Secretos De Familia. ME PERTE...

By CieloCaido1

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Han pasado varios meses desde que la relación de Leandro y Adrián se ha estabilizado. Todo marcha bien hasta... More

Capítulo 1: vulnerabilidad
Capítulo 3: Mi Canario.
Capítulo 4: Ecos del pasado
Capítulo 5: Infierno personal. Parte I: El tonto de los demás.
Capítulo 6: Al menos actúa como un ser humano.
Capítulo 7: La ventana del dolor.
Capítulo 8: Los lazos que nos atan.
Capítulo 9: Infierno Personal Parte II: Secreto Callado
Capitulo 10: Mentiras y silencios.
Capitulo 11: Sangre de mi sangre
Capitulo 12: Infierno personal III. La puerta que nunca se abre.
Capitulo 13: Semejante a la locura.
Capítulo 14: Sin anestesia.
Capitulo 15: Grietas invisibles.
Capítulo 16: Un lugar al cual regresar.
Capitulo 17: Infierno personal IV. Libre albedrio
Capitulo 18: El borde del colapso
Capítulo 19: sin previo aviso

Capítulo 2: Secretos

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By CieloCaido1

Capítulo 2: Secretos

Adrián no era la clase de persona que piensa demasiado en las consecuencias. Era más bien ese tipo de persona que reacciona al instante, era la impulsividad en su estado más puro. Y si era sincero consigo mismo, admitía que ese era un rasgo muy negativo en su personalidad, porque era más satisfactorio pensar antes de reaccionar, que reaccionar antes de pensar... Pero no lo era. No pensaba antes de actuar y se lanzaba al precipicio sin mirar si quiera dónde iba a caer.

Por eso, esa tarde había entrado a la habitación de Leandro sin pensar al escucharlo hablar con alguien más. Sus alarmas se activaron ante la idea de que Leandro metiera a alguien en el cuarto que no fuera él mismo. Sin embargo, ante la insistencia de sus celos revisó el lugar sin encontrar a nadie.

Aun así... no se fiaba. Seguía desconfiando. Él había escuchado palabras. Leandro había dicho:

«Dijiste que ibas a dejarme en paz después de dejar esas rosas en tu tumba»

Y esa no es la clase de frase que uno se dice a si mismo. Era obvio que esas palabras estaban destinadas a alguien en particular. Pero ¿A quién? ¿A quién le estaba hablando? ¿A quién le había regalado rosas?

No entendía qué sucedía, pero lo descubría más temprano que tarde. Y mientras llegaba a esta conclusión, el cuerpo desnudo de Leandro a su lado se removía con suavidad.

»«

La noche oscurecía cada vez más y por cada minuto que pasaba se hacía tarde. Tarde para irse a la cama y dormir. Mario viró la vista hasta el reloj y advirtió que eran un poco más de media noche, aun así se obligó a si mismo a permanecer en la misma postura para continuar esperando.

Tenía que esperar a Alan.

Los ojos de Mario, claros como la miel, se concentraron en las noticias de la noche aunque su mente no asimilaba las imágenes. Las noticias entraban por un oído y salían por el otro. Suspiró un poco y, sentado en el suelo como estaba, con todas las luces apagadas menos la del televisor, abrazó sus delgadas piernas sintiéndose muy preocupado. Afuera se escuchaba el leve murmullo de lluvia y el frío se colaba por las paredes como un invitado no deseado.

De repente, como música para sus oídos, se escuchó un ruido de llave y luego la puerta se abrió.

Internamente, Mario respiró de puro alivió al ver ingresar una melena rubia que no podía pertenecer a nadie más que a Alan, incluso fue capaz de ver sus ojos azules brillando entre tanta oscuridad. Su corazón dio un salto de alegría mientras por fuera mantenía su semblante sereno, casi estoico porque aunque se sentía feliz, también se sentía indignado, enojado. Apretó los puños y se tragó todos los insultos que le nacían por la rabia.

—¿Mario? —preguntó Alan, confundido por verlo allí. Se acercó con cautela—. ¿Qué haces despierto a esta hora, mi canario?

—¿Dónde estabas? —inquirió por su parte Mario, más enfadado por esa actitud tan despreocupada, por su actuar tan tranquilo en una noche de lluvia.

Alan, que había captado el tono enfadado de su voz, se detuvo frente a él, analizando los motivos del enfado de su canario. No recordaba haber hecho algo malo como para recibir reclamos a esas horas de la noche.

—Tuve trabajo de más —respondió resignando, fijándose luego en que su canario llevaba un short corto y las piernas desnudas se asomaban entre la tela. Esa pequeña visión le erizó los vellos del brazo y deseó pasar los dedos por su piel aterciopelada. Pero no debía. Mario estaba enojado por quién sabe qué, y él sabía contenerse, por muy lindo que fuese su canario.

