Una muchacha anticuada

By -Alnilam14-

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Una muchacha anticuada, por Louisa May Alcott © 1870 «La vida de Polly Milton experimenta un cambio radical c... More

Sinopsis
1- La llegada de Polly
2- Nuevas modas
3- Los problemas de Polly
4- Pequeñas cosas
5- Embrollos
6- La abuela
7- Despedidas
8- Seis años después
9- Lecciones
10- Hermanos y hermanas
11-Agujas y lenguas
12- Fruta prohibida
13- Los días soleados
14- Cortado de raíz
15- Complicaciones a la vista
16- Desfile de vestidos
17- Reemplazando a la abuela
18- La mujer que no se atrevió

19- El éxito de Tom

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By -Alnilam14-

«Venga, Cupido, déjanos ser un ejército, que todo el mundo encuentre su amor verdadero»

Considero este el lema más adecuado para este capítulo, ya que, intimidada por las amenazas, denuncias y quejas tras tomarme la libertad de concluir cierta historia del modo que más me complacía, ahora debo ceder ante el afable deseo de ofrecer satisfacción y, a riesgo de escandalizar a ciertos lectores, me encuentro en disposición de emparejar a todo aquel que pase por mis manos.

De vez en cuando, se produce una epidemia matrimonial, especialmente en primavera, que devasta a la sociedad, hace menguar el número de solteros y provoca el llanto en las madres ante la pérdida de sus hermosas hijas. Aquella primavera la enfermedad se presentó con gran virulencia en el círculo de los Shaw, aturdiendo las cabezas paternales al declararse un caso tras otro con alarmante rapidez. Fanny, como hemos visto, fue la primera en caer, y en cuanto se hubo superado aquella crisis, Tom regresó para aumentar la lista de víctimas. Como Fanny salía mucho con su Arthur, quien estaba convencido de que el ejercicio era lo más necesario para la convaleciente, Polly acudía todos los días a visitar a la señora Shaw, quien se encontraba muy sola, aunque mucho mejor que de costumbre, ya que el compromiso tuvo un efecto vivificador en ella, mucho más que todos los tónicos que había probado hasta entonces. Unos tres días después de recibir la alegre noticia de Fan, Polly se sorprendió al entrar en casa de los Shaw y ser recibida por Maud, quien bajaba corriendo las escaleras y lanzando una avalancha de palabras en rápida sucesión:

—¡Ha venido antes de lo que dijo para sorprendernos! Está en el cuarto de mamá y acaba de preguntar por ti. Te oí entrar y bajé a buscarte. Ven enseguida. Está muy raro con el bigote, pero se le ve muy bien, grande y moreno, y me levantó en el aire al besarme.

Y tomando a Polly de la mano, Maud la arrastró escaleras arriba como si fuera un barco capturado y arrastrado por un remolcador ruidoso y pequeño.

«Cuanto antes mejor», fue el único pensamiento de Polly antes de entrar en la habitación en compañía de Maud, quien exclamó en tono triunfal:

—¡Ahí lo tienes! ¿No te parece que está espléndido?

Por un momento, Polly tuvo la sensación de que todo bailaba a su alrededor, mientras una mano oprimía la suya y una voz gruesa le decía alegremente:

—¿Cómo estás, Polly? —Y, a continuación, se sentó junto a la señora Shaw, con la esperanza de haber contestado como era debido, pues no tenía la menor idea de lo que había dicho.

Poco después, los ánimos se calmaron un poco, y mientras Maud comentaba la gran sorpresa, Polly se aventuró a mirar a Tom, alegrándose de que este tuviera la luz de frente y ella no. No era una habitación muy grande, y Tom parecía llenarla por completo. No era que hubiese crecido mucho, salvo en la anchura de sus hombros, pero su actitud jovial y tranquila sugería una vida al aire libre con gente que mantiene los ojos siempre abiertos y no se preocupa por las cuestiones de etiqueta. Con el basto traje de viaje, las fuertes botas, el rostro moreno y la barba recia tenía un aspecto tan distinto que Polly no halló ni el más leve rastro del elegante Tom Shaw en aquel hombre que apoyaba el pie sobre una silla mientras hablaba con amenidad de negocios con su padre, algo que deleitaba enormemente al viejo caballero. A Polly le agradó inmensamente el cambio y escuchó las novedades del oeste con el mismo interés que hubiera dedicado al romance más emocionante, pues, mientras hablaba, Tom la miraba de vez en cuando con una sonrisa o un asentimiento, como solía hacer en los viejos tiempos, y durante un rato se olvidó completamente de María Bailey.

