Oculto en hielo

By NelielCross

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Desde el día en el que secuestraron a Eva y a Leiden, nada fue igual en la Sociedad de Asesinos. La diosa Va... More

Capítulo dos
Capítulo tres

Hass

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By NelielCross




Estaba sentado en la sala de estar con la cabeza entre las manos, pensando en ella otra vez, en Eva, tal y como había hecho desde el día que la habían secuestrado, el mismo día que se habían llevado a Leiden, en el mismo maldito mundo en que mi existencia parecía inútil.

¡Maldición!

Los habíamos buscado, habíamos golpeado en cada puerta y revuelto cada lugar, habíamos investigado cada pista sin haber logrado nada. Buscamos bajo cada roca, en cada rincón de la casa donde él había desaparecido, dimos vuelta por completo el local de Laicot, pero no había rastro de ninguno de los dos. Era como si de un momento a otro se hubieran esfumado, como si buscaran borrarlos de nuestras memorias, de nuestras vidas.

Pensar en eso despertaba en mí unas ganas frenéticas de matar, y eso estaba mal, lo sabía, me estaba volviendo loco y en el proceso de autodestrucción también lo estaba arrastrando a mi hermano; nunca había sentido un impulso tan fuerte de derramar sangre, ¡no estaba en mi naturaleza, maldición, soy un íncubo! Un maldito demonio sexual, un inútil monstruo que no tiene ni siquiera unas condenadas garras para despedazar a alguien.

Suspirando me froté la frente, el dolor de cabeza había comenzado a hacer mella en mí otra vez y deseaba con todas mis fuerzas haberme inyectado una dosis más fuerte para soportar lo que estaba por venir. Todo había cambiado y podía palpar la sed de sangre que me consumía como nunca antes lo había hecho.

Era frustrante, sabía que cada día se volvía más difícil seguir adelante, más difícil para Furcht. La agonía era inaguantable y a veces tan solo deseaba apuntarme un arma a la cabeza y volármela de una vez, con tal de no pensar más, de terminar con todo.

Eso era lo malo de que la S.A. creara los tríos, siempre estabas atado a los otros dos, en un principio la idea me parecía una de las mejores opciones para absorber del otro lo que nos hacía falta. Así funcionaba, cada trío estaba conformado por elementales que se complementaban entre sí, un modo de evitar que nos volviéramos locos en el mundo que nos tocaba vivir y centinela a cargo unido a nosotros de por vida. Estaba seguro que nadie había previsto algo como esto, Leiden no estaba, por lo que solo éramos Furcht y yo ¡Vaya dúo! Estaba seguro que Furcht no soportaría el peso de vivir en soledad, ¿cómo lo haría? Llevábamos años compartiendo todo, el balance dependía de eso, nuestro balance, Leiden era quien aportaba el temple para que ni yo sucumbiera a mis instintos de incubo, ni Furcht fuera matando a todo al que lo mirara mal. En estos momentos lo único que nos mantenía en pie era Zander, nuestro centinela, porque aunque odiara admitirlo, yo solo podía pensar en una sola cosa.

Hallar a Eva.

Ella aparecía todas las noches en mis sueños. Algunas veces eran agradables y dulces, en los que ella entraba a mi cuarto con sus ojos prendados de los míos, con un andar muy pausado, se acercaba a la cama y se recostaba a mi lado como si siempre hubiera pertenecido allí, me deleitaba acariciando su cabello, percibiendo su aroma a mujer, deteniéndome a contemplar cada detalle como nunca lo había hecho antes con ninguna fémina. Pero había otras noches en que los sueños se volvían pesadillas oscuras en las que la veía morir frente a mis ojos sin poder hacer nada; su mirada suplicante y sus brazos extendiéndose hacia mí sin lograr siquiera tocarla me volvían loco.

Cerré los ojos con fuerza intentando apartar esos pensamientos de mi mente; debía calmarme y volver al presente, decir lo que debía decir de una vez por todas y dejar de ser un cobarde y recordar lo que alguna vez fui.

¡Diosa, lo que hubiera dado por otra transfusión!

Ahora estábamos en casa, con Vívika y Zander intentando darnos ánimos aunque todos sabíamos que era imposible, ¿quién podría estar bien en un momento así?

Era extraño estar aquí sin Leiden; este había sido nuestro santuario por algún tiempo, nos habíamos adaptado a él y lo habíamos hecho parte nuestra, cada rincón tenía un recuerdo, y ahora tan solo parecía el salón de los lamentos. Poco quedaba de la felicidad que habíamos compartido, de los momentos buenos, de las riñas tontas y las competencias de videojuegos.