Mario se dio cuenta de sus intenciones y se cubrió las piernas con la manta que tenía.

—No me hace gracia que estés tan tarde en la calle —replicó avergonzado, poniéndose de pié—. Me voy al cuarto.

A Mario no le hacía gracia que Alan llegase cuando quisiese. Había estado tan preocupado por él, imaginando todo tipo de escenario macabro, y Alan venía y llegaba tan fresco como una lechuga sin una explicación de por medio, sin haberle mandando siquiera un mensaje avisando que iba a llegar tarde. 

Una parte de él le decía que tenía derecho a armar este tipo de pleito, pero la otra parte, la más lógica, le decía que estaba siendo muy infantil. Mario lo sabía, pero no podía evitarlo. Tenía miedo. No soportaba tenerlo demasiado tiempo lejos. Solo quería tenerlo allí para él, abrazarlo con sus brazos y piernas y hundirse en su cuello donde sabía que nadie le haría daño, donde se sentía seguro y protegido.

Y es que de verdad tenía mucho miedo. A pesar de que su tío estaba muerto. A pesar de que no le importara demasiado a su padre, tenía miedo. Miedo de que en cualquier momento un oficial o alguien vinieran a buscar a Alan por corruptor y secuestrador y entonces se lo llevarían a una cárcel.

Esa fue la razón de que al llegar a ese lugar, tan bonito y tan modesto, se viesen obligados a mentir, a decir que eran primos. Y cuando Alan salía temprano del trabajo y lo iba a buscar en la secundaria y sus compañeros preguntaban, él les decía que Alan era su tío. Todo para que nadie descubriese que tenían una relación. 

Pero estaba seguro de que la gente, sus vecinos, sus compañeros no se creían demasiado ese cuento de que eran primos. De que eran familias.

Tenía miedo de que alguien se diese cuenta de lo que sucedía en realidad y entonces llamarían a la policía para denunciar al depravado sexual que se acostaba con niños. Para denunciar al pedófilo. Porque es que él era tan pequeñito, tan jovencito que seguro pensarían que estaba allí obligatoriamente y no porque quería estarlo.

Se encerró en el cuarto y se acostó en la cama, dándole la espalda a la puerta.

Por su parte, Alan contempló la espalda del chico perderse en el cuarto y en cuanto la puerta se cerró con más brusquedad de la necesaria, suspiró. No comprendía qué sucedía, pero los días en que uno discutía con el otro eran más frecuentes de lo deseaba. Se quitó los zapatos y dejó tirado el bolso en algún lugar de la sala. También se quitó la camisa y se encaminó al cuarto. Abrió la puerta con cuidado y lo vio allí, echado en la cama hecho una bolita.

Sabía que su canario no era el tipo de personas que lanzaba objetos contra la puerta ni descargaba su ira con objetos inanimados. Mario era peor que eso porque se guardaba todo y lo castigaba con su indiferencia. Podían pasar días sin hablarle si no se disculpaba por lo que sea que hubiese hecho, así que se acercó y se acostó a su lado tan cuidadosamente como le fue posible.

—Te quiero, Mario —dijo, besando un hombro níveo.

La voz de Alan fue baja, ajustándose a la oscuridad de la habitación, era una disculpa. Mario lo sabía, pero se negó a aceptarlo tan pronto. Apretó los parpados y luchó internamente para permanecer tal como estaba. Deseaba permanecer más tiempo enojado, castigarlo y sin embargo, sentía que podía derretirse contra Alan, contra su aliento. Sentía que su enfado se esfumaba como una barrita de incienso. Se dio la vuelta para verle la cara, para enfrentarlo, para ceder a este delirio.

—Alan, ¿me das un beso? —preguntó a pesar de que se moría de la pena por preguntar algo así.

—Todos los que quieras mi canario.

»«

Al final, aceptó dormir en el apartamento de Luis con la esperanza de que ocurriese algo. Pero no pasó nada.

Luis había decidido dormir en el mueble mientras Aarón dormía en la cama. Aarón no comprendía ese comportamiento tan inusual. Luis era un idiota. Un idiota que sabía muy bien cómo seducir a alguien. Por eso, le extrañaba mucho que a pesar de haberse quedado por voluntad propia, Luis no estuviera como perro faldero rogando por cariño. De hecho, parecía practicar el distanciamiento social.

Y eso enfadaba mucho a Aarón.

No se suponía que así fuesen las cosas. Se suponía que iba a ser una noche candente con gemidos, sudor y pieles desnudas y en cambio estaba allí solo, con el frío congelándole los pies. ¿Acaso Luis estaba saliendo con alguien? ¿Acaso ese bastardo le gustaba otra persona? ¿O es que ya no le atraían los hombres? ¿O tal vez es que, por fin, había sentado cabeza y quería dedicarse única y exclusivamente a criar a sus hijos?

