De Hombres y Bestias

By LilScorpion67

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Vampiros y humanos han hecho grandes esfuerzos desde siglos atrás para poder convivir en armonía, para crear... More

Primera parte: Lo que la muerte puede unir.
I: Una Ciudad de Lágrimas
III: Pólvora y Sangre
IV: Oráculo
V: Sangre de mi sangre
VI: El Lado Oscuro de la Luna
VII: La madre terrible
VIII: Remembranzas
IX: Diosa Oscura
X:Pesadilla
Segunda Parte: Hay una brillante oscuridad sobre nosotros.
XI: Fragilidad Humana
XII: Secretos
XIII:"Al este de la luna"
XIV:"El cuerpo que habito"

II: La Compañía del Cráneo

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By LilScorpion67

Era curioso. La vida de Odette había peligrado desde el primer día en que pisó la comisaría número 44 y, a pesar de este hecho, nunca tuvo que experimentar algo como lo que estaba presenciando en esos momentos; el tiempo se había ralentizado, pareciéndole que llevaban horas intentando salir del Cipriani. La situación era precaria, la belleza del recinto que se había elegido para aquella noche especial ya había desaparecido; ahora, tanto el vampiro como la detective se encontraban en un lugar corrompido por la sangre derramada de seres inocentes.

Odette intentaba localizar a los atacantes dentro de la aterrada muchedumbre y a pesar de que poseían máscaras bastante llamativas, era difícil vislumbrarlos, especialmente después de que las luces del Cipriani se apagasen por completo, dejándolos a merced de la oscuridad. Sin embargo, los seres como Illya no reparaban en ello pues eran, después de todo, criaturas de la noche.

La detective podía ver el shock en el rostro de su acompañante. Illya era unos treinta centímetros más alto que ella, además de que poseía una complexión fuerte­—sin mencionar que era un maldito vampiro— y sin embargo, Gimondi no se estaba oponiendo a la fuerza de la mujer, quien le sostenía por su antebrazo con fuerza mientras lo guiaba entre los oscuros pasillos del lugar. Odette se detuvo por unos segundos y también él lo hizo; de vez en cuando eran empujados por la gran cantidad de gente que corría por los pasillos, y la detective prácticamente se sostuvo de los antebrazos del vampiro para no ser arrastrada por la multitud.

— ¡Hey! —gritó ella, intentando llamar la atención de Illya, sacudiéndolo un poco y palmeándole con violencia el pecho. El vampiro por fin la miró y la mujer continuó gritándole por sobre los sonidos de la muchedumbre. —Necesito que me guíes ¿está bien? Tu familia consiguió este lugar, debes saber cómo mierda podemos salir de aquí.

Su manzana de Adán bajó y subió, la cabeza del muchacho se volteó hacia el inicio del pasillo donde se encontraban. Había un grupo de personas de rodillas en el piso, mirando el pequeño cuerpo de una niña que yacía sobre el regazo de quien parecía ser su padre. Toda esa zona ahora estaba casi desierta, Odette no comprendía a donde se había ido la multitud que casi los arrastra con ellos pero aún podían escuchar el sonido de gritos, disparos y, de vez en cuando todo el edificio cimbraba con la fuerza de lo que parecían ser explosivos en los pisos superiores del Cipriani. Súbitamente, Illya se soltó del agarre de la detective y caminó con rapidez hacia la familia a unos cuantos metros de ellos.

Odette observó como señalaba hacia un oscuro pasillo a la derecha y les gritaba algo. La familia comenzó a ponerse de pie, el padre de la pequeña se aferraba al cuerpo de su hija como si le fuera la vida en ello; Illya miró a la detective y le hizo señas para que se acercara a ellos lo cual ella hizo sin rechistar. El vampiro los guió por el largo, frio y sinuoso pasillo oscuro; de vez en cuando, debían detenerse y cubrirse la cabeza puesto que, las explosiones provocaban que pedacitos de techo cayesen sobre sus cabezas, pero después de unos minutos la familia se encontró a salvo fuera del Cipriani.

Cuando la detective comenzaba a enfundar su revólver en su cinturón, la fría mano del vampiro se posó sobre la suya y la detuvo. Los ojos de la muchacha se encontraron con los de él, alzando una ceja en confusión: —Voy a regresar.

La expresión de sorpresa en el rostro de la muchacha no se hizo esperar: — ¿Cómo dijiste? —Illya suspiró y desvió la mirada, Odette asomó la cabeza para observar a la familia desaparecer al final del callejón detrás del Cipriani.

—Necesito verlo. —siseó. —No puede estar muerto.

—Illya...

—Fue sólo un disparo, detective —Continuó el vampiro—, nosotros no podemos morir así.

