Mi Señor de los Dragones

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Los Señores de los Dragones, como Bakugou, son seres longevos que amaestran dragones y dedican sus días a luc... More

Canción
Presentación
I: 500 años
II: Hacia Mangaio
III: Es una palabra antigua
IV: Sanguia en las mejilias
V: La Misión del Caballero
VI: Posada llena
VII: Loco do merda
VIII: Mapas
IX: Vida familiar
X: ¿Qué significa eso?
XI: Historias del pasado
XII: Diferencias
XIII: ¿Qué hay en el cielo, Deku?
XIV: No lo digas
XV: Los dragones no son malos
XVI: Chizochan
XVII: Bakuro
XVIII: ¿Por qué eres un guerrero?
XIX: Perdóname
XX: Volcán
XXI: Qué terrible es la destrucción
XXII: Morir
XXIII: Rasaquan
XXIV: Festival de los Diez Días
(Extra 1) A menos que quieras seguir
(Extra 2) Deadvlei, Leitrim y Anathema
XXV: Esposa
XXVI: Momochan
(Extra 3) Mashinna
XXVIII: Hermanos
XXIX: La bonita, o la otra
XXX: Viento negro
XXXI: Llámame, y yo vendré
XXXII: Serendipia
XXXIII: Sangre Vieja
XXXIV: Señores poderosos
XXXV: Mensajes
XXXVI: Maestra
XXXVII: Guardián de los Secretos
XXXVIII: Tatuaje
XXXIX: Criaturas similares
XL: Los secretos de las Sombras
XLI: Tiempos menos simples
XLII: Destinados a luchar
XLIII: Le están derrotando
XLIV: Ocaso
XLV: El Señor de los Dragones de Farinha
XLVI: Seichan
XLVII: La Vida del Bosque
XLVIII: El Monte de los Dragones
XLIX: Lágrimas
L: Los que quedan
LI: El guerrero y el protector
LII: Salvadores del Reino
LIII: Decisiones y decepciones
LIV: Serenidad y furia
LV: Una oportunidad
LVI: Búsqueda
LVII: Una trampa
LVIII: Malas Nuevas
LIX: No viene a luchar
LX: Por todas mis sombras
LXI: Caballero y guerrero
LXII: Enemigo del Reino
LXIV: Adamat

XXVII: El Señor de los Dragones del Centro

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Extracto de "Mi encuentro con el Señor de los Dragones" de Eneida. 
(Libro prohibido, su distribución ha sido vetada y su autora ha fallecido de forma misteriosa. Los ejemplares sobrevivientes permanecen bajo custodia).
Página 10, párrafos 3, 4 y 5
"¿Qué por qué a él le tocó ese tipo de vida? Él no lo sabía. Pero tomó las maletas (que no es que tuviera muchas cosas más que sus collares, una capa vieja y un montón de oro), y partió de ahí. Tenía 400 años. Es decir, en términos del ciclo de vida de los Señores de los Dragones, era apenas un muchacho. Iniciaba la adolescencia.
Bakugou es su nombre. Un Señor de los Dragones silencioso y distante. Serio, pero extremadamente curioso. Cuando le dijeron que podía partir de viaje, no lo dudó ningún instante.
Él jamás se imaginó todas las cosas con las que terminaría encontrándose...".


———


Viajar.

¡Qué amplio es el mundo!

Cuántos amaneceres y anocheceres diferentes vio. Cuántos tipos de montañas. Cuántos ríos y lagunas. Cuántos diferentes tipos de lagartijas se comió. En cuántos lugares distintos preparó sus fogatas.

Cuánta gente variada conoció.

Viajar, viajar como forma de respirar. Viajar, viajar como forma de ver.

Ver, de verdad.

Ah, recordaba todos aquellos primeros encuentros.

El primer encuentro con el pequeño y ruidoso Hizashi, guardado en su Montaña de la Canción.

El primer encuentro con el delgado y serio Tsunagu, joven Señor de la Montaña de la Seda.

Cuántas cosas aprendió.

Cuántas cosas le enseñaron.

Fue Chizome el que le enseñó a pescar con una lanza. Los pies desnudos sumergidos en el agua cristalina. Los peces nadando cerca de la orilla, atraídos por la carnada que flotaba a sus alrededores.

Eneida le enseñó a leer y a escribir, su paciencia era remarcable. Ella, en vez de exigirle que aprendiera la lengua corriente, como solían hacer los demás, aprendió a hablar como lo hacía él. Aprendió a traducir su lenguaje para los demás.

Tsunagu le enseñó a coser.

Hizashi le enseñó a cantar historias.

Un día, pensaba él, cantaré para mis hijos.

Tenía 400 años cuando le ordenaron marcharse. Él no sabía ni a dónde ir ni por qué. Había estado siempre en esa montaña, su montaña, con sus dragones, generalmente solo, hablando el idioma que le enseñara su padre hacía siglos.