A pesar de todas las dudas que surgían en su cabecita, no era capaz de preguntar nada, ¿Qué iba a decirle, de todos modos? Su relación siempre había sido así, sin palabras. Además, temía la respuesta. Por alguna extraña razón, sabía que si preguntaba sus dudas serían saciadas, así como también sabía que la respuesta podría romper su corazón en mil pedacitos.

Tal vez debería seguir el consejo de su hermano y seducirle, pero sentía que si hacía eso iba a caer muy bajo. Se suponía que Luis era el que debía estar detrás de él y no al revés.

Más pasable y menos vergonzoso era hacer una cena un poco romántica... al menos así no delataba tanto sus sentimientos. Una cena común con un toque romántico. Tal vez hasta con unas velas, o algo de champagne...

Y luego pensó a fondo y llegó a la conclusión de que era algo estúpido hacerlo porque ellos no tenían una relación formal. Aarón aceptaba que su relación no tenía ningún sentido, que era completamente extraño que se preocupase tanto por una persona que no hacía ni el mínimo esfuerzo por agradecérselo. Pero no podía evitarlo. Por más que quería no podía dejar de pensarlo.

Frunció el entrecejo.

Lo estaba haciendo otra vez. Estaba pensando demasiado en vez de dormir.

Miró el reloj de mesa. Dos de la mañana. Suspiró cansado. Esta era otra noche de insomnio. Cuando Luis dormía a su lado, el insomnio desaparecía. Y eso le fastidiaba. Incluso allí ese militar estúpido, estaba entre sus pensamientos.

»«

De rodillas, Mario se apoyó a la cabecera de la cama cuando su rubio amante se disponía a prepararlo. Soltó un jadeo en el mismo instante en que aquellos dedos embarrados de lubricante invadieron su cuerpo. Respiró hondo para tratar de controlar los acelerados latidos de su corazón y cerró los ojos con fuerza, expulsando el aire retenido en sus pulmones cuando los dedos comenzaron a moverse.

Agachó la cabeza y las puntiagudas mechas de su cabello se balancearon en el aire.

Entonces, ladeó la cabeza y observó como Alan alejó los dedos de su cuerpo apenas unos segundos y luego acercó su pecho a su espalda. Mario cerró los ojos porque lo sentía. Sentía todo su cuerpo emanando calor, sudor. Sus normalmente pálidas mejillas se tiñeron de carmín cuando lo sintió tan cerca, tan cerca como para respirar el mismo aire. Alan posó una de sus manos en su frente e hizo que apoyara la cabeza en su pecho. Lo tomó de las caderas y empujó suavemente para acabar de entrar

—Aah...—gimió un poco sorprendido.

Apenas unos segundos bastaron para que su cuerpo se adaptase y luego comenzó a moverse, rápido y rítmico, constantes como si Alan fuera una máquina incapaz de parar, descansar o simplemente variar de ritmo antes de lograr su relajo.

—Te quiero, Mario —jadeó el rubio con el sudor impregnando su frente y sin detener sus constantes y erráticos movimientos.

—Alan...

»«

En la mañana, Leandro fue a dar clases de física y matemáticas como solía hacerlo. Suspiró largamente, casi lamentándose. Aun no podía creer que hubiese pasado tantos meses desde que se reencontró con el chico de cabello rojizo y muchas pequitas en la nariz. y que ahora estuviese metido en problemas precisamente por eso.

—Tienen que utilizar la ley de Adrián —los alumnos lo contemplaron confundidos—. Perdón, la Ley de Newton...

Se oyó suspiro colectivo. Los chicos se sumergieron en sus cuadernos y el profesor respiró aliviado. Sin embargo había una mirada divertida en uno de los estudiantes que no le hacía nada de gracia.

Pronto culminó la hora y los alumnos salieron en estampida hacía su siguiente clase. Leandro guardó sus cosas en el maletín. Estaba mentalmente fatigado y con tanta fatiga de por medio se atrevió a pensar, como un suicida que piensa en el cuchillo, en lo que había pasado ayer...

—¡Sabía que existía algo entre ustedes! —Leandro parpadeó un segundo antes de darse cuenta de lo que acontecía.

El joven que acababa de entrar tendría la misma edad de Adrián o quizás menos. Los cabellos rubios formaban rulitos en su cabeza y los ojos azules lo miraban de forma demasiado divertida, el profesor reconocía que ese era un alumno del instituto y al cual daba clase constantemente

—Siempre supe que había algo raro entre ustedes.

—¿De qué está hablando, joven? —Leandro tragó saliva un poco nervioso. Quería hacerse el loco con lo que sea que estuviese pasando por la cabeza de aquel jovencito.

—¡Pues del beso que se dio con Vásquez, de qué más!

—¿Cuál beso? No me he besado con nadie— trataba de mantener la calma y fingir amnesia, pero ya estaba comenzando a sudar frio.

