Se acabó. Ya no me quedan esperanzas.
Faltan tan solo 4 días y no tengo la puñetera carta.
Estoy en mi habitación encerrada, con los cascos puestos, escuchando a Alan Walker y tapada con mi mantita. Con depresión de caballo.
Ya hace 3 días que no como nada, no me levanto de la cama si no es para ir al baño o beber agua. ¡Tampoco quiero morir antes de tiempo!
Con las persianas cerradas no entra nada de luz y si no fuera porque soy capaz de ver la pantalla del móvil cuando lo enciendo, pensaría que me he quedado ciega.
Mi madre ha dejado de intentar hacerme sentir mejor, de que coma algo. Y eso me entristece aún más, porque significa que hasta ella ha perdido completamente la esperanza.
Acabaré mi existencia con ellos. Lo tengo decidido. Con mis padres. Que me quieren y apoyan, aunque, tengan algún que otro bajón.
Y... Sí Carla y Thom... tampoco han tenido suerte... ¡No! ¡Celia no! Eso ni se piensa. Seguro que hace un montón que recibieron la carta y están ansiosos y felices de poder salvarse. No lo sé. Hace más de una semana que no hablamos. Ojalá que esa sea la razón por la que no me hablan, por miedo a que les robe sus cartas. (Aunque sé que saben que jamás haría eso)
Son las 8 y me apetece llorar. Así que lloró. Porque puedo, porque quiero y porque me da la gana.