Tomó la capa roída de viaje que había heredado de su progenitor, un mapa, el oro que le proveyeron y su colección de collares.

Los collares estaban hechos con los colmillos que sus dragones bebés fueron tirando conforme fueron creciendo. Él usaba materiales distintos para pintarlos. Combinaciones de flores, aceites, minerales y más. Algunos los conseguía dentro de la montaña. Otros se los traían sus dragones de afuera.

Lo primero que hizo al salir de su montaña fue mirar al mapa y, tras un rato, concluir que, en realidad, no tenía la menor idea de en dónde se encontraba. Había dos montañas más cerca de la suya, a un costado se desplegaba un valle cubierto por un bosque salvaje y dentro de él se levantaba una meseta sobre la cual reposaba un viejo e imponente castillo.

Bakugou decidió que buscaría a alguien que le dijera en dónde se encontraba. Pero no los Todoroki, porque los Todoroki no le agradaban, así que le dio la espalda al castillo y se fue en otra dirección.

El primer ser que se encontró, apenas algunos minutos después de haber emprendido su viaje, fue a una chica que estaba sentada a orillas de un río, el cual crecía en el bosque aledaño a su montaña. La chica, de piel blanca iluminada por el sol, tenía las piernas remojadas en el agua y estaba completamente desnuda. Tenía el cabello largo, lacio y negro, los ojos grandes y seis extrañas marcas a ambos lados de su cuello. Bakugou había ladeado la cabeza al verla.

—¿Dónde estamons? —le cuestionó apenas acercarse, ignorante de cómo era que se iniciaban las conversaciones normales o cómo se trataba a alguien a quien se veía por primera vez.

Ella parpadeó un par de veces, moviendo los pies en el agua.

—¿Mmm? Estamos en el mejor río de todo Drom. El Río Nastrondu.

—Nastrondu... —repitió él. Y después sacudió la cabeza, como para azuzar a sus recuerdos. ¿En dónde estaba Nastrondu? Sacó su mapa y no tardó en ubicarlo. Después, elevó la mirada nuevamente y señaló con una mano hacia el frente—. ¿Quoi fay par là?

La chica ladeó la cabeza, confundida. Se llevó un dedo a los labios.

—¿Cómo dices?

—Par là —insistió él, señalando con un poco más de intención. Ella parpadeó.

—Mmm, ahí, en esa dirección en la que señalas... está el mar. Este río desemboca en el mar. Y si te vas al norte —ella señaló en dicha dirección—, llegarás a la Montaña de la Canción. Dicen que ahí vive un Señor Dragón. Si te vas al sur —volvió a señalar en la dirección indicada—. Entonces estarás en alguna de las villas costeras de la Gente del Bosque. Tú eres un Caminante de la Tierra, ¿verdad?

Él la observó. Después miró en las tres direcciones que le había indicado. Miró su mapa y luego le dio la vuelta, con la intención de que quedara en la orientación correcta.

Ahora sabía en dónde estaba y qué era lo que le rodeaba. Asintió.

—Grazie.

Y se fue.

Su siguiente parada fue la Montaña de la Canción, porque la chica desnuda había dicho que ahí vivía un Señor Dragón, y Bakugou, por lo que sabía, era un Segnor do Dragonei él mismo. Quizá eran la misma cosa. Quizá el Señor Dragón sabría algo sobre... lo que fuera.

Así que avanzó entre bosques y selvas, entre ríos y lagos, entre villas y pueblos a los cuales evitó diligentemente, hasta llegar a la Montaña de la Canción.

La Montaña de la Canción no parecía tener nada de especial. Era sólo una montaña como cualquier otra, alta, oscura, ondulada, con la punta llena de nieve y adornada por nubes delgadas. Dominaba una selva salvaje y violenta en la que Bakugou se encontró variedades de lagartijas y otros animales mucho más grandes que los que había visto antes. Entre aquella selva desordenada tan sólo se encontró un asentamiento de personas que no le parecían ser iguales a las que había hallado en las pequeñas villas más al sur. Los del sur eran pequeños, de cabelleras oscuras y olían a hierbas y flores. Estos eran más grandes, más fuertes, y olían a distintos tipos de animales. En su asentamiento criaban gallinas y pavorreales, cabras, perros fieros y cerdos grises.

Igual que a todos los anteriores, Bakugou los evitó.

Cuando llegó a las faldas de la Montaña de la Canción, que era un monte monumental y bastante escarpado, empezó a escalarlo fácilmente y sin dificultad con las manos desnudas. Se detuvo tan sólo cuando encontró una entrada. Una cueva oscura y con olor a tierra, igual a las que había en su propia montaña.

Bakugou entró.

La montaña despedía igualmente un fuerte olor a dragones. Un perfume antiguo y perezoso, magnánimo y penetrante. Bakugou no avanzó demasiado antes de encontrarse con una pequeña figura que se le plantó enfrente.

