Con las manos vacías por culp...

By lacartaesferica

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La tripulación de Cafetería Salva tiene un claro objetivo: hacerse con el tesoro que el Cabo Mayor, Manolo, e... More

Trampolines y Toboganes
Ya se ha perdido el niño
Encuentros casuales
Como conocimos a nuestro Alfred
El rescate
Allanando Moradas
¿Preparados?
Arrancamos
Retomando el viaje
Premoniciones
Casualidades
Gallos y Tritones
El dúo dinámico vuelve a las andadas
En Plena Acción
Descubriendo la verdad
Mantened a Amaia lejos de los frutos extraños
Punto Final
Epílogo

Huidas y nuevas incorporaciones

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By lacartaesferica


Once personas habían sido capaces de entrar en la habitación de Manolo y estar en silencio unos instantes. Al principio pensaron que les iba a pillar porque iría directo a su cuarto pero, al no oír ruido de pisadas por la escalera, dejaron escapar un suspiro colectivo. De momento estaban a salvo.

-¡¿Qué hacemos?!

-Cálmate, Raoul.

-¡No puedo calmarme! ¡Nos va a matar cuando nos pille! Seguro que nos cuelga del mástil y nos usa como piñatas cuando se aburra.

Detrás del rubio todos rodaron los ojos al escuchar su típica dramatización. Era obvio que como Manolo les encontrara allí no les iba a pasar nada bueno, pero a veces el capitán era demasiado imaginativo. Lo que les preocupaba un poco, porque quien sabía lo que sería capaz de hacer si llegaba a aplicar él los castigos.

-Lo que yo me pregunto –interrumpió Aitana- es qué hacemos nosotras aquí. ¿Por qué nos hemos escondido?

-Porque como Manolo se entere de que ha sido Amaia quien les ha llevado hasta su cuarto también nos va a matar a nosotras –susurró Ana, con la oreja pegada a la puerta para intentar oír si el Cabo subía o no.

-Entonces... nos tenemos que ayudar mutuamente –dijo Nerea- O eso o vamos juntos a la horca.

La cara de resignación de Ana se veía a kilómetros, pero la de Amaia era pura emoción.

-¡Que guay!

Mientras intentaban organizar una maniobra de estrategia lo suficientemente útil como para que nadie sospechara nada, Miriam se había puesto la ropa de trabajo y estaba buscando eso que habían ido a conseguir: el pequeño baúl de Manolo. Empezó registrando el armario de arriba abajo, pero ahí no había absolutamente nada, así que cerró cuidadosamente y pasó a las mesitas que había al lado de la cama.

-Hola.

Por suerte estaba entrenada para controlar sus emociones y pudo disimular el enorme susto que le había dado Amaia al aparecer por detrás de ella.

-Hola Amaia.

-¿Qué haces?

-Buscar una cosa.

-¿Quieres que te ayude?

-Bueno –se encogió de hombros- como veas.

-Vale. ¿Qué he de buscar?

-Eh... un baúl pequeño que Manolo tendría que tener escondido por...

-¡Ah! ¡Sí, sé dónde está! Mira –se acercó a una tablilla que había debajo de la cama y la apartó a un lado. Estuvo tanteando un momento con algo de ahí dentro y de repente escuchó un 'clac'. Miriam se giró ante las indicaciones de la castaña y vio como un trozo de pared desaparecía y un pequeño cofre se presentaba ante sus ojos. El resto seguía muy ocupado discutiendo estrategias, así que no prestaron atención.

-Joder, Amaia, podría besarte ahora mismo.

-Ojalá –suspiró ella.

-¿Cómo sabías donde estaba?

-A veces me gusta entrar en las habitaciones de los demás y registrarlas.

La de pelo rizado la miró con la boca abierta.

-Eres la clase de persona que necesito en mi vida.

Con el baúl ya bajo el brazo, las dos chicas se acercaron a los demás para intentar enterarse de qué estaban hablando.