—¡Claro que sí! —afirmó con gesto de enfado—. Vásquez le pidió un beso y usted se lo dio, ¡Usted le metió la lengua en la boca!

El profesor Leandro sintió que se le abajó la presión sanguínea. "Que alguien llame a la puerta..." suplicó en silencio. "Que suene el teléfono por favor, que se abra la tierra y me trague... ¡Huracán!... ¡Terremoto!... ¡Maremoto! ¡Lo que sea Dios, lo que sea!"

Pero lo único que pasó fue que el muchacho siguió hablando y dijo:

— ¡Es más, Vásquez hasta le agarró el pene por encima de la ropa! ¡Yo lo vi!—el muchachito sonreía triunfal—. Así que no me niegue nada porque yo lo sé todo. Lo estaré vigilando, profesor Leandro...

Dicho esto, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón gabardina.

—Espera —dijo Leandro aparentando seriedad. El chico se detuvo—. No se lo dirás a nadie, ¿cierto?

—Eso lo veremos mañana...

Leandro todos los días en el instituto tenía que lidiar los niñitos de mamá, el club de fans femenino y los delincuentes juveniles del instituto. Y ahora también tendría que lidiar con cierta personita que lo había visto besarse con su alumno. La vida no podía tirarle más mierda, estaba seguro.

—Debe ser realmente emocionante tener una relación de ese tipo.

"Pensando en el rey de Roma..." Leandro levantó la vista y lo miró con enfado.

Menudo lio en el que se había metido.

—¿Qué es lo que quieres para que guardes el secreto? —preguntó si rodeos, guardando el celular en el bolsillo del pantalón—. ¿Dinero? ¿Puntos extras? ¿Qué te pase la materia?

El chico con el uniforme del colegio lo miró con curiosidad.

—No querrás que me acueste contigo, ¿verdad? —indagó Leandro con el escepticismo, el horror y la duda embargando su tono.

—¿Acostarme con usted? —el muchacho se había sonreído burlón por la forma en que lo había dicho. Lo observó detenidamente como si tuviera rayos x en los ojos y Leandro, por muy tonto que sonase, se puso nervioso ante esa mirada tan inquisidora porque esa mirada lo estaba desnudando a propósito.

El muchacho, ajeno a sus pensamientos, continuó mirándolo y se lo pensó por un par de minutos. Se dignó a responder luego de varios segundos, con una sonrisa ladina aún adornando su rostro

—Bueno...no se lo tome a mal, profe, pero usted no es mi tipo.

Por supuesto que Leandro no se tomaría eso a mal. De hecho, era un alivio saberlo.

—Por alguna extraña razón, me gustan los militares o los policías —comentó—. Una vez, salí con un tipo que era militar y la tenía enorme. Era casado, no lo sabía, y su esposa nos encontró cogiendo. Sabrá Dios qué habrá sido de él... tal vez su esposa lo castró.

—Esa historia me parece familiar pero preferiría que no fuese tan detallista. Sigo sin entender su punto. ¿Qué es lo que quiere?

—Solo quiero hablar con usted un rato

—¿Hablar?

Leandro parecía incómodo. Suspiró un poco y sacó un paquete de chocolatinas de su maletín. Leandro era un goloso, siempre andaba con algo de comer, por lo que comenzó a comer los dulces, unos caramelos de chocolate despacio para calmar su ansiedad.

—¿De qué quieres hablar?

—Pues de cómo se la mete a Vásquez —Leandro se atoró con el caramelo de chocolate y empezó a toser escandalosamente debido a la sorpresa y el shock que había causado aquella pregunta.

—¿Qué...?— aun estaba anonado y sorprendido. Pero el chico ni pendiente estaba de lo que él pensaba y en cambio continúo preguntando, manteniendo aquella sonrisa traviesa y juguetona.

—Usted la debe tener grande, ¿verdad? Si, estoy seguro de que la debe tener grande. ¿Qué tal es Adrián en la cama? Apuesto a que es el sumiso y debe ser muy ardiente por lo que he oído. ¿Quien dio el primer paso? ¿Dónde se ven? ¿Lo han hecho aquí, verdad? 

—No estarás hablando en serio —él no podía creer que ese chiquillo de diecisiete años le estuviera preguntando semejante cosa.

—¡Claro que estoy hablando en serio! Yo quiero hablar de las cosas sucias que le hace a Vásquez —respondió como si fuera lo más natural del mundo, pensando más bien en que comenzaba a darle hambre—. Si no sacia mi curiosidad, lo acusaré con la directora.

El profesor cerró los ojos con fuerza durante unos segundos. Contando hasta diez y al reverso para no perder la paciencia. Al abrirlos, el joven Méndez aún seguía ahí, mirándolo con su expresión sonriente y maligna.

Mierda.

—¿Por qué quiere saber todo eso, Joven Méndez?