Hizashi. Pelo rubio y corto, igual que el suyo. Ojos rojos, igual que los suyos. Vestía una especie de bata maltrecha de color negro. Era muy delgado. A Bakugou le daba la impresión de ser un poco enclenque. Un poco... débil.

—¿Quién sei?

—¡'So devria questionar yo! ¿Quién sei te? ¡T'assassinaré!

Oh, era muy ruidoso. Bakugou hizo una mueca contrariada, ¿por qué gritaba tanto y por qué amenazaba con matarle?

—Ah, calmadte. Sólo fe venido à conocerte...

—¡Et merda faz venido a conocermem! ¡T'assassinaré!

Era muy pequeño. Es decir, Bakugou probablemente no era demasiados años mayor que él, pero el chico simplemente era demasiado pequeño. Bakugou se acercó y le puso la mano en la cabeza, acariciándole con tranquilidad. Después, pasándole de largo, empezó a encaminarse hacia el corazón de la montaña.

—¡Eh! ¡¿Facia dónde vai?! ¡¡¡Alejadte de mes Dragonei!!!

A Bakugou le había tomado un día entero calmar a Hizashi. Convencerle de que no había venido a robarle a sus dragones y de que le dejara quedarse ahí algunos días.

Eventualmente, Hizashi tuvo que acceder, aunque fue más porque se dio cuenta de que Bakugou era en realidad más fuerte que él que por otra cosa.

No le convenía que sus dragones vieran un enfrentamiento entre ambos, pues entonces elegirían a Bakugou como su nuevo Señor.

Pero Bakugou se quedó ahí un tiempo largo. La primera vez se quedó tan sólo por un año. Enseñó a Hizashi a pelear y Hizashi le enseñó a entonar historias.

Cuando Bakugou se fue, Hizashi casi le rogó que no lo hiciera.

—Voi volver, Hizashi —había dicho Bakugou al niño que se colgaba de su cintura—. Soltadme. Sei molesto.

—¡Me' porquoi te vai! ¿Fice algo malo? ¡Perdonadme! ¡Resta ici!

—Voi truver más Segnores do Dragonei. Calmadte.

Se fue.

Después de abandonar la Montaña de la Canción, Bakugou se sumergió por primera vez en uno de los caminos de los pueblos que aparecían en su mapa. Uno que supuestamente atravesaba un montón de pueblos y ciudades. Bakugou sabía que, si había de encontrar a más Señores, necesitaba gente que le dijera en dónde se encontraban.

Bakugou atraía algunas miradas entre los caminos. Se daba cuenta de ello. Andando con su rota capa negra, el pecho desnudo y sus desgastadas botas de cuero, uno no podía determinar bien si se trataba de un indigente o qué. A pesar de todo, su presencia imponía, y quizá era ese contraste lo que hacía que la gente con la que se cruzaba no pudiera evitar mirarle.

Fue a mitad de ese camino que se encontró por vez primera con el tipo de gente más raro que había visto hasta entonces. Se trataba de unos niños de cuyas espaldas surgían unas extrañas colas que eran casi tan largas como ellos mismos. Había cinco de ellos. Tenían el pelo rubio, cobrizo o castaño claro y estaban metidos todos en una jaula, con las caritas sucias y tristes. A su alrededor había un campamento instalado, compuesto en su mayoría por hombres, de esos que olían fuertemente a animales, así como un par de mujeres de una apariencia que a Bakugou se le antojó bastante... grosera. No sabía cómo más explicarlo. Sus ropas mal acomodadas mostraban demasiada piel, olían mal y sus caras estaban pintarrajeadas en colores fuertes. Se colgaban de los hombres, quienes bebían un líquido de color dorado en mucha abundancia.

Cuando uno de los tipos le vio ahí de pie, observándoles, elevó el tarro de su bebida hacia él.

—¡Eh, enano! ¿Eres un viajero? ¿O un vago muerto de hambre?

Los otros, al mirarle y escuchar las palabras del primero, soltaron sendas risotadas. Bakugou ladeó la cabeza, observando con ojos ávidos toda la carne que estaba cocinándose en su fogata.

—¿Tienes hambre? ¡Ven, ven, hay mucho, hay para todos! ¡Bueno, menos para los conejitos!

Más risotadas estridentes. Las mujeres sonaban especialmente mal. Bakugou se les acercó.

Terminó siendo convidado a un tarro de aquella sustancia dorada y fresca y una enorme pieza de carne. Se sentó entre los hombres, escuchándoles bromear y soltar una cantidad impresionante de palabras que él jamás había escuchado, pero que algo le decía que también eran palabras groseras.

Los hombres, en general, igual que sus mujeres, su campamento y sus risas, eran todos groseros.

—Entonces, ¿te llamas Bakugou?

El joven Señor había asentido.

—Y dime, Bakugou, ¿alguna vez has estado con una mujer?

—¿Mujer?

El hombre había sonreído, dejando ver unos dientes bastante chuecos. Y había señalado a una de las chicas.