-Yo creo que lo mejor es saltar por la ventana –escucharon que decía Agoney.

-Si hombre, y que se me deshaga el pelo en la caída –protestó el capitán muy indignado.

-Callad un momento –pidió Aitana.

Se acercó a la puerta tras apartar un poco a Ana y pegó la oreja. Todos la miraban expectantes, incluso Ambrossi había dejado de morderle el pantalón a Alfred y parecía estar prestando atención a la niña del flequillo. Unos instantes después se alejó y los miró con la cara totalmente blanca.

-Cepeda también está.

-Es que se tiene que meter en todo, joder –protestó Amaia. Estaba muy harta de que ese personaje siguiera insistiendo para llamar la atención de Aitana, cualquiera pensaría que después del poema con acróstico que hizo y que la otra ignoró, habría aprendido la lección, pero no fue así.

-¿Ese es el que nos llevó a prisión?

-Creo que sí.

-Vale, pues ahora tenemos que pensar algo para distraerles a los dos –intervino Nerea al ver que Raoul había decidido pasar de su deber como capitán y estaba mirándose en un espejo para asegurarse de que no s ele había movido ni un pelo del sitio.

-Lo tengo –sonrió Mireya.

-¿Qué vas a hacer? –la del flequillo la miraba con curiosidad.

-Matarlos a los dos. Seguro que eso los distrae.

Los otros diez se miraron en silencio.

-Y que tal algo, eh... ¿menos violento? –sugirió Ricky. Seguro que ver a Mireya cargarse a dos hombres era un espectáculo digno de ver, pero no necesitaban añadir 'asesinato' a la lista de cargos. Todavía.

-Bueno, Miriam ya tiene el cofre guardado, así que podemos coger todas esas sábanas, atarlas y salir por la ventana. No nos verá ni nos oirá –intervino Alfred- Además, Raoul ha dejado el carro justo ahí delante, así que no tendremos que caminar mucho.

Las cabezas giraron a la vez para mirar al chico y este simplemente sonrió y esperó a que alguno de ellos dijera que les parecía su idea. No tenía claro sí que lo miraran con la boca abierta era una buena señal o no.

-Alfred, eso es...

-Genial –terminó Agoney.

¿Les sorprendía que a Alfred se le hubiera ocurrido esa idea mientras ellos solo habían pensado en enfrentarse directamente a los miembros de la armada? Sí. ¿Iban a decirle eso al chico? Para nada.

-Quien hubiera dicho que eras capaz de tener ideas así de buenas.

Bueno, quizás Mireya sí.

-Venga, todos a trabajar.

En cuanto Miriam dio la orden, todos se dispersaron y empezaron a organizar su huida. Ricky y Mimi fueron directos a por la cama y empezaron a arrastrarla hacia la ventana. Mireya y Nerea habían empezado a deshacer la cama y le pasaban todas las sábanas que encontraban a Agoney para que empezara a hacer nudos. No tenían clara la distancia que había desde esa ventana al suelo –mucha, si le preguntaban a Raoul- por lo que no sabían exactamente cuántas sábanas iban a necesitar.

Mientras tanto Miriam se acercó a la ventana para tratar de localizar donde era el punto exacto en el que Raoul había dejado el carro, era preferible saber en qué dirección tenían que salir corriendo para que nos les alcanzaran las balas en caso que Manolo les pillara allí. Notó que Amaia se asomaba a su lado y miraba hacia afuera con cara de no comprender.

-El carro está allí a la derecha –señaló Miriam para que le quedara claro que era lo que estaba haciendo- nos tocará correr un poco pero en cuanto nos subamos saldremos corriendo de aquí.

-Pero yo voy con vosotros –dijo medio preguntando medio afirmando.

-Me parece bien. Quiero decir, nos parece bien.

-Un momento, un momento –interrumpió Aitana, que estaba pendiente de esa conversación al ver que el resto se dedicaba a desmontar la habitación. No puedes irte así sin más.

