Mi Señor de los Dragones

By AlmaVieja-en-WP

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Los Señores de los Dragones, como Bakugou, son seres longevos que amaestran dragones y dedican sus días a luc... More

Canción
Presentación
I: 500 años
II: Hacia Mangaio
III: Es una palabra antigua
IV: Sanguia en las mejilias
V: La Misión del Caballero
VI: Posada llena
VII: Loco do merda
VIII: Mapas
IX: Vida familiar
X: ¿Qué significa eso?
XI: Historias del pasado
XII: Diferencias
XIII: ¿Qué hay en el cielo, Deku?
XIV: No lo digas
XV: Los dragones no son malos
XVI: Chizochan
XVII: Bakuro
XVIII: ¿Por qué eres un guerrero?
XIX: Perdóname
XX: Volcán
XXI: Qué terrible es la destrucción
XXII: Morir
XXIII: Rasaquan
XXIV: Festival de los Diez Días
(Extra 1) A menos que quieras seguir
(Extra 2) Deadvlei, Leitrim y Anathema
XXV: Esposa
XXVI: Momochan
XXVII: El Señor de los Dragones del Centro
XXVIII: Hermanos
XXIX: La bonita, o la otra
XXX: Viento negro
XXXI: Llámame, y yo vendré
XXXII: Serendipia
XXXIII: Sangre Vieja
XXXIV: Señores poderosos
XXXV: Mensajes
XXXVI: Maestra
XXXVII: Guardián de los Secretos
XXXVIII: Tatuaje
XXXIX: Criaturas similares
XL: Los secretos de las Sombras
XLI: Tiempos menos simples
XLII: Destinados a luchar
XLIII: Le están derrotando
XLIV: Ocaso
XLV: El Señor de los Dragones de Farinha
XLVI: Seichan
XLVII: La Vida del Bosque
XLVIII: El Monte de los Dragones
XLIX: Lágrimas
L: Los que quedan
LI: El guerrero y el protector
LII: Salvadores del Reino
LIII: Decisiones y decepciones
LIV: Serenidad y furia
LV: Una oportunidad
LVI: Búsqueda
LVII: Una trampa
LVIII: Malas Nuevas
LIX: No viene a luchar
LX: Por todas mis sombras
LXI: Caballero y guerrero
LXII: Enemigo del Reino
LXIV: Adamat

(Extra 3) Mashinna

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By AlmaVieja-en-WP

Extracto del "Libro de las Razas" de Darwae.
Página 40, párrafos 2 y 3
"Los estudiosos de las Sombras de las Montañas hablan de un tipo en particular de Sombras que, según se teoriza, se elevan por encima de sus congéneres en términos de autoridad, influencia y poder. Se los ha llamado de distintas formas, pero un término generalmente aceptado es el de "Señores de las Sombras".
Los Señores de las Sombras, según aquellos que defienden su existencia, son Sombras que son capaces de proezas que otros de su misma raza no pueden lograr, siendo la más llamativa de estas alargar su tiempo de vida por un período mayor incluso al promedio de vida de los miembros de esta raza (aunque la duración máxima de este supuesto período no ha podido ser determinada). Se han propuesto distintas teorías con relación a cómo esto podría ser posible. Una de las más populares plantea que estos Señores de las Sombras son capaces de 'recibir' años de aquellas Sombras menores que les respetan y les siguen. Sin embargo, tal como sucede con los Señores de los Dragones, muchas de las creencias al respecto de las Sombras de las Montañas son meras suposiciones que no pueden ser ni confirmadas ni rebatidas".

———

Iida levanta la taza de té y se la lleva a los labios, lanzando una mirada cautelosa a la Sombra sentada frente a él. A su derecha está Kaminari, disponiendo avorazado de una montaña de panqueques con queso cremoso y mermelada. Del otro lado se sienta Snipe, en silencio. Tokoyami está a la derecha de Aizawa, entre éste y Snipe. Entre Kaminari y Aizawa, Disturbio Rojo tiene la cara apoyada sobre una mano y juguetea con desánimo con sus huevos revueltos. Por momentos, sus ojos escarlata ascienden y lanzan una mirada al frente –uno diría que hacia donde está Snipe–, pero luego se desvían con velocidad. Uno tendría que estarlo observando con mucho cuidado para notar que ha estado mirando repetidamente hacia el mismo sitio desde hace un rato.