Estaba agotado, hacía dos noches que no dormía bien y más de una semana que no me alimentaba, el cansancio comenzaba a pasarme factura y podía sentir mis energías marchitándose de a poco.

Por la mañana habíamos salido en búsqueda de nuevas pistas; visitamos varios sitios alejados de la ciudad pero no hallamos nada, y eso me enloquecía. Carim llevaba mucho tiempo allí afuera y nosotros aún seguíamos aquí. Estaba seguro de que era por mi culpa, ni Zander ni Vívika permitirían que me marchara en mi estado calamitoso. Una amarga risa escapó de mis labios, qué ridículo. Y pensar que en un tiempo nos temían, nos llamaban los ángeles de la muerte... Si Leiden me viera, se reiría en mi cara por un buen rato y me diría: "¿Dónde quedó aquel macho que se pavoneaba diciendo que era uno de los más fuertes y vigorosos? ¿Dónde ha quedado el guerrero?"

Yo no lo sabía, pero en momentos como estos era cuando deseaba tener una vida efímera como los humanos y saber que el sufrimiento tendría fin en unos años, en algún momento, y no la tortura de una eternidad sin saber qué sería de mí. Sacudí la cabeza rogando por un poco de paz, tan solo un poco. Deseaba con todas las ganas poder evadirme de este mundo, inyectarme una dosis más fuerte. No recordaba cuándo había sido la última vez que me había drogado pero estaba seguro de que solo habían pasado unas horas.

Tomé la lata de cerveza que estaba frente a mí, no podría excusarme hasta dentro de unas horas por lo que la inconsciencia debería esperar. Le di un largo trago al líquido amarillento aunque sabía que no era lo mismo que las drogas. Nunca llegaría a emborracharme como los humanos, podía beber y beber durante toda la noche y nada ocurriría. Esa era otra de las cosas que odiaba no poder hacer.

Acabé la cerveza y me froté los ojos con fuerza, tenía la visión borrosa, solo eso, diez cervezas una detrás de otra y tan me sentía un poco mareado; si fuera humano estaría totalmente borracho pero era un ser sobrenatural, un íncubo, lo que hacía que el alcohol no me afectara. ¡Diosa! Deseaba ahogarme en la inconsciencia del sueño y seguir soñando con ella, eso era lo único que me había salvado hasta ahora de la locura, aunque en mi interior me sentía como si hubiera estado muerto desde hacía meses. Pero había aprendido que la inconsciencia solo podía lograrlo de un modo, uno que no estaba dispuesto a revelar frente a nadie, no frente a mi centinela y su compañera, aunque sospechaba que Furcht ya lo sabía.

Todo este tiempo no habíamos hecho más que buscarlos: esa se había vuelto nuestra nueva maldita ocupación. No había momento del día en que mi hermano y yo nos detuviéramos a pensar en algo más que no fuera encontrarlos. Nuestra ex sala de armas se había convertido en la habitación de un par de obsesivos; mirara donde mirara había recortes de periódicos, notas, fotos y cada una de las pistas que habíamos podido recabar hasta el momento. Suspiré asqueado ante la impotencia de no saber qué esperar, aferrándome a la esperanza de hallarlos con vida.

Levanté la vista y miré a Vívika, ella estaba sentada frente a mí observándome, como lo hacía desde hacía meses, cuando me arrancaron una parte de mi alma. Sus ojos claros me estudiaban, su boca de labios finos formaba una línea mientras me observaba sin siquiera hacer el menor de los ruidos, y unas pequeñas arrugas se formaban en su entrecejo.

—¿Puede doler el alma? —Pregunté.

Estaba seguro de que podía doler, porque ese era el sentimiento del que vivía preso desde ese día. Me habían robado el alma.

Looper se había llevado todo lo que me importaba en la vida.

Todo.

Habían pasado más de cinco meses, cinco malditos meses, eso era demasiado tiempo, demasiado tiempo, Diosa querida.

Muchos en la S.A. habían perdido las esperanzas, hablaban de la pérdida del lazo, la desconexión y cosas peores, pero nosotros no nos rendíamos, nunca lo haríamos. Mi hermano y mi compañera estaban ahí afuera, en algún lugar, en algún sitio. Inconscientemente eché un vistazo a la habitación casi vacía, hasta que mis ojos se clavaron nuevamente en las fotos de los niños que Looper había dejado la noche que Leiden había desaparecido.