-Sí puedo –se encogió de hombros.

-Amaia –interrumpió Ana- Si te vas ¿qué explicación le vamos a dar a Manolo?

-Podríais venir también, así os evitáis dar explicaciones.

La tres observaron a Miriam, que, a pesar de estar mirando como sus compañeros trabajaban, no perdía detalle de la conversación que las tenían. Por supuesto que le apetecía que Amaia fuera con ellos, así tendrían a una persona más con la que charlar y seguro que les daba momentos divertidos, no era por nada más que eso, pero era consciente de que las otras dos no iban a dejar que su hermana se fuera como si nada, así que la única opción de conseguir lo que quería... eh, lo que todos querían, era convencer a Aitana y a Ana para que fueran con ellos. Sabía que le iba a costar convencerlas, bueno, quizá a la del flequillo no mucho, no parecía disgustada con la idea de juntarse con ellos, pero la mayor era un hueso duro de roer y no iba a ceder tan fácilmente.

-Vale, yo me apunto –sonrió al escuchar a la pequeña y miró a Agoney, que había estado prestando atención también y asentía con la cabeza para hacerle ver que estaba de acuerdo con esa idea.

-¡Aitana!

-¿Qué? Seguro que es más divertido que estar encerrada en esta casa escondiéndome cada vez que oigo la puerta por si es Cepeda el que acaba de entrar. No sabes lo mal que se pasa.

-Pues yo me quedo –se cruzó de brazos la morena ante las palabras de Aitana.

Raoul se acercó y Miriam vio que estaba sopesando la situación. Seguramente estaba a punto de empezar a gritar como un loco porque se le hubiera ocurrido llevar a más gente al barco, pero el rubio la sorprendió gratamente al abrir la boca.

-Piensa en lo que dirá Manolo si se entera de que has dejado que estas dos se vengan con nosotros y no has hecho nada para impedirlo –hizo una mueca y ladeó la cabeza ligeramente- Además, ¿cómo le explicarás que ha sido Amaia quien nos ha ayudado a llegar hasta aquí? Eso solo conseguirá que quiera apresarla a ella también y no querrás que la ley persiga a tu hermana ¿no?

-¿Le está sugiriendo que se una para que así la ley no persiga solo a su hermana sino a ella también? –murmuró Nerea sin perder detalle de la conversación, a lo que Mireya hizo un movimiento con la mano para que se callara. Su sinceridad iba a pasarle factura algún día de esos.

A decir verdad todos estaban atentos a lo que estaban diciendo y, a pesar de que ninguno había abandonado su tarea –bueno, Ricky sí, él había dejado que fuera Mimi quien acabara de colocar el armario- les interesaba mucho más esa charla.

Ana miraba a Raoul, Raoul no perdía de vista a la morena, Miriam miraba a Raoul con la boca abierta, Aitana, Nerea, Mireya, Ricky y Mimi miraban de uno al otro, Alfred miraba por la ventana y Amaia mantenía sus ojos en Miriam.

-Está bien –dijo entre dientes la chica y Amaia y Aitana se lanzaron a abrazarla.

-Oye, esto ya está –llamó la atención Mireya- Ahora lo atamos a las patas de la cama, nos aseguramos que está bien y no va a caer y bajamos.

-¡Yo primero!

-Raoul, el capitán siempre es el último en abandonar el barco –rodó los ojos Agoney.

-¿Tú ves que estemos en un barco? No, ¿verdad? Pues te callas –le sacó la lengua.

Una vez Miriam había atado las sábanas –decidieron que era mejor que el nudo lo hiciera ella, principalmente porque era muy bruta y seguro que la cuerda improvisada no se soltaba si era ella quien la ataba- Raoul tardó medio segundo en deslizarse hasta el suelo.

-Venga, siguiente –dijo desde abajo.

-Creo que debería ser Ambrossi –dijo Alfred totalmente serio.

