Sangre maldita 1

De AliceKaze

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♥Entre las historias destacadas de noviembre de 2018, en el género de fantasía♥ Luego de diecisiete años con... Mais

Epígrafe
Dudas adolescentes
Noche en compañía
Un amigo en la soledad
Visita inesperada
Otra perspectiva
Cerca de la verdad
Lagunas mentales
Esperando noticias
Hora de la verdad

Fría pesadilla

400 45 18
De AliceKaze

Al tener un pie dentro de la casa, examinó con curiosidad cada rincón sin encontrar nada inusual. Se inclinó para poder ver a través de la ventana a su izquierda, en busca de los ojos de gato o Castiel.

Aitor pasó junto a ella y tomó asiento en el salón. Sin apartarse de la entrada, los ojitos entrometidos de Shayza se movieron de un lugar a otro. Al final, dieron con el cuadro de una encantadora mujer muy parecida a ella. El cabello rojo estaba recogido en un extravagante peinado con varios mechones sobre la cara. Tenía pecas en la piel blanquecina y su expresión era tensa, como si no tuviese de acuerdo en ser pintada. Un vestido negro, victoriano, se amoldaba a su figura y tenía una calavera en las manos. No obstante, eso solo fue lo que Shayza vio a simple vista. Al notar el peculiar color de sus ojos, se acercó para no pensar que su mente le estaba jugando una broma.

El derecho verde; el izquierdo marrón.

Lo había visto bien, pero de todas formas, parpadeó una vez más.

—Es encantadora —dijo una voz tranquila aunque inquietante con acento italiano, en su oído—. Una lástima su partida —añadió el hombre, y se irguió, tan alto como los otros dos hombres. Llevó las manos a su espalda para entrelazarlas.

La chica, asustada por la inesperada voz, se hizo a un lado y lo vio con el ceño fruncido. Oyó los pasos de aquel hombre tan enigmático, pero creyó que se trataba de Aitor, así que no le había dado importancia.

—Eeeh... sí; es encantadora —reafirmó ella, y lo miró de arriba abajo. No le daba mucha confianza, pero trató de calmarse—. ¿Eres quien quiere conocerme?

—Mis disculpas —dijo él, y le extendió la mano a modo de presentación. Sin embargo, sonreía con cierto descaro—. Me llamo Ezequiel. Soy amigo de Aitor y Castiel.

Ella estrechó su mano con inseguridad y vio a Aitor. No estaba acostumbrada a un buen trato que no viniera de su padre o Castiel.

—Encantada de conocerlo, Ezequiel —dijo con voz temblorosa. Le parecía raro ser tan cortés aunque así la hubiera educado Aitor.

—¿Le interesaría saber quién es la...? —trató de preguntar Ezequiel.

—Ahora no, Ezequiel —lo interrumpió Aitor—. Ya llegará su momento. Cariño, ven, siéntate —la invitó, y señaló el sillón frente a él.

Shayza no dudó ni un segundo en alejarse de aquel hombre de cabello oscuro y de fríos ojos azules. Los tres estuvieron callados, hasta que Ezequiel se sentó en otro de los sillones con tanta calma que llegó a ser un poco desesperante para la joven. Los gestos de ese hombre eran mecánicos, parecía que los había ensayado durante mucho tiempo. Él observó a Shayza y le regaló una sonrisa un poco... inusual. Ella desvió la mirada hacia Aitor, que permanecía cabizbajo y golpeteando la alfombra con un pie, con las manos entrelazadas sobre la pierna.

—¿Qué te preocupa, papá? —rompió el silencio, y eso provocó que Ezequiel por fin dejara de verla y se centrara en Aitor.

—No tenemos todo el día, Aitor —insistió Ezequiel, y tamborileó los dedos sobre el reposabrazos. Sin embargo, su sonrisa no se borró.

—Ya lo sé, ya lo sé. —Levantó una mano para calmarlo y, por fin, miró a Shayza a los ojos mientras los suyos estaban cristalizados por las lágrimas.