Odette no quiso reprocharle o intentar convencerlo de volver, podía ver el fuego detrás de los ojos aceitunados del vampiro, la determinación que se había acentuado en él no desaparecería así como así. La detective se mordió el labio mientras pensaba, pero no sabía por qué fingía pensárselo; Realmente no se veía siguiendo otra opción: —Voy contigo. —Illya frunció el ceño y, perplejo, miró como la mujer checaba las balas en su revólver para después colocarlas de nuevo y entrar otra vez al pasillo del Cipriani. — Pero vas a tener que guiarme porque no veo una mierda.

—Detective, no.

—Detective, sí. —corrigió la muchacha, caminando con lentitud delante de él, insegura de lo que había frente a ella y no podía ver. — ¿Te moverás o no? —cuestionó irritada al notar que el vampiro parecía no seguirla; Illya abrió la boca para intentar convencerla de salir de ahí, pero tuvo la inmediata impresión de que Odette era bastante obstinada, así que la dejó ser y se prometió que velaría por ella hasta que ambos estuviesen a salvo.

Illya asintió y juntos caminaron hacia la luz parpadeante al final del pasillo.


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Cuando avanzaron entre los ensangrentados pasillos las luces ya habían vuelto a la normalidad o, al menos, algunas lo habían hecho mientras que otras parpadeaban sin cesar. Estaban a unos cuantos metros del salón principal donde había comenzado el tiroteo; el Cipriani estaba en un completo silencio, podían escuchar sirenas y un sinfín de ruidos a la lejanía pero nada más. Odette se mantenía alertar, con su revólver frente a ella y la mirada siempre enfocándose a sus alrededores. Y es que en parte, aquello se debía a que no quería mirar el ensangrentado piso de mármol ni los cuerpos que yacían inertes a sus pies. La detective había visto mucha muerte a lo largo de su vida, pero nunca tanta en tan poco tiempo, el simple olor le estaba provocando nauseas.

Y cuando finalmente llegaron a la entrada del salón principal, los dos se congelaron en sus lugares, intercambiaron miradas y entonces Illya dio un par de pasos hacia dentro. Aquí a Odette le fue imposible no mirar, había demasiados cuerpos como para ignorarlos; sangre escurría por la escalinata del escenario y el líquido carmesí salpicaba la pureza de las blancas paredes. Illya avanzó a la mitad del salón y, mirando la muerte a su alrededor, reunió el suficiente coraje para dirigir su mirada hacia el escenario. Pero en un principio no lo procesó.

El cuerpo de su padre yacía un par de metros a la derecha del escenario, donde el podio de madera se encontraba, mientras que su cabeza había sido incrustada en el mástil detrás de él; aquél mástil que horas antes sostenía la bandera de el país que Marco Gimondi y el padre de Octavia Roux habían jurado proteger con sus vidas.

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Odette intentaba ocultar los temblores que súbitamente le recorrían el cuerpo; no estaba segura si eran debido al frio o gracias a la realización de lo que había ocurrido hacía sólo una hora. La mujer se sobresaltó cuando un paramédico colocó una manta gris sobre su cuerpo, el amable muchacho alzó las manos al aire, en señal de rendición al ver la defensiva reacción de la detective. Moreau le sostuvo la mirada durante unos segundos y después asintió levemente con la cabeza, una forma poco expresiva de darle las gracias, el muchacho sólo le sonrió y se bajó de la ambulancia para atender otras tareas.

Odette miró a su alrededor. Era imposible pasar por alto la cantidad de gente que había cerca de la escena; no sólo civiles, también oficiales de policía, militares, ambulancias, bomberos y un sin número de periodistas apenas siendo controlados por las autoridades. Los ojos de la muchacha se posaron sobre el Cipriani, la fachada estaba dañada, había vidrios y pedazos de roca por toda la acera, además de cuerpos cubiertos por mantas blancas mientras los peritos hacían lo suyo y los bomberos salían del recinto, llenos de cenizas, retirándose los cascos y por las expresiones en sus rostros Odette supo que habían visto cómo habían terminado todos ahí dentro.

Alguien llamó su atención: Illya Gimondi se encontraba sentado en las escalinatas principales del lugar, se había desabrochado un poco la camisa y sus codos estaban recargados sobre sus rodillas, su cabeza colgando, casi completamente oculta. Odette llevaba muy poco tiempo de conocerle y a pesar de eso no podía negar que verle así le hacía sentirse aún peor.

