Festín de Almas

By PaoloNeda

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Prólogo - Las Copas de Sangre
1. Un Silencio Sepulcral
2. El montaraz
3. La sombra
5. El olor de la sangre

4. La Luz

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By PaoloNeda

Pasaron diez largos segundos antes de que Avryen notara que se le echaban encima y tuvo a Eira entre los brazos. Avryen se quedó sin respiración, pálido y quieto como una lápida. La sentía pegada a él, y aquello era como un sueño.

Se había quedado petrificado al ver a aquella chica, casi una mujer, con la mancha dorada en el pecho.

Eira estaba muerta; hacía más de nueve años que la había buscado con ímpetu entre los ruinosos callejones de Ail-Sinven y la había dado por muerta tras el ataque. Pero estaba allí, abrazándose a él después de todo aquel tiempo.

Eira se despegó de él y buscó sus ojos. Casi se desplomó en el lecho del arroyo al volver a ver, tras tantos años, aquellos ojos grises y aquella mirada que le perforaba el alma, llenándola de coraje.

No le salieron las palabras. Avryen seguía sin decir nada, inexpresivo y tan confundido que ni siquiera era capaz de moverse. No era capaz de despegar la mirada de la mancha en el pecho de ella, y de sus ojos color miel, recordando ahora cada facción de su rostro y siendo consciente de cada detalles físico que el tiempo había cambiado en ella.

Eira le rodeó el cuello con los brazos otra vez y pegó su rostro al hombro del joven.

—Avryen... —murmuró. Los ojos lloraron lágrimas de nuevo— yo...

Avryen logró separarse unos centímetros de ella y la observó bien, como si no se creyera que estuviera allí de verdad. Había cambiado muchísimo desde la última vez que se vieran en Ail-Sinven, durante la invasión, pero seguía siendo Eira, aquella niña pequeña que le había regañado como si fuera su hermana. Seguía teniendo la mancha en el pecho.

Avryen no encontró las palabras y la estrechó de nuevo contra ella. No lloró, pero su voz se quebró de la emoción.

—Te di por muerta —murmuró mientras le apretaba con fuerza y le daba un beso sobre la oreja.

Eira lloraba.

—Hay que irse de aquí —dijo Avryen entonces, separándose de ella—. No es seguro. Vamos.

La cogió de la mano y tiró de ella con suavidad, siguiendo el camino de vuelta. Eira ni siquiera pensaba ya en el joven con el que había hablado unos segundos antes.

—¿Has venido con esos hombres? —fue lo único que logró preguntar Eira tras la conmoción de encontrarse con Avryen. Tenía mil preguntas en la cabeza. Cómo había salido de Ail-Sinven, cómo había llegado allí, dónde había estado todos aquellos años. Pero dudaba que fuera el momento de preguntar todo eso. Estaba a punto de e-charse a llorar.

—Sí. ¿Vives en este pueblo?

—Sí.

Llegaron al campamento de los mercenarios. Ya al menos la mitad de la aldea estaba allí, tratando de echar una mano a los pocos supervivientes. El de la pierna amputada acababa de perder el conocimiento, y el que hasta hacía un rato había estado tosiendo sangre yacía muerto ahora.

Uno de los dos mercenarios que quedaban ilesos se levantó hecho una furia cuando vio a Avryen salir del bosque sin ninguno de sus compañeros. Se enfadó aún más cuando vio que llevaba a la chica consigo en vez de a uno de los suyos.

Se dirigió hacia él con los puños apretados y la mandíbula fruncida. Algunos se volvieron a mirar y Eira retrocedió intimidada, pero Avryen siguió caminando decidido hacia delante.

—¡Perro capullo, ¿y mis com...?!

Antes de que terminara la frase, Avryen levantó el puño derecho y lo estrelló contra la mandíbula del mercenario. El golpe fue tan fuerte que el hombre escupió sangre y un par de dientes, y cayó al suelo de espaldas, aturdido. Antes de que se levantara el lobo corrió hacia él y se colocó sobre su pecho, cortándole la respiración, y le gruñó enseñándole los dientes.