Poco después, llegó Fanny y le dio a Tom una sorpresa mucho mayor que la que él les había dado a ellos. El muchacho no sospechaba en lo más mínimo lo que había estado sucediendo en casa, pues Fan se había dicho a sí misma con malicia juvenil: «Si él no quiere confiarme sus secretos, yo no le contaré los míos», y no le había dicho nada por carta de Sydney, salvo una alusión ocasional en la que le comunicaba que iba a verlos a menudo y era muy bueno con ellas. Por tanto, cuando le anunció su compromiso, Tom se quedó tan aturdido que Fan creyó que no lo aprobaba, pero tras la sorpresa inicial, se mostró tan contento que su hermana se sintió a un tiempo conmovida y halagada.

—¿Que te parece el compromiso? —preguntó Tom dirigiéndose a Polly, quien continuaba sentada junto a la señora Shaw a la sombra de las cortinas.

—Me agrada mucho —respondió ella con tanto ardor que Tom no pudo dudar de la sinceridad de su respuesta.

—Me alegro de oírlo. Confío en que muestres la misma satisfacción con otro compromiso que se anunciará dentro de poco. —Y con una risa extraña, Tom se llevó a Sydney a su refugio, mientras las dos jóvenes se telegrafiaban el horrible mensaje:

—Es María Bailey.

Polly nunca supo cómo logró pasar aquella tarde. A pesar de todo, no fue una visita muy larga, pues a las ocho salió de la habitación con la intención de dirigirse sola hasta su casa y no obligar a nadie a que la acompañara. Pero no tuvo mucho éxito, ya que cuando se hallaba calentando sus botas frente al fuego del comedor, preguntándose si María Bailey tendría los pies tan pequeños como ella y si Tom la ayudaría a ponérselas, alguien le quitó los zapatos de la mano y la voz de Tom le dijo en tono de reproche:

—¿De verdad pensabas escaparte y no dejar que te acompañara a casa?

—No es eso, es que no quería alejarte de tu casa —dijo Polly, deseando secretamente que su semblante no revelara demasiado sus sentimientos.

—Pero a mí me gusta que me saquen de aquí. ¡Hace un año ya desde la última vez que te acompañé! ¿Lo recuerdas? —dijo Tom agitando las botas sin ningún reparo.

—¿Te parece mucho?

—Muchísimo.

Polly pensaba decir esto con tranquilidad y sonreír incrédulamente ante su respuesta, pero, a pesar de la coqueta capucha rosa que llevaba puesta, y que sabía que le quedaba muy favorecedora, no habló ni se mostró alegre, y Tom vio en su rostro algo que le hizo decir apresuradamente:

—Creo que has hecho demasiadas cosas este invierno. Te veo muy cansada, Polly.

—¡Oh, no! Me sienta bien el trabajo. —Y empezó a enfundarse los guantes para demostrarlo.

—Pero a mí no me gusta que adelgaces y palidezcas.

Polly levantó la vista para darle las gracias, pero no pudo hacerlo, pues había algo más profundo que la gratitud en aquellos sinceros ojos azules que no podían ocultar del todo la verdad. Tom se dio cuenta, se sonrojó pese a su rostro moreno y, dejando caer las botas, la tomó de las manos y le dijo del modo más impetuoso:

—¡Polly, quiero contarte algo!

—Sí, ya lo sé, lo estábamos esperando. Deseo que seas muy feliz, Tom. —Y Polly le dio la mano con una sonrisa mucho más patética que el más triste de los llantos.

—¿Qué? —exclamó Tom, mirando a Polly como si esta hubiera perdido el juicio.

—Ned nos habló de ella. Estaba muy convencido, de modo que cuando nos hablaste de otro compromiso, comprendimos que te referías al tuyo.

—¡Pero no es eso! Me refería a Ned. Me pidió que te lo comunicara en persona. Ya está todo arreglado.

—¿Con María? —murmuró la joven, sujetándose a una silla como si se preparase para lo peor.

—Por supuesto. ¿Qué otra podría ser?