No habíamos permitido que las quitaran, era nuestro recordatorio personal de que ellos estaban allí afuera, de que Leiden había arriesgado su vida por ellos... Porque alguna vez, hace mucho tiempo, él había sido uno de ellos. Hace unos siglos había sido su foto la que había colgado en lo más alto.

Mi hermano era el macho más valiente que conocía, era el ser más puro y protector sobre la faz de la tierra y ese hijo de puta lo había lastimado. Nosotros, nosotros habíamos prometido que nunca llegaría a tocarlo nuevamente y habíamos fracasado. Habíamos prometido que lo mataríamos antes de que llegara a tocarlo de nuevo y habíamos fallado.

Cerré los ojos con fuerza nuevamente deteniendo las lágrimas de impotencia, apreté los dientes reprimiendo el gruñido en lo más profundo de mi corazón, guardando toda aquella ira, todo ese dolor para cando lo encontráramos, para cuando halláramos a Looper.

Además, no era justo para Vívika, ella ya sufría lo suficiente como para tener que soportar mi amargura.

¡Oh, hermano, perdóname!

Miré las fotos una vez más y suspiré con fastidio sabiendo que ellos eran su ancla. Sabía que no estaban muertos. Si lo hubieran estado, Looper se habría encargado de que lo supiéramos, pero el maldito retorcido tenía una obsesión con Leiden y no lo habíamos entendido hasta que fue demasiado tarde.

Me daban náuseas de solo pensar en lo que podría estar haciéndole. Resonaban en mi mente sus recuerdos como si fueran míos, podía oír su voz como si me susurrara al oído: —Y aquí lo tenéis, un auténtico asesino... Como podrán ver, su mente está dispuesta a soportar el dolor y el cansancio. —decía el mal nacido mientras enterraba un hierro caliente bajo sus costillas, mientras Leiden no soltaba ni siquiera un gruñido— Estas son las armas del futuro, señores, estas son las armas que usaremos. Mírenlo, nada pasa por su mente si no se lo ordenamos. Miren y admiren mi obra. Mataremos fuego con fuego, señores. Esta es la razón por la que debemos luchar contra los impuros, contra estas bestias domesticables, debemos darles el trato que merecen. Atacaremos a sus bestias con sus propias bestias. Aquí lo tenéis, un asesino programado.

Maldito.

Deseaba poder tomarlo por el cuello y retorcerlo hasta que soltara su último suspiro mientras lo veía a los ojos, mientras le quitaba la vida de a poco; deseaba torturarlo, hacerlo sentir una y mil veces más lo que mi hermano había sentido, esperaba con ansias ese día, por eso resistía, por eso no me volaba la tapa de los sesos, solo esperando el día en que estuviéramos frente a frente con el mal nacido.

¡Por qué demonios no lo habíamos escuchado! ¡Maldición!

Hacía más de seis años que sus pesadillas habían vuelto y se habían multiplicado desde la venida de los ángeles, desde que la había conocido, nadie más conocía eso, ni siquiera Z lo sabía.

Recordaba una noche. La desesperación había sido tal que me había despertado de un sueño profundo, abrí los ojos y el tirón mental era tan fuerte que era imposible ignorarlo, me adentré en el lazo observando como un maldito mirón lo que Leiden sufría... Allí estaba él, como un niño, gritando para que alguien lo soltara, las cadenas habían herido sus brazos, sus tobillos no estaban mejor. Había visto a Looper acercársele, acariciarlo como a un perro, había visto en sus ojos sus deseos, lo deseaba, a él, a mi hermano.

Lo había torturado hasta que Lei ya no tenía voz, hasta que ya no tenía fuerzas para luchar y el dolor se volvía parte de su cuerpo. Era tan pequeño y nadie había ido a ayudarlo. Ese malnacido lo había usado de formas tan depravadas que tan solo deseaba salir de su mente pero no podía, las garras de su horrenda pesadilla me tenían prisionero.

Cada noche, después de experimentar con él lo llevaban casi muerto hasta la sala de curaciones. Una mujer pequeña lo atendía sin importarle su dolor, aunque la mayor parte del tiempo él estaba desmayado, y luego usaba su cuerpo maltrecho para su propia satisfacción.

Desesperado, comencé a gritar a aullar ante aquello, lo odiaba, quería detenerlo, rogaba que su pesadilla me dejara ir, pero la unión de los elementales es tan misteriosa e impredecible que no sabía cómo salir.