Todo el mundo dio un grito y dio un respingo hacia atrás, incluida Eira, que miró con pánico al animal. Avryen tiró de ella hacia delante mientras seguía andando ignorando a la gente.

—Tenaz, déjalo —ordenó con un tono autoritario, y el lobo obedeció y se bajó del pecho del mercenario para seguir al montaraz, que se giró hacia Eira y le dijo—: tranquila, no te hará daño.

Eira miró a su amigo entre horrorizada y sorprendida, y luego al lobo, que parecía obedecer cada orden que el montaraz le soltaba. El timbre de su voz había cambiado, era más grave, con un temple serio y si él quería, amenazante. Eira lo tomó en cuenta.

Llegaron enseguida al centro de la aldea. Eira seguía emocionada por el reencuentro, pero al parecer a Avryen ya se le había pasado y tenía un temple serio y amenazante, y caminaba con seguridad, como si estuviera preocupado en la seguridad de la chica.

—¿Dónde vamos?

—¿Dónde te quedas?

Eira supuso que se refería a dónde vivía.

—En la casa de una anciana —señaló una calle que seguía a la derecha un poco más adelante—. Es allí.

—Bien —murmuró Avryen, y echó a caminar hacia allí. Antes de que se alejara, Eira trató de pararle para poder hablar con él y le agarró de la manga, que se le echó hacia atrás. Eira se quedó de piedra cuando pudo ver el tatuaje en tinta negra que su amigo lucía en la cara interior del antebrazo. Avryen también se paró. Miró de un lado a otro y luego a Eira. Se bajó de nuevo la manga.

—¿Qué es eso? —preguntó Eira.

Avryen suspiró y antes de que ella pudiera volver a agarrarle de la manga, la sostuvo de ambos hombros.

—Te prometo que te lo explicaré todo, con detalles —dijo, asintiendo—. Pero ahora tenemos que irnos. No estás a salvo aquí mucho más.

—¿Por qué? ¿Por los huargos?

—Los huargos no te harán nada, Eira.

—Matan a...

—¡Por favor! —Avryen volvió a pararse. Parecía preocupado—. No... por favor, déjame ponerte a salvo. Te lo explicaré todo. Te lo juro.

Eira se quedó mirando durante unos instantes aquellos indescifrables ojos grises. Respiró hondo. Toda su mente estaba plagada de preguntas que necesitaban respuesta. Preguntas sobre Varshan, sobre Daercgor, sobre qué sucedía en Vreynem fuera de aquel aislado pueblo. Preguntas sobre aquel Avryen que había aparecido de la nada.

Al final cedió y asintió con la cabeza. Siguieron caminando y señaló la casa de Valenia.

—Es ahí.

Avryen pareció relajarse.

—¿Quién más hay?

—Sólo Valenia —dijo ella. Se explicó—: es una anciana viuda.

—¿Te ha cuidado todo este tiempo?

—Sí.

El montaraz asintió, sin opinar nada. Parecía alegrarse de que alguien hubiera tenido la caridad de darle un hogar a Eira después del infierno por el que había pasado.

—Sube a tu habitación, y haz un macuto —le dijo.

Eira no daba crédito a lo que oía. La emoción de reencontrarse con Avryen se mezclaba con todas las preguntas que tenía en la cabeza y, ahora, con la confusión al ver que Avryen parecía preocupado por algún motivo.

—No puedes aparecer de repente y...

—Eira, por favor —murmuró Avryen. Parecía convencido. Estaba más sereno, decidido—. No quiero que te hagan daño.

Eira respiró hondo. Se volvió hacia la casa en la que había vivido durante nueve años, y suspiró. ¿Podría olvidar todo aquello? ¿Podría olvidarse de Valenia? Se toqueteó el colgante de oro que llevaba al cuello, nerviosa.

Al final se volvió hacia Avryen, seria. Se inundó de aquella mirada tras esos ojos grises, indagando en la mirada de guerrero que había forjado con el paso de los años. Encontró por fin al crío que había sido, al rebelde niño al que reprendía cuando se escapaba por los tejados de Ail-Sinven. Frunció los labios. Sentía ganas de llorar. Necesitaba tiempo para asimilar lo ocurrido. Pero Avryen no parecía dárselo.