Con excepción del sonido que hace Kaminari al comer, hay bastante silencio en la mesa. Quizá es ese el único motivo por el que ni las Sombras ni el mercenario han huido de ahí. Ojiro no está por ninguna parte y, cuando le cuestionaron a Disturbio por él, éste tan sólo se encogió de hombros, como si ese no fuese su problema. El otro faltante (además de Amajiki, la tercera Sombra que iba con ellos), es Todoroki. Muy temprano por la mañana, mientras los dos caballeros y Aizawa se preparaban para su incursión al Castillo del Rey, un mensajero real llegó a la posada, solicitando prontamente la presencia del Todoroki en el castillo.

Aquello desencajaba con sus planes originales de ir los tres juntos, pero no podían desaprovechar la oportunidad. Así que, tras mirarse entre sí y discutirlo un poco, Shouto terminó aceptando la propuesta.

Todos se han reunido en el comedor de la posada en la que los dos caballeros y las dos Sombras durmieron. Snipe y Kaminari se quedaron en sitios diferentes. Snipe se había ido a una posada silenciosa y tranquila cerca de las murallas y Kaminari, al parecer, tenía una "amiga" en Farinha, por lo que había ido a quedarse con ella.

El plan de esa mañana es simplemente esperar a ver qué resulta de la reunión con el Rey. Pero, hay tantos factores en juego –la desaparición de Amaijki, la ausencia de Ojiro, la citación de Shouto–, tantos factores que no están funcionando tal como ellos los habían planeado o previsto, que el ambiente se siente tenso. Ha de ser eso otra de las cosas que propician el silencio penetrante sobre la mesa.

Iida bebe su té, intentando mirar hacia la taza y no hacia los demás. Es consciente de que Aizawa eleva los ojos hacia él cada vez que Iida le observa. Disturbio Rojo suspira por la vez número novecientos.

—¿Qué'e paja? —pregunta Kaminari de repente, volteándose finalmente hacia el otro guerrero con comida en la boca que no ha terminado de masticar. Disturbio le lanza una mirada de reojo.

—Nada.

Kaminari traga.

—No me digas que nada si llevas esa actitud de perro apaleado desde que llegaste. ¿Te le declaraste a Ojiro y te dijo que no?

Iida voltea a ver a Kaminari. Snipe, que estaba cortando un pedazo de carne, paraliza sus cubiertos momentáneamente. Incluso Aizawa ve por el rabillo del ojo al rubio. Quizá, aunque no lo demuestre, él mismo está también impresionado ante su monumental falta de tacto.

Kirishima separa la cara de la mano y golpea la palma con cierta fuerza sobre la mesa, volteando también a ver al rubio eléctrico. Por su mirada, Kaminari percibe de inmediato que probablemente no ha debido ser tan insensible...

—Oh. Oh, lo siento, yo lo decía en broma —se ríe un poquito. Kirishima frunce el ceño. Pero entiende lo suficiente la personalidad simplona del otro guerrero como para saber que no ha dicho eso con una severa mala intención, así que le perdona instantáneamente. Suspira y vuelve a apoyar la cara sobre la mano, mirando nuevamente hacia otro lado—. Vamos, come. La comida siempre lo hace a todo mejor —sugiere Kaminari, empujando un poco el plato de huevos para acercarlo más al pelirrojo. Éste desciende los ojos para ver la comida en el plato.

Los huevos le recuerdan a Ojiro.

Maldita sea, esto es estúpido. Lanza una mirada a Snipe. El mercenario, aunque estaba concentrado en sus alimentos, se detiene de pronto, como si le sintiera, y eleva el rostro.

Las dos miradas se encuentran a medio camino entre la mesa. Pesadas, juiciosas.

—¿Algo en lo que te pueda ayudar, Disturbio? —suelta el mercenario. Se ha quitado parte de la máscara, con lo que sus labios están a la vista, pero sus ojos siguen cubiertos por una especie de antifaz negro. Kirishima frunce el ceño.

La duda le carcome por dentro pero no sabe cómo formularla exactamente. Una parte de él tan sólo quiere agarrarse al otro hombre a golpes hasta que sangre todos sus pecados. Te entregaré a Anathema, mierdero.

—¿A qué se dedica usted, Snipe?

De brazos cruzados, Aizawa mira al chico pelirrojo. Con la cara de aburrido de siempre. Iida eleva las cejas, masticando un pedazo de pan remojado en aceite de oliva. No entiende por qué alguien le haría una pregunta así a un mercenario. Tokoyami lanza miradas a Aizawa, como buscando las reacciones de éste para saber cómo debe comportarse él también. Kaminari frunce el ceño y voltea a ver al guerrero pelirrojo.