—No nos dijo nada. Tú nos hablabas de ella continuamente... y por eso pensamos... —masculló Polly sin saber cómo continuar.

—¿Que yo estaba enamorado? Lo estoy, pero no de ella.

—¡Oh! —Y Polly contuvo el aliento como si le hubiesen tirado por encima un cubo de agua fría, pues cuanto más sincero se mostraba Tom, más brusca era ella.

—¿Quieres saber el nombre de la chica a la que amo desde hace un año? ¡Pues se llama Polly! —Tras decir aquello, Tom tendió los brazos con una elocuencia silenciosa imposible de resistir, y Polly se sumergió en ellos sin decir una palabra.

No importa lo que sucedió a continuación. Si las escenas de amor son sinceras, resultan indescriptibles, ya que, para los protagonistas, las descripciones más elaboradas parecen insuficientes, y para aquellos que las observan desde fuera, el retrato más sencillo puede parecerles exagerado. Por tanto, los espíritus románticos deberían dejarlo todo en manos de su imaginación y permitir que los amantes disfruten en soledad los minutos más felices de su vida.

Poco después, Tom y Polly estaban sentados el uno al lado del otro, saboreando aquel delicado estado mental que normalmente sigue al primer paso en el camino desde nuestro mundo cotidiano en dirección a esa región de gloria en la que viven los enamorados durante uno o dos meses. Tom no hacía más que mirar a la joven, como si le fuera difícil creer que el invierno de su descontento hubiera dado paso a aquella primavera tan gloriosa. Pero Polly, quien ya era toda una mujer, no dejó de preguntarle cosas mientras reía y lloraba llena de emoción.

—Pero Tom, ¿cómo podía saber que me amabas si te fuiste sin decirme una sola palabra? —empezó en tono de dulce reproche pensando en el triste año que había pasado.

—¿Y cómo iba a reunir el coraje para decirte algo cuando no tenía otra cosa que ofrecerte que mi persona? —contestó Tom con ternura.

—¡Pero eso era lo único que quería! —susurró Polly en un tono que hizo pensar al muchacho que la raza de los ángeles aún no se había extinguido.

—Siempre te he querido, mi Polly, pero nunca supe cuánto hasta que me marché de casa. Además, tenía la impresión de que te gustaba Sydney a pesar de que el invierno pasado le diste una indirecta, según me dio a entender Fan. Es un hombre excepcional, no sé cómo pudiste hacerlo.

—Es extraño. Ni yo misma lo entiendo, pero las mujeres somos muy raras y nadie comprende nuestros gustos —dijo Polly con una ironía que Tom agradeció enormemente.

—Fuiste tan buena conmigo aquellos últimos días que casi estuve a punto de decírtelo entonces, pero no quise dar la impresión de que te ofrecía una persona en desgracia a la que Trix no quería y en la que nadie parecía confiar. «No», me dije, «Polly merece lo mejor. Si Syd puede conquistarla, que lo haga y yo no diré una sola palabra. Intentaré ser merecedor de su amistad, y tal vez cuando haya demostrado que puedo hacer algo y que no me avergüenza trabajar, entonces, si Polly sigue libre, no me asustará tanto declararme». Por eso contuve mi lengua, trabajé como una mula, me convencí a mí mismo y a los demás que podía ganarme la vida honradamente, y regresé a casa para comprobar si aún podía tener esperanzas.

—Y yo te estuve esperando todo ese tiempo —dijo una suave voz junto a su hombro, pues Polly se sentía emocionada por los esfuerzos de Tom por hacerse merecedor de ella.

—No pretendía hacerlo inmediatamente, sino ver cómo estaban las cosas y asegurarme que a Syd no le importaba. Pero la noticia de Fan disipó las dudas que podía tener, y ahora la expresión de mi Polly aclara la otra. No podía esperar un minuto más ni dejarte en ascuas, por lo que no pude contenerme y tuve que tender mis brazos hacia mi amada, aunque bien sabe Dios que no la merezco.