El resto se miró y se encogió de hombros. En algún momento iban a tener que bajar a la cabra y seguro que era la que más costaba, así que, en cuanto antes lo hicieran mejor. Fue Nerea la encargada de atar bien al animal y Ricky, quien se encargó de ir bajándola poco a poco hasta que llegó a los brazos de Raoul y este la desató para que tocara tierra firme. Por el rostro del animal se veía que no le gustaban las alturas. O que tenía hambre, no estaba claro.

Tras eso bajaron Mireya, Nerea, Ana, Aitana y Ricky. El siguiente era Alfred, pero el chico paró de golpe y miró a los cuatro restantes.

-¿No se supone que alguien tendría que estar vigilando la puerta?

Agoney abrió mucho los ojos y se acercó como una bala para escuchar que pasaba en el resto de la casa. La encargada de vigilar la puerta había sido Aitana, pero, al bajar la joven, nadie había pensado en que hacía falta alguien que la sustituyera.

Mimi le metió más prisa a Alfred al ver la mirada de pánico de Agoney, y el moreno obedeció sin rechistar.

-¡Están subiendo! –dijo el chico.

-Vale, pues baja ya y después iremos nosotras –Miriam ya había organizado la estrategia perfecta.

Lo primero que tenía que conseguir era que Agoney bajara y se juntara con los demás, después le pediría a Amaia que lo siguiera y también fuera con ellos –eso no tenía claro como lo iba a hacer, ya que la joven había insistido en esperar a que Miriam bajara para hacerlo ella también- así, en caso que las pillaran ahí estarían solo ella y Mimi y estaba totalmente segura de que se podían deshacer de esos dos sin problemas. Aunque quizá era mejor idea dejarlos inconscientes que matarlos. Bueno, ya vería que hacía cuando llegara el momento.

Lo primero era conseguir que Agoney llegara al suelo y esperar todo lo posible para que Manolo y el tal Cepeda llegaran a la puerta y tuvieran que bajar corriendo para poder alcanzarles. Miró a Mimi y señaló con la cabeza al chico.

-Venga, Agoney, para abajo –casi sin dejarle opción a replica, lo llevó junto a la ventana y le hizo coger las sábanas.

-Pero...

-Tira y calla, anda.

Justo en el momento en que la cabeza de Agoney desapareció del marco de la ventana, Miriam escuchó voces delante de la puerta. Esperaba no tener que golpear a nadie, pero si tenía que hacerlo, no iba a quejarse.

Amaia estaba a punto de preguntar qué pasaba, porque había visto como la leona se tensaba y Mimi le pedía que se acercara más a la ventana justo cuando la puerta se abrió de golpe y Cepeda y Manolo aparecieron al otro lado.

-¿Qué –dijo el Cabo lentamente mientras paseaba la mirada por toda la estancia- está pasando aquí?

-¿Qué está pasando aquí? –repitió Mimi con una sonrisa inocente- No lo sé. ¿Qué cree que está pasando aquí?

-¿Qué haces tú aquí? –rugió el hombre.

-Al final no era vendedora de cebollas –sonrió Amaia asomando la cabeza por detrás de las dos chicas.

El rostro de Manolo se tensó y Cepeda detrás de él se cruzó de brazos sin comprender que pasaba.

-Soltad a Amaia. Ahora.

-En realidad –intervino Miriam, que había estado evaluando a los hombres para ver si llevaban armas- se viene con nosotras.

-Perdón ¿qué?

-Eso, se viene con nosotras. Y las otras dos también.

Entonces Cepeda se irguió y frunció el ceño.

-¿Dónde está Aitana?

-Veis, os lo había dicho, está obsesionado –bufó Amaia.

-Como hoy estoy de buen humor –Manolo dio un paso adelante- voy a daros dos minutos para que salgáis de aquí y fingir que no ha pasado nada.

Los cinco quedaron en silencio unos instantes. Por suerte ninguno de los que estaba abajo hizo ruido, seguramente Agoney les había avisado de lo que pasaba y habían decidido estar en silencio y no llamar la atención.