—¿Hembra?

Risas estridentes.

—¡Hembra! ¡El chico no se está con rodeos, las llama hembras!

—Ese si es un hombre de verdad. Deberíamos invitarle una.

Y una de aquellas féminas había extendido entonces una mano para tocar la pierna de Bakugou, pasándola sobre su muslo hasta llegar casi a su entrepierna. Él había observado el gesto sin especial interés. Y después, como si aquello no hubiese significado nada, había dirigido el rostro hacia la jaula que estaba a un par de metros de ellos, y había cuestionado:

—¿Quoi sont eses?

—Qué raro hablas, chiquillo.

—Creo que quiere saber sobre los conejos —dijo otro hombre. Este era flacucho, tenía una barba mal rasurada y el rostro asimétrico. Se puso de pie, se dirigió a la jaula y, tomando una vara que estaba a un lado, hizo pasar ésta sobre los barrotes, asustando a los niños quienes, de por sí, desde verle acercarse, se habían encogido hacia un lado, abrazándose unos a otros—. Son conejos, Bakugou. Los estamos entrenando para ser buenos esclavos. Este es el primer paso, mira —dicho eso, introdujo la mano libre entre los barrotes y tomó la cola de uno de los niños, jalándola y moviéndola de lado a lado. El niño observó impotente la acción y lágrimas empezaron a salir de sus ojos.

Bakugou no entendía lo que estaba pasando. Pero había algo que no se sentía bien. La mano de la mujer seguía acariciándole, acercándose cada vez más a su entrepierna. Los niños parecían aterrorizados.

—¿Quoi facei?

—¿Ñe?

—Qué haces, yo digo que pregunta que qué haces —explicó otro.

—¡Ah! Pues verás, esta es la forma más fácil de domesticar a estos chicos. Para ellos estas colas son casi sagradas. En su entorno natural, las cubren siempre y no dejan que absolutamente nadie las toque. Es más, cuando son pequeños, ni siquiera sus padres pueden tocarlas, ¿ves? Entonces, de esta forma les creamos un trauma importante y ellos aprenden quién manda —se rio, apretando la cola, lo que hizo al niño soltar un quejidito de dolor, y después la soltó, sacando finalmente la mano de la jaula y poniéndose de pie para regresar a su lugar previo—. Aquí en el sur podemos venderlos muy caros, Bakugou, porque son considerados exóticos. Pueden servir para un montón de cosas: Esclavos, animales de carga, animales de pelea... incluso hay gente extraña que tiene fetiches con sus colas, ¿sabes? No sé por qué, a mí me parecen asquerosas, pero bueno, mientras paguen por ellos no me importa lo que les guste —otra risa.

Bakugou miró al hombre. Luego a los niños. El niño atacado seguía llorando. Los demás le abrazaban e intentaban consolarlo. Sus pequeñas colas, Bakugou recién notaba, tenían varias heridas aquí y allá. Moretones y raspones, cortadas e hinchazones.

Tras un momento, cuando la mano de la mujer finalmente se atrevía a tocarle allá, Bakugou gruñó y se la retiró de un manotazo.

—Nei gusto —dijo. La mujer le miró, evidentemente ofendida. Pero Bakugou ni la miraba a ella, sino que seguía viendo hacia la jaula.

—Creo que todavía no se le para —dijo vulgarmente la mujer y todos se soltaron a reír otra vez. Bakugou no prestaba atención.

—Sí serás idiota, mujer, a los hombres se nos para desde que nacemos.

—¡Qué mentira!

—¿Quieres probarlo? Te haré un hijo para que lo veas.

Los diálogos seguían deteriorándose y Bakugou no podía dejar de mirar a esos pequeños que lloraban amargamente.

Se puso de pie.

—Nei gusto.

—¿Ya te vas? —preguntó el flacucho.

Ese fue el primero al que Bakugou hizo estallar en pedazos.

Cinco minutos más tarde, Bakugou había roto la puerta de la jaula y la había abierto.

—Liberados —había indicado. Pero los niños seguían apretujados todos contra la jaula, viéndole con miedo. Bakugou, cubierto de sangre que goteaba y apestaba, se había agachado frente a ellos—. Liberados, bebei.

Con cierta timidez, uno de ellos había empezado a acercarse, viéndole con cautela. Salió silenciosamente de la jaula, sin dejar de mirarle. Se paró a su lado, la colita moviéndose despacio. Después de que el primero saliera, los otros cuatro se animaron pronto y salieron también. Tras un momento, los cinco niños estaban de pie alrededor de Bakugou, mirándolo expectantes.

Bakugou, olvidándose temporalmente de su misión de buscar Señores, cuidó de aquellos niños por seis meses, hasta que logró entregarlos a un grupo peregrino de su raza, quienes le aseguraron que los regresarían a su hogar.