—Le doy permiso para que pueda tutearme; soy Asdrúbal por si no lo sabe —acotó con tranquilidad.

Leandro se negó a hacer eso, porque eso sería empezar a "familiarizarse" y Leandro no quería un segundo Alan irrumpiendo en su privacidad. Suficiente tenía con su mejor amigo que ahora estaba bien lejos.

Además, cómo podía olvidar el nombre de «Asdrúbal».

Leandro siempre tan ordenado y perfecto, recordaba todos los nombres de sus alumnos, e incluso sentía que su mente los registraba en un archivero y los ponía en categoría. Y también por orden alfabético. Y por supuesto que el nombre de Asdrúbal estaba en su casillero mental, era un nombre que empezaba con «A» de avión, al que le seguía la letra «S» de sopa y que estaba almacenando en su memoria en la categoría de «niños de mami» y «saboteador de clases»

El chico siguió hablando, contestando esta vez a su pregunta.

—Y el del porqué quiero saber esto pues.... no sé, ¿morbo? ¿Curiosidad tal vez?... Es que este instituto es tan aburrido que nunca pasa nada bueno, y ahora por fin ha pasado algo bueno, extraordinario, increíble y emocionante: he descubierto que usted mantiene relaciones sexuales con Vásquez. A mi nunca me pasan esas cosas y no sé porqué si yo soy tan bonito y chevere. ¿Qué tiene Adrián que no tenga yo? Bueno, ya no importa. Todo el mundo sabe que Adrián es un chico muy fácil. Apuesto mi mesada a que fue él quien se metió en su cama. Seguro que hasta tuvieron sexo en la primera cita...

Una mínima porción de tinte rosado vaciló en posarse sobre las mejillas de Leandro, pensando que ni siquiera tuvieron una "primera cita" antes de que tuvieran intimidades.

Carraspeó un par de veces. No estaba dispuesto a saciar la curiosidad de ese joven.

—Disculpe usted, joven Méndez, pero no puedo saciar su curiosidad con esta bochornosa conversación. No sé qué lo ha llevado a realizar este inquietante cuestionario ni mucho menos saber de qué forma se ha golpeado la cabeza para creer que puede sobornarme. Pero no deseo averiguarlo... No voy a platicarle sobre mis intimidades.

—¡¿Qué?! ¡¿Y por qué no puede decirme todo eso?!

—Porque me sentiría muy incómodo

—¿Entonces, no me vas a decir nada?

—Me niego categóricamente.

Justo en ese momento, su celular comenzó a sonar, signo irrefutable de que alguien lo llamaba. ¡Al fin! Se apresuró a contestar para salir del apuro.

—Buenos días —habló con el alivio en su voz.

El chico Asdrúbal le hizo seña con las manos, como diciéndole «te estoy vigilando» y tras ese gesto se marchó a su próxima clase. Leandro supo que ese chiquillo no se iba a quedar con esas. Suspiró un poco y escuchó la voz tras el auricular. Era Santiago.

—Nunca pensé decir esto, pero estoy muy feliz de que me hayas llamado.

—¿Y eso por qué? —preguntó con curiosidad la voz suave de Santiago.

—Nada en especial. ¿Y por qué llamas?

Santiago del otro lado de la línea, se apoyó en la pared más cercana y observó con curiosidad la mancha de barro que había osado ensuciar sus lustrosos y negros zapatos. Menuda lluvia que siempre dejaba charcos. Se metió una de sus manos dentro del bolsillo de la bata blanca. Luego miró la hora en el reloj que estaba en la pared: Nueve y media de la mañana.

Finalmente habló después de un largo silencio.

—Quería saber si hoy puedo quedarme en tu casa —dijo un poco nervioso.

Hoy le tocaba día libre. Podía ir a descansar, aunque no quería ir a dormir a su apartamento. No en ese lugar donde las paredes parecían enormes y la soledad se lo tragaba.

Por mi no hay problema. —respondió tranquilo su hermano menor. El rubio doctor cerró un momento los ojos. Estaba tan cansado, estresado y la voz de Leandro, en las mañanas, era suave, como un tranquilizante que le ayudaba a dormir.

Era como una pastilla que le sosegaba todos los nervios.

Luego frunció el entrecejo al recordar algo.

—Pero ese niño no va a estar en tu casa, ¿o si? —preguntó con un toque de desprecio en su voz.

—¿Niño? ¿Te refieres a Adrián?

—A quién más.

—No estoy seguro... todo el tiempo está allá así que no sabría responderte con precisión.

—Entonces no iré. Si voy a quedarme en tu casa no quiero andar oyendo gemidos y gritos si te lo vas a coger —espetó malhumorado

¿Por qué su hermano tenía que tener novio? ¿Por qué no se quedaba soltero y ya? Pero no, Leandro tenía que tener pareja. Nunca le habían agradado ninguna de las novias de su hermano menor y por supuesto, tampoco le agradaba el "novio" que tenía actualmente. Respiró hondo para relajar sus pensamientos. Seguro que del otro lado de la línea Leandro estaba bastante cortado por semejante respuesta.