Pensó en las mil diferencias que había entre un vampiro y un ser humano como ella; desde pequeña se había encontrado pensando en eso constantemente, tenía la tendencia de separarse muchísimo de los "chupa sangre" e incluso de temerles pero al mismo tiempo intentar actuar como alguien superior a ellos, intentando sentirse segura alrededor de esta raza. Muchos individuos ( y se incluía) veían a estas criaturas nocturnas como bestias que sólo fingían sentimientos humanos para poder encajar, les parecían seres manipulativos que había que evitar a toda costa incluso cuando a la sociedad en general no le parecía "políticamente correcto" y Odette siempre debía reírse de eso y pensar <<¿A quién quieren engañar?>>

Pero de verdad que no creía que Illya estuviese fingiendo esa desdicha que era reconocible incluso en la forma en la que se encontraba sentado. La detective se sintió avergonzada de sí misma y, sin pensárselo dos veces, se dirigió hacia el vampiro que no levantó la mirada ni cuando la muchacha se sentó a su lado.

— ¿Qué haces aquí todavía? —cuestionó Illya, su voz sonaba áspera y tenía la mandíbula apretada. Odette encogió los hombros y jugueteo un poco con sus dedos sobre su regazo.

—No tengo otro lugar en donde estar ahora mismo.

Se volvió a hacer el silencio, ahora los dos concentraron su mirada al frente, donde el hermano mayor de Illya, Luca, charlaba con un par de hombres en cuya vestimenta predominaba el negro. El también tenía sangre en la ropa y Odette podía ver que tenía agujeros de bala en el pecho, entornó los ojos y observó la posición en la que se encontraba: hombros caídos, los dedos de su mano derecha acariciaban su barbilla y la mirada pegada al suelo. La detective escuchó a Illya removerse un poco en su lugar y le miró de reojo, el vampiro había comenzado a buscar algo en su bolsillo.

— ¿Sabes? No quería mencionarlo antes, pero...—comenzó Gimondi mientras sostenía algo pequeño entre sus manos que Odette no pudo identificar sino hasta que el vampiro lo colocó frente a él, sosteniéndolo con su dedo índice y el pulgar. — recuerdo a tu padre. —Eso sí que no se lo esperaba. Odette Moreau no se imaginaba que alguien como Illya pudiese recordar a un empleado que había trabajado para la gente en su círculo social hacia tantos años. Además ¿qué tenía que ver su padre con una pulserita costosa?

— Una semana después de la muerte de mi madre...—se le hizo un nudo en la garganta al mencionarlo, tragó saliva y continuó. — yo no quería salir de su habitación por que no podía encontrar esta cosa. —Miró de reojo a la chica, quien no había apartado su mirada de la pulsera. —Tu padre pasó día y noche ayudándome a encontrarla, —continuó. —aquellos días fue el único que estuvo ahí para mí, detective. Eso es algo que nunca voy a olvidar y que desafortunadamente nunca tuve la oportunidad de agradecer.

Odette pudo haberle no creído, pero la naturaleza del relato encajaba a la perfección con John Moreau. A pesar del dolor y la pena que prácticamente se podían respirar en el ambiente, una sonrisa diminuta se dibujó en los labios de la detective.

—Gracias por acompañarme.

—No tienes que agradecer, Illya, yo...

—Pusiste tu vida en riesgo por un total desconocido —continuó el vampiro casi con urgencia ante la negativa de la mujer. — te debo mi vida.

—Eh, pues no quiero ser grosera ni nada pero...—Odette se rascó la nuca, incómoda— ese es mi trabajo, no me debes nada. — por la expresión en el pálido rostro de Illya, Odette supo que no estaba de acuerdo con ella y, con fastidio habló antes de que el vampiro pusiese más peros. — Además, no habría sido capaz de dejarte solo ahí dentro ¿sabes? Nadie debería enfrentar ese tipo de situaciones sin compañía alguna.

Illya asintió y no dijo más. Durante varios minutos se quedaron ahí en un cómodo silencio mientras observaban las sirenas y el movimiento en las calles frente a ellos. La ciudad estaba hecha un caos y no era sorpresa alguna.

—No quiero resolver esto solo —musitó el vampiro, llamando de inmediato la atención de la detective. — Acabo de escuchar lo que esos dos agentes del F.B.I le informaban a Luca y no me gusta nada.

— ¿Puedo preguntarte qué fue o...?

—Algo grande está pasando, detective.

La muchacha titubeó antes de hablar: — ¿más grande que esto?

El vampiro asintió y Odette se sintió un tanto cohibida. Por la expresión en el rostro de Illya y la forma en la que presionaba su mano derecha sobre la otra, notó que el cambio en su actitud había cambiado rápidamente de la pena a la furia; los ojos pardos del hombre estaban fijados en los agentes que había mencionado, Odette podía ver que estaban hablando entre ellos pero sabía que Illya podía inclusive escucharlos si lo quería.