No fue sino hasta tres años después que Bakugou finalmente se plantó a los pies de la Montaña de la Seda. La Montaña de la Seda era enteramente diferente a la Montaña de la Canción. No estaba emplazada a mitad de una selva cuasi inhóspita ni era lo bastante alta como para que nevara en su cima. Además, era atravesada por una red de caminos que eran frecuentados por viajeros y mercaderes.

Y, como su más grande diferencia, estaba el hecho de que la Montaña de la Seda estaba establecida justo al lado de una pequeña ciudad. O, más bien, la pequeña ciudad se había instalado tranquilamente a sus pies, creciendo a su alrededor con sus casitas de colores y su gente que se dedicaba principalmente a la confección de telas finas, las cuales vendían en masa a los comerciantes que llegaban de todas partes del reino a comprarlas.

Muchas de esas telas llegaban incluso a las tres grandes ciudades de Drom, Farinha, Marcelle y Maresca, donde eran entonces usadas para confeccionar distintos tipos de indumentarias que luego eran vendidas por cantidades estúpidamente exorbitantes.

La gente de esa ciudad hablaba de una Divinidad protectora que vivía en aquella montaña. La montaña estaba llena de cuevas y, según se decía, uno no debía entrar a ellas porque entonces perturbaría a la Divinidad y eso causaría una mala racha para el comercio de la ciudad. A los pies de la montaña había templos y altares muy numerosos donde la gente iba a dejar ofrendas todo el tiempo y a levantar oraciones, las cuales, según su creencia, eran las que garantizaban que la ciudad siguiera prosperando.

Bakugou no sabía nada de las Divinidades, pero "montaña con cuevas" había sido lo que le había llamado la atención. Efectivamente, cuando se acercó a la Montaña de la Seda, supo que no se había equivocado por el aroma distintivo a bestias antiguas que emanaba de los agujeros fortuitos que se abrían en la piel del gigante de piedra.

Tsunagu era diferente a Hizashi en todos los aspectos posibles. Para empezar, el pequeño Señor no había ido a enfrentar a Bakugou apenas éste se había introducido a su montaña. Y, cuando Bakugou le había encontrado sentadito en el medio de una cámara a la que le entraba un poco de luz natural por medio de un agujero en el techo, con un dragón joven de color azul observándolo a un lado, el pequeño no había reaccionado con violencia ni había empezado a soltar amenazas rimbombantes.

Se había limitado a mirarlo y saludar.

—Saludos, Segnor do Dragonei —había dicho—. Bienvenuto.

Y había proseguido con su tarea, la cual consistía en introducir y sacar una pequeña pieza de metal a un trozo de tela. Bakugou se había agachado frente a él, estudiando su labor. La ropa del pequeño niño era bastante extraña. Lucía como si se hubiese vestido con retazos de telas que se había encontrado por casualidad. Uno de sus brazos estaba forrado en listones de distintos grosores y colores que se entrecruzaban unos con otros. El otro brazo era tapizado por piezas de tela de diferentes texturas. Su torso era tapado por una tela blanca holgada que pasaba de uno de sus hombros a uno de sus costados, y en la que había más de esas pequeñas piezas de metal metidas entre los pliegues. A sus caderas las rodeaba otra tela grande, que en un costado tenía también algunos listones adheridos, en los cuales figuraban pequeñas piezas redondas y cuadradas de metal de distintas tonalidades y diseños.

Qué Segnor do Dragonei tan curioso. Viendo lo que el pequeño hacía con la tela, Bakugou había hecho una petición.

—Ensenadme a facer esso.

Tsunagu le había mirado.

Y, después, Bakugou se había quedado por cuatro años. En ese tiempo había aprendido a tejer y, usando una piel de lobo blanco y una tela larga de seda roja adquiridas en Silky, la ciudad de Tsunagu, se había fabricado una nueva capa para sí mismo.

Silky, Bakugou la llamaba la ciudad de Tsunagu porque Tsunagu mismo había declarado que la ciudad le pertenecía.

Resultaba que Tsunagu, a diferencia de Hizashi que jamás abandonaba su montaña –los Todoroki se lo habían prohibido, le había contado–, bajaba de manera frecuente a la ciudad de Silky.

Tsunagu incluso afirmaba que era su padre quien había fundado y bautizado esa ciudad.

El joven Señor, que convivía de forma cotidiana con la gente de Silky, hablaba por tanto la Lengua Común, la cual también intentó enseñarle a Bakugou. Pero éste se resistió, alegando que su idioma sonaba mejor.

—Ce la lingua de me Patre —le explicaba Bakugou.

—¿Et quoi lingua ensennarás a tes filei? —preguntaba Tsunagu, que, si bien prefería la Lengua Común, era lo suficientemente respetuoso como para hablar con Bakugou en el idioma que él prefería.

Bakugou le confirmó que tenía toda intención de enseñar a sus crías su propio idioma y Tsunagu le respondió que aquello era lamentable.

—Tes filei ne se podrán comuniquer con les otrei.

Bakugou se había encogido de hombros, ignorando la cuestión.