—¿Pero qué clase de pregunta es esa? —cuestiona el rubio—. Es obvio que es un mercenario. Sabemos eso desde el principio de la misión —se lleva un bocado de panqueque empapado de mermelada a la boca. Luego lo pasa con un trago largo de leche.

—Es decir, uno como mercenario puede tener muchos trabajos, ¿no es así? Tan sólo tengo curiosidad.

Eijiro se ha cruzado de brazos y Aizawa nota cómo los dedos de sus manos se clavan en los antebrazos con tensión. Snipe se ha quedado quieto, viéndole.

—Actualmente hago lo mismo que tú, me parece, Disturbio —responde el mercenario. Kirishima frunce el ceño. Sigue sin saber cómo hacer la pregunta.

Mierda.

—Y... dígame... ¿usted tiene mucho tiempo de conocer a Ojiro?

Snipe, que se había dispuesto a cortar otro pedazo de carne, se rinde en ello y deja los dos cubiertos levantados a ambos de su plato, elevando el rostro otra vez para ver al pelirrojo.

—Hm. Hemos trabajado juntos en ocasiones pasadas. Es todo.

—¿Qué tan juntos?

—¿Eh?

Kirishima se muerde el interior de la mejilla. Demonios. Esa pregunta no ha estado bien, pero se le ha salido de golpe, como agua que se rebosa de un cántaro.

Una mano se posa sobre el hombro de Kirishima. El chico mueve el rostro para ver al dueño de ésta. Aizawa le observa. No dice nada, pero, a la vez, Disturbio siente como si le dijera un millón de cosas con ese sencillo gesto. Los pensamientos esporádicos y alterados en su cabeza se aplacan suavemente y, despacio, muy despacio, baja el rostro y pone su atención en los huevos.

—Nada. Olvídelo.

Iida concentra los ojos azules en Aizawa. Ese hombre cada vez le resulta más y más misterioso, más y más enigmático. Las Sombras son la segunda raza menos comprendida de las que existen en el reino, justo después de los Señores de los Dragones. Mantienen tantas cosas para sí mismos, tantos secretos, que incluso aquellos que los estudian no logran develarlos todos. Iida baja el rostro, teniendo el ceño fruncido. Con todo, esté pasando lo que esté pasando en este momento entre su grupo, él no puede parar de pensar en Shouto. ¿Estará ya con el Rey? ¿Qué estarán discutiendo? ¿El Rey estará escuchándole de verdad? ¿Por qué le ha citado? ¿Las cosas resultarán bien?

Cierra los ojos un momento, intentando serenarse, y después retoma su desayuno. Extrañamente, le alegra que esté ahí la presencia apaciguadora de Aizawa.

Será que no es tan malo después de todo, piensa.

———

Ojiro lo siente antes de verlo, ahí a sus espaldas, en el vacío de la calle. Observa por encima de su hombro y no hay nada. Parpadea un par de veces. Se plantea detenerse y gritarle. "¿Qué está haciendo?" "¿Por qué me sigue?". O alguna cuestión similar. Se siente incómodo. Hace mucho que no habla con alguien de su misma raza. Normalmente, le evitan, por 'indecente', 'degenerado' y adjetivos equivalentes. No le interesa. Hace tiempo que perdió la capacidad de relacionarse realmente con ellos. Es demasiado distinto, ha pasado más tiempo de su vida entre los Caminantes de la Tierra que entre la Gente del Bosque. La última vez que fue a Manannan... tenía trece años, calcula. Fue una experiencia desalentadora. Su propia gente lo estigmatizó, marcándole con el uso de vendajes negros. No tenía permitido usar los blancos como el resto "porque ya no eres igual", le dijeron.

No le negaría a nadie que Manannan era hermosa. Construida entre ramas y copas arbóreas, sumergida en un mar de hojas, frutos y flores fragantes. Su hogar, vacío, no había sido tocado por nadie desde que sus padres lo abandonaran. Entrar y ver el viejo altar en el que recordaba que sus padres se hincaban a rezar, lleno de telarañas, hojas secas y ramitas rotas, con los ídolos caídos en el suelo y las pretéritas velas llenas de mugre que se les había pegado había sido como una bofetada en el rostro, para rememorarle todo lo que había perdido.

La cama de su habitación era demasiado pequeña. Normalmente, sus padres la habrían ido adaptando conforme él creciera. Pero se había quedado con el tamaño de la última vez que la había ocupado: Seis años.

¿Por qué era la gente tan estúpida a los seis años?

¿O había sido sólo él?

Sus padres siempre se lo dijeron.