—Conozco el entorno en el que me críe — continua él—, se trata de un nido de víboras que fingen sentir empatía por los demás. Sé que le están mintiendo a Luca y que lo seguirán haciendo. Dicen no saber nada pero lo puedo ver claramente en sus rostros: tienen miedo porque saben exactamente a lo que se están enfrentando.

La detective no comprendía muy bien el razonamiento de su acompañante, pero le creía. Con el ceño fruncido y la voz casi en un susurro, preguntó: —Y... ¿qué es lo que harás?

—Arreglar esto.

—Ajá —espetó Odette, perdiendo los estribos con facilidad, como siempre. — ¿cómo rayos planeas hacer eso?

—Con ayuda, claro está.

—O sea, con tu dinero. —respondió la castaña, asintiendo enérgicamente y cuando le vio negar con la cabeza alzó una ceja. — ¿qué?

—Eres detective ¿Qué no?

Un alargado "Oh" se abrió paso entre los labios de la mujer e Illya imitó la cómica expresión de entendimiento en el rostro de la chica. Odette pasó saliva y dirigió su mirada a la fachada del Cipriani, a sus fosas nasales llegó el olor del humo e incluso la pólvora. Después, sus ojos verdosos se fijaron en las ambulancias a unos metros de ella, podía ver a las familias de las victimas abrazándose mientras ella podía escuchar con claridad los alaridos desgarradores que emanaban de ellos; se mordió su labio inferior con ímpetu y cerró los ojos por unos instantes. Al principio pensó que era una difícil decisión, que meterse en todo ese lío solo le traería problemas que seguramente la rebasarían pero después, la voz de su padre en el fondo de su mente decía otra cosa.

Esto se trataba de justicia, de detener a los monstruos capaces de destruir familias enteras en cuestión de minutos. ¿De verdad era algo difícil de decidir? ¿De verdad era difícil decidir ayudar a la gente cuando la oportunidad se le entregaba casi en las manos?

Y la respuesta era, por supuesto, no. No tenía nada de difícil.

—De acuerdo. —Pronunció con firmeza.

Por supuesto, las dudas le comenzaron a comer viva porque si bien se consideraba bastante en su trabajo, no sabía si podría solucionar algo tan enorme como aquello.

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Cuando una tragedia de esa magnitud ocurre, las cosas deben tomar cierto tiempo antes de volver a la normalidad. Odette lo comprendía perfectamente, pero no por ello significaba que deseaba continuar de luto durante semanas; para la detective, el luto que se estaba experimentando en la ciudad aletargaba a sus residentes. Había tantísimas cosas por hacer y la gente normal parecía no querer saber sobre ello.

En esos momentos, la detective no podía hacer más que seguir la corriente y tratar de no morir de hastío en el intento.

—Creo que acabará pronto. —comentó su colega distraídamente, sirviendose algo de café y observando a sus compañeros. La comisaría se encontraba en un silencio poco común, los sonidos que predominaban en el lugar se limitaban a tecleos, alguien llamando al precinto y, de vez en cuando, el lejano sonido de automóviles.

"Mmhmm" tarareó la chica mientras acomodaba el desorden en su escritorio, sus dedos súbitamente se detenían sobre el teclado de su computadora para luego arrepentirse de lo que sea que quisiese escribir. Murphy observaba cada movimiento nervioso que la muchacha hacia, estaba comenzando a preocuparse cada vez más por ella; Para Murphy, Odette se había convertido en una hermana pequeña, llevaban siendo compañeros por años y desde un inicio el hombre había sentido una fuerte necesidad de protegerla, lo cual había implicado conocerla lo mejor posible y aprender a leer las expresiones de la terca muchacha.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó, sentándose frente a ella y colocando las dos tazas de café en sus escritorios. Murphy sabía de antemano que se sentía fatal, pero no lastimaba a nadie preguntar. Es más, era una manera de hacerle saber que estaba atento a cualquier situación.

—Bien—sentenció la muchacha, mirando confusa a su compañero— ¿Por qué tendría que estar mal?

—Yo no he dicho que tengas que estarlo...

Odette abrió la boca para responder, pero simplemente no supo qué decirle así que pretendió escribir algo en el ordenador. Minutos después, ambos terminaron ignorando el tema y decidieron continuar con el fastidioso papeleo como era normal.

Pero cuando el silencio comenzó a reinar y los sonidos típicos de la comisaría 44 se volvieron algo lejano, Odette no lo pudo soportar.

—Necesito salir de aquí—siseó, levantándose con rapidez, tomando sus llaves y su cazadora. Murphy soltó su pluma y se recargó en el respaldo de su asiento.

— ¿A dónde vas?