Ahora la imagen de Leiden era distinta, había crecido, se había cerrado y su rostro no mostraba malestar alguno cuando luchaba. Looper lo había preparado para la guerra. Había abusado de su cuerpo en todas las formas imaginables y por eso, cuando salía, cuando Looper lo soltaba, él tan solo quería matar sin importar quién fuera el que estaba en medio, y no lo juzgaba por eso, no estaba seguro de si hubiera podido soportarlo, seguramente me habría volado la cabeza. La última imagen del sueño de Leiden era él en medio de la sangre en un prado que alguna vez había sido verde.

Recordaba que seguía gritando para que me dejara ir, para poder ayudarlo, hasta que el Leiden del sueño levantó la cabeza como si me oyera, me miró a los ojos, aquellos ojos que conocía mejor que nadie y que no se parecían en nada al macho que era mi hermano. Era como si calculara si debía atacarme o no. Pestañeó una vez más, sus ojos se abrieron de a poco en una expresión de sorpresa, y me soltó.

Esa noche había corrido hacia su habitación, lo había abrazado como nunca antes y le había prometido que nunca más sufriría. Y le había fallado.

Aún no le perdonaba a Leiden haber decidido salir esa noche sin nosotros y aunque quería darle una paliza por dejarnos atrás, no lo culpaba, ¿quién era yo para hacerlo? No lo habíamos oído cuando nos lo dijo. ¡Diosa! Ojalá Eva esté con él, al menos sabría que la protegería y que él no estaría solo.

Sentía ese peso en mi pecho, ese amargo dolor de saber que ella estaba allí afuera, esperándome, y aquel tirón en mi mente que me movía a buscar a mi hermano por cielo y tierra sin descanso. Éramos elementales, Furcht y Leiden eran una parte de mí. Debía buscarlo, necesitaba recuperar el control. Estaba seguro de que estaban vivos. Cada fibra de mi ser me lo gritaba y me exigía no detenerme hasta que estuvieran a salvo.

Me maldije por no haber tomado en serio sus palabras; él nos había advertido que algo sucedería. Sus sueños lo habían hecho y no lo habíamos escuchado. Inconscientemente apreté la lata y la dejé caer junto a las demás.

No me daría por vencido.

No ahora. Se lo debía.

Además, había una cosa que Looper no sabía. Él creía que llevándose a Leiden nos destruiría, rompería el lazo y caeríamos en la locura olvidándonos de él. Era cierto, en parte. Lo que él no sabía era que no solo el lazo nos unía. Éramos hermanos, hermanos en la paz y en la guerra, no por un maldito lazo. Daríamos todo por encontrarlo, no nos detendríamos ante nada, ni siquiera si se nos fuera la vida intentándolo, porque ahora no teníamos nada que perder sin él.

Vívika suspiró y me devolvió a la realidad. El reloj sonaba de fondo en el silencio de la casa para demostrarme que el mundo seguía girando y el tiempo seguía corriendo mientras el agujero en mi pecho continuaba consumiendo de a poco todo mi ser.

Sabía que Furcht sentía lo mismo, podía saborearlo en cada bocanada de aire. El tiempo seguía pasando y solo había algo distinto cada día, y era que nosotros moríamos un poco con cada hora, con cada minuto, con cada segundo sin saber de ellos. Ya nada más importaba.

Volví mi mirada hacia uno de los pocos corazones que latía en la habitación e intenté sonreír, aunque ella me conocía lo suficiente como para saber que no era una verdadera sonrisa.

Furcht había salido a comprar más cerveza, sabía que eso era tan solo una excusa para hacer algo que no fuera sentarse aquí sintiendo lástima. Zander estaba haciendo algo parecido. Se había metido en la cocina para preparar la comida; ocupar sus manos lo ayudaba a distraerse, aunque él nunca lo admitiría.

—No lo sé, Hass —murmuró Vívika mirándose las manos. Tenía pequeñas ojeras bajo sus ojos claros, su piel estaba más blanca que lo normal y lucía agotada, triste.

—Creo que puede —afirmé tirando la cabeza hacia atrás nuevamente y clavando la mirada en el techo.

—No puedo verte así —susurró. Yo suspiré cansado, no era la primera vez que me lo decía y honestamente se me habían acabado las respuestas amables.

—Tal vez sería mejor que no me vieras —repliqué entre dientes. Me arrojó un almohadón que me dio en el rostro.

—¡No te atrevas a decirlo! —chilló ofuscada, y maldije.