—Disculpa mi atrevimiento —dijo cuando el silencio se hubo hecho muy grande

—No, está bien. Supongo que tienes razón. ¿Qué harás ahora?

—Creo que llamaré a Luis...

Ya veo. Tengo que irme. Tengo que ir a dar clases. —Santi lamentó escuchar eso. No quería que cortara la llamada.

—Está bien. Te llamo luego. —aceptó su despedida y colgó.

Con un suspiro entristecido contempló la imagen de fondo del celular. Era una foto. Después de un minuto, buscó otro contacto en su teléfono, alguien que estaba guardado bajo el nombre de Bastardo

—¿Alo? ¿Luis?

Del otro lado de la línea, el castaño bostezó y puso cara de aburrido.

—¿Tu llamando a estás horas? Debes de estar muy necesitado —se burló el militar mientras, con su mano libre, ordenaba un poco las carpetas sobre el escritorio.

Gracias por tus buenos días —contestó sarcástico la voz de Santi—. Te aviso que voy a ir a dormir a tu casa.

—Así no más me lo pides —puso gesto de enfado—, ni siquiera me pides permiso.

Pues tampoco me pediste permiso aquella vez cuando llevaste a tus amantes a mi apartamento y cogiste en mi cama.

Luis se mordió la lengua para no decirle ofensivas. Maldito. Siempre le sacaba eso en alto.

—Ya, siempre me sacas eso en cara.

—De alguna manera tengo que sobornarte.

—Ya entendí. Ya entendí —suspiró cansado, a pesar de que era el mayor de los tres, ni Santiago ni Leandro lo respetaban. A veces sentía que nadie lo respetaba, ni siquiera Aarón. —. ¿A qué hora vas? Ahora mismo no hay nadie allá; Mariana está en la primaria y Marcus está con mi madre.

—¿Y tu amante?

—Que no es mi amante —aclaró malhumorado—. La bella rebelde no llega hasta las tres de la tarde, que es la hora en que sale hoy. Normalmente se queda allá hasta las cinco y después se va a buscar a los niños.

Uh, Aarón ya esta hecha toda una ama de casa y tu estás al pendiente todo lo que hace —se burló el rubio.

Luis torció los labios algo molesto. Él se sabía de pies a cabeza el horario de Aarón, lo que hacía cuando se levantaba en la mañana; iba al baño y se quedaba unos cinco minutos recostado en la puerta del baño, después se metía a la ducha, y por ultimo se cepillaba. No desayunaba. Se iba a la secundaria y se sentaba en los primeros puestos de la clase como todo un niño nerd. Apuntaba la clase, prestaba atención, hablaba con sus compañeros, sonreía, jugaba al fútbol, iba a ver a su hermano gemelo.

Si era lunes, salía a las once de la mañana. Si era martes, salía a las cuatro y media de la tarde. Si era miércoles, salía a las tres de la tarde. Los jueves tenía libre en la tarde y los viernes todo el día libre. Si era lunes , salía de la secundaria e iba a su casa maternal, ordenaba sus cosas, hacía el almuerzo y dormía hasta las dos. Si era martes, salía de la secundaria e iba directo a buscar a los niños. Si era miércoles, salía de la secundaria e iba a su casa, se acostaba en el mueble y se ponía a pensar. Si era jueves, se iba a su casa al salir de la secundaria. Si era viernes, se quedaba hasta las tres en su casa y después salía a caminar un poco y terminaba buscando a los niños.

Le molesto saber tantas cosas.

Me pasaré como a las cuatro, más o menos. Así no te asustara quedarte a solas con el chico.

Luis soltó un bufido cuando su hermano colgó. Ni siquiera adiós le había dicho. Luego miró con desprecio la cantidad de carpetas puestas en su oficina. Los cientos de casos y sus asignaciones, papeles para firmar, para leer. Como odiaba tener tanto trabajo y un trabajo que ni siquiera debería pertenecerle. Porque esa empresa no era suya, el bufete de abogados pertenecía a Elizabeth, pero ella al morir no había dejado testamento alguno que indicase a quien heredaba tal bufete. Por eso se lo delegaron a él, porque él todavía era esposo de Elizabeth y como tal debía velar por los intereses de su esposa muerta y por la herencia de sus hijos.

Anclado a ese escritorio, observó sin ver la foto de su esposa junto a sus niños. Esto de ser viudo y padre soltero dolía.

»«

En la clase de ciencias de la salud, habían dado una charla acerca de la homosexualidad y las enfermedades venéreas, y como consecuencia sus compañeros de clases habían estado fastidiándole y molestándole durante toda la mañana; imitando jadeos y gemidos para sacarlo de quicio.