—Tengo una nueva pista. —respondió y él alzó una ceja, curioso e invitándola a contarle. — Sobre la masacre en el callejón de la Avenida Nelson ¿recuerdas?

"Ohh" murmuró Murphy, frunció el ceño pero no podía negar que sentía algo de alivio. El trabajo hacía que Odette retomase la actitud jovial que él sabía que poseía, muy dentro de ella, pero al menos la tenía.

— ¿Estoy invitado o me dejarás aquí otra vez?

Odette se lo pensó un poco y luego asintió, regalándole una sonrisa ladeada.

—Vamos, será entretenido.

Murphy soltó una risita y negó con la cabeza, tomó las llaves de su auto y siguió a la enérgica chica. Vaya que estaba interesado en ver si de verdad esto resultaría entretenido y no un completo desastre.

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Hell's Kitchen, New York.

Maxwell puede sentir el miedo en el bar, todos sus compañeros están sentados y completamente callados, ni si quiera se miran los unos a los otros. El líder de la pandilla no sólo siente terror, también está enfadado, sabe que el crimen contra los suyos quedará impune, nadie puede hablar y contar la verdad a la policía, si algún imbécil lo hace, todos terminarán de la misma manera:

Despedazados en un sucio callejón.

—Tenemos que defendernos—rugió uno de los miembros. Un hombre robusto lleno de tatuajes en todo el rostro y el cuerpo— No podemos quedarnos con los brazos cruzados, ellos quieren guerra, ¡pues les daremos guerra!

En cualquier otra circunstancia, los miembros de la pandilla hubiesen vitoreado y aplaudido; ahora solo guardaron silencio y dirigieron su atención hacia su líder. Max colocó su vaso de cerveza sobre la barra y dirigió su mirada hacia el calvo tatuado, quien al notar aquello agachó la mirada, intimidado.

— ¿Y qué te hace creer que quiero más muertes? —cuestionó, era claro en su tono de voz que estaba tratando de calmarse. — ¿Me crees estúpido? —el antes entusiasmado hombre desvió la mirada, Max le aterraba cuando se ponía así. El hombre tartamudeó algo, pero Maxwell se sirvió más alcohol e ignoró al nervioso sujeto que ahora sudaba a mares y no paraba de murmurar algo.

—Aprende a elegir tus batallas, Otto —continuó de una forma más tranquila, sin siquiera dirigirle una mirada más. — enfrentarnos a la "Compañía del Cráneo" es una misión suicida que no estoy dispuesto a llevar a cabo con sólo ciento cincuenta miembros.

Otto asintió y cerró la boca de una vez por todas. El silencio reinó de nueva cuenta hasta que las puertas del bar se abrieron de par en par, sobresaltándoles; los "Bestiae" estuvo a punto de sacar sus armas o tomar cualquier cosa que les ayudase a defenderse. Maxwell se levantó y les detuvo antes de que cometiesen una estupidez.

La mujer que había entrado al bar sostenía una placa de policía en su mano derecha, seguida por un hombre que lucía unos diez años mayor que ella y también les mostraba su placa. Todos parecieron relajarse, pero no podían faltar las miradas amenazantes hacia los oficiales; Maxwell soltó una risita, debían tener muchas pelotas como para entrar, con placa y todo, a una de las zonas más peligrosas de Manhattan.

— ¡Oficiales! —exclamó Max con júbilo, acercándose a ellos. — ¿qué les trae a este bar de mala muerte?

La muchacha le sonrió, guardó su placa y Maxwell pudo ver el arma en su cinturón. Max estiró su mano hacia ella y la joven la estrechó, presentándose como Odette Moreau, seguida de su compañero Murphy Harlow.

—Lamentamos molestarle, Sr.Branovic —Odette de verdad sonaba apenada por su intrusión. —nos gustaría hacerle algunas preguntas, ¿hay algún lugar donde podamos hablar en privado? Son sólo preguntas de rutina.

Max no dijo nada, le sostuvo la mirada a la chica quien de inmediato se sintió incomoda. Odette paseo la mirada por el bar, muchos de los pandilleros comenzaban a levantarse de nueva cuenta.

—Sígame. –espetó el hombre. Odette sólo asintió ante el gesto cansino del hombre e intercambió un rápido vistazo con Murphy. Max comenzó a caminar hacia una puerta detrás de la barra, el cantinero le lanzó una mirada molesta antes de que los dos desapareciesen por la puerta.

La "oficina" de Maxwell estaba decorada con cabezas de venado y diversos animales disecados. Mientras el anciano caminaba hacia su silla, la chica observó cada rincón de la habitación; Max tomó un vaso de vidrio sobre su escritorio que contenía alcohol, lo olfateó y luego bebió el contenido.