Ella no entendía nada, pero comenzó a exasperarse por esa tensión en el ambiente que emergió como neblina. Se inclinó en el asiento y su mirada pasó de su padre a Ezequiel, y de él a la pintura de la dama desconocida.

—Escúpelo —dijo Shayza—. ¡Escúpelo!

El no entender por qué estaban en la casa de ese tal Ezequiel y ver a su padre de aquella manera, no la hizo reaccionar del todo bien. Descartó la idea de que pudieran ser pareja, porque de ser así Aitor no estaría dispuesto a llorar. La mirada que Shayza le dio a su padre estaba cargada de ira. Era de esperarse, no cualquiera soporta desconocer un secreto que ya todos saben.

Aitor torció la boca y rompió en llanto; se puso una mano sobre la frente.

La joven tomó aire. Le dolía verlo de esa manera, pues era evidente que lo que diría no iba a ser de su agrado.

—Mira, papá, si eres gay... —empezó ella, con la esperanza de retomar algo que había descartado.

La risa de Ezequiel estalló sobre el llanto de Aitor, pero recobró la compostura.

—Mis disculpas —dijo Ezequiel—. Dile ya, Aitor, esto no es algo de lo que yo pueda hablar con ella.

Aitor respiró, se secó las lágrimas y tomó asiento al lado de su hija. Sostuvo sus manos y la miró a los ojos; le ardía la garganta. Y en cuanto quiso hablar, se le dificultó. Shayza apretó las manos de Aitor. Con los ojos le exigió que acabara con ese misterio.

—Yo... no soy tu verdadero padre.

La bomba cayó y explotó a los pies de todos en el salón. Shayza alejó sus manos, con el estómago revuelto. Guardó silencio y vio hacia la alfombra. Su rostro hizo diferentes muecas mientras la noticia se repetía en su cabeza igual que un disco rayado.

Era insólito. Un secreto que estuvo por cumplir dieciocho años. Todo salió a la luz cuando ella solo creía que volvería a su hogar para dormir e ir al instituto como de costumbre, preocuparse de nuevo por sus cosas y esquivar a los habitantes de la ciudad de regreso a casa junto a Castiel. Eso era lo que tenía en mente, hasta que cambiaron la ruta y todo se fue al demonio. La vida le aplicó el dicho «Todo puede cambiar de un momento para otro».

Aitor buscó la mirada de Shayza, que seguía fija en el suelo. Ya no tenía nada más que decir, por lo que se limitó a callar y esperar. Aunque lo que quisiera era demostrarle que ella no estaba sola; al fin de cuentas, Aitor siempre la cuidó como su propia hija. Ezequiel contempló la escena con cierto aire de distancia. No creía que fuera su problema, solo estaba ahí para cuidar de la chiquilla hasta que la orden le fuera revocada.

Ella comenzó a sentir que su cuerpo ardía en llamas. Se paró del asiento y caminó para quedar al lado de la pintura. Ahí estuvo hasta que consiguió el coraje para darse la vuelta y enfrentar a Aitor. Apretó los puños, igual que la mandíbula.

—¿En serio esperasteis diecisiete años? —preguntó entre dientes, e intercambió miradas con ambos hombres—. Casi cuando estoy por entrar a la universidad, ¿venís con este cuento? ¿Qué demonios esperabais? ¿Qué Dios bajara del cielo y me lo dijera mientras los ángeles tocaban trompetas? —La mención de Dios perturbó a Aitor y a Ezequiel, y Shayza pareció no percatarse. Al no recibir respuesta, se vio obligada a hablar de nuevo—: ¡¿AH?! Tal vez, con menos edad, me lo hubiera tomado mejor, ¿no os lo parece?

—Es lo que dije —intervino Ezequiel—: que no era buena idea seguir esperando. —Cruzó las piernas y recostó la espalda en el sillón.

—Ezequiel, ¿puedes dejarnos a solas? —pidió Aitor.

Ezequiel, sin borrar su sonrisa, observó a Aitor, con una mano a la altura del rostro y frotándose los dedos. Al final, asintió no muy convencido y desapareció por la puerta detrás de él. Aitor también se levantó, caminó hasta Shayza, pero ella lo mantuvo lejos al notar lo que se proponía.