—Me dijeron que eres gay y que te acuestas con tu tío, ¿es cierto, Ponce? ¿Es cierto que dejas que tu tío te la meta? ¿Tan duro te dieron anoche cómo para que camines así? ¡Que marica eres!

Mario había hecho oídos sordos a todo lo que decían. Prefería ignorarlos que ponerse a discutir con ellos. Llevaba utilizando aquella táctica desde hacía cinco meses cuando sus compañeros de estudios sospecharon que no era normal (heterosexual) y que seguro mantenía relaciones sexuales con el tipo que siempre lo venía a buscar (Alan). Desde entonces, no había tenido una vida muy normal en el instituto.

Era un verdadero infierno calarse aquellos acosos. Ya estaba harto de que sus compañeros se burlaran de su ropa, de sus dientes, de su cara de niña, de sus pulseras de canutillos...de que fuese diferente

Pero no se atrevía a decirle nada a Alan. Tenía miedo de la forma en que reaccionaría y por eso se callaba todo lo que le sucedía. Había sido muy duro para ellos conseguir esa nueva vida y arruinarla solo porque no sabía cómo defenderse, no era una opción. 

Antes que ir al instituto, Mario prefería quedarse en la casa, en brazos de su amante. Allí sentía que nada podría lastimarlo, se sentía protegido, querido. La casa era acogedora y disfrutaba del aroma a limpio. Aunque últimamente habían tenido un par de discusiones... a veces porque Alan llegaba demasiado tarde. Otras en cambio discutían sobre el hecho de que sus compañeros de trabajo eran demasiado cercanos con él. Que las mujeres se le insinuaban en la cara al rubio y Mario no podía hacer nada porque, para el barrio, el instituto y en el trabajo, ellos eran familias y por tanto no tenían nada. Ante ellos no podía reclamar nada y se tragaba todo eso.

»«

El cielo estaba nublado y amenazaba con llover muy pronto, por eso mismo se fue corriendo hasta llegar a su casa. Últimamente las lluvias eran casi diluvios y era mejor que lo pillara cuando estuviese en su cama, con las medias puestas y un chocolate caliente en las manos.

Adrián subió las escaleras para llegar hasta el apartamento donde vivía pues el ascensor permanecía dañado.

Tenía gesto de enfado, y en realidad lo estaba. Primero no estudió lo suficiente para el examen de castellano y estaba seguro de que había reprobado. Segundo, su hermano gemelo no se encontraba por ninguna parte. Tercero; tampoco había visto demasiado seguido a su amante, aparte de que le llegaron rumores de que "al parecer" su profesor tuvo una conversación muy amena con uno de sus compañeros. Y por último, ni su hermano ni  Leandro lo esperaron para ir juntos a casa.

Sabía que esto último era un poco injusto, a fin de cuentas Aarón salía a las tres de la tarde y Leandro tenía la tarde libre, pues ese día solo daba clases en la mañana.

Llegó a su casa. No había nadie. Un poco aturdido se fue a dar una ducha con agua tibia, el frío era espantoso y no se iba a arriesgar a bañarse con agua fría. Apenas hubo salido del baño, se colocó una camiseta y unas bermudas, se calzó las zapatillas y fue hasta el apartamento de al lado.

Con la llave que tenía guardada, entró con sigilo. Tal vez para descubrir si Leandro conversaba con alguien y está vez, sí pudiese descubrir con quién.

—Siendo sincero, no sé qué sucede

Esa era la voz de Leandro. Conversaba con alguien

—¿Será que tiene problemas de impotencia?

Adrián se acercó a la puerta de la cocina y espió.

—También lo pensé... pero...

Adrián, sorprendido, no se dio cuenta de que había abierto de par en par la puerta al escuchar la voz de Aarón.

Leandro estaba cocinando algo, Adrián ignoraba qué. Más bien miraba a su hermano con los ojos muy abiertos, quien permanecía sentado en una de las sillas del comedor, con las manos apoyadas en la mesa.

—¿Qué haces aquí, Aarón? —su pregunta emanaba confusión y desconfianza. El gemelo mayor miró a su hermano sin entender a qué se debía ese tono de voz.

—Vine a platicar unos asuntos. Nada de otro mundo. —respondió con cuidado.

—¿Quieres chocolate caliente? —ofreció el profesor.

—No quiero chocolate —respondió cortante mirando a su hermano—. Pensé que estabas en casa del hermano de Leandro.

Aarón recordó que Santi había llegado a apartamento de Luis, llegando incluso con los niños, ahorrándole así el viaje de ir a buscarlos. Santiago también le comentó que iba a quedarse y cuidaría de los niños mientras Luis llegaba. Así que no tuvo excusa para permanecer allí.

—El doctor Santiago fue a recoger a los niños. Dijo que él iba a cuidarlos hoy. —Adrián seguía mirándole con desconfianza.