Odette se sentó frente a él con Murphy a su lado, Maxwell estaba mirándola de arriba abajo, pero no de una forma lasciva, más bien le estaba analizando, lo cual irritó a la chica. De inmediato, la actitud tranquila y amable que Moreau usó desde que entró al lugar desapareció de inmediato y Max lo notó al instante.

— ¿Dónde estabas esa noche? –preguntó tajantemente. Max le sonrió, se hizo un poco hacia atrás en su silla y extendió los brazos.

—Pues en donde me estás viendo ahora mismo. —Maxwell soltó una carcajada, Odette sonrió un poquito y asintió, pero Max podía ver claramente que le había molestado su respuesta. Bien para él, pues Max nunca perdería una oportunidad para burlarse de un policía.

La chica rebuscó en su bolso, sacó una carpeta y la azotó en su escritorio. Max se sentó derecho en la silla y se inclinó un poco hacia la chica, una sonrisita burlona aún en sus labios; Odette sacó una fotografía y la deslizó frente a Max, casi sonrió triunfante al ver el repentino cambio en el rostro del líder de la pandilla.

—Rose Baez fue una de las víctimas –informó, Odette se inclinó hacia él y con su dedo índice le señaló la máscara en la habitación de la chica, una máscara idéntica a la que los atacantes habían usado en el Cipriani. —, tengo entendido que ella fue una de las miembros más cercanas a usted, así que ¿qué le parece si me cuenta un poco sobre ella? Como por ejemplo ¿por qué tenía esta máscara en su habitación?

El hombre no podía despegar su mirada de la foto, su mano derecha se posó sobre el rostro de la chica y Odette pudo ver cómo pasaba saliva nerviosamente. La detective alzó una ceja e inclinó la cabeza, confusa. Murphy observaba deleitado, las reacciones del hombre.

— ¿Sr.Branovic? —llamó casi en un murmullo.

—Rose era como una hija para mí, oficial. —respondió, aún sin despegar su mirada de la fotografía. La culpa que casi había logrado ahogar ese día volvió y más fuerte que antes; si tan sólo Max hubiese convencido a la muchacha de no aceptar el trato con La Compañía del Cráneo, ella aún seguiría ahí.

Maxwell se levantó, caminó apresuradamente hacia su ventana, observó ambos lados del callejón detrás del bar y cerró las cortinas. Sacó una tarjetita de uno de sus cajones y se la entregó a la detective, quien la recibió dudosa; los ojos de Murphy siempre atentos a cada movimiento realizado por Maxwell.

—No sabría decirle por qué tiene esa máscara –soltó. —, solo puedo hablarle sobre lo que Rose significaba para mí y quién era en realidad, nada más.

Odette no podía continuar fastidiada por la actitud del hombre, pues comprendía que quizá su actitud se debía a la pena por la pérdida que sufrió. La detective asintió, se acomodó en la silla mientras Max volvía a sentarse y comenzaba su historia.

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La charla con Maxwell había durado horas que a ambos detectives se les habían hecho eternas; Murphy se había largado antes de que Max terminara, dejándola sola lidiando con la larguísima historia del hombre. Y, para cuando Maxwell hubo terminado, Odette estaba agotada y sólo quería volver a casa; pero Max no parecía ni un poco irritado con la presencia de la mujer y, de hecho, lo que ocurrió minutos antes de que Odette se fuera cambió los ánimos de la detective.

— ¿Le importaría si hablamos fuera? —murmuró, inclinándose hacia ella. A la detective le pareció claro que el hombre estaba algo nervioso, pues continuaba mirando hacia la puerta por sobre el hombro de la muchacha. —Este no es un buen lugar.

Odette no protestó y siguió al hombre fuera del bar. Caminaron un par de cuadras y cuando el hombre por fin se detuvo, se encontraban en un pequeño parque frente a una cafetería; el lugar estaba vacío a excepción de una pequeña niña columpiándose distraídamente a unos cuantos metros de ellos.

Silenciosos se sentaron en una banca, ambos a cada extremo. No había tensión entre ellos, pero Odette comenzó a sentirse algo nerviosa, no sabía qué esperar de lo que sea que Maxwell quería contarle.

—Usted sabe que los Bestiae hemos dejado de dedicarnos a actividades mal vistas por los de su clase, oficial. —comenzó el hombre, sin observar a la muchacha a su lado. Odette asintió y dirigió su mirada hacia la vitrina del café, donde podían vislumbrar a una pareja charlando. —Hemos tratado de separarnos de toda organización delictiva, no importa si en ellas reinan vampiros o humanos; simplemente queremos alejarnos de todo eso. Pero a mi Rosie le costaba muchísimo trabajo ¿sabes? No conocía nada más que el crimen en las calles del Bronx o Hell's Kitchen; y no sólo a ella le molestaba que quisiéramos reivindicarnos, a otros miembros más jóvenes también les parecía algo demasiado radical.