"No bajes solo al suelo. Es peligroso, Mashinna. Hay animales más grandes que tú y criaturas malvadas".

Pero, un día, mientras saltaba de rama a rama, había hecho un mal cálculo y había estado a punto de caerse. Se había salvado, sí, pero la mitad de las frutas que llevaba consigo habían caído al suelo.

Oh no.

Se lo había pensado un rato. ¿Bajar o no bajar?

Mamá y papá habían dicho que no, pero, ¿y si sólo bajaba un momentito?

Nadie se iba a enterar. Además, ese árbol tenía muchas ramas a poca altura. Si algo pasaba, podría volver a trepar muy velozmente.

Y así se había zambullido a la lejana y oscura tierra, abandonando por primera vez en su corta vida las copas de los árboles.

¿Por qué había sido tan imbécil?

Cuando aterrizó junto a sus frutas perdidas, descubrió que la mitad de éstas eran insalvables. Estaban deshechas, a pesar de que el suelo estaba forrado de hojas, lo que le hacía relativamente blando. Pero algunas raíces duras y toscas sobresalían entre las hojas, lo que había sido la causa del sombrío destino de sus frutas.

Se puso a rescatar las que todavía tenían salvación.

Y escuchó.

Un crujir de hojas. Ojiro había volteado a ver, parando la pequeña cola para ver qué detectaba. La balanceó suave de lado a lado pero no sentía nada. Ni veía nada. Entonces volvió a escucharlo.

Ojiro saltó como gato asustado hasta la rama más próxima, sintiendo que el corazón le latía súbitamente a diez mil millas por hora. Todas sus frutas se le habían caído, pero, en su miedo, no le había importado. Sin embargo, antes que seguir subiendo, había acechado por detrás del tronco hacia el sitio en el que había escuchado el ruido.

No había podido evitarlo. Aunque estaba asustado, le carcomía la curiosidad. Además, ya montado en una rama del árbol, se sentía en relativa seguridad. Pensaba que podría escapar sin ningún problema de necesitarlo. Sus ojitos negros rebuscaron, y entonces lo vio...

La fruta más grande que había visto en su vida. De color magenta con la parte de arriba violeta, regordeta y saludablemente brillante, ¡debía estar rebozando de jugo!

Se le hizo agua la boca, y sintió como la lengüita le mojaba inconscientemente los labios. Miró hacia los alrededores. No distinguía nada raro. Tenía que ser que el ruido que había escuchado había sido simplemente el de la fruta cayendo al suelo. Aunque era raro, arriba, en los árboles, nunca había visto ese tipo de fruta, ¿de dónde había caído entonces?

Demasiado intrigado por una fruta que, según él, nadie más conocía y que él introduciría por primera vez a Manannan, se había bajado de su rama.

Cautelosamente, lanzando miradas hacia los alrededores y caminando intentando no hacer ruido, fue avanzando hacia la fruta. Las hojas secas les hacían cosquillas a sus pies desnudos, acostumbrados usualmente a estar en contacto con la superficie rígida de las cortezas.

Ojiro se detuvo a algo así como un metro de la fruta, contemplándola. Ésta reposaba ahí, inocente, inofensiva. Ojiro sonrió. Dio un par de pasos hacia ella y de pronto el mundo se le puso de cabeza, sus pies siendo alejados súbitamente de la tierra.

—¡Ah!

Exclamó, pero luego se tapó la boca. Inseguro de qué pasaba, su primer pensamiento fue que, si sus padres se daban cuenta de que había descendido de los árboles, le castigarían severamente. Miró hacia arriba. Su visión del cielo azul y las hojas verdes era entrecruzada por una cosa rara, una especie de red, la misma que, al parecer, le había alejado del suelo. ¿Qué había ocurrido?

Lo siguiente que Ojiro sintió fue cómo algo se metía a la red y le jalaba de la cola. Instintivamente se agitó, intentando liberarse y sin entender nada de lo que pasaba, pero un golpe contundente sobre su extremidad le lanzó una ráfaga de dolor tan intenso y terrible por todo el cuerpo que el niño quedó inconsciente.

Si alguien le preguntara a Ojiro, él diría que todas las desgracias de su vida han sido siempre su culpa. No va a empezar a enlistar los nombres de cada persona que le ha hecho daño.

(No se los sabe todos, para empezar).

Pero, a final de cuentas, fue él el estúpido.

El estúpido que bajó de los árboles.

El estúpido que le pidió a Snipe que fuera su maestro.

El estúpido que se entregó a aquel miserable hombre.