—¿De qué han estado hablando?

Aarón apretó un poco la taza de porcelana. Entendía el porqué de aquel tono, el porqué de aquella desconfianza. Entendía el porqué a su hermano no le gustaba que hablara a solas con el profesor.

Si Leandro lo supiera... Si Leandro se enterara de aquello... Si se enterase de toda la mierda que cargaban encima, ¿Seguiría queriendo a Adrián de la misma manera? ¿Seguiría viéndolo con esos ojos limpios? ¿Qué es lo que cambiaría?

—Nada de lo que tengas que preocuparte —respondió con voz suave, mirando al malvavisco derretirse dentro del chocolate tibio—. Tengo tarea que hacer.

Se marchó, dejando el chocolate sin tocar. 

Leandro miró la escena y suspiró cansado. 

—Tus celos no tienen fundamentos. Aarón es tu hermano. Además, él esta enganchado con Luis, ¿no? Así que deja tanto melodrama.

El chico torció los labios y se cruzó de brazos.

—Tú eres de mi propiedad. No dejaré que nadie te toque, ¡Además, aun no me has dicho con quién estabas hablando ayer!

—Ya te dije que pensaba en voz alta.

Leandro caminó hasta la sala, Adrián lo siguió de cerca.

—Eso es mentira, hablabas con alguien, ¡Engañador! —bramó enojado, con las mejillas coloradas debido al frío. ¡Y me dijeron que te vieron hablando con Asdrúbal, no quiero que hables con Asdrúbal! ¡Él es un arrastrado! 

A Leandro le gustaría hacerle caso. Pero es que era un poco difícil debido a las circunstancias en que se encontraba. Circunstancia que aun no había hablado con la pequeña bomba explosiva. Y que aun no hablaría de eso. No quería meter a Adrián en líos. Con el genio que se gastaba, Leandro estaba seguro que Adrián era capaz de acorralar a Asdrúbal y arreglar las cosas con golpes y con sangre sin detenerse a pensar en las consecuencias. Tenía un carácter de lo mil demonios y prendería fuego a todo lo que estuviese a su alcance si con eso obtenía su venganza. No, no podía dejar que Adrián lo supiese todavía. Primero vería si podía enmendar aquel desastre él solo.

—¿Y dónde has estado toda la tarde? Se supone que siempre te quedas a cumplir horario.

—Salí porque quería ir a ver las estrellas —respondió con voz lejana, sentándose en el mueble de la sala y encendiendo la televisión.

Aquella respuesta descolocó un poco al pelirrojo

—¿Las estrellas? Pero las estrellas solo salen de noche.

—Las estrellas también pueden salir de día.

Eso no tenía sentido alguno.

Leandro, sin darse cuenta de sus propias palabras, miró el gato blanco con manchas de color marrón que jugaba con su pelota favorita de cuando era niño. Y aquel gato era el gato de Luis. Él gato que le había regalado su padre. El gato al que Susana le había amarrado las patitas con bolsas de plásticos. Un gato que ni debería existir, pero allí estaba, jugando con una pelota. Y de repente, como si nunca hubiese pasado, el gato desapareció, como una ilusión. Como un sueño que se desvanece entre las manos. 

Leandro parpadeó un par de veces, intentado encontrar sentido a esto y tratando de ver si esto también era un sueño o si era parte de su alucinación.

— Ayer, sobre las escaleras, encontré a un hombre que no estaba ahí —susurró, hablando para si mismo, olvidado que Adrián se encontraba allí con él—. Tampoco hoy estuvo allí —prosiguió con el mismo tono, el mismo miedo. Apretó los puños, deseando que esta enfermedad fuera un sueño—. Deseo, deseo que se vaya lejos...

—¿Qué te sucede? —preguntó Adrián con los ojos llenos de preguntas y el corazón repleto de dudas.

La voz de Adrián, suave y preocupada, fue como un detonante que lo hizo emerger de su letargo. Leandro despertó enseguida. Parpadeó otra vez, siendo cociente de que seguía aquí y ahora y que no estaba soñando.

Esto era real. Su enfermedad lo era y poco a poco se lo estaba comiendo.

—¿Por qué no me respondes? Te pregunté qué te sucede.

Leandro sonrió un poco, una sonrisa con una luz pequeñita de esperanza porque no quería darle motivos a Adrián para preocuparse. Iba a manejar esto por su cuenta.

—No me pasa nada —dijo—. Solo recitaba un poema.

Adrián seguía sin poder creerle a Leandro. Algo en su pecho le advertía que estos desvaríos, estás lagunas mentales, no eran nada bueno. Sus ojos verdes miraron un poco preocupados a Leandro. Observó que la mirada del profesor era lejana y distante, y sintió que el corazón de Leandro estaba lejos, a un lugar en donde él no podía estar.

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