Bakugou acompañó a Tsunagu en varios de sus viajes a la ciudad de Silky. Tsunagu siempre visitaba todos los talleres, enseñándoles a sus dueños las nuevas formas de tejer que había aprendido, nuevas técnicas para teñir las telas y formas de crear fibras nuevas.

La gente de la ciudad, al parecer, consideraba a Tsunagu un pequeño viajero que recorría todo el mundo y venía después a enseñarles lo que había aprendido en él. Jamás lo relacionaron con la montaña ni con la Divinidad que se suponía que habitaba ahí. Cuando lo veían en las proximidades de ésta, simplemente asumían que había ido a orar o que partía en alguno de sus numerosos viajes.

Tampoco se le hizo a alguien muy rara la repentina aparición de Bakugou. Pensaron que el pequeño Tsunagu lo habría conocido en algún viaje. Que era un niño súper dotado igual que él. Que debía venir de muy lejos, por el idioma raro que hablaba.

Nadie sospechaba nada extraño.

—Yo no puedo abandonar Silky ni la Montaña de la Seda —le había dicho Tsunagu un día mientras regresaban a la montaña, usando inadvertidamente la Lengua Común. Cosa que, a decir verdad, no molestaba demasiado al otro—. De hecho, me sorprendió mucho descubrir que tú podías hacerlo y que viajas por el mundo. Creo que los Todoroki tienen misiones diferentes reservadas para cada uno de nosotros. Tú viajas, ese Hizashi de quien me hablaste se queda en su montaña y yo cuido de mi ciudad.

Bakugou había asentido, sin agregar mucho más. Él no entendía mejor las intenciones de los Todoroki de lo que lo hacía Tsunagu. El pequeño le había mirado.

—¿A dónde irás después?

—Norte.

—Cuando regreses al sur, ¿puedes venir a verme otra vez y contarme lo que has visto?

Bakugou había asentido y había partido de Silky y de la Montaña de la Seda no mucho después de eso.

Su viaje, así, le había llevado por múltiples lugares. Visitó Manannan, una de las villas de la Gente del Bosque del norte, donde repentinamente cinco adolescentes se habían lanzado desde los árboles y habían aterrizado a su alrededor de una forma amenazante... pero procediendo después a llamarlo "Bakunna" y abrazarlo alegremente. Los cinco tenían las colas cubiertas con vendas negras y le invitaron a comer a sus casas entre las ramas.

Ahí Bakugou vio los amaneceres más bonitos. Le regalaron un collar hecho de plumas. Durmió en una cama de hojas perfumadas a cincuenta metros sobre el suelo. Se despertó con el rocío de la mañana.

Bakugou regresó numerosas veces a la Montaña de la Canción y a la Montaña de la Seda. Siempre traía nuevas historias y relatos para los niños, los cuales Hizashi convertía en canciones y Tsunagu transformaba en escenas tejidas sobre sus telas.

El Señor de los Dragones del Oeste, Hizashi.

El Señor de los Dragones del Centro, Bakugou.

El Señor de los Dragones del Este, Tsunagu.

Fue no demasiado lejos de Manannan, la cual también visitaba de vez en cuando, que Bakugou se encontró finalmente con el Señor de los Dragones del Norte.

O al menos uno de ellos. Bakugou había escuchado muchas historias, pero los Señores de los Dragones del norte parecían ser mucho más escurridizos que los del sur. Eran controlados por otra familia, una familia de Sombras de las Montañas que se apellidaba Chisaki. Pertenecían a la misma orden que los Todoroki y, al parecer, tenían un acuerdo con ellos. Ellos se encargaban del norte mientras que los Todoroki velaban por el sur.

El Señor de los Dragones del norte que Bakugou encontró era un Señor de mucha mayor edad que él y que los otros dos. De hecho, incluso se le podría haber considerado un anciano. Efectivamente, éste estaba cerca de los 3,000 años y, al parecer, había tenido toda su vida la labor de cuidar de un castillo derruido que se encontraba ahí entre montañas y bosques llenos de neblina, ecos y silencios. Era él altísimo, imponente a pesar de su vejez, de palabras sabias y hablaba un idioma incluso más arcaico que el que hablaba Bakugou.

Era también muy miserable.

Bakugou había logrado empezar a comunicarse con él después de un tiempo, y el hombre le había dicho que su labor de 3,000 años era proteger secretos. Que quizá cuando él muriera, su cría, o la cría de ésta, sería traída a cumplir con la misma labor que él.

—Dadme tes secretei —había solicitado Bakugou, a lo que el otro había respondido casi con una carcajada. Su cabello rubio estaba muy delgado. Portaba una barba larga. Vestía una amplia túnica gris.

—Nie, nie, nie...

Sin embargo... eventualmente el Señor había accedido a entregarle uno, sólo uno de los tesoros que protegía.

—Salv'za Lumen —le había dicho y Bakugou no le había entendido. Pero entonces había tomado el cuaderno que el otro le había entregado.