Es un estúpido, siempre lo ha sido y probablemente lo será siempre. Si hubiera una Divinidad para la estupidez seguro que le rezaría.

Se introduce a una casa de té.

Ahí, los perfumes penetrantes y el calor de las tazas distraen a los sentidos de su otra extremidad. Lanza una mirada rápida al sitio para asegurarse de que no haya ningún Gente del Bosque al que pudiera incomodar con su presencia, pero nota que no. La casa de té es oscura por dentro. Tiene las paredes decoradas con tapices de colores y cordones dorados de cuyas puntas cuelgan flecos deshilachados. El suelo está tapizado con alfombras y salpicado por almohadones para los clientes. Mesitas cuadradas forradas con yute y de apenas un palmo de alto acompañan a los almohadones, listas para sostener tazas y teteras calientes. La opaca iluminación proviene de lámparas en forma de estrellas que cuelgan numerosas del techo, negras y con diminutos agujeros abiertos en su superficie a través de los cuales pasa la penumbrosa luz.

Ojiro detecta el sitio más subrepticio de todos. Está detrás de una maceta grande, cuyas hojas largas y gruesas caen pesadas hasta el suelo, y una cortina que cae descuidadamente a un costado cumple con la función adicional de aislarlo.

Se dirige hacia ahí a paso silencioso. Los aromas son muy dulces, muy sugestivos, y Ojiro se percata, de reojo, de que hay una pareja desplegada ahí en un rincón besándose y tocándose de maneras demasiado intensas para ser decentes.

Pero lo ignora. Se refugia en el rincón aquel y, cuando una chica que claramente es una Criatura del Agua le atiende, Ojiro se limita a pedir su té rutinario sin apenas mirarla. Ella se aleja, indiferente, dejándole en el silencio acariciado por los ruidos húmedos de besos. Se sonroja. Alguien debería decirles algo a esos dos.

Pero bueno.

Baja la mirada y empieza a juguetear con las hebras sueltas del yute de su mesa, no teniendo mucho más en qué ocupar la atención. Le parece percibir la entrada de un nuevo comensal, pero no le da importancia. Los perfumes tienen a sus sentidos un poco aturdidos. Empieza a cuestionarse si realmente fue buena idea entrar ahí. Tan sólo quería escapar de su perseguidor, pero este sitio está probando ser un poco más extraño de lo que esperaba.

Repentinamente, alguien se detiene frente a él, y Ojiro, aún sin levantar la cabeza, sabe de inmediato que no se trata de la mesera. Porque es alguien mucho más corpulento. Eleva la mirada.

Ahí está.

Su perseguidor.

Un hombre de su misma raza, sí, pero, cuando sus ojos viajan hacia detrás de su espalda, se sorprende al notar un detalle primordial.

La cola desnuda.

El hombre no pregunta nada. Se introduce al pequeño refugio de Ojiro como si se le hubiese invitado. Se sienta a su lado y le observa. Tiene unos bonitos ojos color avellana. Su cabello rubio está un poco más largo y alborotado que el de Ojiro, pero no por mucho. Es más alto que él, quizá una media cabeza más. Por el tamaño de su cola, Ojiro diría que le dobla la edad.

—Hola, jovencito —saluda el mayor, y de forma completamente desvergonzada mueve la cola y acaricia a la de Ojiro con ella. El menor se sonroja y hace un movimiento brusco para alejarse, quedándose atrapado junto a la pared.

—¿Qué le ocurre? ¿Por qué hace eso?

El hombre sonríe, moviendo su cola despacio. Ojiro sabe lo que ese ritmo significa. Seducción.

—Bueno, sé que sabías que te seguía, y ya que me has atraído hasta un lugar como éste... pensaba que querrías divertirte un poco.

Ojiro frunce el ceño.

—Lo que quería era escapar de usted, degenerado.

El hombre se ríe.

Degenerado. Entre tú y yo no deberíamos llamarnos así. Ven acá —pide, extendiendo una mano, la cual Ojiro mira con desconfianza y no acepta. Clava los ojos oscuros en los pardos.

—No estoy interesado en lo que sea que usted esté interesado. Mantenga su kyu en su espalda.

El hombre ríe un poco, bajando la mano. Se encoge de hombros.

—Está bien, está bien. Tú ganas, felán. Conversemos, entonces. Quizá te pueda convencer de lo otro después.

Ojiro hace una mueca. El hombre le mira, sin quitar su expresión divertida.

