Shadowtown ©

By LoveJaceandPeeta

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*Historia finalista de los Premios Watty* (Votaciones a partir del mes de enero) Hay lugares en el mundo dond... More

Shadowtown
I. Lost
II. Fake smiles
III. Sweet dreams, shadows
IV. Are you afraid?
V. My home, sweet home
VI. Cave of lost souls
VII. The rest of eternity
IX. Sometimes, fears become shadows
X. The end of Susy
Epílogo
Nota Importante
¡Premios Watty!

VIII. The truth

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By LoveJaceandPeeta

A ambos hermanos les dolía mucho el cuerpo por dormir en el suelo, con la mínima diferencia de que él estaba en el suelo del pasillo, y ella, durmiendo en las montañas con un chico desconocido.

¿Tu padre? preguntó Aria esa noche, con la luz de la vela que se movía por causa del viento y formaba luces en el techo.

Ajá. Venía solo, se había perdido y encontró el pueblo de casualidad.

''No fue casualidad'' pensó ella.

<<Cuando era más pequeño, me contó que Joseph no era mayordomo, si no que dirigía la casona. Todo era diferente aquí, la gente era... normal, o casi normal. Había vida en las calles, y la mansión sí era una mansión. Blanca, con pomos de oro y llena de cuadros. No sabía cuánto tiempo tendría que quedarse porque su auto de había fundido en el camino, y mi abuelo le ofreció una habitación. Ahí fue donde conoció a mi madre.

Ella era la hija de Joseph. Trabajaba de recepcionista, y mi padre siempre decía que fue amor a primera vista las comisuras de Dean se elevaron imperceptiblemente, pero Aria se dio cuenta. Nunca se fue del pueblo, consiguió trabajo como mecánico y se casó con mi madre. Solía decir que en los últimos años de su vida, veía algo triste en sus ojos, como si supiera que iba a morir y no pudiera hacer nada al respecto, ¿Sabes?

Después de que yo naciera, ella simplemente... desapareció. Sin funeral, sin lágrimas derramadas. Nada. Supe que había muerto años después, antes creía que se había ido de vacaciones, pero al crecer entendí que nadie se toma vacaciones de tres años una risa áspera salió de sus labios. Y bueno, luego sucedió lo que ya te conté.>>

Aria se quedó en silencio. Le costaba imaginar cómo había sido todo hace veinte años, un lugar alegre, o cercano a la alegría, donde una pareja de jóvenes repleta de sueños había sido feliz. Tampoco podía imaginar a Joseph en el pasado, y no con su moño y cabello blanco como la leche.

Pero cuando pensó en el hecho de que el padre de Dean tuvo exactamente el mismo problema que su familia con el auto, y que luego se hospedaron en el mismo lugar... se le pusieron los pelos de punta.

Tal vez fue una coincidencia... murmuró más para sí misma que para Dean.

Niña, las coincidencias no existen respondió él seco mientras movía en sus manos uno de los tantos cuchillos que estaban en la cocina.

¿Y entonces? Déjate de tantas vueltas y ve al grano de una vez.

Un hilillo de sangre comenzó a correr por la muñeca de Dean desde la punta del cuchillo, pero este parecía no darse cuenta Nunca podría llegar al grano. Los secretos que se esconden tras las paredes de esa casa son tantos... que moriré sin saber la mitad.

Hace un rato me dijiste que no entendías por qué aún no me atrapaban, explícame eso.

Dean respiró hondo y al exhalar el aire de sus pulmones formó una nube blanca. Se levantó de la silla y caminó alrededor de la mesa. Se puso detrás de Aria y apoyó las manos a cada lado de la silla.

No preguntes lo que no quieres saber... susurró en su oreja, con el aliento frío como un témpano.

Todo era oscuro. Escuchaba gritos sin cesar, lamentos, llantos de agonía. Sentía sangre correr por sus manos y su cuerpo temblaba demasiado. Cuando pensaba que no podría soportarlo más y que finalmente las sombras que inundaban sus ojos lo matarían, un haz de luz cegó su vista, y las sombras chillaron de horror. Su cuerpo se sentía cálido, y una mano se acercó y tocó su pecho...

—¡Henry! ¡¿Qué haces aquí?! —gritaba Ginny en el marco de la puerta. Había salido a ver el pasillo, preocupada porque sus hijos aún lo llegaban y ya estaban por ser las doce de la noche. 

Henry se despertó respirando frenéticamente y con los ojos abiertos como platos abrazó a su madre. A su mente volvieron las imágenes de aquella tarde, aquel sótano.

—¿Hijo, te encuentras bien?

—S-Sí.