Sabía que ellos tampoco lo estaban pasando bien. Zander no había vuelto a ser el mismo. Estaba mucho más apagado, oscuro, se había vuelto intolerante y ya no sonreía como antes. Furcht tampoco estaba del todo bien a mi lado. Era lo más parecido a una bomba radioactiva que lo iba contaminando día a día, y aunque él lo sabía, seguía cargando conmigo para todos lados. Sabía que mi hermano se consumía con mis sentimientos autodestructivos a través del fino lazo que aún nos mantenía unidos. Percibía cómo cada día mi sufrimiento se colaba hasta él.

También se había alejado de Jade por miedo a perderla. Podía percibir la atracción que se tenían, la unión incompleta pujando por juntarlos, esto ya predicho por la Diosa, pero había cometido la estupidez de decírselo y Furcht había reaccionado como solo él podría hacerlo: la apartó de su lado sin piedad. Se negaba a quedarse cerca de cualquier hembra que implicara más que un encuentro casual, incluso había tomado el antiguo departamento de Leiden como propio y había comenzado a aparearse con hembras de especies fuertes que soportaran su odio, sus demandas, unas a las que no les causara terror.

Yo simplemente había perdido el apetito, por decirlo de alguna forma, y había dejado de alimentarme. Era como si mi cuerpo no deseara acercarse a ninguna fémina que no fuera Eva, como si no aceptara otro sabor que no fuera el suyo. Cuando Furcht lo descubrió, se volvió loco. Peleamos, pero estaba demasiado débil para resistirme a su ataque.

Esa noche, mientras me recuperaba en la cama, fue la misma noche en que él encontró otro modo de alimentarme. Debí haber anticipado lo que haría. Al comienzo él tan solo me reprochaba que no me nutría, intentaba enloquecerme trayendo una hembra tras otra para que las tomara. Pero cuando eso no funcionó y la debilidad se hizo más evidente, comenzó a amordazarme, a atarme a la cama, dejando que ellas pasaran por allí alimentándome, hasta que lograba recuperar la fuerza suficiente como para quitármelas de encima.

Ellas no hablaban, no decían nada. Simplemente se montaban sobre mí, respirando como podían a través de las máscaras que Furcht les colocaba para que no viera sus rostros. Podía ver las marcas en sus cuerpos, sentir el aroma de mi hermano en ellas y, una vez que caían inconscientes, él las tomaba y se encargaba de enviarlas al hospital.

Esa se había vuelto nuestra sádica rutina.

—¿De qué hablan?

Zander rodeó el sillón y se sentó junto a Vivíka pasando el brazo por encima de sus hombros. Estaba claro que la pregunta había sido pura cortesía, sabía que él podía sentir el revuelo en el aire y el descontrolado latir del corazón de su compañera, así como cada uno de sus sentimientos.

—De nada —dije quitándole importancia e intentando sonreír—. ¿Sabes algo de Carim?

—No mucho —ladró, y su rostro se volvió una máscara. Junto con la pérdida de Eva y Leiden, también otras cosas se habían roto en el camino –. No puedo localizarla en su teléfono, tan solo nos dejó un mensaje el otro día con las nuevas coordenadas. No mucho más que eso.

No estaba al tanto de lo que había pasado entre Nicolás y Zander, pero ya no eran tan unidos como antes. Por lo poco que sabía, se decía que Nicolás le había ocultado información y había dirigido a Leiden directo a una trampa. Los motivos nunca los había escuchado, pero aquello había hecho que ellos se separaran. Z no era el único enojado con el centinela en jefe. Cuando supimos eso quisimos ir a buscarlo y golpearlo, pero él nos detuvo. Si lo que decían era cierto, ese maldito hijo de mala madre tenía la suerte de ser un centinela y de que no pudieran tocarlo.

Hoy habíamos pedido permiso para alejarnos, para investigar una pista nueva y seguir a Carim. Zander no lo había tomado nada bien, se había negado, así que solicitamos "vacaciones". No podían negárnoslas, todos los asesinos tenían un tiempo reservado para volver con sus manadas, o lo que fuera a lo que llamaban familia. Y aunque Z sabía que no había nadie esperándonos allí afuera, no podía impedírnoslo, lo que hiciéramos con nuestra vida después de eso era otra historia.

No estábamos dispuestos a dejar a la compañera de mi hermano sola ni un minuto más. No importaba qué ocurriera, no importaban las amenazas de la S.A., ni siquiera el puto vínculo importaba, éramos hermanos más allá de eso, habíamos estado siglos juntos, y eso nos hacía más familia que el simple vínculo mental. Los oscuros subestimaban a los humanos y sus interacciones personales, para ellos solo existía lealtad en los vínculos de sangre o por una unión como la nuestra, todo lo demás no valía. Pero estaban equivocados. 

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