-¿Y bien? –esta vez el que intervino fue Cepeda y Amaia hizo una mueca al ver como el loro se acercaba a su oído como si fuera a contarle algo.

-Creo –Miriam dio un paso adelante con las manos detrás de su espalda- que pasamos de la oferta.

Lo primero que hizo fue tirarles dos libros que había cogido de la estantería. Ninguno de ellos se esperaba eso, así que se quedaron quietos el tiempo suficiente para que Mimi cogiera los candelabros y se los lanzara también.

Eso, más que pillarles desprevenidos, les causó un chichón, y tardaron un buen rato en devolver los golpes.

-¡Amaia, baja!

-Jo, pero no os paséis con ellos, eh.

-¡Baja!

Mientras la castaña descendía, Cepeda se levantó y, como si fuera un toro, intentó embestir a Miriam, pero por suerte esta lo vio venir de reojo y se apartó hacia un lado, con la mala suerte de tropezarse con las velas que habían quedado esparcidas por el suelo tras atacar a los soldados con los candelabros, y caer al suelo. Mimi se acercó rápidamente a levantarla y le señaló la ventana, que era su mejor opción en ese momento.

-¡Corre!

La leona se movió rauda y veloz hacia la sábana y se deslizó hasta el suelo, donde los demás esperaban confundidos una señal o algo.

-¡Vámonos!

-Oye, ¿y Mimi? –Ricky miraba hacia la ventana impaciente y, como si la rubia hubiera estado esperando a que alguien dijera eso, saltó por la ventana, con la cuerda improvisada en la mano, y rodó por el césped antes de levantarse de golpe y mirarlos.

-¿¡Qué haces idiota!? ¡Podrías haberte matado!

-¡Era para que no pudieran bajar tan fácil!

-¡Dejad de gritaros y vámonos! –Mireya había empezado a empujarlos a todos y, para evitar enfadarla, decidieron ir corriendo y subirse al carro lo más rápido posible.

Así que allí estaban. Once personas corriendo a través de la finca para llegar al vehículo que los iba a sacar de allí mientras otros dos seguían gritándoles por la ventana. No debían tener muchas luces si todavía no habían pensado en bajar y perseguirles, pero no era momento de sugerirles cosas así.

En cuanto llegaron al carruaje, Raoul y Ricky se sentaron en el pescante y pidieron a los demás que se dieran prisa.

-Creo que no vamos a caber todos –murmuró Nerea.

Agoney la alzó del suelo y subió, poniéndola sobre sus piernas. Alfred fue el siguiente en entrar, seguido de Ambrossi y se pegó a la pared todo lo que pudo para que hubiera suficiente espacio. Mireya se colocó frente a Agoney y Miriam a su lado, mientras Aitana intentaba subir sin tropezarse. Ana subió detrás de ella y la sentó en su regazo, sin cambiar la cara de mala leche que tenía, por lo que la del flequillo no dijo nada, tras estas subió Mimi y se lanzó en el banco junto a Agoney, por lo que la última fue Amaia quien, a pesar de tener bastante espacio al lado de Mimi, se lanzó sobre las piernas de Miriam. Aunque no se lo esperaba, la leona tampoco puso ninguna pega.

-¡Maricones, arrancad! –gritó Mimi y, segundos después notaron que empezaban a moverse.

Nerea decidió que, al tener sitio libre, no hacía falta seguir encima de Agoney y se sentó junto a Mimi, a quien le dio un rápido abrazo. No esperaba que decidiera saltar por la ventana y le alegraba que siguiera con vida a pesar de las pocas probabilidades de que así fuera.

-Veo que no te has matado al tirarte por la ventana –dijo Ana con la mirada puesta sobre Mimi.

-Bueno, como sabía que tú querías matarme, no quería quitarte el gusto.

No podía asegurarlo, pero podía jurar haber visto una pequeña sonrisa en el rostro de la morena.