El anciano se detuvo, Odette dirigió su atención hacia él y a pesar de que no se encontraban demasiado cerca uno del otro, alcanzaba a distinguir los ojos llorosos del hombre y el cómo se mordía el labio inferior con nerviosismo. Pero, a pesar de que el recuerdo de Rose le atormentaba, Maxwell reunió el valor suficiente para hacer lo correcto y continuar con su relato:

—Tuvimos una pelea semanas antes de su muerte —siseó—, no supe nada sobre ella hasta que uno de los miembros de la pandilla me contó lo que había escuchado en las calles: Rosie y algunos amigos suyos habían aceptado un trato.

— ¿Con quién?—preguntó Odette sin rechistar. Maxwell por fin plantó sus ojos sobre los de ella, le inspeccionó la cara; rebuscando su rostro para ver si de verdad le emitía la confianza necesaria como para contarle la verdad. Pero encontró que no necesitaba pensar dos veces en ello, así que simplemente se lo dijo:

La Compañía del Cráneo —respondió y de inmediato sintió como el alivio recorría cada parte de su ser, ni siquiera prestó mucha atención cuando el semblante de la muchacha cambió por completo y su piel palideció; no le prestó ni la más mínima importancia al hecho de que la detective se veía horrorizada. — Necesitaban sicarios para la masacre en el Cipriani, su objetivo principal era Marco, los demás solo sería un efecto colateral. Al parecer, Rose y sus compañeros se acobardaron y terminaron negándose después de decirles que lo harían.

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Cuando la detective se despidió de Maxwell, sus manos estaban temblando y su corazón palpitaba con fuerza; pasó un buen rato caminando hasta que el cansancio comenzó a pasarle la cuenta, pero en ese trayecto miles de cosas pasaron por su mente. Sabía que lo que Max acababa de decirle podía ponerle una diana en la espalda ¡Es más! No comprendía cómo era posible que Maxwell y el resto de su pandilla no estuviesen ya muertos. Se imaginaba también que cualquiera que fuese el plan de La Compañía del Cráneo no terminaba sólo en la muerte de Marco Gimondi, a Odette eso sólo le parecía el comienzo.

De aquella organización delictiva solo se conocía el nombre, de lo que eran responsables y el alcance que tenía, pero realmente no había nada más que la policía supiese sobre ellos; sin embargo, la imagen de aquellos miembros del FBI charlando con Luca Gimondi apareció en su cabeza, la muchacha supuso que seguramente quienes perteneciesen al FBI conocían más sobre ellos.

Y aunque Odette supiese poco, era lo suficiente como para hacerle temblar.

Las masacres como la del Cipriani eran la especialidad del grupo; trascendían como tragedias enormes que parecían no tener motivación alguna, nadie nunca los veía venir, simplemente llegaban de la nada, realizaban su trabajo y se esfumaban tan rápido como habían aparecido.

En esos momentos, Odette se encontraba en la sala de su casa, sentada en su querido y viejo sillón de terciopelo verde, sosteniendo una taza de café y mirando fijamente su teléfono celular sobre la mesa de centro, el número telefónico de Illya Gimondi mostrándose en la pantalla. Las dudas sobre su apoyo hacia la "causa" del privilegiado vampiro surgieron desde el fondo de su mente hasta volverse una afanosa voz que le hacía dudar de todo lo que estaba haciendo con su vida.

Golpes en su puerta le sobresaltaron, interrumpieron sus pensamientos indecisos y le hicieron tirar su café sobre su teléfono celular y piernas: — ¡Carajo! —chilló, dejando la tasa sobre la mesa y limpiando como podía el celular con su suéter de lana roja, tenía la suerte de que, por estar pensando en llamar o no a Illya, su café se había enfriado. Miró hacia la puerta por sobre su hombro y buscó con la mirada su revólver, encontrándolo en la mesita a un lado de la puerta.

Los golpes persistían, ella se levantó de inmediato y de puntillas caminó hacia la mesa donde el revólver se encontraba; checó que no tuviese seguro y que estuviese cargada, avanzó hacia la entrada y colocó la punta del arma justo en medio de la puerta, se puso de puntillas para echar un vistazo a través de la mirilla y cuando se dio cuenta de quien se trataba soltó un largo suspiro colocando de nueva cuenta el revólver sobre la mesa y de inmediato retirando la cadenita de su puerta para después abrirla.