Un cuaderno de notas de autor desconocido.


———


Cuando Bakugou llegó a Castero, mirando finalmente hacia el mar, hacia ese gigante devorador que se suponía que era imposible atravesar –no había nada lo suficientemente cerca como para llegar antes de que llegara la noche y las olas violentas se dispararan–, tuvo mil pensamientos en la cabeza.

El viejo Señor de los Dragones le había contado que Drom, el primer rey de aquel reino, el primer Señor de los Dragones, había llegado del otro lado del mar. Montado en un dragón y trayendo consigo una pequeña manada. Al parecer, volando era la única forma en que el mar podía ser atravesado.

Los Señores de los Dragones eran los únicos que podían llegar al otro lado.

Bakugou consideró la posibilidad de irse. ¿Estaría su esposa ahí? De un tiempo para acá, el pensamiento asfixiante de que necesitaba conseguir una esposa se le había instalado en la mente. Sin embargo, cuando Chizome le encontró y le guio hacia su hermana... Bakugou tomó su decisión prácticamente al instante.


———


En 50 años, Bakugou no visitó a Hizashi, ni a Tsunagu, ni a Manannan, ni a aquel viejo Señor de los Dragones.

Bakugou tenía una esposa y tenía también tres crías de las cuales cuidar.

Eneida le había enseñado a leer y a escribir. Y había sido sólo entonces que Bakugou había podido leer el cuaderno que el anciano le había dado.

Ahí estaba aquella misma información de la que el Señor le había hablado.

Pero también había más.

Mucha más.

Demasiada...

Eneida le había dicho que debían hacer algo. Que debían revelar la verdad al mundo. Que las cosas no se podían quedar así. Bakugou le había dicho a ella que lo único que él quería era cuidar de sus tres hijos.

—¿Me' ne te dai cuenta? —inquirió ella que, con el paso de los años, había aprendido a hablar el idioma de él a un nivel casi perfecto—. Elios ne te dejarán...

Y fue verdad. Eventualmente, Bakugou tuvo que aceptar que su esposa tenía razón.


———


Los siguientes años fueron terribles y tormentosos. Tsunagu y Hizashi eran alrededor de cien años menores que Bakugou. Pero, a diferencia de a él, a ellos no se les había permitido buscar por sus esposas libremente. Cuando Bakugou se dirigió al este para encontrarse con el sensible Tsunagu, se horrorizó al descubrir...

Que Silky se había ido.

No quedaba de ella más que un gigantesco y escabroso cadáver carbonizado. Un paisaje deplorable y terrorífico ahí donde alguna vez estuvo la vibrante y alegre ciudad. A Tsunagu lo encontró dentro de su montaña, miserable y en sufrimiento. Sosteniendo a un pequeño bebé y con el olor a muerte impregnado en todo su ser. Cicatrices nuevas que Bakugou no había visto antes habían aparecido en su cuerpo.

—Tsunagu...

—Vete. Vete, por favor.

Con Hizashi no había sido mucho mejor. Aún en su etapa de descontrol, el Señor se acostaba con la mujer que tenía en su montaña todos los días y, cuando Bakugou había llegado, Hizashi le había lanzado a por lo menos tres dragones encima. En las regiones circundantes, un montón de pueblos y villas habían sido completamente acabados, incluyendo a aquel viejo asentamiento en la selva que, para ese entonces, ya había crecido de forma considerable.

Pero lo peor fue cuando Bakugou regresó a casa después de aquel sombrío viaje.

Sus dos crías mayores habían fallecido. Eneida, resquebrajada por dentro, le contó que una calentura terrible se había apoderado de los dos pequeños. Que ella, no teniendo lugar más próximo al cual acudir, había ido al castillo de los Todoroki. Ellos le habían asegurado que el médico de cabecera de la familia se ocuparía de ellos y sin duda les curaría.

Pero no. Los habían enterrado quien sabe dónde, sin siquiera decirle nada a ella sobre su fallecimiento.

La ira, la ira y el dolor que se apoderaron de Bakugou fueron tan terribles, tan ahogantes, tan abrumadores. Tan más grandes que cualquier otra cosa que hubiese conocido antes.

Se sintió culpable. Y enojado. Enojado con los Todoroki, consigo mismo, incluso con Eneida. No podía, no lo soportaba, ¿por qué? ¿Por qué las cosas habían resultado así?

Y él había expulsado a Eneida de su montaña.

—Bakugou, por favor, por favor... t'imploro... ¡t'imploro!

Pero él no había escuchado, no había podido hacerlo, tan grande e iracundo era el dolor en su alma, su corazón y su mente. Tan venenoso.

Los odiaba a todos. A todos excepto a su pequeño Katsuki.


———


Cuando Tsunagu y Hizashi llegaron al Monte de los Dragones, una mañana neblinosa y con el sol sin ganas de iluminar, ya eran dos formidables Señores, distintos a aquellos chiquillos enclenques que Bakugou se había encontrado alguna vez al este y al oeste.