La voz de Tom se fue debilitando a medida que hablaba, y su rostro revelaba una emoción de la que no debía sentirse avergonzado, pues el amor sincero le ennoblecía y le hacía parecer humilde, mientras que un afecto menos profundo le hubiera hecho sentirse orgulloso de su triunfo. Polly comprendía todo aquello, y consideró las palabras honestas y sinceras de su amante mucho más elocuentes que la propia poesía. Llevó su mano hasta la mejilla de él y apoyó la suya en el basto abrigo mientras decía con su franqueza habitual:

—Tom, querido, no digas eso. No soy la mejor mujer del mundo. Tengo muchos defectos, y quiero que los conozcas todos y me ayudes a remediarlos, como has curado los tuyos. La espera no nos ha hecho daño alguno, y te quiero más por tus esfuerzos. Pero creo que tu año ha sido mucho más duro que el mío. Pareces mucho mayor y más serio que cuando te fuiste. Aunque nunca te quejabas, creo que sufrías mucho más de lo que podemos sospechar.

—Reconozco que al principio me resultó duro. Era todo tan nuevo y extraño que no podía haberlo soportado si no hubiera sido por Ned. Él se reiría si me oyera decir esto, pero te aseguro que es un gran chico y que me ayudó a superar los primeros seis meses como un... bueno... como un hermano. No había motivos para que se apartara de su camino para ayudar a un descarriado como yo. Sin embargo, lo hizo, y me facilitó muchas cosas que me habrían resultado muy duras y peligrosas si hubiera tenido que hacerlas yo solo. Solo puedo explicármelo pensando que se trata de una característica familiar y que es algo tan natural en el hermano como en la hermana.

—Lo mismo se puede decir de los Shaw. Pero háblame de María. ¿Es cierto que Ned se ha comprometido con ella?

—Completamente. Mañana recibirás su carta. No tuvo tiempo de dármela en persona, pues partí apresuradamente. María es una chica sensata y muy hermosa. Ned será muy feliz con ella.

—¿Por qué nos hiciste creer que eras tú?

—Tan solo me reía un poco de Fan. Me gustaba María, ya que a veces me recordaba a ti, y es una mujercita compasiva y simpática cuya compañía me resultaba muy agradable después de un duro día de trabajo. Pero Ned se puso celoso, así que le dejé el camino libre, y prometí no decir nada a nadie hasta que su María le dijera que sí o que no.

—Me gustaría haberlo presenciado —suspiró Polly—. ¡Los enamorados hacemos muchas tonterías!

—Es verdad, pues ni tú ni Fan nos disteis la menor indicación sobre Syd, y durante todo este tiempo no he hecho más que inquietarme por el hecho de que mantuvierais una relación.

—Nos lo merecemos. Los hermanos no deberían tener secretos.

—No volveremos a tenerlos. ¿Me has echado mucho de menos?

—Sí, Tom, muchísimo.

—¡Mi paciente Polly!

—¿De verdad sentías algo por mí antes de irte?

—Mira esto si no me crees. —Y, con gran orgullo, Tom hizo aparecer una cartera llena de documentos de aspecto importante, abrió un compartimento privado y extrajo un papel de aspecto usado que desplegó con gran cuidado y de cuyo interior sacó un objeto que despedía una suave fragancia.

—Es la rosa que pusiste en el pastel de cumpleaños, y la semana que viene tendremos otra en otro delicioso pastel que harás para mí. La encontré en el suelo de mi refugio la noche que conversamos, y la he guardado desde entonces. ¡Ya ves cómo es mi amor!

Polly tocó la pequeña reliquia, atesorada durante un año, y sonrió al leer las palabras escritas bajo las hojas marchitas: «La rosa de mi Polly».

—No sabía que fueras tan sentimental —dijo ella.

Polly parecía tan complacida que Tom no se arrepintió de haberle confesado su pequeño secreto.

—Nunca lo fui, hasta que empecé a amarte, querida mía, y aún no lo soy mucho, pues no llevo la flor junto a mi corazón, sino donde puedo verla todos los días para no olvidar jamás a la persona por la cual trabajo. No me asombraría que esto me haya hecho más ahorrativo, pues al abrir la cartera pensaba siempre en ti.

—Eso es adorable, Tom. —Y Polly se sintió tan conmovida que buscó su pañuelo, pero Tom se lo arrebató y la hizo reír en lugar de llorar, diciendo en tono burlón:

—No creo que tú hicieras algo parecido. ¿A qué no?

—Si prometes no reírte, te mostraré mis tesoros. Yo empecé primero, y los he llevado más tiempo.