—Está bien —dijo la chica. Respiró profundamente.

Avryen asintió. Eira se giró y se internó en la casa.

Despedirse tan rápido de todo lo que le había importado, todo lo que había construido a lo largo de aquellos nueve últimos años, era más difícil de lo que Eira había creído.

De nuevo en su pequeña y humilde habitación, se dispuso con rapidez a llenar una bolsa con, según ella creía, lo que le era indispensable.

Su mente era ahora un hervidero de preguntas. Todo iba demasiado deprisa.

Ya se echó a llorar. No por tener que irse, sino porque aquellas lágrimas que había guardado durante nueve años por fin salían. Esta-ba vivo, Avryen estaba vivo, y estaba con ella. Eira había querido ol-vidarlo todo, pero Avryen estaba vivo. No podía mirarle sin recordar su frenética mirada el día que Ail-Sinven fue invadida, el día en que lo perdió todo.

—Eh, tranquila.

Eira se giró y vio a Avryen frente a ella, sentado en el alféizar de la ventana. La chica se quedó mirándole unos instantes, confusa.

—¿Cómo has entrado?

Avryen la despachó con un ademán, señalando la ventana. Respiró hondo, y calmó a la chica simplemente con la mirada. Siempre lo había hecho.

—Sé que te parece ridículo —dijo él, mirándola con detenimiento—, pero tenemos que irnos, y no hay mucho tiempo para alejarnos de aquí. Te lo explicaré en cuanto nos vayamos.

Eira se giró hacia la cama, cerrando el petate con manos temblorosas. La emoción había subido desde su pecho hasta la garganta. Sabía que si hablaba, se echaría a llorar.

Avryen la miraba como si fuera algo más que una vieja amiga. Como si se hubiera dado cuenta de que pasaba algo en ella. Se levantó y se quedó mirando los ojos de Eira con el ceño fruncido.

Eira se volvió hacia él.

—¿Pasa algo?

Avryen se quedó inmóvil unos segundos. Al final negó con la cabeza.

—Nada —mintió—. Intenta ser rápida.

—¿Y Valenia...?

—Lo siento —dijo él. No eran palabras de cortesía. Era como si entendiese el dolor que estaba pasando la chica—. Pero si la despiertas y tratas de despedirte, se negará a dejarte ir, y entonces será peor.

Eira se dio cuenta entonces de que Avryen hablaba como si ya hubiera sufrido la experiencia de tener que abandonar a alguien querido.

Eira dejó caer el macuto sobre la cama, y suspiró. Se giró hacia Avryen. Llevaba puesta una camisa blanca, debajo de una túnica de viaje raída. Su cinturón estaba lleno de alforjas, y su largo cuchillo le colgaba a un lado.

—Déjame un día —dijo Eira; sus ojos rezumaban compasión—. Para despedirme. Estoy segura que tus motivos por sacarme de aquí podrán esperar un día más. Te prometo que mañana al atardecer nos iremos de aquí.

Avryen se la quedó mirando. Meneó la cabeza de un lado a otro, como si estuviera planteándose la idea. Eira tocó las alas que llevaba colgando del cuello, nerviosa, y entonces Avryen las vio.

Sonrió, y agarró la alas de oro con dos dedos. Alzó la vista para dirigirse a Eira.

—Aún la tienes.

Ella sonrió, asintiendo. Un silencio sepulcral inundó la pequeña habitación. Eira aguardaba callada, viendo como Avryen observaba con detenimiento aquellas alas de oro.

Entendió entonces lo que significaba para él aquel colgante. Significaba un hogar, un recuerdo lejano. Significaba paz e inocencia. Pero quizás no eran aquellas alas lo que le evocaban recuerdos placenteros. Quizás era Eira.

El joven se irguió y respiró hondo. Asintió, con una sonrisa de apoyo en los labios.


 —Podré esperar.

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