—No te quiero cerca de mí —pidió; interpuso una mano entre ellos—. No lo puedo creer, de verdad. ¿En serio, papá?

—No me dio tiempo de asimilarlo o prepararme. Me llamó esta mañana y solo lo quiso.

—Ah —ella asintió, con las cejas enarcadas—, solo lo quiso y a mí me mueven de un lugar a otro como a una muñeca... —Calló, pero negó con la cabeza al darse cuenta de algo—. Aprovechó su autoridad sobre mí para hacer conmigo lo que quisiera. ¡Es un hijo de puta!

—¡Shayza! —la reprendió Aitor.

—Imagino que me vas a dejar aquí con... —señaló la puerta por la cual Ezequiel entró—... ese hombre. ¿O ese tipo es mi padre?

—No, tu padre está lejos de aquí. —Aitor contuvo las lágrimas. Sufría al ver cómo tenía que separarse de la chiquilla (quien lo hizo sentir algo después de tantos años), como si aquello no fuera a dejarle represalias.

—Encima es un irresponsable —concluyó ella, incrédula—. No estuvo conmigo durante gran parte de mi vida y tampoco lo está para ser él quien me dé la mala noticia. —Negó con la cabeza.

—Te voy a llevar a tu habitación —dijo; trató de tomarla del brazo, pero Shayza se zafó a tiempo y alzó el puño.

—Iré, pero no me toques —dijo entre dientes.

Quería golpearlo, en serio lo quería. A él, y a Castiel, puesto que su protector también era cómplice.

Avanzaron por un largo pasillo que se iluminaba gracias a las ventanas abiertas. Shayza miró por cada una de ellas, pero no se percató de que Castiel regresaba. Aitor adelantó unos cuantos pasos, abrió la última puerta del pasillo y bajó la cabeza. Volvía a no tener el coraje de verla a los ojos. Ella se mantuvo inmóvil a su lado y examinó el interior de la habitación, que estaba decorada con el mismo estilo victoriano de la cabaña. Sobre la cama yacía una maleta con sus cosas.

El pecho se le encogió con el paso del tiempo, y eso hizo que ella respirara profundo, para luego darle un ligero golpe al umbral de la puerta. Aitor, sin nada más que decir y con la esperanza de que Castiel pudiera calmarla, cerró la puerta tras ella y se fue, dejándola sola con la sensación de traición.

Shayza paseó entre las cuatro paredes y observó el escritorio en una esquina. Sobre él se hallaba un libro de tapa dura, con letras doradas y en relieve. Al acaparar su atención, se acercó a él para pasar los dedos sobre la cubierta: era el libro que Aitor y Castiel le leían de niña.

«Gracias por el recuerdo, papá», dijo con cierta arrogancia, y dejó el que traía sobre este con un fuerte golpe.

Cerró las cortinas del cuarto y encendió la luz.

Sentía ganas de acostarse en la cama y llorar todo el día, pero su orgullo, mucho más fuerte que ella, le gritó que no lo hiciera así las lágrimas ya emprendieran su recorrido. Debía obligarse a ser dura, una chica con carácter, ese que adoptó cuando hubo varias desapariciones en su escuela.

No obstante, al ver la maleta, suspiró y creyó que le vendría bien idear un plan para salir de ahí y visitar a sus únicos dos amigos.

Alguien llamó a la puerta con un sutil golpe de nudillos. A los segundos oyó la voz de Castiel.

—Pasa —dijo Shayza, desinteresada por lo que pudiera decirle.

—Lo siento —se disculpó una vez cerró la puerta—, pero también he sido informado esta mañana.

—Tú y papá sois unos mentirosos. —No volteó a verlo, sin embargo, tomó una almohada y se la arrojó sin ningún blanco en particular—. ¡Lo supiste todo este tiempo y no dijiste nada! ¡Oh, sí, vamos a verle la cara a la chiquilla!

Castiel esquivó la almohada, que terminó dando contra la puerta con un golpe seco. Shayza tenía razón para estar enfadada, pero no esperaba ese ataque. Él la quedó viendo con los ojos bien abiertos.