Illya estaba ahí en el umbral, vestido de pies a cabeza en ropas negras que protegían su piel de los rayos solares; era un atuendo al que Odette estaba acostumbrada a ver en otros vampiros, la mayoría usaban otros colores por miedo a lucir intimidantes o, incluso, a que se les notase que estaban fuera de lo normal. Pero Illya se adueñaba por completo del atuendo, se le veía más alto y elegante, con una presencia más imponente.

El vampiro le sonrió amablemente, se retiró los guantes de cuero negro y el sombrero del mismo color. Illya miró a la chica de arriba abajo, notando la desnudez de sus pies y la mancha de café en sus pantalones de mezclilla pero no reparó por mucho tiempo en ello: — ¿Puedo entrar?

Ella asintió, abrió más la puerta y se hizo a un lado. Sin embargo, Illya frunció el ceño y ladeó la cabeza, mirando al suelo y abriendo la boca como si inténsate decir algo, visiblemente incómodo. Odette no comprendía el por qué hasta que recordó algo básico sobre los chupa sangre: ella debía invitarlo a entrar, gestos vagos no servían de nada cuando una criatura de la noche deseaba entrar a tu hogar.

— ¡Oh, cierto! —dijo al fin— Vamos, puedes entrar.

Cuando hubo cerrado la puerta, ella se quedó detrás mientras Illya permanecía en el centro de la habitación con sus guantes en mano, echándole un vistazo al hogar de la detective y esta seguía su mirada. El vampiro posaba su atención en cada mueble, cuadro o adorno que el lugar tuviera y de inmediato reparó en el teléfono húmedo y la mancha de café sobre la alfombra.

— ¿Un pequeño accidente? —cuestionó divertido, caminando hacia el sillón verde y colocando sus guantes sobre el respaldo.

—Se podría decir. — Un silencio incomodo se hizo presente en el apartamento; ambos tenían algo que decir, pero no se sentían lo suficientemente cómodos para hacerlo. Odette decidió guiar la conversación con algo sencillo y básico: — ¿quieres algo de tomar?

Illya hizo un mohín pensativo, luego de unos segundos le ofreció esa típica sonrisa cortés suya y le dijo: — Un poco de alcohol no me vendría mal.

Odette se apresuró a la cocina con Illya detrás de ella; tomó dos vasos, los colocó sobre la alacena mientras se iba al otro lado de la cocina y se estiraba un poquito para alcanzar, de una estantería, una botella de whiskey prácticamente nueva. Illya le observaba moverse por la cocina; la detective rellenó los vasos y le entregó uno al vampiro. Al momento de tomar el vaso, los dedos de ambos se rozaron y la muchacha los alejó de inmediato.

La detective parecía sorprendida, Illya le miró confundido. — ¿qué pasa?

—Nada, es sólo que... —carraspeó y colocó su cabello detrás de sus orejas antes de tomar su vaso y dar un largo trago mientras Illya le miraba extrañado. — nunca había tocado a un vampiro en mi vida, estás un poco...

— ¿Helado? —rió y Odette esbozó una sonrisa nerviosa. — sí, desventajas de ser una criatura que no soporta el sol.

Un silencio cómodo reinó en el lugar hasta que Illya suspiró y colocó su vaso sobre la alacena.

—Cuando las cosas se calmaron después del Cipriani, —comenzó el vampiro— me puse a pensar en lo que te pedí. —Guardo silencio y desvió la mirada cuando la chica alzó el rostro y sus penetrantes ojos se posaron en él. — Y me doy cuenta de lo estúpido que fue involucrarte en todo esto; es demasiado peligroso y ni siquiera nos conocemos como para que confíes en mí.

Odette se terminó su bebida y la dejó sobre la alacena, inclinó un poco la cabeza hacia Illya y este, inconscientemente, retrocedió un poco.

—Soy policía porque quiero aportar mi granito de arena en esta sociedad de mierda, Gimondi —siseó. — soy policía porque me gusta ayudar a la gente y créeme cuando te digo esto, Illya, ¿La muerte de tu padre y de todos esos inocentes aquella noche? No es el fin para esos cobardes, es sólo el principio de algo mucho peor y mucha gente continuará muriendo; no planeo cruzarme de brazos mientras hay terroristas sueltos por New York, simplemente no soy esa clase de persona

Illya asintió repetidas veces, una sonrisa en sus labios y sus ojos llenos de esperanza. Sí, Illya ya no se sentía tan confidente y suertudo como meses atrás, pero al menos la soledad ya no amenazaba con tragárselo vivo.

Cuando vio que las dudas en el vampiro se habían disipado, la chica se tranquilizó un poco más y decidió que era hora de contarle aquél asunto tan importante que Maxwell le había confiado.

— ¿Alguna vez has escuchado hablar sobre La Compañía del Cráneo?

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