Pariente Legal

By lumadiedo

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Necesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un pap... More

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58 - FIN
Nota de autora

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By lumadiedo

Se sentía poderoso, interesante, veía la sonrisa en Joy y sentía como se materializaba un trono de oro debajo de él. No podía asegurarlo, pero le daba la sensación de que era la primera vez que le caía bien a la chica. Se veía sorprendida y no hablaba más allá de monosílabos. A Sebastian no le gustaba demasiado monologar o tener conversaciones profundas, pero debatir con ella era sencillo, aunque sabía que se guardaba la mitad de lo que pensaba. Por lo menos con él en ese momento. Mientras que por un lado le gustaba saber que podía callarla por el simple hecho de resultar interesante, tenía ganas de cerrar la boca y escucharle la voz; aunque por algún motivo creía que si callaba, se sumirían de nuevo en un silencio insoportable.

Ya había agotado todos sus argumentos de por qué la mujer era culpable de que el hombre fuera un tiro al aire. Mientras que por momentos ella parecía asentir en concordancia, a veces fruncía el ceño sin dejar de sonreír, como si sus argumentos fueran completamente irracionales. Era posible que estuviera chapoteando ideas sacadas de la galera, sólo para rellenar los silencios que podían generarse si no lo hacía.

—Hablas con mucha convicción —le dijo Joy cuando ya él no pudo seguir inventando.

—Parece que te sorprendiera —carcajeó él.

Mientras que por un lado se sentía un poco ofendido por la sorpresa de ella, por otro estaba satisfecho por haber superado sus expectativas.

—Me sorprende. No voy a mentir, no pensé que tu vida fuera más allá de las mujeres y la ropa de marca. —Aunque ella riera y Sebastian sonriera en respuesta, aquel comentario le había dolido. Aparentemente, la primera impresión que daba no era la mejor.

—Lamento haberte parecido tan básico —soltó.

Lo había dicho en broma, para hacerse el gracioso y para ocultar lo ofendido que se sentía en realidad; pero a Joy no pareció causarle gracia, porque de inmediato se sonrojó y bajó la cabeza. Se sintió culpable y un idiota por no saber cómo manejarse con ella. Estaba acostumbrado a que las chicas se rieran de todo lo que él dijera, fuera gracioso o no. También eran esas chicas con las que no podía hablar de un tema profundo por más de un minuto, porque se aburrían. Su trabajo a la hora de charlar con una mujer constaba de sonreír a menudo, hablar en voz baja y de cerca, aprovechar todo tipo de contacto físico y hablar sobre cosas como la canción de moda o la última película cómica de la cartelera.

Con la muchacha a su lado, las cosas se le complicaban. No estaba en su terreno y el miedo a la humillación comenzaba a empujarlo para salir corriendo de allí a velocidad inhumana. Pero, ¿qué sentido tenía? No iba a encontrar un manual sobre como pasar tiempo con ella. Sólo le quedaba ensayar y errar, si fuera necesario.

—Fue culpa mía —carraspeó ella, arrastrándolo lejos de su laguna mental.

—¿Qué cosa?

—Que me parecieras básico. Juzgué por la apariencia y yo… —se relamió y mordisqueó los labios, nerviosa, con sus mejillas ardiendo—. Es que eres el muchacho que consigue a la mujer que quiere, es como un prototipo de hombre, y esos hombres bueno, suelen ser, ya sabes… —balbuceó.

Sebastian sonrió y asintió para que la pobre Joy pudiera respirar. Trataba de decirle que era atractivo y seductor sin usar esas palabras justamente. Y que los hombres atractivos y seductores usualmente eran también idiotas e incultos. No podía enojarse porque ella lo hubiera leído de esa forma, él se rodeaba de los hombres que no leían más que el suplemento deportivo y de las mujeres cuya lectura se basaba en el celular y los catálogos de compras.

—No te preocupes, no es nada nuevo. No me ofende, lo decía en chiste. —Joy parecía tener una lucha con su otra personalidad, pues sus ojos bailaban desde la sonrisa que él le brindaba, las baldosas de la acera y sus manos, que retorcían un hilo que se salía de su remera—. Frunces demasiado el ceño —sin poder despegarse de sus arraigadas costumbres de conquistador, alargó la mano y le acarició el entrecejo, logrando sobresaltarla y suavizarle la expresión—, te arrugaras antes de tiempo —sonrió.