—Sí que eres un chico desconfiado, ¿verdad? ¿Qué número tienes? —él balancea su cola cerca de Ojiro, mostrándole algo en la parte inferior de la punta. Los ojos negros lo buscan y lo hallan. Una cicatriz en forma de número 9 marcada ahí, seguramente con hierro caliente, hace ya bastantes ayeres. Ojiro traga saliva—. ¿Lo ves? Tengo conocimiento en este ámbito. Podría hacer que te la pases muy bien, ¿quién mejor que alguien de tu misma raza para saber qué es lo que te va a gustar?

Los ojos negros vuelven a viajar a los de miel. Pero pasa un momento y, a pesar de sus últimas palabras, Ojiro nota que las intenciones de la otra kyu han cambiado. Se han vuelto más amistosas, menos amenazantes. Así que, suspirando y relajándose un poco, Ojiro se despega finalmente de la pared y, desviando la mirada, le acerca la cola para que él la examine.

—Tres. Eres un cirquero.

Ojiro retrocede su cola otra vez.

—¿Cómo te llamas?

—Mashirao Ojiro —responde casi como resignado y aún sin mirarle.

—Ah, Ojiro. Conozco ese apellido. De Manannan, ¿verdad?

Ojiro asiente.

—Yo soy de no muy lejos de ahí. De Pompeya. Soy Mykey Nun.

El hombre extiende la mano. Una mano grande, callosa, con cicatrices dolorosas. Ojiro le mira y, con el mismo desaliento, responde al saludo. Es entonces que la chica del agua de antes retorna, trayéndole su té y tomando la orden de Mykey.

—¿A qué edad fuiste tomado? —inquiere el mayor, cuando la chica ya se ha ido.

—Realmente no quisiera hablar de eso...

—Vaya, lo lamento. Es que no siempre puedo encontrarme a uno de los nuestros, mucho menos sostener una conversación. Es difícil. Hay cosas que sólo tú, yo y aquellos como nosotros entendemos.

Ojiro eleva la mirada.

—Como esa mierda de las vendas negras. ¿Alguna vez intentaste regresar a Manannan?

El menor asiente despacio.

—Entonces lo sabes.

Vuelve a asentir.

—¿Cuánto tiempo tardaste en salir de ahí?

—Un mes... era demasiado doloroso... mi hogar estaba vacío, pero lleno también, lleno de los recuerdos de mis padres, a quienes yo maté. La gente... no es que me tratara mal, pero tampoco bien. Me trataban como a un forastero, como a alguien diferente. No pude soportarlo. Así que volví a lado del hombre más miserable y despreciable que conozco.

Los ojos se le llenan de lágrimas.

¿Por qué?

Con vergüenza, se apresura a intentar esconderse tras su taza de té. La mano de Mykey se extiende y le acaricia la cabeza y la espalda.

—Tranquilo. Lo entiendo. Sé cómo es. Es una mierda, una real mierda. Y luego se sorprenden cuando decides irte.

Ojiro asiente.

—Y no tienes ningún lugar al que ir, realmente.

Ojiro niega con la cabeza.

—Y tienes que hacer lo que sea para sobrevivir.

Vuelve a asentir.

—¿Rezas a Deadvlei, Leitrim y Anathema?

Asiente otra vez.

—Buen chico, buen chico —le sigue acariciando—. Olvídate de todo. Enfócate en lo único importante: Tú mismo. Entrega al resto del mundo a Anathema.

A Ojiro le tiemblan el entrecejo y los labios. Las manos. Probablemente son los perfumes narcóticos de ese sitio. Probablemente el té no sea lo que le han dicho. O sólo es que, en realidad, en el fondo, él siempre ha sido este niño patético y triste esperando a romperse, y Mykey le ha dado la ocasión perfecta para hacerlo.

———

—Así que a eso te dedicas —dice Mykey descendiendo junto a Ojiro por las escalinatas de uno de los desniveles de la ciudad. A Ojiro le parece que sus pieles huelen a té, a oscuridades y a medias verdades—. ¿Paga bien?

Ojiro se encoge de hombros.

—Da para vivir. Justo ahora estoy trabajando con un grupo. Hay dos caballeros, dos idiotas, dos mercenarios y dos sombras.

—Vaya. Interesante. ¿Qué hacen dos caballeros con mercenarios e idiotas?

Ojiro hace una mueca con los labios.

—Salvando a Drom o algo así —dice poco convencido—. Yo sólo acepté por el dinero —agrega, mirando al mayor, quien, ahora que está de pie, Ojiro nota que es mucho más alto de lo que inicialmente pensó. Apenas le llega al hombro. Mykey ríe—. ¿Y tú? ¿Qué haces ahora?