Tras decir aquello, Polly sacó su relicario, lo abrió y le mostró la fotografía que le dio Tom junto con el paquete de cacahuetes. Al otro lado, había un rizo rojizo y un botón negro. ¡Cuánto rio el muchacho al verlos!

—¡No me digas que has guardado a ese muchacho todo este tiempo! ¡Polly! ¡Polly! Eres la «amante», como dice Maud, más fiel que existe en el mundo.

—No crea que los he llevado encima todos estos años, caballero. Los puse la primavera pasada porque no me atreví a pedir otros. El botón te cayó de aquella chaqueta vieja que insististe en usar después de la quiebra, como si tuvieras la obligación de parecer lo más desaliñado posible, y el rizo se lo robé a Maud. ¿No somos ridículos?

Tom no parecía opinar lo mismo y, tras una breve pausa, Polly se puso seria y dijo en tono ansioso:

—¿Cuándo debes regresar a tu trabajo?

—Dentro de una o dos semanas, pero ahora no me parecerá tan duro, pues me escribirás todos los días y sabré que trabajo para ofrecerte un hogar. Eso me dará fortaleza, y pagaré mis deudas para empezar de nuevo, y después Ned y yo nos casaremos y nos haremos socios. Así seremos las personas más felices y trabajadoras de todo el oeste.

—Me parece un futuro prometedor, ¿pero no te llevará mucho tiempo?

—Solo unos cuantos años, y no es necesario que esperemos mucho después de haberle pagado la deuda a Syd, siempre y cuando no te importe empezar desde abajo, Polly.

—Prefiero trabajar contigo desde abajo que estar ociosa mientras tú trabajas por tu cuenta en otra parte. Así lo hicieron papá y mamá, y creo que fueron muy felices a pesar de la pobreza y el duro trabajo.

—Entonces lo haremos dentro de un año, pues debo ganar un poco más antes de privarte de una buena casa aquí. Me gustaría, oh, Polly, cómo me gustaría tener la mitad del dinero que he gastado para poder instalarte cómodamente.

—No importa. No lo quiero. Prefiero tener menos y saber que lo has ganado tú mismo —exclamó Polly mientras Tom se golpeaba la rodilla con una mano por los remordimientos.

—Es muy propio de ti que lo digas, y no me lamentaré después de haber sido tan estúpido. Trabajaremos juntos, mi valiente Polly, y ya verás cómo llegarás a sentirte orgullosa de tu marido, aunque no sea más que «el pobre Tom Shaw».

Polly estaba tan segura de aquello como si lo hubiera anunciado el oráculo, y no se engañó, pues su corazón, que siempre confió y se esforzó por mejorar los impulsos de Tom, recibió su recompensa en la felicidad de los años venideros.

—Sí —dijo llena de esperanza—, sé que triunfarás, pues lo mejor que puede tener un hombre es un trabajo con un propósito definido y la voluntad de hacerlo con sinceridad.

—Hay algo mejor, Polly —repuso Tom, asiéndola por la barbilla para ver su inspiración en los ojos de la joven.

—¿El qué, querido?

—Una buena mujer que lo ame y lo ayude toda la vida, como lo harás tú, si Dios quiere.

—Aunque sea anticuada —susurró Polly con los ojos húmedos y felices mientras miraba al joven que, por ella, había encaminado sus pasos por el sendero del éxito y no se avergonzaba de reconocer que debía esto al amor y al trabajo, dos cosas anticuadas que empezaron en el albor de los tiempos, con la primera pareja del Edén.

A fin de que ninguno de mis jóvenes lectores que han honrado a Maud con su interés sientan insatisfecha su curiosidad con respecto a su futuro, añadiré que la niña no se casó con Will, sino que se quedó soltera toda la vida, dedicándose a cuidar de su padre de manera muy satisfactoria.

Will llegó a cumplir su sueño de llegar a ser ministro del Señor, y su casa parroquial estuvo a cargo de una damita muy gentil y de ojos brillantes a quien el reverendo Will llamaba su «pequeña Jane».

La pluma de la autora no se atreve a adentrarse más en el futuro y se detiene aquí, concluyendo con las palabras de los viejos cuentos de hadas: «Y se casaron y fueron felices toda la vida».

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En mis peores momentos, me hubiera gustado leer algo como esto. Así que, aquí lo tienes. Espero que te ayude. Instagram: LePreuxAzul