso cree que no sé leer?- se ofendió ella intentando no demostrarlo sin éxito. 

-Me imagino que sabe leer, puesto que su institutriz le habrá enseñado. Pero no creo que sepa entender este tipo de libros. 

-¿Ah no? ¿Y por qué? Ah, no me lo diga, porqué pertenezco a ese sector de la humanidad sin raciocinio , ¿verdad?

Thomas alzó las dos cejas. 

-Yo no comparto aquello que proclaman muchos políticos acerca de las mujeres. Realmente considero al sexo femenino tan inteligente como al hombre pero es un hecho, que las damas no están preparadas para según que materias. No por sus capacidades mentales, sino porqué des de pequeñas no os alientan a nada más que no sea ser una buena esposa y una buena madre. 

Gigi se apartó un bucle carmesí y lo miró de frente, abriendo los ojos un poco más de lo que ya de por sí estaban. 

  -Me sorprende gratamente su valoración, mas no deja de ser un tanto peyorativo que usted opine que no soy capaz de entender un ejemplar de anatomía básica. Le confesaré una cosa- bajó el volumen de la conversación al mismo tiempo que se acercaba a Thomas y ponía una mano de escudo sobre sus labios-  yo tengo más aspiraciones que la de ser una simple y aburrida esposa. A veces entro en el estudio de mi padre y leo sus libros , pero no diga nada - clavó su mirada inocente sobre el muchacho que la miraba patidifuso por esa reciente muestra de confianza en algo que ella creía sumamente importante, aunque en realidad tan sólo fuera una chiquillada . 

-Está bien, ya que estamos confesándonos -le siguió el juego él imitando su volumen de voz- yo he empezado a estudiar medicina este mismo año- las esmeraldas estuvieron a punto de precipitarse de sus cuencas-  Mi padre, no lo aprueba, pero como soy su heredero no tiene más remedio que aceptarlo, pero no diga nada - Gigi negó con la cabeza mientras apretaba sus labios queriendo parecer la mejor, en guardar un secreto. 

-Entonces, explíqueme  qué significa esta palabra...

Ambos jóvenes- repletos de ambiciones - se vieron unidos, inesperadamente, por su interés común y, departieron sobre el mismo, durante bastante tiempo;no obstante, llegó un momento en el que Gigi ya no escuchaba a su interlocutor porqué sólo podía ver sus labios  moverse con entera gracia y elegancia así como masculinidad. 

-¿Me está escuchando?

-Eh...Oh , sí, por supuesto... 

-¡Gigi! Ya podemos irnos - anunció Anthon des de la otra punta del salón.

-Gigi, espere...- la cogió por el brazo para detener su paso, sintiendo como una corriente extraña temblaba entre los dos y los hacía desaparecer del lugar por una fracción de segundos. Ella lo miró interrogativa. - Quisiera saber si puedo venir a  su casa algún día...para seguir con el temario...

-Pienso que sabe perfectamente que lo que me pide es un absoluto disparate.

-Lo sé. Así como sé que un futuro conde no puede ser médico o una mujer no puede estudiar... 

-No le prometo nada...

Él vibró sus ojos sobre ella dejando entrever un destello grisáceo ,que no pasó desapercibido por la muchacha. 

-Me colaré por su ventana si es necesario... 

-Ni si quiera he cumplido la edad casadera, desvergonzado-reprendió ella siempre tan elocuente a media voz , una de esas voces confidentes entre ambos. 

-¿Lo calcula siempre todo? Déjeme que le diga que a penas tengo diecinueve años y no sería tan extraño...

-No, no ...usted espere a mi debut. Hagamos las cosas bien.

-Está bien. El día de su debut, la buscaré y nos casaremos. 

-Está usted loco...- rió ella dejando escapar una pequeña risotada reanudando su marcha hacía su padre. 

-Estaré loco, pero no te dejaré escapar...


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