—Juego a las justas —responde el mayor—. Con mi cola. Ya sabes cómo son los Caminantes de la Tierra, siempre queriendo lucirse y pretender que son mejores que todas las demás razas. Pagan mucho dinero por intentar derrotarme, muchos hacen varios intentos. Nunca lo logran. Se van con el orgullo herido y yo me voy con su dinero en los bolsillos.

Parece bastante satisfecho. A Ojiro también le da cierta satisfacción. Es que es como una pequeña venganza contra esa raza que tanto daño les ha hecho.

—¿Llevas mucho tiempo haciéndolo?

Mykey asiente.

—Hice muchos trabajos antes, por supuesto, antes de darme cuenta de que podía mantenerme por mí mismo. Trabajé en minas, en campos, fui sirviente, también hubo un tiempo en el que seguí haciendo lo mismo para lo que ellos me habían entrenado. Se gana mucho dinero ahí, pero eventualmente lo dejé. No quiero ser lo que ellos querían que yo fuera. Ahora sólo lo hago por gusto y diversión —lanza una mirada al joven guerrero y le recorre el rostro con los ojos claros. Ojiro se sonroja, porque siente sus intenciones de inmediato—. Si tú quieres, podemos, cuando quieras. Me encantaría. Con alguien de mi misma raza.

Pero Ojiro desvía la mirada.

—Cállate.

Mykey se carcajea.

—Eres adorable, pequeño Mashya.

—Pequeña tu kyu —se queja, viéndole con el ceño fruncido, a lo que Mykey se ríe más.

—¿Ya la viste bien? No tiene nada de pequeña —y envuelve sutilmente la punta de la cola de Ojiro con la suya, a lo que el chico reacciona felinamente alejándose y casi erizándose como gato. La risa que Mykey suelta es grave y gutural igual que su voz barítona—. Eres un verdadero felán.

—Tú eres un indecente. Perverso, ¡tengo menos de la mitad de tu edad!

El hombre se encoge de hombros, sin dejar de sonreír.

—Yo tenía menos que eso cuando tuve que empezar a trabajar.

Ojiro desvía la mirada. La baja. Sus mejillas siguen rojas. Avanzan un poco en silencio antes de que Ojiro vuelva a hablar.

—Oye, Mykey —llama el menor, viéndole por el rabillo del ojo. Mykey le mira con expresión relajada y responde.

—¿Hmmm?

—¿Alguna vez... has... eh... alguien te ha... gustado... bastante?

Mykey ladea la cabeza. Sus ojos de almendra centellean.

—Mmsí. Me ha gustado un montón de gente. Me encantan las chicas del agua, ¿alguna vez has estado con una? Son verdaderos espíritus libres —sonríe con cierta añoranza, pero, por la mirada que Ojiro le dedica, adivina que quizá no iba por ahí su cuestionamiento—. ¿Quieres decir si alguien me ha gustado en particular, de forma especial?

El menor asiente. Para ese momento ya están en una calle inclinada y enlosada. Pronto llegarán a la posada en la que Ojiro sabe que debería haber estado desde hace rato.

—Ah. Sí. Una chica del agua, precisamente. Su nombre era... es Yuya. Preciosa y demente, justo mi tipo de mujer. Pasé un par de buenos años a su lado. Hasta que me di cuenta.

Parpadea. Ojiro le ve. Los ojos de Mykey luego se desvían y se sumergen ahí por el camino, plagados de recuerdos vívidos. Ojiro espera a que continúe, pero, como no lo hace, decide hablar él.

—¿Cuenta de qué?

Los párpados de Mykey se elevan un poco con cierta sorpresa y vuelve a mirar al chico. Como sorprendido, como si no se hubiese dado cuenta de que se había quedado callado o acabase de recordar que tiene compañía.

—De que soy un asco de persona y para mí ella nunca iba a ser suficiente —responde—. De que no podía evitarlo. Tal vez se deba a que fui un número 9. Me gusta estar con muchas personas a la vez. Me gusta hacer cosas un poco raras. ¿Qué clase de vida iba yo a darle a ella? No sirvo para eso. Preferí alejarme.

Desvía la mirada tras decir aquello. Ojiro lo hace también, pensativo.

—¿Entonces...? —comienza a preguntar nuevamente el chico después de que avanzan unos metros más en silencio—. ¿Está bien alejarse de las personas si no somos buenos para ellas?

Mykey le mira.