****


-Bienvenidas a nuestra humilde morada –anunció Raoul teatralmente cuando se encontraron frente a su barco- Por aquí están los camarotes y ese montón de paja de ahí es la cama de Alfred. Y de Ambrossi.

El viaje había sido movidito porque ni Raoul ni Ricky querían arriesgarse a que de repente aparecieran soldados y habían decidido que no era preciso respetar las leyes de la gravedad y, por lo tanto, cogieron cada bache del camino como si no estuviera allí. Obviamente los que iban en el interior del carruaje protestaron, pero ellos siguieron con su carrera personal como si nada.

Por suerte nadie había vomitado y habían llegado en casi perfecto estado al barco. Ahora mismo Raoul se estaba encargando de enseñarles a dos chicas entusiasmadas y a Ana la zona de los camarotes.

-Pensaba que habría más tripulación –dijo Aitana al ver que el barco estaba vacío.

-Eso es culpa de Raoul –le susurró Nerea vigilando a su capitán para ver si estaba escuchando o no- Es incapaz de dejar que se una más gente. Habéis tenido suerte de que no haya empezado a gritar como un loco al saber que ibais a venir.

Mireya, que había ido a su camarote para ponerse los tacones de ir por casa, apareció con una sonrisa que, desde luego, no presagiaba nada bueno.

-Tengo dos noticias, una buena y una mala. ¿Cuál queréis primero?

-La buena –decidió Raoul sin esperar a que alguien dijera su opinión.

-La buena es que todos los camarotes están preparados. Hay sábanas limpias, almohadas y de todo.

-Vale. ¿Y la mala? –preguntó Ricky preparado para cualquier cosa.

La sonrisa de Mireya se acentuó aún más.

-No hay camarotes para todos. Alguien va a tener que compartir.

-A mí no me molestaría compartir con...

-Si acabas esa frase te estrangulo –Mimi alzó los brazos en alto y se alejó de la morena que parecía estar matándola con los ojos.

-Yo puedo compartir con Miriam.

-Por mí bien.

-¡No! –exclamaron Nerea y Mireya a la vez.

-Pero si no me molesta de verdad –continuó ella- y Amaia ha sido la que se ha ofrecido, así solucionamos el problema fácilmente.

-Miriam, cállate.

La leona las miró confundida y ellas le mandaron una señal de una forma muy sutil, por lo que dejó de insistir.

-Creo que lo lógico es que sean Raoul y Agoney quienes compartan camarote –dijo Nerea.

Ambos chicos enarcaron las cejas y, sin dirigirse una sola mirada entre ellos, se cruzaron de brazos y esperaron las explicaciones de Nerea.

-No vamos a dormir juntos –dijo Agoney.

-Ni de coña –confirmó el capitán.

-Mira, por una vez están de acuerdo en algo y no discuten –murmuró Ricky.

-Pero si es lo lógico –insistió la pequeña.

-¿Y eso por qué?

-Pues porque estáis casados –soltó Mireya.

Los dos chicos se tensaron de golpe al escuchar los gritos de '¿¡Qué!?' de quienes todavía desconocían la historia.

-¡Una boda, Ricky! –exclamó Mimi tras darle un golpe en el hombro- ¡Nos perdimos una boda! ¡Piensa en todo el ron que podríamos haber bebido! Además –añadió la chica mirando de Agoney a Raoul- seguro que fue memorable.

-Eso es verdad –asintió Miriam a su lado.

-¿Esa era la historia que nos tenías que contar? –preguntó Ricky y la de pelo rizado asintió.

-¡Entonces decidido! –dijo Mireya con felicidad- Aitana, Amaia, Ana, seguidme que os llevaré a vuestro cuarto.

El resto huyó también hacia su habitación y dejó a los dos chicos allí plantados.

-¡Eso, id a descansar! –gritó Raoul cuando ya no se veía ni rastro de ninguno- ¡Que mañana empezaremos a organizarnos!