—No me di cuenta que estaba frunciendo el ceño —respondió lanzándole una sonrisa suave, sincera y cálida que le provocó ganas de sacudirse y rascarse la panza por dentro.

—Casi siempre lo haces, al menos cuando estás conmigo. —Esta vez, ella carcajeó.

—Es porque no dejas de sorprenderme y me la paso cuestionándome si todo lo que siempre creí es correcto o no.

Sebastian no pudo evitar poner cara de satisfacción ante la declaración que se le había escapado, mientras le abría la puerta de la tienda de electrónica.

—Espera aquí, yo compro, tú juega con las computadoras —dijo, tomándola por los hombros.

—¿Por qué no puedo ir? Es mi aparato, después de todo. —Su expresión de ofensa le causó gracia, pero no rió.

—Porque vas a querer que compre algo diferente que lo tengo en mente, así que sin peros. Diviértete, que puedes toquetear todo lo que quieras aquí, mientras no te lleves nada —le guiñó un ojo.

Se alejó raudamente hasta el mostrador y le pidió al empleado un reproductor con pantalla táctil y acceso a internet. Cosas que incluso Joy apreciaría. Podía ser tan hippie y preferir un libro a una computadora, pero nadie odiaba algo tan llamativo y atractivo como la tecnología. Y aunque no deseara esas habilidades en un aparato aún, él le enseñaría a usarlas de modo que se acomodaran a ella.

Gastando una buena cantidad de dinero, compró el aparato y el protector de color blanco. Se dio media vuelta para ir hacia donde Joy visitaba páginas de internet en la computadora más pequeña de la tienda, pero antes de que pudiera emprender su camino, una sonrisa conocida lo detuvo.

—¡Vaya! No nos vemos nunca o nos encontramos todos los días de la semana —rió con todo el estilo que la caracterizaba. Él sonrió y asintió a modo de respuesta, deseoso de volver con su acompañante—. ¿Cómo estás? No viniste a mi reunión, que acabó siendo fiesta loca. Deberías haber estado allí —carcaejó, posando la mano en su brazo y soltándolo en seguida.

—Estaba ocupado, tenía que estudiar. Ya sabes, gran examen hoy —apretó los labios y levantó las cejas en medio de un suspiro, antes de dirigir los ojos a Joy, quien seguía concentrada en la pantalla.

Por algún motivo, no quería que lo viera conversando con Ann cuando en ese momento él tenía que dedicarle tiempo a ella. Le parecía maleducado e injusto, pero además sentía una dosis casi imperceptible de desesperación en la sangre.

Ann se giró y lo golpeó con el fuerte perfume de lavandas que antaño lo había vuelto loco.

—¿Estás aquí con alguien? —carcajeó tan espléndidamente como siempre, volviendo a mirarlo.

—De hecho sí, y me está esperando, así que si no te molesta…

—No puedo creerlo. ¿Estás aquí con una chica? —Sebastian se fregó los lagrimales con la mano libre de bolsa y asintió—. No intentaras comprarla con un regalo caro, ¿verdad? La harás sentir como una… mujer de mundo, si sabes de qué hablo.

El blondo se preguntó cómo era que antes sus chistes le habían parecido graciosos. Cómo era que antes se había perdido por estupideces como un par de ojos gatunos y una sonrisa constante e invitadora, cuando claramente era una trampa mortal. Había llegado a la conclusión de que Ann era una sirena del asfalto que se dedicaba a buscar víctimas a las cuales devorar hasta saciarse, logrando así ser hermosa y más atrayente. Claro que él no caía más en ese tipo de trucos. El no caía en ningún tipo de trucos.

—Claro —lanzó una carcajada baja y seca—, pero bueno. No, no intento comprarla. Si me disculpas, realmente debo irme, tengo que llevarla a su casa —mintió.

—Nos vemos, Bastian —sonrió, besando sus dedos y posándolos luego sobre la boca de él, quien se apartó enseguida, apresurándose a encontrarse con Joy.

