Prometo no amarte

By Lirio__

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Estela se ha convertido en el juguete de sus compañeros por ser la única becada. Adam es el rey del instituto... More

Advertencia de contenido + Nota de autora
Capítulo 1. Adam Black
Capítulo 2. Estela
Capítulo 3. Solo un favor
Capítulo 4. White Diamond
Capítulo 6. Buena persona
Capítulo 7. Vivir en un sueño
Capítulo 8. No pensaremos en Dios
Capítulo 9. Dumpf
Capítulo 10. Leon Black
Capítulo 11. Clara Lovelace

Capítulo 5. Asesinato

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By Lirio__



Si te gusta la historia, me ayudarías muchísimo comentando durante el capítulo. Muchas gracias por tu lectura.

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C A P Í T U L O  5

A S E S I N A T O

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Un zumbido le invadió el interior de la cabeza y su rostro ardió cuando escuchó la pregunta que había lanzado el sujeto. Guio la atención hacia su padre en busca de claridad, pero solo recibió ese tono de voz que se debatía entre la ebriedad y la furia cuando habló.

―Pensé que nunca ibas a llegar, maldita sea.

―Venía del colegio ―dijo por decir algo.

―El colegio. Ya es hora de que vayas dejando esas niñerías y empieces a ayudar en esta casa.

Estela no respondió. Su papá repetía esa queja con tanta frecuencia en los últimos meses que hacía tiempo había optado por agachar la cabeza y rendirse en el intento de convencerlo de que era importante. Además, la apariencia física de su padre, con un rostro que se deterioraba como si el tiempo transcurriese cada vez más rápido para su piel y sus dientes, la aterraba más que sus palabras amenazantes.

―¡Mírame cuando te hablo! ―le gritó.

La jaló para acercarla al centro de la sala. Ella chilló por la presión de los dedos grandes que se le clavaron como si quisieran triturar el brazo. Cuando estaba ebrio su papá perdía el control de su fuerza, algo que Estela terminaba padeciendo en gran parte de las ocasiones.

―Henry, no lastimes a la niña ―pidió el tercero, quien no había dejado de mirarla―. Es solo una muchachita con sueños, ¿verdad? ―preguntó antes de llevar la mano hasta su rostro y acariciar uno de sus pómulos.

Estela retrocedió lo que le fue posible y lo miró horrorizada.

―No pongas esa cara. Yo sé cómo puedes hacer que tu papá esté más orgulloso de ti. Vas a poder ayudar en la casa, y hasta puedes seguir estudiando, ¿no es eso lo que querías?

El comentario consiguió que su corazón bombeara con tanta potencia como si quisiera escapársele del pecho para no presenciar nada más.

Ella dirigió la vista a su padre, quien le devolvió un gesto lapidario. No faltaron palabras, el encontrarse con esos ojos enrojecidos y llorosos por el alcohol fue lo único que necesito la hija para captar el mensaje.

―Eres preciosa ―habló de nuevo el tipo―. ¿Cuánto me la puedo quedar? ―repitió la pregunta, en esa ocasión dejando entreoír una ansiedad asquerosa en su voz.

Su padre la dejó libre, y el otro le frotó los brazos con sus dedos esqueléticos. Estela intentó gritar a todo pulmón, pero el terror le atoró la voz en la garganta.

―Una hora, pero te cobraré mil, porque es virgen, y si hay que sumar una hora otros quinientos. Estela, vete con él.

―¡No! ―gritó aterrada.

Se alejó del hombre hasta que su espalda chocó contra la puerta de su cuarto, que estaba a la derecha. Su casa era pequeña, así que no había distancia donde esconderse.

―P-por favor, papá, no, p-por lo que más quieras, p-por favor ―tartamudeó mientras las lágrimas nacían de sus ojos y juntaba sus manos como en una oración―. Haré lo que tú quieras, pero p-por favor...

―¡Esto es lo que yo quiero que hagas! ―le gritó y cortó la distancia para enterrarle los dedos en sus brazos una vez más.

El dolor no fue suficiente para que le prestara atención.

―¡P-por favor, p-papá! ¡Dejo el colegio y me pongo a trabajar! T-te lo juro, pero, p-por favor, no hagas esto.

―Mira las estupideces que dices. ―La empujó con fuerza contra la puerta―. ¡¿De qué vas a trabajar?! Eres menor de edad, te lo advertí muchas veces, pero no quisiste escucharme, esto es lo que te ganas por creer que puedes ignorarme como si fuese una basura. ¡Vas a empezar a ayudar aquí y lo único con lo que puedes hacer dinero es con ese cuerpo tuyo! ―soltó lo último con una rabia que la hizo encogerse de hombros―. Si no te vas con él ya mismo...

Con la certeza de que su padre no entraría en razón, se apresuró a escabullirse dentro de su cuarto para después pasar el cerrojo de la puerta y sostenerla de los furiosos azotes.

―¡ESTELA, ABRE MALDITA SEA! ―vociferó su padre del otro lado sin interrumpir sus golpes iracundos―. ¡Si no sales ahora lo que te voy a hacer no se va a comparar a lo que te van a hacer otros! ¡ABRE, ZORRA!

