Capítulo 7: La ventana del dolor.

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  Capítulo 7: La ventana del dolor.

Caía una llovizna suave y por eso, la mañana estaba fría y sombría.

Sin embargo, para Adrián eso no fue impedimento para que saliese al cementerio a visitar a alguien. Se puso su abrigo, sus tenis, cogió las llaves y se marchó al paso de los que no quieren salir de casa. Al llegar frente al lugar, luego de bajar del bus repleto de gente que iba apurada a su trabajo, Adrián caminó hasta allí y antes de entrar dejó salir un suspiro. Si era de cansancio o de otra cosa no lo supo. Solo sabía que no debía llevar rosas a la tumba de Susana porque eso sería como ofenderla, y Adrián no encontraba nada productivo en ir a ofender a un muerto.

Caminó entre las lapidas, visualizando que no había esculturas de ángeles o vírgenes como en otros lugares, pues este no era un cementerio común donde creciesen las malas hiervas. Allí cada tumba se encontraba debajo de tierra y sobre ellas crecía el césped verde y abundante, tanto como para pensar que ese no era un lugar de muertos sino un campo de golf. Las lápidas eran apenas un rectángulo pequeño donde se rezaban diferentes epitafios, además de contar con una especie de jarrón de cemento donde depositar las flores.

No había mucha gente por lo que podía notar, apenas siluetas desconocidas en abrigos gordos por el frío. Parejas o gente en solitario. Él iba solo así que apuró su marcha hasta quedarse quieto en la única con el nombre de Susana Julia García. Había un ramo de rosas que una vez fue hermoso y que ahora no era nada más que un montón de pétalos marrones secos y polvorientos. Algo que la brisa solía llevarse al mínimo rose y que ahora se agitaba, desmoronándose por el viento.

—Así que... —comenzó diciendo, inclinándose sobre una rodilla y agarrando de paso uno de los pétalos y desmoronándolos entre sus dedos—, hoy cumples ocho años de muerta...

Nadie dijo nada. Solo el viento silbaba en sus oídos y otras veces en la lejanía junto con las nubes grises que daban al día un aspecto fúnebre y triste. Se alejaban y se acercaban, amenazando con un día de lluvia.

—Escucha —volvió a parlar, apesadumbrado—. Sé que no debes estar contenta por tu suerte. Por haber muerto así. Aun así... en un día como hoy... te pido que no atormentes a Leandro —tragó saliva—. Él ya tiene suficientes tormentos. No permitas que tu recuerdo se convierta en algo malo.

Lo decía porque recordaba la amargura de Leandro, la desolación de su rostro al contemplar tan fijamente el retrato de una Susana joven y hermosa que aun no se había marchitado como se marchitaban las rosas en su tumba.

—Y si tu recuerdo continua atormentándolo, te las veras conmigo, bruja. Soy capaz de ir al infierno a estrangularte yo mismo. No dejaré que te lo lleves, ¿me oyes? No te daré gusto —lo había dicho en un tono rabioso, arrancando bruscamente con los dedos hechos puños la hierva verde y fresca—. Leandro merece ser feliz. Creo que ambos concordamos en eso, así que ya basta, ya fue suficiente.

Tras la última verborrea de sus palabras, Adrián suspiró exasperado. Se sacudió las manos y observó el montón de hierba desgajada esparcida a sus pies, ocasionada por su masacre natural y su falta de control en las manos. Tuvo intenciones de recogerla para así evitar basura, pero la idea escapó de su mente al sentir unos pasos acercarse. Por un momento, se asustó. Quizás era Leandro o peor, la familia de Susana. Pero no. Supo que no era ninguno de ellos cuando al mirar por sobre su hombro, vio al dueño de las pisadas.

—Aarón —dijo, mirándolo de soslayo.

—Imaginé que vendrías temprano

Adrián se puso de pie y miró a su hermano gemelo, luego las rosas en sus manos y luego la tumba.

Secretos De Familia. ME PERTENECES (PARTE II)Where stories live. Discover now