—Cumplimos órdenes, es todo —respondió Castiel, avergonzado—. Sé que mis disculpas no significarán nada para usted...

—Ah, ¿tú crees? —lo interrumpió—. Sabíais mis preocupaciones, ¿y ahora qué? ¿Seguiré en el instituto o me obligareis a estudiar en casa? —Se hizo a un lado el cabello, que volvió a caerle sobre el rostro—. ¿Alejarme de mis únicos dos amigos, aparte de ti, como si mi vida no fuera lo suficientemente solitaria?

Castiel guardó silencio por un rato que pareció una eternidad.

—No estoy autorizado a hablar sobre ello.

—Genial... Y dime algo, Cass, ¿hay más que deba saber? ¿Qué tal sobre mi madre?

Castiel se estremeció. Apenas fue visible y Shayza estaba enfocada en la respuesta y no en sus reacciones.

—¿Qué le digo que no sepa? Ella murió al darla a luz.

—Bueno —cruzó los brazos sobre el pecho—, si el hombre que me cuidó desde que yo era una cría no es mi padre, y ahora, después de tanto tiempo, mi padre biológico regresa, pues no me sorprendería que la muerte de mi madre también fuera mentira.

—Sé que está cabreada... —Shayza sonrió amargamente; lo que dijo era más que obvio—... pero vamos a sentarnos.

Caminó hasta la cama y apartó la maleta, lo que daba a entender que la invitaba a tomar asiento a su lado.

Ella suspiró y trató de calmarse. No porque quisiera dejar de estar tan enojada, sino porque si no lo hacía empezaría a llorar delante de él. Hizo lo que pidió y esperó, tratando de ser paciente consigo misma.

—Dime su nombre —pidió ella—, el de mi madre y padre.

—El de su madre ya lo sabe... —le recordó—. Su padre es Gideon.

—¿Quién demonios se llama Gideon?

—Su padre.

—Ay, por favor... Mi padre... —dijo con sorna—. Vale, ¿y a qué se dedica?

—Negocios en el extranjero.

Shayza sentía que las respuestas eran demasiado precisas –ya las tenían memorizadas, claro– y decidió no buscarle la quinta pata al gato.

—Negocios en el extranjero —repitió pensativa—. Igual que una novela. ¿Y de qué, si se puede saber? —Al ver que Castiel no contestaba, lo empujó con el codo.

—Bienes raíces.

—¿Fuera de aquí? —dudó, y torció el gesto.

Castiel asintió y se levantó con la intención de irse antes de ser reprendido por su jefe.

—Oye, espera. —Lo detuvo al tomar su mano—. ¿Vas a seguir cuidándome?

—Sí, señorita —contestó sin verla—. Seguiré con usted hasta que ya no me necesite. —Entonces la miró con sus ojos color zafiro.

—¿Y si eso significa hasta que sea vieja? —quiso saber ella.

—Ahí voy a estar. —Quería ocultar la sonrisa que eso estaba provocando en él, ya que sería mal visto o daría un giro a sus palabras.

Ella lo soltó y él no tardó en marcharse.

En cuanto Shayza supo que ya estaba del todo sola, respiró. Las lágrimas que tanto había reprimido se escaparon con sigilo. No obstante, Castiel seguía apoyado detrás de la puerta, escuchándola sollozar.

Cuando ella se detuvo, no sabía cuánto tiempo llevaba llorando en posición fetal sobre la cama. La luz apenas se colaba entre las cortinas de la ventana a su lado. Apoyó una mano en el colchón una vez tomó asiento. Limpió su cara con el cuello de la blusa y se dispuso a salir por la ventana sin hacer mucho ruido.

Claro que lo que hizo estuvo mal y le traería problemas; aunque procuró quitarse los zapatos para que sus calcetines amortiguaran el sonido de las pisadas sobre el césped. Y con eso, caminó hasta la salida del bosque, sin temor por los ojos de gato o cualquiera de los peligros que abundaran por ahí.

El coraje la guio bajo el cielo casi negro.

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