No podía respirar. Lloraba, pero sus sollozos eran soplidos nerviosos que no iniciaban ni tenían fin. Le castañeaban los dientes y le dolía el pecho, sentía que iba a desmayarse. La puerta temblaba por los golpes y la vibración se extendía hasta las paredes, los gritos eran potentes como para que retumbara hasta la última esquina de la casa.

¿Qué hacer? No podía pensar en nada, su cuarto no tenía ventanas y de por sí su cabeza no lograba concentrarse en algo más que en sostener la madera vieja que estaba a punto de ceder.

―¡TE VOY A GOLPEAR TANTO QUE NO ME VAS A VOLVER A DESOBEDECER EN LA VIDA! ―bramó su papá con una voz distorsionada, que había dejado de parecer humana.

―¡N-no quiero ir con ese hombre!

Las palabras se sintieron potentes al salir de su garganta, pero quedaron enterradas bajo los gritos y el ruido de la madera a punto de ceder.

Su papá pateó la puerta, y al notar que era más efectivo repitió la acción con tanta fuerza que Estela solo alcanzó a advertir, horrorizada, cómo se astillaba en el centro. Al siguiente golpe, un sonido de tintineo la hizo voltear para comprobar que una de las bisagras que sostenía la madera había salido volando hasta el suelo.

No pudo procesar la escena. A duras penas, esquivó la puerta que casi se derribó sobre ella, solo para sentir, un instante después, la manaza de su padre atrapar su brazo con furia para arrojarla de nuevo a la sala. La derribó contra el piso y Estela escuchó el choque de las botellas de licor en el suelo que se estrellaron entre sí, aunque no pudo comprobar si alguna se había roto antes de que la arrastraran de nuevo, en esa ocasión para que su rostro quedara a la altura de la cachetada que le dejó un regusto de sangre en la boca.

―¿QUIÉN TE CREES QUE ERES PARA DESOBEDECERME, MALDITA MOCOSA?

Su garganta se cerró cuando aquel monstruo alzó la mano, en esa ocasión convertida en un puño, donde las venas furiosas del brazo se juntaron como si quisieran darle toda la presión posible al golpe. No pudo ni pensar en retroceder antes de tener los nudillos a pocos centímetros de su cara, los cuales no llegaron a tocarla.

―¡Cálmate ya, imbécil, la vas a matar!

El desconocido sostenía a su padre desde la espalda. Lo había enganchado pasando sus dos brazos bajo los de él y alzándolo, y por la manera en que su rostro se deformó supuso que apenas podía luchar contra aquella bestia que cada vez parecía menos un humano. Su papá solía descontrolarse cuando había alcohol de por medio, pero Estela no recordaba haberlo visto en ese estado, y tampoco quería comprobar si iba a empeorar.

Tenía todo el cuerpo adolorido, sentía la cara ardiente y palpitante y las lágrimas apenas la dejaban ver algo, pero supo que no podía desaprovechar la oportunidad. Se levantó como pudo y avanzó hacia la entrada, trastabilló con su primer paso, pero no se dejó caer y tomó impulso para comenzar a correr.

―¡ESTELA! ―gritó su padre, aún preso.

Entre gimoteos suplicantes, llegó a la puerta y abrió con la intención de escapar, pero apenas alzó la vista una figura humana se lo impidió. No logró detenerse y chocó contra la nueva persona que más que sorprenderse anudó su brazo alrededor de su cintura para atraerla hacia él.

Era Adam Black.

Estela lo observó perpleja. ¿Qué hacía ahí? Quiso preguntárselo, pero las palabras no salieron de sus labios. Al girar su cabeza, se encontró con el gesto desconcertado del sujeto que planeaba violarla y el semblante prevenido de su padre. Este último parecía haber abandonado la completa locura de hacía unos momentos para optar por analizar la situación, todavía con el rostro enrojecido y todas las venas de su cuerpo decorando sus extremidades de manera grotesca.

―¿Quién diablos eres tú? No puedes entrar a una casa así como así, mocoso ―intentó amenazar el dueño de la mencionada casa.

Adam mantenía una compostura envidiable, pero Estela captó en sus ojos entrecerrados un desprecio profundo que afiló su mirada en una forma peligrosa.

―¿Sabes qué? Esto no era lo que yo esperaba. ―La voz nerviosa del cliente no logró romper la tensión que se había instalado―. Me prometiste algo distinto, así que yo me largo, no quiero meterme en problemas.

Estela sintió que el brazo alrededor de su cintura la dejaba libre y en cambio se dirigió a su cabeza para obligarla a chocar su frente a la altura de las clavículas de él. Antes de que pudiese reaccionar, vio la otra mano de su reciente salvador alzarse junto con una pistola.

Adam había practicado desde joven con esa misma arma y siempre el temblor terminaba desviando el tiro a un punto distinto al que sus ojos apuntaban antes de jalar el gatillo. Ese día, por el contrario, al sostener el cañón en dirección al sujeto que quiso marcharse, su mano permaneció estática, como si la de un cirujano renombrado se tratase.

Su padre se habría sentido orgulloso de la manera limpia en que la bala atravesó el rostro aterrorizado justo en medio de los dos ojos. 


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