Bakugou sabía perfectamente bien por qué estaban ahí.

Ese día, Katsuki cumplía 101 años.

El Señor mayor salió de su cueva, deteniéndose frente a los otros dos.

Eneida había publicado su libro. Un libro basado en todo lo que había aprendido de él y en todo lo que habían aprendido del cuaderno. En todo lo que ambos habían experimentado. Sus ganancias y sus dolorosas pérdidas. La habían asesinado y habían recolectado sus libros desde todo el reino para destruirlos.

También aquel Señor que le había dado el cuaderno había fallecido. Bakugou no sabía si de causas naturales o no.

Y, ahora, aquellos dos estaban ahí.

Bakugou les había enseñado a pelear. Conocía sus habilidades. Sabía lo fuertes que eran. Si él oponía resistencia, quizá, quizá podría derrotarles. Pero sólo era un quizá. En todo caso, ¿cómo sería capaz él de hacerles daño? Tampoco quería sumar más cicatrices a sus cuerpos de las que ya tenían.

Ni quería poner a Katsuki en peligro.

—Me filo tene apelido —les había dicho lo primero, caminando después para pasar entre ellos y empezar a alejarse por el camino que bajaba por la montaña. Los otros dos le miraron, se miraron, y le siguieron—. Bakugou. Katsuki Bakugou.

—¿Podei facer esso?

—Puedo facer lo que quiero.

Siguieron descendiendo. Se adentraron al bosque de pinos. Entonces, Bakugou se retiró uno de los collares que portaba: El de las plumas que fue el primero que le regalaron en Manannan. Desde entonces le dieron muchos más, pero ese era el primero. Se lo extendió a Tsunagu.

—Sé que te gustas d'este coliar. Conservadlo —le dijo. Tsunagu lo recibió. Sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas. A Hizashi le entregó un pequeño cuaderno. Ahí donde había escrito todas las canciones que había inventado. Canciones para sus hijos.

Por fin llegaron a un sitio en el que Bakugou se detuvo.

Era uno de sus lugares favoritos de aquel bosque. Desde ahí se veían la Montaña de los Reyes, el Monte de los Dragones y el Monte de los Caballeros, pero no se veía el castillo de los Todoroki. Desde ahí él casi podía engañarse a sí mismo pensando que alguna vez había sido libre de verdad. Frunció el ceño, pensando en todos los errores que había cometido.

Había alejado a Katsuki de su madre. Había abandonado a Eneida y la había dejado morir sola. Sí, había cometido muchos errores, y también había hecho cosas para enmendarlos, pero este era el final de todo ello.

Con 603 años, este era el final de su vida.

Miró a los dos Señores más jóvenes. Aunque Hizashi se cubría los ojos con unas gafas oscuras, Bakugou sabía que también estaba llorando.

—Ne lioren. Facer lo qu'an venido à facer. Ne voi pelear. Me', prometedme una cosa, una cosa solo. Prometedme qu'un día, cuidarán de Katsuki come y'e cuidado d'ustedes.

Tsunagu cayó de rodillas, el collar de plumas reposando entre las hojas y su rostro bañado en llanto. Hizashi tragó saliva, intentando no ceder a sus emociones.

—Lo prometemons...


———


Notas: La verdad es que este capítulo es uno de los que más he disfrutado escribir. Aunque el final me duele bastante xD esta versión tiene algunas diferencias con la que publiqué en FF net porque corregí algunos diálogos de Bakugou y Hizashi, de modo que respetaran más las "reglas" del idioma que se supone que hablan (como el idioma me lo saqué de la manga y poco a poco le he ido dando forma, tengo más claro ahora que al principio cómo se supone que debe funcionar).

Por otro lado, la imagen de portada del capi es una que desde que la vi por primera vez me encantó muchísimo y quería usarla en algún momento para el fic <3 pienso yo que transmite cierto sentimiento de nostalgia (y para mí este es un capi nostálgico), y pues, como el personaje no se distingue mucho, podemos pensar sin problema que se trata de Bakugou papá :3

Espero que el capi les haya gustado y que algunas incógnitas se hayan resuelto. Les dejo con un pequeño glosario del idioma, por si les costó entender alguna parte :D


- - -


Pequeño Baku-glosario

Là - Allá (viene del francés)
Me' - Pero (también viene del francés, que se escribe "mais" pero se pronuncia "me")
Resta - Quédate (del francés "rester = quedarse")
Ici - Aquí (sí... también del francés XD)
Truver - Encontrar (de nuevo, del francés "trouver")
Filei - Hijos (del francés "fils")
Filo - Hijo

Por otro lado, la terminación 'i' en los sustantivos suele hacer referencia a un plural (como en Dragonei, bebei o filei), eso lo saqué del italiano.

Y las letras 'gn' juntas se leen como 'ñ' en algunos idiomas.

Ciao !

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