No quería decir que le hubiera sentado mal que todos salieran de allí sin esperar a escuchar sus órdenes, pero le había sentado mal. ¿Qué clase de tripulación ignoraba a su capitán? La suya tenía que ser, por supuesto.

Al ver que hasta Agoney se había ido, no tuvo más remedio que retirarse él también a su camarote, bueno, al que ahora iba a ser de los dos. No le hacía mucha gracia eso.

Legó a su habitación y Agoney ya estaba allí, mirando la cama como si se tratara de algo nuevo y remoto que acababa de descubrir. Alzó la mirada y vio como Raoul lo observaba.

-No te preocupes, Raoul, me quedaré quieto en mi lado y no me moveré en toda la noche –sonrió- casi parecerá que no hay nadie.

-Vale. Pero duermes en el lado izquierdo. El derecho es el mío –ordenó el rubio y Agoney resistió el impulso de rodar los ojos.

-Mira, hasta he hecho una barrera –señaló hacia la cama y, sí, tenía razón. El chico había pensado que montar una barrera con almohadas sería la solución perfecta, así que Raoul no dijo nada- Sé que no te hace ilusión compartir la cama, créeme, tampoco está en mi top cosas preferidas, así que esto es lo mejor que tenemos.

Raoul se quitó la camisa y se acercó a la cama, donde Agoney acababa de entrar y de girarse hacia el otro lado para darle la espalda. Al ver que no tenía pensado moverse, el capitán se encogió de hombros y lo imitó, metiéndose en su lado. Era raro. Estaban compartiendo una cama (una vez más) pero tenían una especie de barrera de cojines entre ellos. Eso era algo que nunca antes habían hecho, aunque podía tener que ver con que cada vez que habían compartido cama estaban borrachos por algún motivo.

-Buenas noches, Raoul –bostezó Agoney.

-Buenas noches, Agoney.

Ninguno de los dos cerró los ojos y eran conscientes de que no estaban durmiendo, pero no dijeron nada hasta que Agoney soltó un suspiro.

-Duérmete –le dijo Raoul.

-Duérmete tu primero.

-Yo lo he dicho antes.

-Pues yo te lo he dicho después.

-¡Ese no es un argumento válido para una discusión! –se indignó el rubio.

-Porque tú lo digas.

-¡Pues sí!

-Pues no.

-Que sí.

-No.

-¡QUE OS CALLÉIS Y OS DURMÁIS LOS DOS DE UNA PUTA VEZ! –gritó Ricky a través de la pared. Al parecer funcionó porque ninguno de ellos volvió a hablar.

Raoul quería dormirse, de verdad, pero había algo que le molestaba. Giró la cabeza y vio que Agoney parecía dormir plácidamente, así que, con todo el cuidado que pudo, apartó los cojines y los dejó en el suelo. Sin hacer movimientos bruscos se acercó un poco más al chico y lo miró fijamente. Debería ser ilegal tener unas facciones tan perfectas. No quería ser exagerado y compararlo con un ángel, pero no se le ocurría ninguna otra manera de describir a ese hombre (por supuesto nunca diría eso en voz alta, solo faltaría que Mireya y Nerea se enteraran y empezaran a dar gritos como locas).

Con mucho cuidado se dejó caer sobre el colchón y alargó el brazo. Notó que el otro se movía un poco así que cerró los ojos y fingió estar dormido.

-¿Raoul?

No le respondió.

-Sé que estás despierto. ¿Qué haces?

-Nada –susurró él todavía sin moverse.

-¿Me estás abrazando? –preguntó sorprendido.

-¿No? –mintió esperando que lo dejara pasar porque no tenía ganas ni tiempo de inventar una excusa creíble para explicar lo que estaba haciendo.

Agoney resopló.

-Raoul puedo sentir y ver tus brazos enganchados a mí.

-Ha sido inconscientemente mientras dormía.

-Pero ahora ya estás despierto.

-Calla y duerme.

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