—¿Y tu hermana? —preguntó su madre acuñando su rostro en entre las manos. Tenía la piel áspera por el detergente y el agua caliente, pero eran reconfortantes.

—Ella... —Aria fue secuestrada por un chico en la montaña y posiblemente esté muerta, pensó, pero al mirar los ojos cansados de su madre, dijo—. Conoció a una chica de otra habitación y dijo que pasaría la noche con ella y su familia.

—¿Y por qué te dejó aquí solo frente a la puerta? —Ginny fruncía el ceño.

—Es que... le dije que podía volver yo solo, pero tenía mucho sueño y me quedé dormido... siento mucho haberte preocupado, mamá.

Ginny suspiró y acarició el cabello de su hijo. Dijo que todo estaba bien, y Henry quiso creerlo con todas sus fuerzas. Nunca más estaría bien. Entró después de su madre y al cerrar la puerta el sonido le hizo acordar a cuando Joseph abrió la puerta de ese lugar escalofriante y todas esas almas...

—¿Henry, estás aquí? .dijo Clarck chasqueando los dedos frente a sus ojos.

—Sí... —contestó Henry, pero no estaba seguro. Una parte de él había quedado allí abajo, para siempre.

Se metió en su saco de dormir y lo cerró hasta arriba. Estaba apoyada contra la pared de la cocina, y la luz de la vela la tenía obnubilada. Esa pequeña mecha que comenzaba siendo azul y luego tomaba un color dorado intenso, que bailaba y hacía hermosos dibujos en la nada.

¿Crees que tu abuelo vaya a contarme lo que quiero? preguntó en el silencio absoluto.

No lo sé, no lo conozco muy bien.

Quiero que me hagas un favor. 

¿Qué? dijo Dean con un dejo de curiosidad en la voz.

Baja conmigo.

En la penumbra, Aria podía escuchar la respiración de Dean, su pecho subir y bajar sobre la silla en la que estaba sentado, reposando los brazos y la cabeza sobre la mesa. Podía imaginar sus ojos asustados y sus labios fruncidos.

De acuerdo. respondió y Aria dio un respingo de sorpresa. 


En la mañana las cosas fueron un tanto extrañas. No había rastros de hostilidad en Dean y parecía casi feliz de dejar su pequeña casa. Aunque el miedo era palpable en su cuerpo. Mientras bajaban la montaña, su cara se ponía más pálida y parecía a punto de vomitar. Evadieron las ramas, las raíces en el suelo y la molesta niebla que salía de los árboles muertos. Dean la pateaba con el pie y maldecía, desde pequeño que no la veía.

Finalmente llegaron a los comienzos de la casa. Contemplaron la inmensidad de la mansión ante sus ojos, y cómo el viento soplaba las hebras de pasto seco y amarillento...

—No puede saber que estoy aquí.

—Hay muchos lugares para esconderse. Además, nadie te conoce.

—No sé si eso es bueno, o deprimente —bromeó Dean y Aria esbozó una sonrisa.

—Para ti es bueno. 

—Sigo sin entender por qué querías que bajara.

—Porque solo confío en dos personas en este momento, tú y tu abuelo, y si algo malo llega a pasar, necesitaré tu ayuda.

—Bien —respondió Dean. Se sentía bien saber que te necesitaban. Tomó la mochila del suelo, ya que ahora sería él el que tendría que dormir en algún callejón en la bolsa de dormir y usar la linterna. Estaba por darse vuelta, pero Aria lo tomó del brazo.

—Espera, ¿Cómo sabrás que te necesito si no puedo siquiera llamarte? —dijo Aria cayendo en cuenta de la realidad.

—Descuida, lo sabré. —respondió simplemente él y sin más rodeos comenzó a correr por las calles hasta desaparecer tras la niebla. No creía necesario decirle que estaría merodeando constantemente la casa, esperando el momento de actuar.

Aria estaba asustada, pensando en lo que vendría. Mientras volvía a la casa pudo ver a Joseph saliendo desde el otro lado del lugar, con un semblante lúgubre. Este inclinó la cabeza en forma de saludo, pero ella lo detuvo con la mano. El anciano se sorprendió y una pequeña sonrisa se plasmó en su rostro.

—¡Señorita Darkwood! Extrañé su presencia ayer por la tarde.

—Señor Willmur, tenemos que hablar.

—¿Qué sucede? —preguntó Joseph mientras se le borraba la sonrisa de los labios.

—Yo... conocí a su nieto.

Las pupilas del hombre se dilataron y tragó duramente —¿Qué es lo que busca, Aria?

—La verdad.

—Buen, eso nos llevará un largo rato.

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