—Pues sí, Mashya. A eso se le llama querer. Si quieres a alguien, vas a querer darle lo que pueda hacerle feliz, así eso sea tu ausencia.

Ojiro le ve también y ambas miradas se sostienen por un momento.

—Pero también está bien intentarlo, pequeño felán —agrega el mayor, sonriendo de forma casi afectuosa—. No puedes saber si de verdad eres malo para algo hasta que lo hayas intentado por el suficiente tiempo.

Ojiro suspira. Regresa la vista al frente y no responde.

Se detienen eventualmente frente a la posada en la que se hospedó Todoroki.

—Bien, supongo que por hoy nos despedimos —dice el mayor, viendo a la posada con un falso interés—. Pero voy a estar en Farinha unas semanas más. Normalmente me muevo entre Farinha, Marcelle y Maresca, así que, si pasas por alguna de esas ciudades, búscame siempre, ¿sí, Mashya?

Ojiro le ve.

—Claro. Está bien.

Las irises avellana le contemplan por un momento, serias y brillantes, profundas como si leyeran la otra mitad de las verdades que Ojiro no pronuncia ahí al final de sus ojos rasgados.

—Cuídate, pequeño felán —musita, y luego se inclina y le deja un beso suave sobre la frente, dándose después la vuelta para partir de ahí. Ojiro le observa desaparecer al final de la calle antes de introducirse a la posada.

———

Notas de la Autora: ¡Hola, gente bella! ¡He retornadooooooo!

Muchas gracias a todos los que siguen leyendo, a los votos y a los que comentan :D ¡son todos unos soles como Mirio bebé!

Espero que este capi les haya gustado. La verdad es que he disfrutado poder relatar un poco más del pasado de Ojiro e introducir a este personaje que vino a ponerlo de frente con unas cuantas verdades muy duras.

Dejo unas cuantas notas.

- - -

Notas generales y sobre el capítulo:

1. Tanto aquí como en ff.net noté a un par de personas que estaban confundiendo al papá de Izuku (Hisashi) con el Señor de los Dragones Hizashi. Hizashi con 'z' es Present Mic (su nombre real es Hizashi Yamada, según la wiki) y Hisashi con 's' es el papá de Izuku. No sé si a estas alturas aún haya alguien que tenga la confusión, pero lo aclaro por si acaso.

2. 'Kyu' y 'felán' vienen ambas de las palabras en francés para 'cola' y 'felino'. ¿Han notado cómo a veces tenemos ciertos nombres extraños para llamar a ciertas partes del cuerpo? Por ejemplo, en mi región a la cabeza se le puede decir "chola", y ya sabemos, claro, que las partes íntimas suelen tener tres mil nombres diferentes para evitar llamarlas como realmente se llaman (?). Pues bueno, estaba pensando que sería normal que entre la Gente del Bosque del norte hubiesen creado algún apodo aleatorio para sus colas. Por otro lado, el felán puede ser un vestigio de idiomas antiguos (poniendo nuevamente un ejemplo de mi región, aquí usamos muchas palabras derivadas del maya en nuestro lenguaje coloquial, puesto que se han quedado rezagadas en él a pesar del paso del tiempo).

3. No sé si alguna vez comenté el origen de la palabra Manannan, pero creo que no. Manannan era un dios del mar/rey de las hadas mencionado entre las historias de la mitología celta. Manannan era el rey del otro mundo, una especie de tierra prometida que estaba al otro lado del mar, el cual había que atravesar para llegar hasta ahí. En esta tierra prometida vivían muchas bellas mujeres hadas que solían venir al 'mundo real' a tomar hombres hermosos para que se casaran con ellas y vivieran para siempre a su lado en el otro mundo. Sin embargo, quien iba al otro mundo no podía volver jamás (excepto bajo ciertas circunstancias especiales). El tiempo en el otro mundo es diferente al tiempo en el mundo real, de modo que, lo que en el otro mundo parecía un año, en el mundo real podían ser cien, así que incluso si alguien volvía del otro mundo después de un tiempo, terminaría encontrándose con que todo lo que quiso y amó ya no estaba ahí. Todo se había ido. Podemos relacionar esto con la experiencia de Ojiro. Cuando Ojiro quiso regresar a casa, simplemente se encontró con que aquello que la había convertido alguna vez en su hogar ya no estaba ahí, así que Manannan ya no era un lugar al que pudiera pertenecer.

Gracias por seguir leyendo pralinens.

Nos leemos!

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𐐜𐐮𐑅 𐐮𐑆 𐐩 𐐻𐐯𐑅𐐻.

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