Por un lado, tenía la necesidad de encerrarse y gritarle a la almohada, pero la posibilidad de que la castaña le proporcionara una caricia única y corta, aunque fuera, le inspiraba calma. Y necesitaba calma.

Llegó hasta donde ella y posó la mano en su cintura, empujándola hacia la puerta. Joy clavó sus ojos en él, sobresaltada, pero cerró la boca de inmediato al verle la cara.

—¿Vamos? —Ella asintió y se dedicó a caminar a la velocidad de él hasta que, al llegar a la esquina, aminoró el paso, sintiéndose a una distancia segura.

Estaban en la puerta de uno de los viveros más lindos de la ciudad y el aroma a flores y hojas invadía el ambiente. Se sentía perturbado y no sabía cómo explicarle lo que acababa de suceder ni cómo hacer entrega del regalo sin perder la posibilidad de ser encantador. Entre que decidía qué hacer, no podía quitarle los ojos de encima. Apoyó la espalda contra el paredón de ladrillos blancos desgastados y suspiró.

¿Cómo podía ser que, después de tanto tiempo, Ann todavía removiera los engranajes de su dolor?

—¿Estás bien? —preguntó Joy con un tono de voz que jamás le había escuchado. Maternal, dulce y cándido.

No, claro que no estaba bien, estaba agitado, se sentía débil, idiota, humillado. Cada vez que la veía implicaba una nueva ola de odio a sí mismo, de decepción. Y se sentía aún peor por no tener los testículos los suficientemente grandes para tirar de Joy y robarle un abrazo sentido que le quitara la nube negra de la cabeza.

Se fregó los ojos, se despeinó y soltó un fuerte suspiro, antes de asentir, volviendo a mirarla.

Joy se acercó con paso dubitativo, alzó la mano y le acarició la mejilla. Primero con la punta de los dedos, rozando a penas la piel áspera que la sombra de su barba le dejaba. Apoyó la palma al fin sobre su piel y extendió las yemas hasta tocar el inicio de su cabello. ¡Aquello se sentía tan bien! Joy tenía la mano suave y los dedos largos.

—No te ves bien —dijo cuando él comenzaba a cerrar los ojos y dejarse acariciar—. Parece que hubieras visto un muerto. Te ves preocupado —el tono y la temperatura de sus palabras seguía siendo suave e hipnotizador.

Con los ojos bien abiertos, estudió las facciones de aquella chica que era un misterio grande como el revuelo de su abdomen. Si estaba tan dañada como él creía, ¿cómo podía ofrecer tal soporte? ¿De dónde sacaba la fuerza para sostener a alguien más? Había algo especial en la forma en que lo miraba y lo tocaba, como una sanadora. Quizás le sucediera a todos los pasaran un mal momento y se encontraran cerca de ella, pero se sentía cuidado y querido.

Se relamió los labios y desvió la vista por un segundo, avergonzado por los pensamientos que estaba teniendo. Él no analizaba sentimientos, no desde Ann, al menos. Al levantar la vista, la observó acercarse un paso, pero Joy se detuvo en seco.

¿Era posible que fuera a besarlo? Eso parecía, sin duda. Pero comenzaba a retroceder, el frío del viento comenzaba a colarse entre los dedos femeninos y su piel. No podía permitir aquello, no importaba si faltaba a su palabra. Ella estaba lo suficientemente cerca como para tentarlo a ansiar su contacto.

Antes de que la última hebra de cabello se separara de la mano de Joy, la tomó con suavidad de la muñeca y tiró de ella para apoyar suavemente los labios sobre los suyos, mientras acariciaba la cintura con un respeto que no había sentido por una mujer en años.

Sebastian suspiro de placer, cuando los dedos de la castaña encontraron nuevamente su cabello, aunque su zurda se aferrara a la campera de cuero que él llevaba puesta, no sabía si en un intento de alejarlo o atraerlo más a ella. Dedujo que se trataba de lo segundo, pues Joy relajó el cuerpo y ladeó la cabeza, regalándole un beso como nunca antes le habían regalado. Era suave e inexperto, que lo instaba a ser paciente y a aprender a disfrutar de cada movimiento.

El aroma dulce y penetrante de las gardenias del vivero le adormecía la conciencia y sólo podía pensar en abrazarla y dejarse consolar por ese par de labios y esas manos mágicas. 

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